Capítulo 5.
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Los días transcurrían lentos para Einar pues aún faltaba para su encuentro con el juez Noffrig, ni siquiera había querido pensar en temas como la venta de la granja familiar o su matrimonio el siguiente año, la mayor parte de sus pensamientos los ocupaba el atractivo magistrado de hipnóticos ojos azules. Esa imagen suya no lo dejaba durante la mayor parte del día haciendolo permanecer en casa sumido en sus pensamientos, evocando al joven sus recuerdos.
—No faltan tantos días para que lo visite en París aunque la espera me parece una eternidad —se decía observando su reflejo en la copa con vino que tenía frente a él.
Ni siquiera las cosas hermosas que siempre le habían agradado eran suficientes para calmar su mente y su desesperación por aquella cita. Sus tardes se iban frente a las teclas del clavicordio del salón o en las páginas de los muchos libros que había en la biblioteca de la residencia; sin embargo, aquello le producía una paz mental pasajera pues más deseaba saber del magistrado más se prolongaba su silencio ya que, desde esa invitación que le había hecho llegar, no tuvo más cartas de él.
Incluso en compañía de la Condesa se encontraba ausente en su mente.
—Llevo un buen rato hablándote —repitió la joven quien parecía no tener toda la atención deseada de su prometido—, te decía que el juez Noffrig me ha escrito.
—¿Recibiste una carta suya? —el joven salió de sus pensamientos muy sorprendido al inicio aunque, trató de contenerse, pero terminó por lanzarle una mirada sorprendida llena de molestia— ¡¿que escribió en su carta?!
—¿Por qué ese enfado tuyo? —respondió la chica sin atender a la pregunta previa— Lo mencioné porque me pareció que debías saberlo.
—Lo siento —dijo Einar rápidamente—, no me ha gustado nada que él te escribiera, es todo. No debería hacerlo.
Ella le mostró la carta honestamente pues jamás le ocultaba algo y menos una misiva, en apariencia, insignificante como esa. El joven la leyó sin poder ocultar del todo su enfado pues en ese documento, el juez le expresaba su simpatía por haberse quedado viuda tan joven, felicitándola por su próximo compromiso con un prometedor joven extranjero finalizando con una amable invitación a tomar el té el día que le fuera posible. Esto lo hizo enfurecer arrugando la hoja en sus manos.
¿Cómo podía invitarla a ella a tomar el té?, ¿por qué le escribía a sus espaldas? El joven observó a la mujer desde el reflejo del espejo no pudiendo contener un fuerte resentimiento hacia ella estando a punto de decir alguna cosa hiriente, pero se detuvo ya que Viviette no era responsable por una carta recibida. Cerró los ojos con fuerza luchando contra ese sentimiento de enojo, de furia incontrolable decidido a saber por qué le escribía a ella y no a él. El, que deseaba más que nada saber sobre el hermoso juez y tener más de una charla significativa en los salones de su casa.
—¿Irás a tomar el té con él? —preguntó al fin saliendo un poco de sus cavilaciones evitando cruzar la mirada con ella— Dímelo.
—No... —respondió extrañada sin entender todo ese comportamiento por parte de él— Y, si pensara en aceptar, no iría sin ti. Bien lo sabes.
Ella lo miró con sus grandes ojos que expresaban su total falta de entendimiento, esos ojos cálidos y vivos que a él le decían todo lo que debía saber, no obstante por primera vez desde que la conocía, Einar simplemente ignoro esa mirada casi suplicante que le afirmaba que no pensaba traicionarlo de ninguna forma. Sin añadir gran cosa fue que pidió que le trajeran su coche y, por primera vez desde que la conocía, se marchaba de su casa varias horas antes de lo previsto dejándola estupefacta por su repentina decisión.
—Pero Einar... —comenzó a decir triste y extrañada.
—Te veré después —respondió cortante dirigiéndose a la puerta dejándola atrás.
Mientras iba en el coche de regreso a su quinta fue que pudo pensar con calma en lo sucedido cuestionándose cómo había tratado a su amante compañera minutos atrás, jamás se había comportado así con ella, nunca se había atrevido a tratarla mal de ninguna forma; sin embargo, el enfado por la carta que el juez le envió no se iba aunque bien sabía que de ella no era la culpa. Era cierto que Viviette siempre le compartía cuando llegaba una carta o recibía una invitación o lo que fuera, ella siempre era abierta y el que él haya tenido un desplante como el que tuvo hacía un rato, haría que la joven comenzara a ocultarle cosas y eso era lo que Einar menos deseaba.
Apenas llegó a la residencia alquilada fue que busco un trozo de pergamino y la pluma para enviar al a joven un billete expresando su arrepentimiento ante su forma de comportarse esa tarde, añadiendo que había sido su culpa que se estropeara tan bello momento y todo a causa de sus constantes pesadillas. Einar justificó su molestia culpando a sus malos sueños que no lo habían dejado en paz esos días. Tomando un momento para analizar esas imágenes antes de continuar redactando sus disculpas.
—Esa niña... Arianne —pensó en voz alta—, la última vez que la vi hace un par de noches, lloraba con gran aflicción. Me pedía que no me acercara a la puerta más cercana, aquella de la que emanaba una poderosa luz.
En ese sueño él iba en el mismo pasillo llevando la madeja en la mano cuando, justo al girar a la derecha, noto que una fuerte luz salía de lo que parecía ser una puerta o una habitación; sin poderlo resistir fue que el soñador se aproximó con pasos veloces hacia aquel destello que resplandecía justo frente a él. Más que otra cosa, deseaba salir de ese laberinto antes de que el ser con forma animaloide apareciera de nuevo y quisiera matarlo. El Minotauro no se había dejado ver luego de que Arianne apareciera y ahora había un salón iluminado que lo invitaba a entrar.
—¡Quizás sea una puerta, la puerta a la salida de este sitio infernal!
—¡No, espera, no vayas allá! —la tierna voz de la niña se escuchó detrás de él haciéndolo detenerse por un momento— ¡Es una trampa, debes seguir adelante! La puerta está al otro extremo de la madeja de hilo. Ninguna otra es la correcta.
—¿Que hay en esa puerta, por qué entra tanta luz? —pregunto Einar mirándola con extrañeza y casi enfado porque no le dijera qué demonios ocurría en ese sitio— ¿Qué me ocultas, niña?
—Lo que hay ahí es muy peligroso, no habrá marcha atrás si cruzas la puerta. ¡Por favor, regresa sobre tus pasos! —ella trató de sujetarlo con sus pequeñas manos mientras sus ojos dejaban salir lágrimas furiosas al mismo tiempo que el joven se apartaba de ella— ¡Vuelve por favor!
Einar no quiso escucharla dejándola atrás para dirigirse hacia la puerta.
La luz lo deslumbró cegándolo por unos instantes para, después de unos cuantos segundos, se disipara el brillo intenso revelando lo que parecía ser un jardín muy amplio. Aún dentro del sueño, el joven sabía que esa no era la salida correcta y que, de alguna forma inexplicable, esa habitación había sido creada de la nada para aparecer en su camino. Sin embargo, decidió ignorar su propio instinto aventurándose a cruzar la puerta.
Aunque hubieran pasado ya unas cuantas noches, seguía sin creer lo que vieron sus ojos en esa visión, en ese producto de las inestables horas de vigilia pues se trataba de un vasto jardín lleno de amapolas rojas de pétalos amplios que se apreciaban hasta donde la vista alcanzara. Einar se aventuró un poco sobre el jardín, teniendo cuidado de no pisar alguna de las flores sin estar seguro de lo que encontraría por el camino e ignorando toda advertencia previa y las palabras suplicantes de Arianne, dejando todo eso de lado siguió adelante cubriendo sus ojos de la intensa luz hasta que estos se acostumbraron.
No obstante, no encontraba nada por entre las muchas flores así que se detuvo un momento analizando su entorno: se hallaba ante un jardín cuyo cielo era azul claro y despejado, sus ojos veían un vasto campo de amapolas rojas delante de él y nada más. Una suave brisa agito su cabello mientras él giraba sobre sí mismo buscando algo ya que, aún dentro del sueño, bien sabía que esa no era la salida correcta.
—¿Qué buscas aquí extraño? —una voz potente vino de algún lado, aunque Einar no encontraba de donde provenía esa voz profunda que le hizo dar un respingo apenas la escuchó— No perteneces a este sitio.
—¡Estoy buscando la salida! —indicó rápidamente— Llevo muchos días vagando por el laberinto, ¿puedes orientarme para volver?
Hubo silencio, nadie respondió. El joven de ojos ambarinos continuo el camino titubeante y temeroso de lo que pudiera encontrarse frente a él hasta que se topó con algo completamente distinto de lo que había esperado: delante de él estaba una estatua. Una imponente figura de piedra ricamente tallada que representaba lo que parecía ser un animal. Einar se aproximó con pasos lentos observando aquel ser de forma extraña; la mitad de su cuerpo, su cabeza y patas delanteras semejaban ser las de un águila, un ser alado, ya que también ostentaba un par de largas alas mientras que, la parte inferior parecía ser el cuerpo de un felino de larga cola.
—Que ser más extraño... —no lograba identificar que clase de animal era pues jamás había visto algo así— una combinación entre ave gigantesca y felina.
Eso fue lo que encontró por el camino ya que más allá solo se veía como las flores lo poblaban todo. Así Einar noto que no había modo siquiera de volver al interior del laberinto llegando a la conclusión de que estaba perdido en un lugar totalmente desconocido, por mas que corría y corría no encontraba el camino de regreso de donde quiera que haya venido viéndose presa de una gran desesperación. Así, los sonidos del amanecer llegaban a su mente sacándolo de su sueño cada mañana desde hacía varios días.
A raíz de eso, su despertar estaba lleno de angustia y algo dentro de él suspiraba aliviado por poder abrir los ojos cada mañana ya que, por lo bajo, creía que uno de esos días no volvería a ver la luz del sol ni el azul del cielo. Como si una parte de él se sintiera amenazado por aquellas visiones que no lograba entender por más que pasara horas y horas analizándolas; estando a punto de buscar un rosario para orar un poco fue que noto que sus disculpas a la Condesa estaban a medio redactar.
—Viviette... —susurró apenado alzando la mirada hacia los altos ventanales del salón, tomo de nuevo el trozo de pergamino dispuesto a continuar escribiendo cuando uno de los sirvientes llamo a la puerta entrando con una bandeja pequeña en la mano.
—Ha llegado esto para usted, Monsieur —se trataba de otro billete, de un pequeño mensaje que Einar recibió en el acto, algo dentro de él creyó que sería un mensaje de la Condesa pero no era así.
Al revisar el texto con calma, Einar noto que la caligrafía era hermosa, de líneas onduladas y sin una sola mancha en el papel:
"No olvide nuestra cita acordada esta semana, le estaré esperando en mi casa de París ubicada en... Espero contar con su presencia el día de mañana a eso del mediodía". Noffrig.
No bien había terminado de leer cuando sintió que su corazón daba un respingo pues esa nota, ese pequeño billete, era lo que había deseado recibir fervientemente esos días sacando de su mente todo lo demás volviéndose un especie de manojo de nervios que se mezclaban con sus ansias porque el día pasara más rápido. Entre sus malos sueños, sus pequeñas rencillas con Viviette y las malas noticias provenientes de casa el tiempo había volado más rápido de lo que pensó. Trató de mantenerse sereno aunque la enorme excitación que sentía no se lo permitía, no encontraba nada que lograra calmar sus emociones.
Casi no pudo dormir, tantos eran los pensamientos en su cabeza que ni siquiera soñó esa noche, durmió por lapsos de una o dos horas interrumpidamente abriendo los ojos justo cuando empezaba a ver imágenes en sueños, siendo el momento de la vigilia el más extraño de la noche pues en esos breves momentos fue que vio únicamente la imagen de la niña Arianne frente a él; la pequeña llevaba los ojos cubiertos de lágrimas que mojaban su corto vestido blanco de encaje, lloraba desconsoladamente abriendo la boca para decir algo, no obstante, Einar no pudo escuchar lo que ella decía con su vocecilla suplicante.
Esa fue la última vez que la vio en sueños.
Con el amanecer llego el día de la tan ansiada cita con el Magistrado. Einar tenía la mente clara esa mañana pidiendo que se le atendiera a buena hora ya que debía salir de casa con tiempo suficiente para llegar puntual. Durante esa ajetreada mañana el joven noruego no pensó en otra cosa más que en el hermoso joven al que visitaría; nada más paso por su mente ni Viviette, ni su asunto familiar que ya llevaba varias semanas pospuesto le eran importantes en esos momentos y, apenas pasara ese día, ya podría concentrarse en lo demás. Por ahora puso su mayor entusiasmo en verse lo mejor posible para el magistrado no estando seguro del por qué deseaba ataviarse con sus mejores ropas, en ir perfumado viéndose prospero.
Apenas el coche salio en camino, el joven noruego sentía que el corazón le estallaría en pedazos pues su nerviosismo dominaba su mente y su cuerpo sin darle ni un minuto de descanso. Conforme el auto avanzaba más y más, el noruego se cuestionaba qué clase de persona sería el Magistrado a puertas cerradas, que tanto seria el lujo que lo rodeaba en casa, que tipo de personas asistirían a sus reuniones y que otras obras de arte le interesaban además de la escultura. En resumen, le interesaba saber todo acerca de aquel hombre.
La residencia del Magistrado estaba ubicada en una zona muy agradable de la ciudad, en lo que sería el límite norte de la misma tratándose de una residencia grande rodeada por amplios jardines de altos arboles así como de una alta barda que iba de un lado a otro de la casa. El coche de Einar cruzó el gran portón de hierro llegando a la puerta principal y tras descender del carro el sirviente pidió que lo anunciaran.
Aunque lo que Einar encontró al cruzar la puerta de la residencia no era diferente a lo que hubiera en otras casas lujosas. En el primer salón a su derecha noto que la puerta estaba emparejada, el sirviente que lo guiaba le solicitó esperar mientras anunciaba su llegada abriendo la puerta y, por unos breves instantes, el joven observó que el magistrado estaba en compañía de otro hombre al que Einar no pudo ver con detalle.
—¿Quién será esa persona? —a simple vista se trataba de un sujeto de aspecto tosco y algo desaliñado.
Era un rubio de cabellos cortos y alborotados que se veía muy alto de estatura ancho de espaldas y parecía ser algo robusto o fornido, Einar no pudo ver su rostro pues estaba de espaldas. Apenas el sirviente entró fue que la puerta se cerró por unos instantes mientras el noruego esperaba afuera víctima de su curiosidad por la identidad de aquel hombre que visitaba al juez. Apenas tomó asiento en la silla más cercana fue que la puerta se abrió de súbito siendo el sujeto que estaba de espaldas quien saliera con paso rápido. El noruego trató de observarlo con más detalle notando los rasgos afilados de su rostro, su mirada severa bajo una espesa ceja intercambiando una fugaz mirada de molestia con él.
Iba vestido con ropa de cacería yendo con pasos presurosos hacia la puerta omitiendo la buena educación pues ni un "buenas tardes" salió de sus labios.
—Que modales más deplorables... —pensó Einar molesto aguardando a que su anfitrión saliera a recibirlo o le indicaran que podía entrar.
—Monsieur Kielland —el juez salió de la habitación pocos segundos después, visiblemente encantado por su presencia— ¡es un placer verle!
—Espero no haber importunado, vi que tenía un visitante —respondió Einar algo apenado.
—Bueno él... digamos que es mi hermano —indico el juez con algo de vergüenza en la voz— No es muy dado a saludar o relacionarse con desconocidos. Le ruego lo disculpe por sus malos modales.
—Oh no sabía que usted tenía un hermano de visita. Siento haberlo importunado con mis preguntas.
—No preste atención a eso, vamos es hora de almorzar. Seguro tiene hambre.
—Si, es correcto.
—Vayamos a otro salón más iluminado, pedire que nos traigan algo para comer.
Esa tarde se fue en medio de un delicioso almuerzo acompañado por un postre y algo de café, así mismo la charla fue de lo más amena ya que el juez era conocedor de diferentes temas y materias; por lo que Einar alcanzó a percibir, el magistrado amaba el arte así como la opera, era más aficionado a la escultura que la pintura y sabía mucho sobre textos medievales de los cuales aseguraba poseer algunas copias.
—Caminemos un poco por los jardines traseros, hay muchas flores hermosas que creo que le agradaran bastante —le dijo Noffrig como esperando una reacción por parte de Einar quien asintió encantado.
Fue así que ambos salieron del salón por una puerta trasera de vidrio que los llevo a unos amplios jardines poblados por flores rojas, conforme se acercaban el juez hablaba sobre su afición a las flores hermosas y de colores llamativos mientras que Einar trataba de contener su sorpresa, pues aquellas flores no le eran desconocidas aunque no deseaba revelar donde las había visto antes: eran amapolas rojas, de un rojo intenso como la sangre las que poblaban aquellos jardines. Ese instante la mente del Noruego se fue hasta las visiones de sus sueños donde, en medio de un jardín como ese, se había encontrado con la estatua del animal amorfo.
—¿Se encuentra bien, Monsieur Kielland? Ha estado muy callado desde que salimos del salón.
—Si... claro —respondió el joven de pronto—, solo miraba las flores. Son de una variedad tanto extraña, no creo haber visto otras iguales en Paris.
—Se llaman "amapolas" y solo mis jardineros las cultivan en esta casa, no las encontrara en ninguna otra residencia de esta ciudad. Pero dígame Monsieur, ¿no había visto estas flores en otro sitio? —volvió a inquirir en un tono un poco más demandante— ¿en algún sueño que haya tenido?
Einar se mantuvo en silencio ignorando la demanda previa, no quería responder ya que el juez pensaría que estaba loco, aunque el que haya insinuado que pudo haberlas visto en un sueño llamo la atención del noruego por unos instantes; el juez Noffrig, al ver que no obtendría de su invitado ninguna respuesta optó por cambiar el tema.
—¿Qué le parece si vamos a la ópera esta noche?
—¿A la ópera?
—Si, se presentará una gran obra en el teatro. Vayamos usted y yo, ¿qué opina?
—Me parece una idea encantadora aunque no estoy vestido para la ocasión?
—No se preocupe por eso. Si gusta puedo pedir a mi servidumbre que traigan a mi casa lo que usted necesite. De hecho, quizás suene muy indecoroso, pero me gustaría hacerle una propuesta apenas salgamos de la función.
—¿No puede decirme ahora de qué se trata? —inquirió Einar con curiosidad.
—No por ahora. ¿Entonces quisiera quedarse aquí el resto de la tarde mientras mando traer algunas de sus pertenencias?
Einar lo observó de frente por unos minutos no pudiendo evitar perderse entre esos ojos azules y cristalinos, además el tono de voz del juez lo incitaba a aceptar sin poner objeción alguna y, aunque le pareciese algo extraña esa propuesta de que le trajeran sus cosas e ir a la ópera de improvisto, no deseaba separarse de la compañía del magistrado. Algo en él le resultaba atrayente no sabiendo exactamente qué.
—Está bien, usted gana —respondió Einar sonriente—. Pasare la tarde aquí, por favor pida que traigan mis pertenencias.
—¡Excelente decisión! —el juez estaba visiblemente complacido porque Monsieur Kielland aceptara quedarse.
Pues ahora que estaba en esa residencia con él, no podría marcharse jamás. Noffrig no lo permitiría hasta que sus planes estuvieran completos.
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Continuará...
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