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II - Un Nuevo Hogar

Después de atravesar el país viajando en los vagones sucios de los trenes de carga, llegaron finalmente a Marsella. Pero no podían quedarse allí, aún era demasiado cerca de lo que había sido el frente. Tenían que encontrar un país lejano, porque la sombra de la guerra se cernía sobre sus mentes, con la amenaza de ser presos y enfrentar los tribunales de acusación. Él no había cometido ningún crimen, pero ¿cuánto podría salpicarle de la destrucción del mundo que fuera perpetrada por su padre?

Y el viaje prosiguió, seguido de algunos agotantes días más, tirados como ratas en un buque de carga.

— ¿Mamá, cuándo vamos a llegar? No aguanto más este viaje.

— Ten calma, cariño. Estamos muy cerca de nuestro destino. Todo va a ser diferente, te lo prometo. Dicen que el país al que vamos es lindo. Vas a poder jugar con nuevos amigos y seremos muy felices.

Él miró alrededor a los niños de otras familias que intentaban la misma suerte y tenía una expresión de descreencia, pero le restaba confiar en su madre.

Finalmente, aportaron en suelo brasileño, mareados y cansados, pero seguros. Escogieron un país extenso sin control fronterizo. Un primo de Abelard, Hans Reines, un disidente alemán, pagó al capitán del navío para que les diera cobertura durante el viaje. Era él quien les esperaba en el muelle del puerto. Les acogió con placer en la nueva tierra, dándoles también algunos cruzeiros para que compraran comida y pasajes. Después les orientó a viajar al estado de Santa Catarina, famoso por su colonización alemana.

Ellos siguieron las sugerencias paso a paso y llegaron a la ciudad de Fraiburgo. El primo que tanto les ayudó volvió a Paraná, donde vivía con la familia. Este prefería mantenerse distante porque no quería ningún contacto más con parientes o algo que le conectara al pasado. Ya había asimilado la manera de vivir del pueblo brasileño y sólo le hizo ese favor a Abelard porque su madre, en Alemania, se lo había pedido.

"Mi tía se enorgullecía de ser la amante del Führer y ahora su hijo está huyendo como un conejo asustado. ¡Cómo cambian las cosas!" – Pensó Hans al verles partir en el autocar.

***

Tal y como llegaron a Fraiburgo, la conocida como Ciudad de las Manzanas, Abelard y la esposa consiguieron encontrar empleos en la cosecha de la fruta. El hijo fue acogido por el pueblo y matriculado en una escuela para aprender el portugués, pero sin olvidar sus orígenes.

En cuanto al pasado, este fue abandonado para el bien de todos.

En poco tiempo, consiguieron el respeto de la comunidad. Pero Franz, el hijo de Abelard, fue creciendo y parecía mantener una memoria arcaica de la herencia genética que cargaba. Por eso, se sentía superior a los chicos de su edad.

Junto a eso, los sentimientos prejuiciosos transmitidos por el padre, venidos del abuelo, también crecieron. Protegido por su padre, aprendiera a ser disimulado y guardar sus pensamientos en secreto. De vez en cuando, el señor Reines dejaba escapar sus ideas en las cenas en casa:

— Este país es absurdo. Varios pueblos viviendo como iguales... No consigo entender esa mezcla. No sé de dónde viene esa alegría con fiestas, carnaval y fútbol. Están siempre con una sonrisa estampada en la cara. Yo les sonrío de vuelta, pero contrariado ¡Claro está!

— Abelard, no digas esas cosas. Tú sabes que estamos vivos y libres por un verdadero milagro. Todos los inmigrantes están viniendo para acá por eso mismo. La receptividad de este pueblo es vibrante. Parece que entendieron cómo deben vivir las personas de este mundo. Me gusta este país y estoy de acuerdo con su modo de vida. – Dijo la madre enfadada con los comentarios del padre.

Heidi siempre intentaba usar argumentos y enseñarle la verdad de la vida al hijo para que este creciera como un ser humano lleno de buenos valores, ya que el marido parecía irreductible en sus convicciones.

El niño sólo les observaba, sin decir nada. Creció en medio de varios pueblos, como todos los brasileños, pero algo en él insistía en recusar el sentimiento compartido por los otros.

Alguna cosa dentro de él le decía que merecía más, que era superior a los otros. Ni siquiera se imaginaba que el mayor error de los prejuicios es creerse mejor que el igual, pues en el final de la vida, todos los seres humanos tienen el mismo destino, lo que es una prueba real y material de la igualdad.

En el patio de la escuela, los chavales le invitaban a jugar a pelota y él les ignoraba. Les miraba a todos con desprecio.

— Vamos a jugar, Franz. Sólo falta uno para completar el equipo – Benjamín, hijo de colonos africanos, intentaba hacer amistad.

— No me gustas tú, ni nadie de esta escuela. Prefiero estar solo – el adolescente le respondió así con la cara de rabia.

Benjamín se apartó sintiendo que había algo equívoco con el chico, que era de pocos amigos. Los jóvenes de allí se trataban bien los unos a los otros. Pero Franz no compartía la amistad.

Un día Benjamín que era el mejor de la clase en notas escolares y también en el fútbol, conversó con Fritz, un compañero de la escuela, sobre el comportamiento de Franz.

— ¿Qué te parece ese chaval que llegó hace poco tiempo, Fritz? No juega con nadie, está siempre con mala cara.

— También me parece extraño. Sólo habla con André, que también está de acuerdo con todo lo que él dice. Pero algunas personas ya están diciendo que son mal educados. – Ambos empezaron a reír pareciéndoles el comportamiento diferente de los otros muchachos, gracioso.

En verdad, su madre no tenía la culpa. Las palabras del padre y los comentarios de segregación son los que habían penetrado en el corazón del niño. Y sería difícil retirar ese sentimiento de allí. ¿Pero, quién sabe un día?

***

Los años pasaron y Franz se hizo adulto. Sus padres murieron y él conoció a una bella hija de alemanes en una universidad del Oeste de Santa Catarina. Su sueño era ser ingeniero y allí en la facultad de ingeniería conoció a Magda. Empezaron a salir juntos y se casaron meses después. Él se graduó en Ingeniería Civil, así como su esposa. Sin embargo, se mantenía aislado, porque no estaba de acuerdo con el modo de vida de las personas en Brasil. Prefirió continuar viviendo en su mundo paralelo, aunque su esposa no concordara con él. Franz se volvió una persona extremamente infeliz, un extraño en el nido.

La pareja abrió una empresa especializada en construcciones de edificios residenciales y empezaron a prosperar, lo que le hizo soportar la idea de vivir en Brasil.

Magda no conocía el secreto de la familia de Franz. Para ella, el marido era hijo de unos más de los alemanes que decidieron ir al país en busca de una vida mejor. Él nada comentaba, guardaba el pasado en un baúl en el corazón, sin llaves que lo abrieran.

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