¿MUCHACHO?
-Mírame- aun recuerdo sus palabras al ser descubierta hablando con ellos, porque sería malo ni siquiera podía hablar.
Las personas siempre lo hacían, abrían la boca, opinaban y no se cansaban de hacerlo.
Lo que me gustaba, era poco, me gustaba la música y la letra que podía salir de su boca, esperando ser más fuerte.
Me gustaban las palabras que me habían sentir especial al escucharlas, no lo poco que se quedaban calladas esperando lo peor de si mismas.
-mira- sabia escribir y leer como la educación básica en todo lugar.
-te escuchó- pensé, en realidad te escucho, me recalque.
-Muchos te han visto con el muchacho de la comarca más te vale que te alejes entendiste - respire profundo.
-Si- respondí...
Aunque lo vería cuántas veces para mí sea necesario, correría a saludarlo, lo escucharía y conocería una alma que al igual que todas quería salir de dónde estaba.
-yo puedo irme y puedo llevarte conmigo- me dio un beso en la frente la última vez que la vi, sin embargo ellos llegaron primero como una plaga devorando todo a su paso poco a poco.
Se llevaron las palabras, los gritos y las letras, nos trajeron una cárcel, en la que yo no quería entrar, pero al parpadear ya estaba adentro y sin una llave para salir.
Mucho después lo entendí, la realidad se dispersa a lo que realmente era mis ojos, se nublaron, el dolor de esa niebla que nos cayo alrededor.
El fuego se disperso en polvo y cenizas, mis lagrimas se perdían se colocaron en la entrada, solo para no dejar pasar revisaban a los nuevos y les cortaban la cabeza a los que se reusaban con sales de sangre y derivados de dolor.
Les mostraban lo que ellos llamaban cambiar de opinión.
-Me llamo José- ese no era su nombre era el nombre que su padre quería ponerle, quería llamarlo así.
El nombre que tenía realmente era una palabra que su madre le encantaba, tanto que la puso solo para ser recordada como la única bendición que pudo tener en el mundo, era un deseo que le llegó algo tarde pero la hizo feliz.
-José- dije viendo lo, me visitaba una vez al mes para dejar comida al lugar, sin embargo un día nos descubrieron.
No tenían composición de si mismos ese día, nos descubrieron tantas veces, que no era mi intención decirle lo muy culpable que me sentía con culpa.
Está vez no fue lo mejor de todo si no un infierno que me dejó un agujero en el cuerpo, un dolor que llega que ardió mi garganta para dejar de hablar.
-¡no suéltame!- el dolor ameno de ese horrible sentimiento, se la llevaron y la golpearon si se reusaba, se burlaban de ella y se perdieron para esperar a que moría, mi reflejo lloraba ante la sangre.
-Señora- lo mire sus lágrimas se plasmaba solo en ese recuerdo tanto que la hacía llorar como la primaria vez, como si estuviera de nuevo ahí, se limpio las lágrimas.
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-Cuénteme su historia- el escucharla era distante, sus recuerdos se hacían uno solo poco a poco mientras desaparecía.
-A veces quieres lograr el cambio, sin embargo crees que las alas que posees son muy pequeñas- respiro profundo.
Mis alas se cristalizan cómo las de una libélula tan ligeras tan perdidas.
-Perdón puede repetirlo de nuevo- la mire.
Siempre llevaba unos lentes y trenzas, la cubría con una gorra, en el fondo era sincera, gozaba de decir que le gustaba esta forma y esta manera pretendiendo que se quede con esa forma.
Viva en la fuerza de la vejez, mi casa yo vivía dentro de mi, ella llego tocando la puerta un jueves por la mañana, el tenue olor a café recién echo este año, no podía hablar, pero eso no significaba que tenia que quedarme callada.
-como te llamas hermosa- dijo ese hombre, ellos me veían como un sujeto una presencia tal vez lo era, así que no era necesario fingir que mi nombre era importante.
Cuando te tienen atada y cautiva de tu libertad, hay una identidad dentro de ti que todavía quiere ser libre, me lavaba el rostro con agua fría y marcaba mis labios con colores distintivos.
-Sara- conteste mirándolo.
Ella fue mi primer muerte y su primera víctima.
-nací el 9 de abril el mismo día que desaparecí por el calor y el temor del cielo- respire profundo y me vi atada ante un calabozo ese fue mi primer nombre.
Salí a una fiesta con un par de chicas en las que confié, tan solo quería imaginar que tenía amigas que tenia una vida solo salí de casa supongamos que la fiesta me conoció a mí, recuerdo el cinismo de la vergüenza.
Como jugaban conmigo cada paso se evaluó a quedarme sola esperándolas, al final el me encontró, y los demás me vieron dentro de un pozo sin fondo.
El amor no era algo del que se hablará no era la única, siempre se quejaban, siempre lloraban, ese día escucha la bruma de aquel que me buscaba mi familia, mis amigos, todo se murió junto conmigo.
No descansaba, sin embargo aún así morí en sus manos y desperté perdida en el agua.
-¿Cuántas veces moriste?- pregunto al escuchar mi voz.
-tantas veces que ya no lo recuerdo, pero todas dejaron marca, mi cuello mis manos mis manos, mi boca mis ojos, cada una se plasmó, la primera sus manos, la segunda un golpes una quemadura una violación.
-Un simple golpe por no hacer caso- dije entre suspiros, ella me miró.
Y siempre sucedía lo mismo me veía a mi misma en ese espejo, transversal en las que ellas quedaban abajo.
Ese no fue mi único dolor, no importa que tanto grites sigues haciéndolo o te rindes, sigues luchando o te rindes.
Perdí la conciencia estando con el, ese hombre que vi por última vez, nadie me ayudó, todos estaban perdidos.
Solo sentí el ahogo de dos formas distintas sin embargo creo que en el fondo ese tampoco era mi cuerpo aunque si mi ropa.
Se habló se lloró y se lamento por diferentes lugares pero ya no estaba yo para callarlo.
-¿Cómo fue que de tu pueblo cayo, te capturaron?- pregunto alguien a lo lejos.
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