Prefacio.
*ATENCIÓN SPOLIER*
Voy a subir primer capítulo que contiene spolier y luego ya no subiré nada hasta que termine las que estoy subiendo. Está sujeta a cambios.
En la primer línea temporal verdadera...
Corría por el bosque a toda velocidad siguiendo a mamá colina abajo por aquellas heladas montañas de los Alpes Suizos, con mis diminutos pies y ese pesado traje de viajero interestelar que no me pertenecía. El gran casco apenas me dejaba ver por donde pisaba, pero mamá me tenía fuertemente agarrada del brazo.
Atravesamos la abundante vegetación y el gran río helado antes de llegar a la pronunciada pendiente por la que caer significaría la muerte. Pude sentir el miedo de mamá esparcirse por cada poro de su piel, ese sentimiento que conocía muy bien, pues ella lo había tenido desde que nací. Siempre tuvo miedo. Miedo a lo que otros pudieran hacerme si me encontraban, miedo a no volver a ver al hombre al que amaba, miedo a no comprenderme, miedo a que me convirtiese en un monstruo, miedo a perderme... Lo conocía por ella, no porque yo lo hubiese sentido alguna vez. Ha decir verdad... no era buena comprendiendo sentimientos. Había crecido con una reservada madre que me culpaba en silencio de haber perdido a mi padre, pero al mismo tiempo, me demostraba que me quería a diario, pese a que yo no me daba cuenta de ello.
Nuestros cabellos se sacudieron cuando la nave espacial que nos perseguía llegó hasta nosotros. El pánico de mamá llegó a un punto álgido cuando sacó la espada de papá de su funda, con manos temblorosas y se colocó delante de mí, tratando de alejar a aquellos hombres azules que tanto se me parecían.
–¡Atrás! – gritó a los tres exploradores que bajaron de la nave junto a sus centinelas. – ¡No os acerquéis a ella!
Los tres hombres no podían ser más distintos los unos de los otros. El primero tenía la cabeza rapada al cero, penetrante mirada de ojos verdes y era fuerte. El segundo llevaba una leve capa de pelo rizada en la cabeza, de ojos marrones y con la tez ligeramente más oscura que la de los otros dos. Y el tercero, tenía el cabello largo y oscuro, con los flequillos cubriéndole el rostro, dejando ver tan sólo sus peligrosos ojos rojos.
El primero hizo un movimiento con el brazo y con sólo eso consiguió quitarle la espada a mamá, como si tuviese un potente imán en la mano. El pánico de ella creció y me escondió en su espalda, mientras negaba con la cabeza, aterrada.
–¡No dejaré que os la llevéis!
–Entonces morirás.
Mamá se elevó en el aire en cuanto el tercer hombre así lo dispuso con un movimiento de muñeca y cerró el puño provocando la asfixia de ella.
Muerte. Pensé en lo que significaba esa palabra, pero ... no conocía su significado.
¿Qué era la muerte?
Como si mis deseos fuesen órdenes para el universo, imágenes sobre montañas y montañas de cadáveres se me mostraron en la cabeza. No había latido dentro de esos cuerpos, no había vida.
Eso era la muerte. Cuando el alma del ser abandona el cuerpo.
¿A dónde iría el alma entonces? ¿podría volver al cuerpo?
Las mismas imágenes aparecieron en mi cabeza, pero en aquella ocasión no había cadáveres, tan sólo cuerpos en descomposición y hasta huesos humanos.
No. Cuando el alma abandona el cuerpo, no vuelve.
¿Qué ocurriría entonces si mamá moría a manos de uno de esos hombres?
Lo sabía. No volvería a verla.
Me subí la visera del casco y di un paso al frente.
–¡Basta! – Los tres hombres dirigieron sus miradas hacia mí, pero no detuvieron el ataque a mamá. – ¡Soltadla!
El primer hombre rio a carcajadas, como si no pudiese creer mi atrevimiento. Me fijé en cada detalle de él y aprendí de sus sensaciones. Todo era nuevo para mí, pese a ver pasado siete meses en el mundo y tener la apariencia de una niña humana de siete años.
Las susurrantes voces de la oscuridad se arrastraron por el suelo y fueron oscureciendo la escena, pese a que nadie se percató de aquello. Cada vez eran más claras y entonces... una de ellas me tocó, como si se encontrase a mi lado.
Una sensación de pánico se esparció por cada rincón de mí y tuve miedo, por primera vez en mi existencia.
Muerte – susurraban las voces. – Los matarás... – más imágenes de esa montaña de cadáveres se me mostró y en la cima había un trono hecho con huesos. – Los matarás a todos. – Una mujer asiática con el cabello corto y los ojos violetas me sonrió desde allí arriba. Tenía un largo vestido de gasa azul y un pañuelo cubriéndole gran parte de la cabeza. Pero... había algo maligno dentro de ella, podía sentirlo. Era malvada. – Serás tú, Imoc. Tú serás la parca... – nuevas imágenes se me mostraron. Pero... aquella vez era el cadáver de mamá tirado en la nieve.
–¡No! – Grité aterrada, desestabilizándome. – ¡Basta!
Las voces no cesaron, ni siquiera las voces y vi más de esas imágenes. Todas ellas habían sido causadas por la misma persona y esa era yo.
Me llevé las manos al casco y me agaché, asustada, provocando que el gran poder que existía dentro de mí explotase y crease una ola expansiva de color violeta que lanzó por los aires a aquellos tres exploradores y dejó libre a mamá.
–¿Imoc? – preguntó mamá en medio del caos, mientras yo presionaba una y otra vez el botón de la música para que las voces se marchasen con la melodía de Beethoven. Pero... por alguna razón desconocida, no estaba funcionando.
Inestables círculos de colores que oscilaban entre rojo, turquesa y violeta que se entremezclaban todos entre sí me rodeaban, creando una infinitud de portales que se abrían y se cerraban a gran velocidad. El viento empezó a sacudir mis cabellos y la tierra tembló bajo mis pies.
–¡Imoc! – gritó mamá. Levanté la vista al escuchar su voz entre todas las demás y la vi al otro lado de ese gran campo magnético que yo misma estaba creando a mi alrededor. Vi su preocupación al verme tan alterada, incluso los tonos que formaban mi piel se desdibujaban e iban desde el azul que caracterizaba a la especie de mi padre al rosado de mi madre.
La vi arrastrándose por el suelo para tratar de llegar a mí y yo traté de dar un paso hacia ella, pero aquel campo que me protegía no me dejaba salir. Cuando lo tocaba me dolía.
Dolor. Era la primera vez que lo sentía. ¿Qué extraña sensación era aquella?
El suelo que pisaba empezó a deshacerse y tuve miedo de caer, de no volver a ver a mi madre.
–¡Imoc! – la escuché nuevamente cuando caí a través de uno de esos portales violetas que se había abierto bajo mis pies.
–¡Mami! – grité mientras caía hacia un oscuro abismo que no parecía tener fin.
Bajé la visera de mi casco y volví a pulsar el botón de la música. Aquella vez funcionó y el piano de ese famoso compositor que una vez fue un verdadero genio en la tierra lo llenó todo.
Y mientras me adentraba en aquel mundo desconocido que no comprendía veía ese rostro que no había tenido la oportunidad de ver en persona, pero que, gracias a los recuerdos de mi madre, conocía al detalle. Él era Oku-Bako Krang y durante mucho tiempo fue el ser más poderoso del universo.
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