V - El Mago que Enfrentó a la Oscuridad (Pt.2)
Ereas caminó ansioso junto a Eguaz, acompañándolo a través de un nuevo y amplio pasillo, bajaron algunas escaleras para finalmente llegar a un gigantesco vestíbulo, ni siquiera reparó en los adornos y decoraciones esta vez. Durante el trayecto intentó sonsacarle algunas cosas al mago, pero éste sólo se limitó a decirle que fuera paciente, no debía precipitarse. El vestíbulo contaba con un hermoso piso de mármol que mostraba orgulloso el escudo de Tormena; la silueta de un fénix negro sobre un fondo amarillo. Al final del vestíbulo se encontraba una puerta gigantesca, de doble hoja tallada, incrustaciones de oro y fuertemente fortificada. Había dos guardias vigilantes muy bien armados a cada lado de ella. Eguaz lo condujo hasta allá. Uno de los guardias abrió la puerta diligente invitándolos amablemente a entrar. Ereas se sintió más ansioso e intrigado que nunca, no tenía idea de lo que podría encontrar allí, pero debía ser importante.
Cuando entró se encontró con un salón lujoso y colosal, el techo era una especie de cúpula redonda que mostraba impresionantes pinturas; la rebelión de Lufer, la creación del hombre, la llegada de los magos, los dragones... entre otras varias. En el centro y bajo la impresionante cúpula había una enorme mesa central, era la mesa real, sobre ella había un enorme y detallado mapa de la tierra conocida con variadas figurillas encima utilizadas comúnmente para representar ejércitos y preparar estrategia militar, cinco personas estaban congregadas alrededor.
Ereas les echó una rápida mirada descubriendo un variopinto grupo de individuos que lo dejó boquiabierto; al lado derecho había dos hombres de porte similar, el primero un tipo joven de fina vestimenta naranja y detallados adornos en plata que emulaban la llama de una antorcha, portaba una capa roja que delataba su origen real, tenía la tez pálida y el cabello castaño rizado, y aunque no era atractivo, tenía un rostro afable. Ereas lo reconoció de inmediato, era el príncipe Gianelo Vientosur, uno de los hijos de Ewolo, el rey de Flemister. Al otro, a su lado, nunca antes lo había visto, pero era moreno, desgarbado, de cabello oscuro y aspecto serio, aparentaba ser varios años mayor que Gianelo, usaba bigote imperial, terminado en punta, como aquel con que comúnmente se solía tipificar a los piratas en los libros que le leían cuando niño y a pesar de que el hombre no llevaba nada de barba daba la impresión de estar mal afeitado, su ropa era sencilla y de color azul profundo, en la que curiosamente cargaba una serie de cuchillos planos y alargados distribuidos de forma estratégica, no portaba escudo de ninguna casa, pero Ereas intuyó que debía venir de Caliset. No obstante, ambos hombres no fueron los que dejaron anonadado al gorgo sino que los otros dos del lado izquierdo de la mesa; el primero era alto, pálido, de rostro atractivo y extremadamente perfecto, su cabello era largo, liso y de un rubio platinado que llevaba perfectamente peinado hacia atrás mostrando su amplia frente, sus ojos eran azules como el cielo y sus orejas largas y puntiagudas, bastante similares a las del gorgo; a su lado, y contrastando, había un tipo bajo, ancho, de brazos enormes y una prominente barriga, sus cejas eran tupidas y se unían a una nariz ganchuda y tosca, su rostro estaba cubierto por una larga y gruesa barba rojiza, de su cabeza colgaban algunas trenzas que le daban un fiero aspecto, cargaba una enorme hacha de guerra en la espalda que hizo que el gorgo se sintiera profundamente intimidado, pero a la misma vez le permitió darse cuenta de que no se hallaba frente a un hombre sino que ante un enano que compartía mesa con un elfo... los primeros de ambas razas que veía en su vida, algo que le fue una sorpresa mayúscula. Hasta ese entonces el contacto entre aquellas razas era rara, escasa, limitándose exclusivamente a asuntos de guerra, negocios o algún otro esporádico tema de relevancia que pudiese surgir de vez en cuando. Verlos congregados allí, junto a los demás, en aquella mesa evidenció que la situación de la Tierra Conocida ya no solo era critica, sino que desesperada.
—¡¡Ereas!! —exclamó Sentos acercándose a recibirlo.
Era el hombre que ocupaba el puesto principal, aquel que pese a llevar una llamativa corona dorada y estar en el privilegiado puesto a la cabecera un distraído Ereas no había alcanzado a reparar. Al menos no después de haberse quedado boquiabierto observando al elfo y al enano. Éstos parecían mirarlo con la misma sorpresa con la que los miraba el gorgo. Era evidente que era la primera vez que veían a alguien de su raza. Era la primera vez que veían a Ereas.
—Veo que la ropa te ha quedado de maravilla —comentó Sentos mientras le extendía los brazos y admiraba al muchacho de pies a cabeza— ¡Seas bienvenido a mi reino! —agregó besándole ambas mejillas de forma amorosa.
—¡Mu... muchas gracias! —respondió Ereas un tanto incomodo, no esperaba tan cálido recibimiento— Es un agrado volver a verlo... su majestad —agregó reverenciándolo de manera cortés.
Era tan pequeño y había pasado tanto desde que Sentos había visitado Drogón con su comitiva, que apenas si lo recordaba. Le sorprendió verlo canoso y un tanto regordete, el tiempo no pasaba en vano.
—El agrado es de nosotros —respondió Sentos señalando a los demás— Estas más bello y radiante que cuando pequeño —sonrió— ¡¡Amigos, por favor!! ¡Conozcan a Ereas! ¡El único muchacho en toda la Tierra Conocida en vencer al Bosque Sombrío!
El variopinto grupo pareció dudar, como si no supieran como actuar frente a la bella apariencia del gorgo, por un instante parecieron maravillados, al otro más bien recelosos. Ereas no pudo evitar un dejo de incomodidad ante sus atentas miradas.
—Serás un gran héroe —le susurró Sentos guiñándole un ojo. Ereas se forzó a fingir una sonrisa.
Fue en ese instante cuando conoció a los allí congregados; estaba el príncipe Gianelo por supuesto, alguien a quien conocía previamente de las visitas del rey Ewolo al reino de Drogón; el otro hombre, el de bigote imperial, era Teddy Rosaverde, caballero del reino de Caliset famoso por su manía con los cuchillos y hombre de confianza de Catlina de Sirah, la conocida "Reina de Hierro"; el elfo era Insgar, general militar y gran amigo del rey elfo Volundir, que a esas alturas, tras varios siglos de servidumbre, lo considerado casi un hermano, su nombre era leyenda citándose que jamás había fallado una sola flecha o perdido una sola batalla; el enano era Demethir del reino de Furia, Demethir era el campeón indiscutido de los enanos y como tal había tenido el honor de ser escogido el representante de su pueblo, a simple vista se podía intuir la razón, era robusto y musculoso, pero por sobre todo era más alto que un enano promedio. Algo que por supuesto le significaba una gran ventaja en batalla.
Tras las presentaciones, el animado rey Sentos mandó a instalar rápidamente una cómoda butaca a su derecha para sumar a Ereas, dándole así la oportunidad al gorgo de observar mejor el enorme mapa que se hallaba allí sobre la mesa. Éste contenía detallada y con mucha precisión toda la información geográfica de la Tierra Conocida... o casi toda; las ciudades, reinos, aldeas, montañas, ríos, lagos, bosques, sus distancias, caminos, bifurcaciones, pasos secretos y un sinnúmero de otras especificaciones de gran utilidad; era el mapa más prolijo y detallado que Ereas jamás había visto y al parecer lo habían estado utilizando activamente antes de que él llegara. Tenía una ruta marcada, desde Tormena a Antímez y desde Antímez hacia Morbius y Um; allí, tras las montañas, en lo que parecía ser un destino, había un enorme espacio en blanco; la parte desconocida del continente, la que sabía que los cartógrafos jamás podrían completar... los demás volvieron a tomar sus respectivos puestos. Eguaz fue el único que permaneció de pie.
—Aquí falta un hombre —dijo el mago arrancando a Ereas de su ensimismamiento con el mapa. Su voz sonó seria.— ¿Dónde está Orfen? —preguntó, pero antes de que alguien alcanzara a contestarle la pesada puerta de la sala se abrió. Un hombre alto, musculoso y bastante atractivo para ser un simple humano entró en la sala portando una mordaz sonrisa en su rostro.
—¡Aquí estoy, mago! —dijo el hombre. Tenía una voz profunda y extremadamente masculina, en ese instante Ereas comprendió a que debía aquel hombre su tan difundida fama. Era atractivo, sin duda, pero no por estar colmado de belleza, sino que en él había algo más, algo enigmático y difícil de descifrar, algo que hacía de su figura una presencia dominante, llena de gracia y encanto. Podía ser su mirada fuerte y penetrante o su caminar orgulloso y arrogante, o tal vez su sexual y masculina personalidad. Lucía dos cicatrices en el rostro de forma vanidosa una sobre una ceja y la otra sobre su mejilla en forma de medialuna, mostrando claramente que estaba avezado en la batalla. Muchos decían que era una máquina de matar, haciéndolo ver casi como un ser inmortal, increíblemente hermoso, con la fuerza y gracia de semidiós; otros en cambio lo hacían ver más bien un mujeriego de extrañas preferencias sexuales, dado a las apuestas y a un marcado libertinaje; todas conductas impropias de un verdadero siervo de Thal. Ereas se había impresionado con aquellas historias alguna vez, sin embargo, tras sus recientes desventuras había aprendido a darse cuenta de lo mucho que la gente solía exagerar, y muchas veces hasta inventar, historias y sucesos que muchas veces ni siquiera habían acaecido; pronto llegarían inclusive a sus oídos fantásticas e impresionantes historias de todo lo que supuestamente había visto y vivido en su odisea a través del bosque Sombrío, le hacían ver como un legendario héroe; aunque él jamás contase la más mínima palabra. Orfen, por su parte, poseía claramente atributos que iban más allá de lo común, no obstante, también estaba lejos de ser aquel pintoresco y fantástico héroe indomable del que la gente solía pregonar. Sea como fuere y a pesar de que el mismo Ereas había admirado alguna vez sus reconocidas hazañas, al verlo no logró sentir simpatía por él y al parecer el mago tampoco.
—¡Llegas tarde! —le dijo el mago con voz seca.
—Mis disculpas, tuve un asunto que atender —dijo Orfen calmadamente.
—¿Qué es más importante que esto? —preguntó Eguaz. Orfen pareció ignorar su pregunta.
—Os ruego profundamente me perdonéis, su majestad —dijo dirigiéndose exclusivamente a Sentos, hizo una sencilla y respetuosa reverencia, luego tomó asiento al lado contrario de la mesa en donde estaba Ereas.
—¡Orfen! —habló Sentos con voz tajante— ¡Si te he llamado es porque eres mi mejor hombre! ¡No hagas que me arrepienta! —sentenció.
—Os aseguro que eso jamás ocurrirá, mi señor —contestó Orfen inclinando su cabeza levemente en señal de respeto, sin embargo, lucía bastante molesto por la reprimenda— ¡Vaya! ¿¡Qué tenemos aquí!? —exclamó sorpresivamente mientras clavaba la vista en Ereas. En tan sólo un segundo lo recorrió con la mirada— ¡Es el gorgo! Pero si es tan sólo una niña —agregó extrañado.
—¡Niño! —remarcó el mago antes de que Ereas pensara en siquiera comenzar a abrir la boca.
—¿No eras un niño tú también cuando me trajiste la cabeza de aquella criatura? —lo cuestionó Sentos algo molesto— Por lo demás el momento de las presentaciones ha concluido ¡Es hora de tratar lo que nos atañe! .—Orfen esbozó una leve y casi imperceptible sonrisa burlona que nadie notó, no obstante, Ereas pudo verla.
Entonces el silencio reinó por un instante dejando tan solo el casi imperceptible sonido de las llamas danzando en los cubos de hierro situados sobre altas pértigas que calefaccionaban y ayudaban a mejorar la iluminación de la sala. Eguaz permaneció de pie al lado izquierdo de Sentos, quien como rey comenzó tratando el asunto con voz seria y firme.
—¡Como ya saben las Sombras amenazan con tomar y aniquilar toda la Tierra Conocida! ¡Um, Morbius, Mauna, Lobozoth, Ordog y Drogón ya han sucumbido quedando sumidas en ruinas y en la más densa oscuridad! —suspiró— Poco es lo que sabemos del enemigo hasta ahora —continuó— Desconocemos totalmente quien es su líder o que es lo que los ha motivado a atacar, sin embargo, lo que sí sabemos es que si no acabamos con ellos pronto, lograran traspasar nuestras barreras destruyéndonos irremediablemente ¡Nuestro enemigo es fuerte y estamos en clara desventaja! —suspiró— Gracias a las murallas de Flemister, la habilidad militar del rey Ewolo y la unión de nuestros ejércitos hemos logrado frenar a tiempo el rápido avance de estas criaturas ¡Pero esto no será por mucho! Sabemos que están ahí ¡Esperando! Tarde o temprano volverán a atacar y cuando llegue ese momento... ¡¡Que Thal nos libre!! —volvió a suspirar horrorizado.
Las miradas de los presentes se entrecruzaron temerosas, sabían que Sentos no mentía, el asunto era serio, realmente serio. El rey prosiguió, comenzaba a sudar:
—La mayoría de vosotros ya os conocéis ¡Vosotros sois los mejores y más valerosos héroes de nuestros reinos! ¡Vuestros reyes y yo hemos depositado nuestra confianza en ustedes! Es por ello que en conjunto hemos decidido encomendarles la más importante tarea... —volvió a suspirar titubeante, estaba nervioso, pensativo, como si tratase de reunir el valor suficiente para pronunciar lo que venía a continuación, como si tratase de hallar las palabras adecuadas para decirlo.
Los presentes se miraron intranquilos, el silencio absoluto volvió a reinar en la sala, se pudo sentir cierta tensión en el aire.
—¡Necesitamos que se adentren en la Tierra Oscura! —dijo secamente.
Los guerreros cruzaron sus miradas espantados.
—¿¿¡¡Q - QUÉ!!?? —exclamó Gianelo en confusión. Los demás miraron a Sentos tan perplejos como el mismo príncipe. El elfo fue el único que pareció mantenerse calmo— ¡Eso es un suicidio! —protestó. Como hijo del rey Ewolo solía cuestionar frecuentemente lo que decían o hacían los demás, inclusive alguien tan importante y poderoso como el rey Sentos.
—Nadie ha podido siquiera ver lo que hay en esa tierra —agregó el enano con voz de barítono— ¿Por qué deberíamos ir allá? —preguntó inquisitivo. Sentos pareció no dar respuesta.
—Porque ahí está la solución a nuestros problemas —habló Eguaz repentinamente. No había ni un ápice de emoción en su voz, lo dijo tan calmo como cuando le había confesado a Ereas de que era un mago.
—¡Explícate! —replicó el enano tragando saliva.
—En alguna parte de esa tierra se halla mi maestro —dijo Eguaz— ¡El único en este mundo capaz de aniquilar para siempre a las Sombras! ¡El único que tiene el poder! ¡El gran mago blanco! —enfatizó.
—¡Eso es sólo... sólo una leyenda! —bufó Gianelo mirando al mago de manera escéptica, como si éste estuviese intentando convencerlo de que algo tan tonto e infantil como el coco realmente existía— ¿Cómo pretendes...?
—¿Las criaturas que acechan el reino de tu padre son sólo una leyenda? —lo interrumpió Eguaz retóricamente— ¿Yo soy sólo una leyenda? —agregó.
El príncipe Gianelo y los demás quedaron pensativos, algo cabizbajos, algunos incluso lucieron un tanto avergonzados. De un solo plumazo las palabras del mago parecían haber derrumbado toda pared de escepticismo.
—¡Hoy sabemos que aquellas criaturas son tan reales como nosotros! —continuó Eguaz— Y peor aún ¡Son mucho más inteligentes y peligrosas de lo que creíamos! ¡Debemos hallar a mi maestro antes de que sea demasiado tarde! ¡Su poder y sabiduría es la única oportunidad que tenemos para acabar con esta amenaza de una vez por todas! ¡De lo contrario estaremos perdidos!
Un incómodo silencio reinó en la sala por algunos instantes. Los guerreros se miraban unos a otros enmudecidos, no sabían qué decir, lo que les estaban pidiendo era demasiado arriesgado, muchos hombres decían que preferirían suicidarse antes que poner un solo pie en aquella tierra maldita. Era un imposible, nadie había vuelto jamás de aquel lugar.
—Tal vez... tal vez tengas razón —dijo Orfen aclarándose la garganta, lucía algo nervioso, tenso. Ningún otro se atrevió a articular palabra.
—¿Por qué el mago blanco yace en aquella tierra? ¿No es el lugar de donde provienen esos... engendros? —preguntó finalmente Teddy tratando de recuperar la confianza.
—Así es, estimado Teddy —contestó el mago con melancolía— Mi maestro ya enfrentó a las Sombras en el pasado, pero fue traicionado, condenándosele a yacer como estatua por toda la eternidad ¡Por medio de la magia lo ocultaron en lo más profundo de la Tierra Oscura para asegurarse de que nadie lograse despertarlo! Ahora, tras siglos de búsqueda incesante finalmente he logrado dar con su paradero, sin embargo, no puedo llegar a él solo... es demasiado peligroso .—hizo una pausa— Sabemos que lo que les estamos pidiendo no es fácil, que el camino está lleno de peligros inimaginables y que probablemente algunos no regresemos, pero... ¡Ustedes son los mejores! No estarían aquí si sus señores y yo no confiáramos en sus habilidades ¡Esta es una gran prueba! ¡Esta es su gran misión! ¡Para eso han venido a este mundo! ¡Para hacer la travesía más grande y heroica jamás hecha! ¡Para forjar su propia leyenda! ¡Una que perdurará hasta el final de los días! Pero por sobre todo ¡Esta es la oportunidad de demostrar su valía ante su pueblo, su señor y su dios! ¡Esta es nuestra oportunidad de destruir a las Sombras para siempre!
Los presentes se miraron los unos a los otros por un breve instante, había ciertas dudas, pero también un atisbo de resolución encendido en sus miradas.
—Pues cuenta conmigo —habló el elfo con un seguro movimiento de cabeza. Parecía el más sereno con lo que se le estaba encomendando.
—¡Y conmigo! —se adelantó el enano golpeando la mesa con el puño. Miró al elfo de reojo, como si éste hubiera lanzando un desafío directo a su integridad como campeón.
Teddy, Orfen y Gianelo cruzaron miradas como tratando de hallar algún tipo de consenso.
—Es nuestro deber responder también a tu llamado —habló finalmente Gianelo.
Teddy y Orfen asintieron sonriendo. Ereas agachó su cabeza aterrado ¿en qué rayos se estaba metiendo?
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