Líos mentales. Parte dos
Zinder.
Había pasado alrededor de una semana desde la última vez que Zinder visitó el mercado Laporta.
Para su mala suerte la mañana había transcurrido y Zinder seguía sin ningún alimento en el estómago, esto lo ponía humor de pocos amigos que la mayor parte del tiempo ocultaba.
Pero todo eso quedó de lado cuando supo que por fin tendría las vacaciones que tanto anhelaba, entonces pensó que no había otro lugar para celebrar sino en el comedor de doña Toña —lugar donde su madre lo llevó desde la infancia—. No tuvo que pasar dos pasillos del anitihiénico mercado para que los vendedores lo saludaran con alegría, otros algo pesados, pero en el buen sentido. Pronto, los zumbidos del teléfono hicieron presencia, en señal de una llamada entrante que atendió aun con el cansancio mental.
—¿Cómo estuvo tu finde? —preguntó Freddie tras la pantalla, burlesco por jugar con la paciencia del pelinegro—. Espero e Isela haya cumplido con hacer que quites tu cara de c*lo por las mañanas.
—Entiendo que te frustre saber que tus esfuerzos por quedar bien con Lucrecia fueran para nada, sabiendo que al final fui yo a quien terminó dándole a su hija durante todas las noches bajo su consentimiento —respondió Zinder ante la agresión camuflada de su amigo—. Tus llamadas suelen venir con un propósito más allá de un hermoso saludo de tu parte. Así que, soy todo oídos. Pero antes que otra cosa: debo agradecerte por instalar lo que te pedí en el edificio que era de mi mamá y sus amantes.
—Primero, dime dónde estás. Porque dependiendo de que tan lejos estés de ella, tus ánimos cambiarán más rápido que una mujer bipolar con depresión estando en su periodo. Así que atento a lo que te voy a decir.
—¿Chisme o mentira? —cuestionó Zinder, sin dejar de caminar—. Dependiendo de lo que sea, será el tiempo que te dedique antes de que por fin vaya comer.
—¿Comer? ¿¡Otra vez!? —exclamó Freddie, exagerando una fingida sorpresa—. Desde el viernes en la noche no has parado de tragar carne roja, ¿y aún quieres más? Goloso.
—Bien, se nota que alguien volvió a sacar su resentimiento a flote. Hay tanta mala vibra dentro de tu corazón y falso ego, andrógino malnacido —reparó Zinder, emitiendo repetidos suspiros para abordar un poco de la paciencia que necesitaba, y así no caer en el juego del chico que degustaba de llevarlo al límite.
—Uy... La princesa ya va a llorar. ¿Rompí tu himen? —rió de una forma en que sonara burlesca, pero no exagerada. Lo suficiente para que Zinder se detuviera a un costado del puesto de hierba para no irrumpir el camino de la demás gente en grupo que pasaba de largo—. Tranquila, que no estoy perdiendo mi tiempo al darte un pedacito de mí con solo ponerte de malas para que no comas a gusto. Quizás y Lucrecia no quiera que sepas de lo que pasó en tu indiferente ausencia, pero de todos modos te vas a venir enterando antes de que acabe el día. Pero prefiero que me debas el favor a mí, antes que a otro mongolo que se la pasa atento a la vida de los demás porque la suya es tan deprimente. Cosa que claro... yo jamás haría con la mía.
—Se nota que eres primo de Kokoa —pronunció Zinder, con un ánimo cansado al referirse de los parientes que tenía el otro chico alado de la línea, como lo era cierta persona reconocida por el habla hispana—. No entiendo porqué estás decidido a estudiar gastronomía, que de por sí se te da tan de la v*rga que lo demuestras todo el tiempo. Deberías de dedicarte al periodismo, aparte que combina con tu cara de z*rra, amante de los marineros maduros, conchetumadre.
—Hablando de mi dulce prima, la última vez que la saludé me volvió a pedir el favor de convencerte para que aceptes su entrevista. Dice que ya tiene el título colocado entre sus planas de relleno: de supuesta promesa sobrevalorada, a vergüenza para la sociedad. ¡Zinder Raymundo Croda Jeager!—esta vez sus risas sonaron más elevadas—. Enserio, ese clásico chiste nunca deja de ser poesía para mis oídos. Pero ya, fuera de juego: ¿estás en una zona segura?
El pelinegro miró sin moverse a sus lados para divisar que los rostros del gentío fuesen los que comúnmente frecuentaban el mercado. Cerró los ojos, al compás de tener algún apice de intriga por escuchar lo que Freddie Barradas tenía para actualizarlo.
—Ladra —afirmó después de unos segundos, haciendo que los diversos comentarios de terceros llevasen el protagonismo entre ambos.
—Por tí hasta gemidos doy, papacito —acotó un último comentario antes de exprimir sus reservas de gracia—. Después de que te fuiste ¡La mierda se prendió, ñero! Ahora entendí el por qué a todos les resulta darles un dolor de genitales cuando les toca estar junto al riquísimo c*lito que no has podido probar, y muy seguramente siga siendo así, al menos si tomas aquello entre tus pantalones para darte el valor de no dejar escapar tu oportunidad de volver a hablar con ella, antes que en verdad sea tarde. Pero, ¿qué te digo, enano polvoriento? Esa Yonder es tre-men-da.
Con las extensas horas que Zinder pasaba junto al chico tras el teléfono, había tenido la dicha de entender el vocabulario empleado en su rutina, cosa que le ayudó a captar otra de las tantas insinuaciones para obligarlo a hacer aquel pendiente que tenía arrastrando desde hace tiempo. Sabía que lo siguiente no sería conveniente para el estado de Zinder, pues su sarcasmo incrementaba cuando tenían a Yonder Pulicic como tema de conversación. Aunque como siempre, quería desviar el rumbo de la plática, el resto de lo que había dicho lo dejó inquieto, con ganas de indagar en lo que la chica se había metido.
—¿Vamos a tener que volver a decirnos las mismas palabras cuando la mencionas? Me da bronca repetirte que mis asuntos con ella son algo que no puedes tocar.
—Eh escuchado tu cobarde respuestas desde mucho antes que conocieras los vicios. Pero olvidas que soy un maldito desgraciado, y no me importan tus ridículas excusas de niño cristal para no darle la cara a alguien que siempre te la ha dado. —Contrario a sus comentarios anteriores, ahora el chico sonaba más enserio con lo que decía, manteniendo ese tono quisquilloso—. La tipa me produce una mínima dosis de admiración por soportar tanto estrés por el trabajo que tiene, encima lidiar con un padre h*jo de p*ta, pasar tiempo con la prima que prácticamente le jodió lo poco que tenía. Aunque, a la vez da pena ajena. Digo, pudiendo tener muchas alternativas si dejase de tener esperanzas en volver a tener otro momento, aunque sea corto para volver a hablar con su mejor amigo, y seguir insistiendo a pesar de que el muy cobarde, acomplejado y tarado la rechace por lo que antes dije: complejos pendejos. Pero hablando de pendejos, ¿quién lo es más? ¿Ella, o tú? Pero lo que de verdad aún no creo, es que de tu madre, siendo alguien de respeto, haya parido a un marica terciopelo.
—Cosita, ahora te pareces a mi mamá. ¿Los momentos que te dejaba pasar con nosotros te dieron la "sabiduría" para hablar como ella? Cuando eres el último de los pobres diablillos de éste puto entorno que me puede dar consejos, sabiendo que vendiste a tus propios padres a cambio de billetes embarrados de esperma. —Dijo Zinder, no queriendo tomarle importancia a las palabras del chico que, en su caso no tenía pizcas de falsedad. Tragándose el enfado que podía para dejar de hablar.
—Que pereza ver que no sabes cómo defenderte, creo que éste round lo gané yo —entreabrió sus labios para que en la bocina de los celulares se escuchase el aire que ingirió por unos segundos—. Escucha, la cosa está así. Ésa enana acaba de salir de una buena. Según lo que sé, por otros asuntos tan ridículos como lo sería no traer todas las cosas del súper, aún teniendo una lista en tus manos, ella tuvo una fuerte bronca. Escuché que el lugar se sintió como en la casa de una esponja marina, por las piñas que llovieron.
—¿Ahora dices que hay alguna otra maldita aparte de Eunice que comparte el masoquismo de pelear hasta no poder más, como ella? Ésa enana de m*erda —susurró entre dientes.
—No sé si sea de ayuda, pero es muy probable que su contrincante fuera quien le heredó ese exquisito dote, si se sabe explotar de forma placentera. Su padre. El propio Kande Pulicic, no más ni menos. Finalmente ocurrió lo inevitable, ésa gótica c*lona le plantó cara a su padre, pero todavía no termina ahí. La patrocinadora de su chistoso numerito fue tu mismísima suegra. Por ende, una de tus tantas suposiciones acerca de lo que pasaría con ella acertaron, al igual que Lola, Isela, tú y yo, Yonder se volvió una de las tantas p*rras de Lucrecia.
—Del uno al diez, ¿qué tan cierto es lo que escupes? —preguntó Zinder a secas, evitando exponer el remolino de sensaciones que lo alertaban, no contando que los comentarios del otro chico empezaban a desesperarlo cada vez más.
—Lo suficiente para decirte que no perdió el tiempo, como para empacar las maletas de una y decirle adiós a la casa que vio morir a la tía Irina, alzando el dedito prohibido por los aires como toda una falsa empoderada. Casi como las típicas monas que se sienten las reinas del mundo por una victoria que quedará en el olvido de la guerra. Sabiendo eso, la pregunta del millón es: ¿qué vas a hacer tú? Mami Lucrecia le dio toda la semana libre para que pueda instalarse en algún lugar antes que le diera sus nuevas tareas. Y no creerás a dónde decidió ir.
—¿Dónde está? —volvió a preguntar con la misma serenidad, directo.
—Antes de que te diga, ¿puedo saber lo que vas a hacer? —silbó cual pájaro por las mañanas—. Ése es el favor que te pido a cambio de mi informe, señor locutor.
—Hay una palabra que antes dijiste, pero creo que no tomaste en cuenta. Vida. Al igual que yo, tú tienes una. Haz algo productivo y ocúpate de la tuya. Lo que vaya a hacer es cosa mía.
—Hay, mi introvertido duende que no es verde. A pesar de todo lo que hemos vivido juntos, así de unidos, ¡íntimos amigos! Me duele ver que seas tan observador, pero a la vez tan, tan, tan subnormal para no captar lo que quiero —fingió tristeza, para después cambiar a su actitud habitual, en modo de seguir siendo insoportable—. En el mundo hay dos tipos de personas: los actores, y los expectantes que se enganchan en el sinfín de película que, aquellos "actores" ofrecen con las cosas interesantes de sus "vidas". Dios, eso sonó a lo que diría un tipo simple para ligarse a la gordita de su barrio. Queda mejor así: están las personas que tienen una vida de m*erda que, para desgracia de ellos se vuelve pública, por ende tienen que hacer lo posible para desaparecer aquellas manchas que dejan sus tropiezos para seguir a la p*ya sociedad. Y también están mis favoritos, los malnacidos que quedan en segundo plano. Aquellos extras que suelen ser como los secundarios en medio del meollo. Menos que eso, los televidentes del rodaje. En pocas palabras: los metiches que no tienen nada mejor que hacer. Y ese soy yo. Así que, te lo vuelvo a preguntar: ¿qué vas a hacer? Ése es el precio a pagar para que te diga dónde está ese pequeño... ¿Cómo es que le decías cuando se juntaban...? ¡Oh, lo tengo! Melocotón. Y no acepto cambiarlo.
—¿Olvidas que no necesito de nadie para poder rastrear a una persona? —agregó el pelinegro, dejando lo dicho como una respuesta, en vez de pregunta, antes de querer colgar, teniendo lo más importante, como lo era aquella sucedido en si ausencia—. Se te subieron los humos de más, y luego dices que soy yo el que se siente Tony Montana versión decrépita, vergonzosa y dañina para cualquiera que te viera cuando ingieres más de lo debido. En fin, me mandas por correo lo que sea que me vayas a pedir a cambio de morderle la mano a Lucrecia con nuestra conmovedora conversación. Besitos en las tetillas, chao.
—Bueno, nunca negué que finalmente puedas ocupar lo que sabes en algo que no venga de la mano con hacerle la vida imposible a los demás. Aunque, sería una pena que de la nada, cubra mi inocente falta con mami Lucrecia al informarle que sus dos piezas de colección pudieran coincidir en algún modesto establecimiento. Digo, después de pedirte como prioridad que no te acercaras a Yonder, no creo que se lo tome bien. —Tomó un poco de aire antes de seguir—. Sabes, Oompa-Loompa. La tía Trina siempre decía que el peor hombre es quien no afronta sus problemas, por más j*didos que estén. En algún momento estuviste manejando con esa bandera. Y lo curioso es que en su momento se lo restregaste a tu padre. ¿Ahora que pasó? ¿Lo que tienes en la entrepierna no te es suficiente para dejar de ahogarte en simples problemas clichés que pasas, como una persona del montón que de verdad trabaja en el día a día? Me da algo de gracia que, después de vender a mis padres, no me bajabas de rata, traidor, porquería sin honor. No teniendo suficiente, después de que se te bajara el coraje por ofrecerlos cómo carne de cañón, terminaste con la frase: puedes cometer un error, quizás e imperdonable, pero nunca es tarde para compensarlo de otras maneras. ¿No crees que va siendo hora de que tomes esas palabras y las uses en tí? Lo preguntaré por última vez: ¿Qué es lo que harás, una vez te encuentres con Yonder ?
El hambre y la curiosidad fueron los responsables de hacer que Zinder cruzara la cortina con rapidez, entrando al modesto pero impecable lugar con aroma a fritangas.
Las risas y murmullos que provenían de las familias, amigos y propios trabajadores del mercado, sentados en las mesas cuadradas de metal oxidado cubiertas por un manteles de plástico, dispersas de manera que todos tuvieran el espacio suficiente para que estuvieran cómodos.
La brisa generada por los cinco ventiladores en el techo movió su camisa, sintiendo una calma que hace tiempo necesitaba. Una sonrisa reconfortante se formó en sus labios cuando recorrió el amplio lugar de paredes anaranjadas con la mirada, cubierta de retratos que recordaban a la época de la colonización, con uno que otro cuadro de los indios quemando, cortando o pisando la bandera de España.
«Si que se toman a pecho lo de la conquista pese a que no nacimos en esa época.» Escupió a sus adentros, teniendo en cuenta que él llevaba sangre española.
Volvió la mirada al frente, teniendo de vista a una joven morena que acomodaba las salseras de barro y servilletas en un recipiente de metal encima de la barra que dividía la cocina de los demás. Un extraño sentimiento llegó a él cuando la morena sintió su mirada, volteando a verlo para sonreír de inmediato con un saludo hiperactivo, mismo sentimiento que lo inquietaba por ver a la compañera de Tshilaba en ese lugar.
—¿Puedo saber que haces aquí? —El ruido generado por las piedras en el suelo que hacían como piso delataban sus pasos en dirección a la mesera, pero eso ya no era algo que importara.
—¡Zinder! —sin perder tiempo la morena corrió para abrazarlo cual parientes cercanos que no se veían de años—. ¡Enano infame! —revolvió el cabello del chico, aprovechando que era 12 centímetros más alta que él.
—Este lugar está bajo la protección de Humberto Laporta —dijo el pelinegro, después de pasar unos segundos abrazado a la agente, respirando su olor a aceite y salsa antes de bajarla con delicadeza—. No deberías estar aquí.
—Tshilaba piensa lo contrario —respondió Leticia, resaltando su mirada afilada, imponiendo jerarquía en Zinder cuando se acercó a abrazarlo—. Más bien: ¿Qué haces tú aquí? ¿No deberías estar con tu prometida?
—No sé las intenciones que tengas para meterte a la boca del lobo. Pero piensa muy bien lo que vayas hacer. La gente de aquí tienen pasado con mi madre y conmigo. —suspiró al compás de susurrar esas palabras mientras mantenía el abrazo con Leticia.
—¿Me estás amenazando? —sus reclamos llegaron después de bufar al recordarle las manías que el chico tenía para escapar de sus pesadillas.
Una mirada preocupante, idéntica a la de una hermana mayor era algo que Zinder no pasaba por alto. Estiró su sonrisa, seguido de acariciar su cabello color azabache atrapado en la red.
—Depende de cómo veas las cosas —volteó de un lado a otro para notar que todas las mesas estaban ocupadas.
Leticia no se tomó bien que Zinder rompiera ese escaso momento de superioridad, pero lo dejó pasar por alto ya que su objetivo no era él.
—Quizás, Tshilaba y mi otra superior vieron algo en ti —apartó sus brazos del pelinegro para meter su mano en el mandil, donde presionó el cañón del arma que guardaba consigo sobre el estómago de Zinder, sin dejar de lado aquella sonrisa que exponía los metales de ligas verde limón en sus dientes— pero para mí solo eres otro moco más en la lista de presuntas amenazas para quienes trabajo. No me importaría acabar contigo, aquí y ahora. De hecho, la organización me daría un bono extra por vengar los muchos agentes has matado.
— ¿Enserio? —preguntó Zinder—. Házme el favor. Pero si vas a disparar, que sea para matar, no para herirme —tomó la mano de Leticia para alzarla, con la intención de poner el cañón debajo de su mandíbula. Ciertamente asustado, pero decidido a no ceder ante la agente.
—Bien dicen que el cementerio está lleno de falsos valientes —respondió Leticia alzada entre risas, alzada de hombros mientras bajaba el arma oculta en el mandil—. Por ahora lo dejaremos así. Tengo cosas más importantes que hacer, no tengo tiempo para medirme con un niño. Solo por esta vez dejaré pasar tu altanería para que tengas un emotivo reencuentro con la mushasha, aquí, en el comedor que me vio nacer. Donde yo estuve desde mucho antes de tu nacimiento, cuando aún eras un dolor de huevos para tu padre. Estaremos en paz, solo porque doña Toña me pidió no hacer alborotos.
Los ojos de Zinder se crisparon cuando la morena señaló a la única chica sentada de espaldas a unos pocos metros, con el cabello corto hasta la parte media de la nuca con tez blanca.
Lo peor llegó cuando Yonder volteó hacia el par, moviendo su cuello para exponer medio rostro sin necesidad de girar todo su cuerpo, proyectando su indeleble mirada celeste, abriendo sus ojos a más no poder de la misma forma que Zinder cuando ambas miradas se conectaron.
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