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Capítulo 13 Utilizado.


Sobre el desierto planeta de Vana un humanoide de piel sintética con la cabeza rapada de un color azul y verde trataba de liberarse de las ataduras hechas de humo con las que estaba siendo sujetado. Estas tiraban de sus extremidades en cuanto lo intentaba y por leves minutos era como si realmente fuese a ser despedazado miembro a miembro.

Parecía imposible que el destructor de mundos estuviese siendo retenido en contra de su voluntad, pero cometió el tremendo error de traicionar al ser más poderoso del mundo y su venganza estaba a punto de llevarse a cabo.

Por primera vez en su existencia se arrepentía de las decisiones que había tomado. Si no hubiese asesinado a todos sus seguidores para obtener el poder de todos ellos, en aquel momento, cualquiera de ellos habría ido en su ayuda.

–Te estás equivocando, Bako... – empezó Ax. Yo no sentía ni un poco de clemencia hacia él. – Recuerda quién eres y quién soy yo. ¿Acaso has olvidado que fui yo el que otorgó el título de Capitán de la galaxia? Fui yo el que...

–Mataste a Ak-Hannet y no habrá perdón para ti – contesté sin remordimientos haciendo que una sonora carcajada inundase su ser, aunque se limitó después de sentir un nuevo tirón en sus extremidades.

–¿De verdad pensaste que saldrías ileso después de lo que hiciste? – preguntó Hannet antes de pegarle un puñetazo usando su propio puño, lo que desagradó al General que no estaba acostumbrado al contacto físico.

Escupió sangre al suelo antes de volver a reír de esa forma fantasmal que tanto miedo impartía en otros.

–Venga la muerte de tu hermana – la rabia inundó mi organismo cuando le vi tan despreocupado ante su propia muerte. ¿Acaso esperaba volver de entre los muertos de nuevo? ¿cuáles eran los planes del destructor de mundos?

La oscuridad empezó a susurrar a mi alrededor, arrastrándose por el suelo, hasta subirse a mis hombros, esperando una sola orden por mi parte para matar por mí.

La escena se oscureció y Hannet dio un paso hacia atrás pues conocía lo aterrador que podían ser la muerte de otros cuando era la oscuridad la que mataba. Y el General empezó a sentir pánico por lo que estaba por llegar, sabía que sólo era cuestión de tiempo antes de ver sus peores temores en su cabeza, los cuales acabarían con él.

«Sobre las colinas en llamas de un planeta que se moría, mientras las motas de ceniza sobrevolaban el lugar, la imponente figura del General se mostraba. Abrió los ojos despacio y se sorprendió cuando cada uno de los seres a los que había matado aparecieron frente a él y trataron de atacarlo. Lo embistieron con tanta intensidad, sin cese, que sus heridas no tenían tiempo de curarse.

Escupió sangre al suelo y miró a través de todas sus víctimas hacia el tipo que se hallaba al otro lado. Era un vaniano con ojos rasgados y expresión seria: su nombre era Oku-Bako Krang y durante mucho tiempo fue su más leal siervo.

Pensó en cada recuerdo que poseía de mí en mi adolescencia, antes de convertirse en General, cuando tan sólo éramos dos armas letales encerrados en el infierno y sintió una leve añoranza.

Me vio corriendo por los pasillos, burlar la seguridad y traerle regalos del exterior, visiones del mundo que nos rodeaba, incluso comida.

Cada uno de esos encuentros fueron especiales para él. El contacto con otro ser que no parecía ser malvado, aunque él nunca lo fue al principio. Fueron los monstruos que nos encerraron los que nos obligaron a ser lo que fuimos.

Pero yo... nunca fui malvado del todo. Era inocente y muy manipulable.

Quizás ese fue el problema, que ideó un plan para engañar a alguien que le tendió la mano sin pedir nada a cambio.»

Un grito de rabia escapó de los labios del villano antes de sacar toda su fuerza. La fuerza de todos los que tenía dentro de él y el poder de estos, y consiguió liberarse de sus ataduras antes de escapar de la oscuridad. Pero... yo ya estaba preparado para algo así y de la nada hice aparecer pequeños agujeros negros que lo acuchillaron, partiendo sus extremidades en pedazos.

Entonces ambos nos miramos a los ojos. Sus ojos verdes frente a los míos de color turquesa y sonreímos como dos viejos amigos que se reencuentran después de mucho tiempo.

–Moriré – aceptó sintiendo una leve punzada de respeto hacia un ser al que siempre admiró, pese a lo mucho que se lo negó a sí mismo. En el fondo de su alma, siempre quiso ser como yo. – Tú serás el que me destruya.

–Las cosas no tendrían por qué haber sido así – fue lo que contesté porque siempre lo consideré como un compañero. Éramos amigos en el infierno. – Nada habría cambiado si no hubieses matado a Hannet.

–No. Hannet debía morir – No entendía su actitud. – Yo necesitaba sentir su poder en mi interior... – apreté los puños con ganas de despedazarle, pero me contuve. – ... y tú vivir tu propia vida. Cada uno de nosotros eligió un camino. El poder, el respeto, la admiración... vivir por nosotros. Pero tú... siempre estuviste en la sombra de Hannet, nunca tomaste una decisión por ti. Traté de entenderte miles de veces, pero tu dependencia por tu hermana te hacía débil.

–¡Me engañaste! – Grité sin poder soportar más aquella ansiedad que me estaba destruyendo. La oscuridad volvió a arremeter contra él, estrangulándole, levantándole del suelo, mientras él luchaba por liberarse. – ¡Me hiciste creer que fue Kay el que la mató para poder quitar de en medio a tu hermano!

–Kay... y... sus... juguetitos – dijo con dificultad, luchando por respirar. – Siempre... me... sacó de quicio. Pero tú... siempre... has sido... fácil de... manipular.

Un grito de rabia salió de mis labios y eso provocó que la oscuridad tirase de sus extremidades nuevamente con tanta fuerza que consiguieron arrancárselas.

El general gritó de dolor cuando su cabeza fue arrancada de su cuerpo, pero... no murió, pues todas sus partes empezaron a juntarse y a recomponerse. No lo impedí, quería volver a detenerme frente a su figura. Sabía que él lucharía hasta el último aliento.

–¿Es todo lo que tienes? – preguntó con chulería después de escupir sangre al suelo, mostrándome su sonrisa azulada. – Siempre te has creído mejor que yo. Pero... no lo eres, Bako.

–Esto sólo es el principio. Terminaré cuando te arranque el cristal de la frente y lo aplaste entre mis dedos.

La risa malvada de Ax resonó en aquel solitario planeta mientras su mirada se establecía en Hannet que se cruzaba de brazos, impaciente, como si estuviese ansiosa por algo, lo que hizo que el General volviese a sonreír.

–Algún día matarás a cada vaniano que aún exista en el espacio – sus ojos volvieron a establecerse en los míos. – Matarás incluso a tu propia hermana.

–Eso está lejos de suceder.

–¿Qué harás cuando te conviertas en el monstruo que tu propia especia cree que eres? ¿crees que obtendrás consuelo en Hannet?

–Yo no soy como tú – contesté con frialdad.

–Eso está claro. Yo no confío en nadie. Y es por una buena razón. Los azules están podridos por una sed voraz de poder que los devora por dentro. Sí, puede que yo cometiese muchos errores, puede que el poder me haya vuelto insaciable. Pero... ¿qué hay de ti, Bako? ¿hasta cuándo seguirás confiando en los azules equivocados? – No iba a dejar que su venenosa lengua me contaminase, así que salí disparado en su dirección y le agarré del cuello, desagradándole, antes de depositar la mano en su cristal y tirar con todas mis fuerzas para arrancárselo. – Me ves a mí como tu enemigo, pero el enemigo real lo tienes detrás de ti – gritó antes de apartarme de él con todas sus fuerzas. Pero, no fue suficiente para lo que estaba por llegar y él lo sabía. – ¿De verdad no te das cuenta de que te está entreteniendo? – Me agarró del traje que llevaba para que no me separase y entonces susurró algo que hizo que me lo cuestionase todo. – ¿Por qué está Hannet tan nerviosa? ¿por qué parece que está esperando algo? ¿acaso no conoces a tu propia hermana? No te fíes de ella, Bako. Sigue mi consejo. – Me soltó y se preparó para lo inevitable.

Arranqué el cristal de su frente y lo sostuve en el aire mientras observaba como su cuerpo caía al polvoriento suelo de Vana, sin ser nada más que un cúmulo de cables, piel sintética y sangre azul. Ya no quedaba nada de lo que ese ser fue una vez, más que su alma encerrada en un cristal.

Leves luces de colores salieron del cuerpo sin vida del General Uk y cada una de las almas de las que se había alimentado quedaron libres para escapar de su prisión. La niebla formada por oscuridad empezó a desintegrarse y se esfumó tan rápido como apareció.

El aplauso de Hannet se escuchó en aquel silencioso planeta, pero yo ni siquiera me inmuté, no podía dejar de pensar en las últimas palabras pronunciadas por Ax.

–Bien hecho, hermano – la escuché a mi lado. – Con el poder de Uk de nuestra parte seremos invencibles. Ninguno de esos azules osará enfrentarse a los temibles hermanos Krang y nuestra venganza será...

–¡Cállate! – ordené. Su rostro se preocupó, pues yo jamás le había hablado de ese modo.

Levanté en alto la mano que sostenía el cristal esmeralda en donde estaba metido el alma del General Uk. Él tenía razón: llevaba demasiado tiempo siendo manipulados por aquellos que me rodeaban, ya era hora de empezar a vivir mi propia vida.

Apreté el cristal entre mis dedos convirtiéndolo en polvo que pronto escapó de mis dedos y se perdió en la atmósfera del planeta.

–No voy a convertirme en el monstruo que ellos esperan que sea. – Le comuniqué mientras un portal se habría frente a mí. Sólo había un lugar en el que quería estar en ese momento y ese era con Anna Freud.

–Es una pena oír eso, más cuando los azules la usarán a ella para llegar a ti – el miedo se agolpó en mi pecho ante la sola idea de que pudiese realmente suceder. – Has sido demasiado descuidado y se han enterado de tu repentino interés hacia esa Ekuniana. – Acababa de descubrir cuáles eran los planes de Hannet de los que Ax me advirtió.

–He sido cuidadoso – contesté con calma, pues no quería volver a mostrarle mis debilidades a mi hermana. – ¿Y tú? ¿Les hablaste sobre ella para intentar chantajearme con lo que según tú es lo correcto para nosotros?

–Tenemos que destruirlos, ¿es que no te das cuenta? No seremos libres hasta que el último vaniano caiga.

–¿Y qué sucederá después? – indagué sin denotar ni siquiera tristeza. – ¿Qué haré cuando me haya convertido en el mayor monstruo que exista en el universo?

–Tendremos paz – insistió ella.

–Sólo hay una cosa que podía darme paz y tú me la has quitado – fueron mis palabras antes de introducirme en el portal.

A medida que atravesaba aquella oscuridad que durante toda mi vida fue mi leal compañera pensaba en la soledad que siempre rodeó cada situación a la que me enfrentó. Una soledad que ni siquiera fue llenada por Hannet, pues a pesar de ser tan parecidos en apariencia y compartir la misma luz... nunca tuvimos los mismos ideales. Nunca quise destacar, prefería esconderme en las sombras y observar a los que me rodeaban, aprender de cada una de sus expresiones y soñar con un momento en el que pudiese llegar a sentirlas. Mientras... Hannet luchaba para que se le reconociesen sus valías, tenía ambiciones y pronto su cabeza se llenó de ideas que no le pertenecían, las cuales tomó del general Uk y me convenció para que nos uniésemos a su causa.

Siempre me vi arrastrado por las decisiones de otros, me sentí usado por cada persona con la que estuve relacionado y sólo había una que me había mirado y se había quedado a esperar para escuchar cada uno de mis deseos, aunque no soliese mostrarlos en mi día a día. Ella era ansiosa y no solía conformarse con menos de lo que merecía. Estaba hablando de Anna Freud, pero no la de ese tiempo, si no la de la realidad que dejé atrás.

La necesitaba, la añoraba cada día. Y sentía rabia por no poder alcanzar lo que ansiaba. Debía conformarme con una versión tímida de ella.


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