XIV - El Polvo de las Hadas (Pt.1)
El reino de Morbius solía ser un lugar hermoso, de suaves y extensas colinas de distintas tonalidades de verde y afilados pináculos de roca que decoraban gran parte de ellas con sus naturales y extrañas formas. Aquel lugar cercano al pantano se conocía comúnmente como las colinas de Storr y era famoso por aquellos enormes y abruptos peñascos que parecían vigilar los verdosos campos que conducían a la capital. Era el antiguo reino de Austrio el reivindicador, aquel que había vuelto a instaurar la fe al dios Thal después de un largo periodo de idolatría y adoración a crueles dioses de piedra y metal.
Caminaron lentamente y en silencio por sus ahora secas colinas, la ausencia de luz estaba matando lentamente la vegetación y ésto se hacía evidente, pronto hallaron un arroyo cercano donde dieron de beber a los caballos, limpiaron como pudieron su apestoso olor al pantano y recargaron sus cantimploras de agua fresca. Tras algunos momentos más hallaron un discreto lugar entre las rocas y finalmente se tendieron a descansar, lo necesitaban con urgencia. El mago dio las órdenes con prisa, para luego dar rienda suelta a su agotamiento tendiéndose por primera vez entre sus mantas. El uso indiscriminado de la magia le pasaba la cuenta, se quedó dormido profundamente, estaba débil.
Ereas dio de pastar a los caballos como se lo ordenó Eguaz y luego los aseguró a una distancia prudente del campamento con los demás. En seguida se tendió junto al fuego al lado de Insgar, aún se respiraba el terror en el aire, tras el encuentro con aquellas criaturas los guerreros habían empezado a dudar, y a pesar de que nadie dijo una palabra se podía leer en sus rostros, no estaban preparados, aquel viaje era una mala idea ¿Qué otros horrores podían esperarles más adelante? aquel era solo el principio, aun había demasiado camino por recorrer.
Tras algunas horas de sueño Ereas se despertó sobresaltado como de costumbre, volvían a acecharlo aquellas recurrentes pesadillas que tanto lo afligían. Se incorporó soñoliento, tratando de disipar las visiones, el silencio del lugar era sepulcral, ni siquiera algún insecto parecía andar por las cercanías, la respiración y ronquidos de sus compañeros fue lo único que oyó. Demethir debía estar de guardia y ahí estaba a escasos metros sentado en una roca, dándole la espalda. Ereas se acercó, le pareció imposible volver a conciliar el sueño, tal vez acompañarlo un rato le haría olvidar aquellas espantosas visiones, pero cuando llegó a su lado se dio cuenta que los ronquidos provenían de él, dormía plácidamente afirmado en su hacha, quiso despertarlo pero repentinamente un extraño ruido llegó a sus oídos. Ereas movió sus orejas atento, era algo armonioso, distante, encantador, se quedó quieto un instante tratando de oír mejor y para su sorpresa descubrió que era una especie de canto, distante, lejano, hermoso. ¿Ahí? ¿en medio de la oscuridad? pensó que podían ser delirios ¿aun dormía? pero pronto se dio cuenta de que no, no era su imaginación. Alguien o algo estaba entonando un extraño canto, un canto embriagador, frenético, misterioso... que a cada instante parecía aumentar de intensidad.
Ereas intrigado dio unos pasos hacia la oscuridad para descubrir su fuente y para su sorpresa descubrió que comenzaba a escuchar mejor. No era una sola voz, eran muchas voces, las cuales entonaban una dulce y compleja melodía que Ereas fue incapaz de entender. Caminó otros pasos tratando de despertar sus adormecidos sentidos, algunas palabras sueltas dentro de la tonada parecieron surgir, oyó su nombre, se detuvo. ¿Qué era todo aquello? dudó un instante asustado, aun recordaba lo del bosque sombrío. Quiso devolverse corriendo a despertar a los demás, pero repentinamente comenzó a escuchar fuerte y claro, como si el canto se le estuviera calando directo en sus oídos de manera sobrenatural, pudo entenderlo. El envolvente canto comenzó a inundar su cabeza.
¡Bésame y muérdeme la boca! Maltrátame un poquito,
Hazme el amor que esta noche es eterna ¡Ven y calma mi apetito!
Amanece conmigo, acaricia mi piel, susurrarme al oído que todo irá bien.
Que las sombras se apocan, que las bellas estrellas volverán a nacer.
Ereas dio algunos pasos más en la oscuridad asustado, intrigado. Entonces la música se tornó de súbito casi insoportable, molesta, estridente, con sonidos que jamás había escuchado antes, era una mezcla armoniosa y discordante a la vez, con sonidos agudos, eléctricos, entrelazados con una especie de base fría, artificial, pero a la misma vez alegre, repetitiva ¿tal vez tambores? ¡no, no eran tambores! ¿tal vez un...un...? No supo explicarlo, pero era un sonido pegajoso, seductor.
De pronto se detuvo de golpe.
—¡Nos atacan! —gritó Orfen interrumpiendo el silencio.
Ereas se giró raudo, recién en ese momento se dio cuenta de cuanto se había alejado, estaba al menos a unos doscientos pasos de distancia, su aguda vista lo presenció todo, los licántropos los habían encontrado.
Los guerreros saltaron a agarrar sus armas de inmediato, pero los temibles licántropos ya se les habían adelantado, ni las espadas ni los arcos estaban en su lugar. Estaban cercados e indefensos, el único que aun portaba su báculo era el mago.
—¡Ningún movimiento en falso o mis chicos destrozaran a tus hombres! —habló el alfa. Su voz ronca sonó casi como un aullido, estaba parado en dos patas exhibiendo su porte y formidable musculatura. Su ojo ya había sanado, mostrando una vacía e inquietante cuenca que le daba un aspecto escalofriante.
El mago miró a los demás, estaban inmovilizados y con los licántropos encima, esperando. Eran demasiados, no podían ganar sin que alguno terminara muerto, no en aquellas circunstancias.
—¡¡Suelta el báculo!! —ordenó el alfa.
Eguaz dudó un instante.
—¡No lo hagas! —dijo Orfen desde un costado. Una de las bestias se le fue encima enseñándole los dientes de manera amenazante, se detuvo a tan solo centímetros de su cara chorreándolo de una espesa baba, si hubiera querido le habría despedazado el rostro ahí mismo. Orfen cerró sus ojos retrocediendo asqueado e impotente, no tenía como defenderse.
—Se inteligente, mago —sugirió el alfa de manera pausada. La licantropía solía ensancharles la garganta durante su transformación facilitándoles el aullido, en contraste, les costaba pronunciar las palabras.
Eguaz miró a los demás una vez más, el enano estaba aterrado cubriéndose el rostro con las manos, Insgar le movió la cabeza en señal de negativa, Ereas no se veía por ninguna parte, volvió a buscarlo con la mirada... no estaba. Los guerreros se desesperaron, tampoco lo veían, el mago lo vio en sus miradas, entonces sin más remedio soltó el báculo. Sin embargo, Teddy, que aún conservaba algunos de sus tantos y discretos cuchillos, saltó en un rápido movimiento sobre el alfa apuntándole directo a la yugular. No tuvo oportunidad, los licántropos en su transformación eran mucho más veloces y con sus reflejos de bestia agudizados al máximo, el alfa detuvo su arremetida de un solo zarpazo, haciendo saltar a Teddy a varios metros de distancia como si fuera un muñeco. Su cabeza se abrió y la mitad de su cara pareció desaparecer, la sangre salpicó a raudales y mientras terminaba de estrellarse contra el suelo, el globo ocular se desprendió de su cabeza rodando sobre la tierra apenas sujetada por una delgadísima membrana a su cuenca. Los demás que habían intentado seguir a Teddy en su contraataque gritaron horrorizados.
—¡OH THAL! ¡OH THAL! —sollozó Gianelo temblando al ver a su amigo— ¡Está muerto! ¡Está muerto!
—¡Thal ya no reside en este lugar! —rió el alfa malicioso— ¡Ahora pertenece a la eterna noche! ¿¡Alguien más desea sublevarse!? —desafió entre gruñidos.
Un profundo silencio inundó el ambiente, nadie se atrevió a contestar, los guerreros se miraron aterrados, algunos temblaban. Hacía frío, no había nada que pudieran hacer, un lastimero quejido se dejó escuchar, Teddy no había muerto, agonizaba.
—¡Sigue vivo! —exclamó Eguaz enseñando sus manos en señal de no ser una amenaza— ¡Déjame ayudarlo! —El alfa lo miró encolerizado, gruño.
—Si quisieran matarnos ya estaríamos muertos —intentó razonar Eguaz con voz calma— ¡Déjame salvarlo! —rogó.
El alfa se paseó un instante como animal enjaulado, parecía pensar. La noche estaba calma, tan solo los lastimosos quejidos de Teddy se podían escuchar.
—¡Sin trucos, mago! —gruñó el alfa.
Eguaz asintió, tuvo la intención de alcanzar el báculo, pero pudo comprender que el alfa no se lo permitiría, se dio la vuelta lentamente encaminándose hacia el herido Teddy. Los demás licántropos le siguieron con la mirada, alertas.
Teddy estaba grave, moría, por lo que el mago diligente se agachó a auxiliarlo, tres licántropos lo siguieron rodeándolo atentos a cada movimiento. Eguaz puso sus manos sobre la magullada cabeza de Teddy y cerrando sus ojos conjuró rápidamente un hechizo, tras unos instantes dejó de sangrar y la herida cerró, entonces desde debajo de sus holgadas ropas sacó una pequeña botellita oscura, dejando caer tan solo una gota de su contenido sobre la boca de Teddy. Éste abrió su ojo, el único que le quedaba, tosió confuso, estaba débil, muy débil, pero aún vivía.
—Vivirá —dijo el mago dirigiéndose a los demás. Los guerreros suspiraron aliviados, el alfa esbozó una mueca maliciosa, pareció sonreír
—¡Gianelo! ¡Orfen! ¡Ayúdenme a cargarlo! —ordenó en seguida.
Los guerreros miraron al alfa asustados, sabían que era mejor no mover ni un musculo si éste no se los permitía. El licántropo asintió satisfecho, mostrando su aprobación, Gianelo y Orfen se levantaron diligentes.
Ereas vio todo aquello con horror, se había mantenido sigiloso desde la distancia tras una roca pináculo, sin embargo, y pese a la oscuridad, pudo ver todo con absoluta claridad ¿Cómo no lo habían advertido? pensó, aparentemente todavía no se daban cuenta de su ausencia, lo que lo hizo respirar aliviado, más ¿Qué podía hacer? se preguntó asustado, estaba indefenso e impotente frente a tamaña amenaza. Por lo demás habían dejado que el mago salvase a Teddy, algo más planeaban los licántropos, era evidente. Se quedó expectante ante la incógnita, la respuesta no tardó en aparecer.
Siguiendo a un licántropo de menor tamaño, un alto e intimidante personaje surgió desde la oscuridad.
—¡Finalmente kumplen kon zu traájo! —rugió con voz tan hosca y gutural que pareció sacudir el paisaje por un instante. Estaba armado con una peculiar y gigantesca espada con púas en los bordes, una espada tan grande que un hombre apenas podría cargar. El ser, en tanto, era enorme y de constitución ancha, fuerte, debía medir a lo menos siete pies de altura, extremadamente musculoso y de bestial apariencia, con una prominente e inusual mandíbula inferior por la que asomaban unos gruesos y afilados colmillos similares a los de un jabalí, vestía llamativas partes de armadura hechas a medida y algunas prendas de cuero endurecido sujetas por cadenas cubrían su desnudez, su piel gruesa y áspera lucía un peculiar tono verdoso.
Ereas lo reconoció aterrado, aquel enorme y escalofriante ser era un orco, los sabía bien, demasiado bien... los recuerdos de Drogón y su posterior escape lo asaltaron con crudeza, jamás olvidaría a aquellas criaturas ¿Cómo podría? aquella enorme brutalidad con la que habían atacado lo que por tanto tiempo había considerado su hogar, la inenarrable crueldad con la que habían asesinado a su familia... a su madre... a Didi... a Abel... "¡Oh, pobre Abel!" su recuerdo lo torturaría para siempre ¿Cómo salvarlo? ¿Cómo volver el tiempo y... ? sintió ganas de llorar, pero a la misma vez sintió rabia, mucha rabia. Los había estudiado bien con el mago, ahora los conocía en detalle y como tal supo que la criatura no venía sola, los orcos nunca andaban solos, junto a él un ser más pequeño, esquelético, desgarbado, de brazos flacos y manos garrudas lo acompañaba, su piel irradiaba un tono verdoso similar. Era un goblin, de aquellos que Taka a duras penas lo había salvado, el recuerdo de sus burlescas y crueles voces chillonas volvieron a inundar su cabeza por un segundo, intentó ignorarlas, debía concentrarse, sus amigos estaban en grave peligro ¿Qué podía hacer frente a ellos? se preguntó desesperado.
Tras el orco, pronto apareció el resto de la banda, o como ellos mismos lo llamaban "El swag", venían en desorden y siguiéndole de cerca, rodeados de los molestos goblins que se agolpaban por ganarse el favor de sus amos, mientras eran cruelmente apartados por los mismos que intentaban complacer... y es que la sociedad orco siempre había contado con aquellas molestas criaturas a modo de simbiosis, en una extraña relación que casi rosaba la esclavitud. Los orcos se encargaban de protegerlos y los goblins, a cambio, realizaban todas aquellas tareas que sus amos jamás se rebajarían a realizar, tareas que abarcaban cosas desagradables como el cavado de letrinas hasta otras de mayor complejidad como la confección de armas o la crianza de los niños... y es que las hembras orco jamás se ocupaban de sus crías más allá del destete, su prioridad principal era la batalla, la comida y el parir la mayor cantidad de hijos fuertes, en ese orden; por lo que los neonatos no se ganaban el favor de sus madres, ni el de la tribu, hasta no probar ser dignos de un swag, lo que significaba derechamente matar o apalear a alguien; era una sociedad brutal, primitiva, sin espacio para los débiles, en la que curiosamente nacer hembra era una ventaja; su número era reducido, eran casi igual de fuertes que los varones, podían procrear con todos los machos de su preferencia, contaban con exactamente los mismos derechos que sus congéneres y con mayor cantidad de victorias en batalla e hijos fuertes que dieran a luz eran más respetadas. Aunque esto último, por supuesto, tampoco las salvaba de morir en alguna pelea o disputa, cosa bastante común dentro la cultura orco donde constantemente morían y surgían nuevos líderes; y es que su sociedad tenía sus propias reglas implícitas y estas se podían resumir en algo muy simple: El fuerte abusa del débil y el más fuerte manda. La sociedad orco a la vez se conformaba de varios grupos que solían recibir su propio nombre acorde a sus características y número de integrantes. Todos los orcos y goblins vivían en tribus combatiendo bajo el mando de un único líder al que llamaban Gran Jefe, estas tribus a la vez se conformaban de varias otras asociaciones más pequeñas a las que llamaban swags, las que por lo general eran compuestas por entre cinco a veinte guerreros afines bajo el mando de otro líder menor al que solían llamar por defecto Jefe. Solo los orcos más fuertes y brutales llegaban a ostentar el título de Gran Jefe y éste título por lo general no solía durar mucho, pues siempre había más de un miembro de la tribu dispuesto a luchar y morir por él. Aun así, si un líder era capaz de lograr el dominio absoluto atrayendo un mayor número de tribus y swags que quieran seguir sus mandatos, entonces a aquella destructiva asociación se le conocía como horda, ejércitos de verdadero terror que en tiempos de antaño habían arrasado con gran parte de la Tierra Conocida... pero eso había sido antes de que los orcos desaparecieran del mundo civilizado, antes de que fueran empujados con la pica y la espada hacia la mítica Tierra Oscura.
—¡Jamás fallamos! —gruñó el alfa enseñándole los dientes. Una evidente tensión se sentía en el aire, era claro que los licántropos y el swag mantenían serias asperezas.
—¿Ónde eztá el gorgo? —demandó el orco, indiscutiblemente era el líder. El alfa recorrió a sus prisioneros con la mirada, no halló a Ereas por ninguna parte.
—¡Estaba aquí! —aulló encolerizado, olfateó el aire en un intento de hallarle la pista— ¡¡Estaba aquí!! —repitió— ¿¿¡Donde está!?? —demandó a su manada, los que se dispersaron diligentes y asustados olfateándolo todo. Solo hallaron su ceñidor y su espada corta junto a su lecho impregnado de su dulce aroma, más no hallaron su rastro. Era como si Ereas se hubiera esfumado en la nada, frente a sus narices. Los confundidos licántropos fueron incapaces de explicárselo.
—¡¡Perroz inútilez!! —rugió el orco encolerizado— ¡¡No entiendo komo Andaluz konfió en usteez en esto!! ¡¡Yo y mi zwag ya uiéramoz kapturado eze gorgo aze rato!! —. Echó espuma por la boca.
—¿Será por qué su asqueroso olor los delata a cien millas a la redonda? —respondió el alfa amenazante.
—¿Komo te atreez? —rugió el orco alzando su espada furioso. El swag completo rugió. Los licántropos, como jauría, se pusieron en posición defensiva de inmediato, una cruenta pelea estaba a punto de estallar, aquello terminaría de la peor manera, no obstante, el goblin, junto al orco, interrumpió la escena con su irritante vocecilla.
—¡Gran Og! ¡Gran Og! ¡El amo dize no pelear! ¡¡No pelear!!
El orco miró a sus adversarios un instante, mantuvo su espada en alto con el rostro deformado de rabia, pareció luchar contra su propia impulsividad, en el suelo un humano parecía morir, mientras el resto de los prisioneros temblaban aterrados, sabía que su misión era mucho más importante que sus ganas de partir al imbécil del alfa a la mitad. "El gran Og, el Machakakaezaz no ze umilla a traájar kon kachorroz" se había dicho, pero ahí estaba siguiendo las órdenes de su poderoso amo. Luchó contra su rabia dejando caer su pesada arma sobre el miserable goblin que, agarrado por sorpresa, no alcanzó ni a gritar antes de ser alcanzado de lleno por ella. Lo partió a la mitad, salpicando de una espesa sangre roja con tonos violáceos a la mayoría de los presentes. No le despegó la mirada al alfa ni por un instante, los prisioneros quedaron horrorizados.
—¡Kuando tóo ezto termine tu y yo vamoz arreglar ezto kon zangre! —le advirtió.
—¡Con gusto estaré esperando! —respondió el alfa sin inmutarse.
—¡¡Usteez!! —ordenó a los asustados goblins— ¡¡Enkuentren al gorgo!! —las criaturas obedecieron de inmediato— ¡Nozotroz noz azemoz kargo a partir de akí! —señaló dirigiéndose al alfa de manera amenazante, éste asintió con gusto mientras le sostenía la mirada, debían volver al frente cuanto antes.
Los orcos se encargaron de encadenar firmemente a cada prisionero. En tanto el alfa y su manada se retiraron sutilmente hasta perderse en la oscuridad. Ereas vio todo aquello con tanto espanto que huyó a través de las colinas a toda prisa, los goblins venían por él y ya conocía su crueldad, sabía que lo hallarían, ya lo había vivido y no estaba dispuesto a revivir aquellos horrores, aquellos que aún lo mantenían en vela por las noches. Su corazón se remeció asustado ¿A dónde iría? ¿Hacia dónde escaparía? en esos momentos no le importó, lo único que supo es que no se detendría hasta que sus pies desfallecieran.
No obstante, tropezó. No lo había advertido, pero un enorme acantilado se hallaba justo frente a su camino, rodó inevitablemente por el suelo, luchó por sujetarse de la moribunda vegetación o de alguna roca, pero era demasiado tarde y sin hallar nada concreto a que asirse cayó dolorosamente hacia lo profundo.
Se levantó quejumbroso, su cuerpo le dolía por completo, hasta ese entonces no se había percatado, pero aparentemente había perdido el conocimiento ¿Quizá por cuánto? Miró a su alrededor preocupado tratando de orientarse, pero estaba oscuro, ni una estrella en el cielo y a pesar de su aguda visión le costó reconocer el lugar donde había ido a parar. Estaba al fondo del acantilado, un lugar escarpado y con múltiples rocas, caminos y pendientes, tratar de escalar le pareció inútil, por lo que comenzó a caminar lentamente buscando alguna huella o sendero que lo condujera a la cima, debía volver, sin embargo, en ese instante se detuvo en seco ¡No podía volver! Aquellos horribles orcos asaltaron su mente una vez más y se dio cuenta que era inútil seguir adelante, debía regresar a Antímez, no había nada que pudiera hacer, estaba solo, perdido, desarmado y con escasas oportunidades de salvación, aun así, algo en ese instante lo sacó de golpe de sus confusos pensamientos, algo en aquel silencio se dejaba escuchar. Se quedó atento tratando de dilucidarlo ¿Qué era? No movió un musculo, por un instante solo escuchó su respiración, pero entonces notó que era la música, aquella música, la oía otra vez... y tal como había ocurrido la vez pasada comenzó lentamente a subir de intensidad.
Luz de mis ojos, anhelo de mi vida, Ereas, el bonito.
Corroe mi ser, consume mi alma este deseo infinito.
¡Ven y embriaga mi cuerpo en tu éxtasis exquisito!
¡Ven y embriaga mi cuerpo que eres todo lo que necesito!
¿Qué era todo aquello? Se dijo aterrado ¿Seguía alucinando? Pero no, como la vez pasada supo que no era su imaginación, la música era real ¡Debía serlo! Estaba tan despierto como nunca, concentró sus sentidos un instante, debía saber, debía saberlo ¿De dónde provenía tan frenético canto? Corrió apresurado. Aquello no era coincidencia, no podía serlo.
¡Ven y bésame! ¡Muérdeme la boca! Maltrátame un poquito,
Hazme el amor que esta noche es eterna ¡Ven y calma mi apetito!
Amanece conmigo, acaricia mi piel, susurrarme al oído que todo irá bien.
Que las sombras se apocan y las bellas estrellas volverán a nacer.
Caminos estrechos y escarpados lo condujeron al interior del acantilado hasta que sintió que no saldría jamás. ¿No sería algo como aquella luz del bosque? se preguntó aterrado ¿Alguna especie de canto de sirena? pero la música continuó más intensa, cálida, seductora, despertando sus sentidos como nunca. Corrió desesperado, sin siquiera entender por qué lo estaba haciendo, solo supo que debía seguir, debía hallar su fuente...
Hazme el amor, olvidemos que las sombras nos consumen
Hazme sentir viva, apaga mi deseo, haz que todo se esfume.
Que la chica de fuego que allá lejos te espera
Jamás se enterará de esta noche siquiera.
De pronto una enorme caverna se alzó frente a él, lucía tenebrosa, intimidante, pero supo que el canto provenía de allí. Algo pareció susurrárselo, lo invitaba a entrar. Dudó, pero debía saberlo. Respiró profundo disipando sus miedos por un instante, exhaló y sin más se adentró en la caverna hacia lo más profundo.
¡Ven y bésame! ¡Muérdeme la boca! maltrátame un poquito,
Hazme el amor que será nuestro secreto ¡Ven y calma mi apetito!
¡Amanece conmigo! ¡Ven y quédate hasta que todo esté bien!
¡Que este fuego nos envuelva, nos consuma y nos haga florecer!
Al principio solo fue oscuridad. Caminó tropezándose, pero continuó como hipnotizado. Tras avanzar varios pasos, más de los que él había notado, el lugar pareció súbitamente cobrar vida, entonces las vio ¡Hadas! Seres brillantes y alados de tamaño diminuto danzaban en un frenesí descontrolado, mientras entonaban su sugerente canción...
¡Bésame y muérdeme la boca! Maltrátame un poquito,
Hazme el amor que esta noche es eterna ¡Ven y calma mi apetito!
Amanece conmigo, acaricia mi piel, susurrarme al oído que todo irá bien.
Que las sombras ya merman, que las bellas estrellas volverán a nacer.
Ereas quedó boquiabierto. Subían y bajaban revoloteando en un éxtasis exquisito de lujuria y ardientes movimientos que al gorgo no pudo menos que dejar impresionado.
La canción cesó de golpe.
Entonces un súbito silencio inundó el lugar, dejando a Ereas sumido en el asombro y la incertidumbre. Las hadas se agruparon despacio, revoloteando como colibríes hacia el dulce néctar. Ereas seguía boquiabierto, le miraban curiosas desde la distancia, sin dejar de mecer sus brillantes alas ni por un segundo. Ereas no supo si quedarse allí o salir corriendo despavorido ¿Qué era todo aquello?
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