Las curiosidades de mamá parte 3.
El sofocante pánico en el aire, cortante con la limitada calma infundada en Zinder Croda y Margarita Potra prometía de todo, excepto un final feliz. Ambos mantuvieron un largo rato de silencio en lo que ordenaban lo que cada quien se quería recriminar.
—El despacho se ve muy diferente a como lo tenía la última vez que vine —dijo Zinder, que desde el asiento frente al gran escritorio admiraba lo que podía del lugar—. ¿Cuándo lo remodeló?
Después de memorizar la cantidad de armas —revólver fusiles de cacería, cuchillos— que colgaban en la pared detrás de su madrina que tenía al frente, sentada en el llamativo asiento de cuero con cara al escritorio mientras la mujer vertía algo de mezcal en un vaso de cristal, pasó a ver un cuadro colocado en otra de las paredes, donde divisaba a Margarita encima de un caballo dentro de una hacienda que parecía estar recién ilustrado.
—Son cambios muy llamativos, madris —el chico sonrió de modo que la mueca fuese apenas perceptible— yo diría que para bien. Se nota que los negocios han ido en subida.
—Ahí la llevo —contestó Margarita, luego de dar un trago a la bebida—. Las cosas andan mucho mejor que los años anteriores. Desde que me volví más activa en la organización que tu mami fundó, y ahora manejan todos lo grandes de nuestra generación, la dorada. Me hice de mucha pasta. Gran parte de ella se lo debo a la gran unión que tengo con Humberto que, curiosamente sufrió la terrible noticia de la muerte de muchas personas que trabajaban para él —apuñaló a su ahijado con la mirada puesta en él—. Eso pasó hace dos días, a las afueras de la ciudad, justamente cuando no te encontrabas aquí. Dime, parlanchín: ¿hay algo que me quieras contar?
La atención del chico seguía en el cuadro que abarcaba una cuarta parte de la pared pintada de negro, contraste con los colores vivos que componían alrededor de Margarita montada en el caballo y con un gallo de pelea negro entre las manos.
—Esa retrato está muy bien hecho. El pintor logró hacer que los colores estuvieran en armonía. Mis felicitaciones.
—Quien lo hizo fué Marco Laporta —dijo la mujer agropecuaria, burlesca—. El hijo de mi pobre amigo, y ex prometido de la niña que te acompaña.
—Una vez dijiste que querías un retrato hecho por mí. Ahora resulta que vas y le pides uno a la competencia —expresó Zinder, fingiendo estar dolido—. ¿Debo preocuparme por pensar que vas a cambiar de ahijado?
—¿Qué quieres que haga? Nunca estás aquí, y cuando vienes es para pedir algo —Margarita se encogió de hombros—, como ahora. Te apuesto mi gallo de pelea favorito a qué quieres algo. Más bien —entrecerró los párpados con detenimiento al chico que finalmente volteó a verla— deseas que arregle la cagada que hiciste para Lucrecia. Fuiste tu quien se metió con los hombres de Humberto, ¿No es así, niño estúpido?
—Para todo hay un motivo —dijo Zinder, sin perder el porte inexpresivo, serio, pero no desinteresado, más bien atento a cada movimiento de Margarita—. Esos bastardos hijos de puta que ahora mismo deben estar revolcándose en las llamas del infierno estaban siendo un dolor de genitales para Lucrecia.
—¿Qué te dije de comprar pleitos ajenos? —aseveró la mujer, que sacaba un cuadro metálico de cigarros del cajón debajo del escritorio—. Te prohibí meterte en los asuntos de adultos. Para colmo tenías que hacerle un favor a Lucrecia, jodiendo a mi amigo, el cual está con todo el derecho de estar encabronado. Hasta yo lo estaría si descubro que un niño enviado por la hija de su puta madre que más desprecio asesina a todo un grupo de criminales dispuestos a ensuciarse las manos por mí, a cambio de muy poco dinero.
El chico no habló hasta que la mujer abriera el pequeño compartimiento en sus manos para quitar un cigarro que pasó por los labios para luego encenderlo. Lo que le otorgó el tiempo para deambular entre las ideas que procesaba para ingeniar un modo que le permitiera escabullirse de dicho meollo.
—El tío Humberto no sabe que fuí yo.
—Aun no —corrigió Margarita, hablando en un español entonado— pero dentro de poco lo sabrá.
—Cuando eso pase, usted estará ahí para arreglar ese malentendido.
—¿Malentendido? —la Potra suspiró pesadamente—. ¡Mataste a muchas personas! ¡¿Cómo chingados eso va a ser un puto malentendido?! —exclamó casi en un grito eufórico de lo molesta que estaba, exponiendo esa cólera con asentar muchos golpes al escritorio a puño cerrado—. Te ordené... No —vaciló— te pedí de favor, casi suplicándote que no te metieras en problemas con alguien que está a mi altura. ¿Y qué es lo primero que don pendejo hace? ¡Va y arma todo un puto desmadre para beneficio de la mujer que mató a su madre! ¿Por qué de entre toda esta maldita gente tienes que meterte con Humberto? ¿Es porque su hijo estaba comprometido con Yonder? ¿Porque Marco abusó de la niña?
Zinder guardó silencio, examinando cada vena resaltada en el cuello de la mujer que había mandado el asiento hacia atrás hasta chocar con la pared del impulso que tomó a la hora de hacer una rabieta. Las facciones del chico no cambiaron, siguieron igual de impunes, pero conteniendo el impulso de hacer alguna imprudencia por lo escuchado, a la espera de otras palabras que no llegaron. En cambio, los ensangrentados nudillos de ella no pararon hasta hacer un considerable agujero en medio del escritorio, remarcado con rastros de sangres y astillas.
—Últimamente los ojos de Lucrecia están puestos en mí —dijo Zinder, cuando Margarita se calmó—. Cuando salgo sin compañía, tengo que ser escoltado por uno de sus trabajadores. Tampoco me puedo dar el lujo de perderlos para hacer algo estúpido, porque sabe cómo mantenerme al margen —recordó a los escasos sobrevivientes que eran aliados de su madre—. Tenía que hacer algo que la alegrara para que me dejara respirar un poco.
—Vaya —mufó ella entre bufidos— y romperme la madre en el camino. Date cuenta que ya no podré hacer nada para defenderte, te metiste con la gente equivocada.
—Usted misma sabe que no se puede ganar algo sin tener bajas en el camino. Permítame contarle lo que tengo planeado.
—Déjate de mamadas, chamaco pendejo. —Comentó con su característico español entonado, proveniente de la zona norte de México—. Y habla español, que me caga el inglés de mierda. No eres gringo para hablar con la papa en la boca.
—Gracias a las indiferencias que tienen entre ustedes, desde hace mucho que los socios se dividieron en dos bandos. Por un lado está Lucrecia, Kande, y otro par. Después está usted y otros más. Era cuestión de tiempo para que las cosas escalaran al siguiente nivel. Seguro que pronto estallará una guerra entre ustedes. Y las muertes que causé son el segundo llamado.
—Acabas de escoger un puto bando, imbécil de mierda. —La Potra rebuscó en el cajón para sentir el frío metal del arma oculta por debajo—, debería matarte aquí, y a la otra mocosa ahora mismo para regresarle el favor a los que tienen sus correas.
—Exacto, he escogido un bando. Por eso me tiene aquí, proponiéndole un plan para acabar con Kande y Lucrecia.
—Hay, niño —abandonó el agarre del arma—. Parece que no entiendes la gravedad de este asunto. Mira lo hipócrita doble moral que te ves. Dices que quieres estar de mi lado, cuando tus acciones dicen lo contrario.
—Sino hacía eso, mi plan no podría salir a la perfección. Verá, además de nosotros, también hay más gente que conozco, quienes quieren acabar con Lucrecia —pensó en Tshilaba y Sonia—. Para tener contacto con ellas, tuve que tenderles una mano. Al igual que usted, también desean una disputa. Este es un buen momento para encarar a Lucrecia.
—Hay niño...
—Madrina, yo sé que usted y el tío Humberto están en desacuerdo con que su territorio sea la zona sur, aunque ya quisieron llegar a un acuerdo para un intercambio de pequeños distritos, los que están de lado de Kande se niegan a repartir la zona norte, donde hay más ganancias. También sé que quiere matar a Lucrecia por acabar con mi madre, y viceversa. Pero no puede ir de forma directa. Tiene que acercarse lentamente a ellos, y aquí veo una oportunidad para hacerlo.
—Continúa...
El chico se alivió internamente cuando la mujer le permitió seguir hablando.
—En vez de regresar el ataque, puede hablar con el tío Humberto para que no actúe por impulso. En vez de eso, ocupen ese tema para convocar una reunión. Kande y Lucrecia acaban de pelearse entre ellos, seguro deben estar con la guardia baja. Una vez reunidos, puede volver a sacar el tema de los territorios.
—Es inútil, por tantos hombres que hayan, bueno... —lanzó una mirada furtiva hacia el chico— hayas matado, ella lo querrá compensar con plata.
—Es ahí donde el tío Humberto y usted pueden encontrar el punto exacto para provocar una disputa con ella. Al final es lo que ustedes dos quieren. Kande y el resto no permitirán que Lucrecia pelee sola, y los aliados de ustedes tampoco se quedarán atrás. Al final todos ganan, usted tiene su guerra, y yo aprovecho la inestabilidad para escapar de Lucrecia.
—Dime, mocoso: ¿qué más ganas con esto? No creo que solo quieras tu libertad.
—También hay otros temas que quiero tratar —prosiguió Zinder—. Seguramente está al tanto de la situación que está pasando mi tía milf Sonia.
—Cualquiera lo sabe —contestó Margarita, desinteresada—. La pobre mestiza lo perdió todo. Propiedades, dinero, estatus, dignidad.
—Pese a ello, no negará que en su apogeo estaba a la altura de ustedes.
—Nadie contradice que antes de estar en la ruina, podíamos estar hablando de tu a tu en la misma mesa. ¿Y?
—Alguien con sus capacidades le vendría muy bien. Solo debemos esperar un poco para que se recupere del gran golpe que le dio la FMK.
—¿FMK? —preguntó ella, interesada en el tema—. Creí que el fisco la había jodido junto a su exesposo. ¿Qué tienen que ver esos agentes caga palos?
—Ese es otro tema que quiero tocar —acomodó la postura de seguridad que tenía—. Sonia es alguien que no llegó a ser alguien de jerarquía por suerte, como la mayoría de inútiles que caen en dos o tres años por estar con los negocios turbios. Ella era muy detallista y calculadora que tenía a las leyes como papel higiénico para limpiarle el culo. Era imposible que la hubiesen atrapado por unos meros fraudes fiscales. Aunque la culpa la haya tenido su esposo. Gente mucho más poderosa que ella la estuvo acechando.
—¿Intuyes que la FMK la atrapó?
—No lo intuyo, es la verdad.
—¿Cómo estás tan seguro? —cuestionó, ahora interesada, volviendo el asiento giratorio al lugar inicial para sentarse.
—Lo sé de primera mano, porque tuve contacto con la persona que la jodió. Ese es otro motivo que me llevó a matar a los salvatrucha a cargo del tío Humberto.
—¿Quién fué? Dime las cosas sin tanto rodeo. Apúrate y habla.
—Para que sigamos con esta conversación, necesito que me garantice la protección de Sonia y compañía. También quiero que me dé su palabra para saber si cuento con su apoyo para mis futuros movimientos.
Tras minutos de haber cavilado en lo que reparaba la actual situación de su ahijado, Margarita miró al cigarro que por costumbre llevaba consigo, a punto de consumir los restos de tabaco para inhalar ese poco antes de dejarlo en el cenicero cerca del hoyo que dejó en el escritorio. Rió entre dientes de ver cómo fue que Zinder había cambiado la situación a un relativo favor para él.
—No seguirás hablando del tema hasta que hayamos llegado a un acuerdo, ¿cierto?
—En efecto —respondió el chico de lo más tranquilo, habiendo mantenido la misma postura del tobillo encima de la otra pierna.
—Además de cuidar a una tipa en bancarrota como Sonia, entrar en conflicto con Humberto, y aceptar tu propuesta con el pendiente de ser traicionada por ti: ¿qué otra cosa gano?
—Ganará la dicha de evitar un final como Sonia. Además, cuidar a Sonia solo será temporal, en menos tiempo de lo que todos creen, ella tendrá un puesto inamovible en el juego.
—¿Qué clase de puesto?
—Uno que desde hace mucho se ha hecho cargo, pero nadie lo acepta. Ella será la nueva directora del instituto San Bernardo, encargada de tomar las riendas de una de las escasas zonas de paz.
Esa confianza de dientes para fuera emitida en los ojos de Zinder provocaba cierto disgusto para la mujer. Sabía que el chico ocultaba algo, pero desconocía lo que era. Pensaba que podía ser cualquier cosa, como algo relacionado con la FMK, Lucrecia o Humberto. Para ese entonces ya era mero morbo por el que deseaba descubrir lo que él tenía en mente. Abrió la caja de metal que había dejado encima del escritorio para tomar otro cigarro de polilla roja, prenderlo y dejar que los narcóticos hiciesen sus efectos antes de seguir. Ya menos colérica, aunque igual de malhumorada.
—Primero necesito saber lo que planeas. No voy a arriesgar mucho por una pendejada —dijo Margarita para placer de Zinder, quien asintió muy apenas, con un rostro menos rígido, aunque igual de estoico—. Si me sirve lo que quieres, ya veremos lo que pasa.
—Es un precio razonable —dijo él, apenas moviendo la comisura de los labios para mostrar una diminuta sonrisa.
—Pero te advierto que si sales con otra estupidez, haré que se carguen a la hija de Kande —Margarita tomó el celular resguardado en el bolsillo de la camisa abotonada que ocupaba para dar ciertas indicaciones a Peack, quien seguía con Yonder—. Total, es como dices. Una parte de mí quiere joder a Kande y Lucrecia. Y hacerle algo a una nena como Yonder sería el tercer llamado para hacer que todo se prenda a la verga. Ahora, ahijado de mi corazón, cuéntame lo que esa fragmentada cabecita tuya tiene para ofrecer.
Los quince minutos dentro del escritorio se volvió casi una hora llena de palabras en el vaivén. Lleno de grotescos comentarios de Margarita, apelados por la sutileza labia del chico para persuadir provocaciones intencionadas de su madrina.
—Lo que propones es muy arriesgado, chaneque —dijo Margarita— igual que ambicioso. Son tantas cosas difíciles de hacer en tan poco tiempo. Estamos hablando de firmar un tratado con personas que ni de pedo me sentaría a cenar, hasta matar a personas muy importantes del instituto San Bernardo.
—Para ganar a veces se necesita apostar con valor.
—¿Eres consciente que hacer las cosas a tu manera implica ganar más enemigos de los que ya tenemos?
—Ganar más enemigos, no. Más bien sería aumentar el desprecio que las personas que nos odian nos tienen. Por ejemplo: ¿qué me diría si le digo que conozco el paradero de la hermana no reconocida de Yonder, la hija bastarda de Kande: Leticia Trujillo?
Los ojos ensanchados de Margarita se dilataron del dato.
—Esa niña, ¿qué no había muerto en un accidente automovilístico?
—Todos han vivido engañados, porque ella está más viva que nunca. —De la mochila que cargaba Zinder, tomó la carpeta con las fotos de la masacre vista por Yonder, que además tenía un par de fotografías donde la susodicha Leticia se encontraba sobre los alrededores de la cabaña junto a su compañero vestido de turista—. ¿Quieres saber para quién trabaja?
El chico abandonó el asiento para mostrar la evidencia a la castaña que, sedienta de la información arrebató las imágenes para comprobar por sí misma que la joven nombrada seguía respirando.
—¿Dónde es ese lugar? —preguntó ella.
—Lo dejaremos con que formó parte de los días que no estuve en la capital —contestó Zinder.
—Dijiste que trabaja para alguien.
—Así es.
—¿Para quien?
—Bueno, en realidad lo hace para varias personas que se mantienen ocultas ante el ojo público. Pero por ahora está recibiendo órdenes de la agente que encarceló al tío Ted Tijerina, y dejó jodida a Sonia.
Tras ahondar la charla de principio a fin, la dueña de Pampa'zzz verificó las posibilidades de las opciones que tenía para hacer en sus futuras acciones. Confiar en Zinder, o seguir como siempre lo había hecho.
Miró el vaso con mezcal al lado del cenicero, sirvió más hasta llenarlo a tope, maldecir y tomarse todo con menos de cinco tragos para tomar las fuerzas que necesitaba para escoger una decisión.
—Son muchas personas las que están involucradas —dijo tras carraspear del ardor en la garganta—. Todo va a ser un batido de mierda. Lucrecia, Kande, Humberto, la FMK. Puta madre, Zinder. ¿En qué pendejadas te metes? —vaciló—. ¿Cómo se que puedo confiar en ti, sin el pendiente de ser traicionada?
—Porque ambos compartimos el mismo objetivo —dijo Zinder, entre decidido y muy seguro de sí mismo—: vengar a mi madre. Matar a Lucrecia, Kande y garantizar un mejor futuro para las personas que nos importan. Al menos en mi caso.
Ella miró al chico, quien no mostraba dudas, o prestar atención a otra cosa que no fuesen sus ojos que, nuevamente nostálgica, recordó a Trinidad Jeager como una manifestación en él.
—¿Qué hay de Humberto? —preguntó—. Él es muy amigo mío, y no pienso tener problemas por tu rencor hacia su hijo.
—Ahora, mi prioridad es acabar con Kande y Lucrecia —respondió Zinder, con tranquilidad—. Además, necesitamos del tío Humberto para que las cosas salgan bien. Ya dije que maté a sus hombres para hacer que las piezas de mi plan encajen, no volveré a jugarle chueco, le doy mi palabra.
La mujer lo pensó otro poco. Con la jaqueca que no se iba, incluso después de tener los primerizos efectos del alcohol, se dirigió hasta la puerta hasta quedar frente a ella, dándole la espalda al chico que no se dignó a seguirla con la mirada.
—Antes que sigamos —dijo mientras bebía mezcal directamente de la botella que había agarrado antes de pararse—, respóndeme unas preguntas.
El silencio de Zinder fué suficiente para saber que el chico esperaba resolver las dudas de Margarita, por lo que, para aclarar las ideas en su cabeza, la castaña dio otros tragos para dejar la botella a medias, intentando reducir los pensamientos otorgados por el subconsciente que le decía lo riesgoso que era el plan de Zinder.
—¿Tienes un segundo plan en caso de que éste fracase?
—Si usted me ayuda, es casi imposible que eso pase.
—¿Y si llegase a suceder?
El chico vaciló durante tres segundos.
—Haré lo que ustedes pensaban hacer desde un principio: atacar con todo lo que tengamos.
—Esa niña, Yonder y la alcoholica de Sonia. ¿De verdad piensas salvarlas?
Antes de contestar, Zinder extrajo de un lugar oculto una fotografía tomada hace ocho años, donde se encontraba en un atardecer rodeado de Yonder, Sonia y otras cinco personas.
—No solo a ellas —dijo con firmeza—. Hay más gente de la cual no podría dormir si las dejo a la deriva. Pero sí, no las voy a abandonar.
—Correcto —dijo Margarita al momento de colocar el seguro a la puerta, girar para caminar en dirección a Zinder— prepárate, porque esto será un viaje sin retorno.
Con una pequeña sonrisa, Zinder volvió a dejar la silla para voltear hacia la Potra, quien colocó su mano en el pecho del chico sin dejarlo hablar hasta llevarlo al escritorio y cerrarle el paso con acostarlo a la fuerza mientras se sentaba en sus caderas, importándole poco que el vaso y el cenicero se hicieran trizas al impactar contra el suelo por dejarlos en una orilla del escritorio. El chico no sintió miedo, todo lo contrario. Una cruel, egoísta y riesgosa idea había llegado a su mente justo para eso: jugar con la percepción de su madrina. Incrustado con apices de maldad, dejó que la mujer hiciese lo que quisiera con tal de ver qué tan lejos podía llegar para experimentar con las nuevas habilidades otorgadas por el ente demoníaco y el libro que le había dado.
—Eres igual a ella. Capaz de mantener la calma en los momentos difíciles —susurró al oído del pelinegro, provocativa al estar encima de él, con aires de grandeza—. Oh, Trini... mi dulce e indomable Trinidad.
Más que placer y lujuria, los ojos de Margarita, fundidos en una prepotencia revelada a la hora de imaginarse a Trinidad Jeager en Zinder parecía deseosa de cumplir el deseo que la madre del chico le había negado. Solo quería dejar que sus más bajos instintos de dominante, albergados en las sustancias de crear una escena con Trinidad se cumplieran. Olvidaba que el chico que no se oponía a ella era una persona distinta, pero eso no le importó.
—Magnífico —siseó Zinder, con una leve sonrisa—. Conozco esa mirada tan intensa —una de sus manos acarició la mejilla de Margarita, suavemente—, llena de una falsa vanidad insaciable. Si... conozco ese sentimiento que te hace actuar por instinto. Un instinto impotente que te deja un mal sabor de boca.
Margarita visualizó laimagen de una curiosa mujer con largo cabello azabache en Zinder. Ni fea, tampoco hermosa. Con grandes ojos pardo y larga nariz de águila que componía un acorde con unos delgados labios rotos y piel trigueña. Aunque la mujer no lo sabía, era Zinder quien le hacía ver la imagen de su madre, producto de un hechizo que hace días había practicado. Que lejos de la alterada realidad de Margarita, no se daba cuenta de la flameante llama turquesa que danzaba en la pupila izquierda del chico.
—Trini —en menos de un minuto, Margarita había caído de lleno a los brazos de la ebriedad—. Maldita desgraciada, ¿por qué decidiste hacer las cosas por tu cuenta? ¿Por qué cuando las cosas empezaron a mejorar, estando a punto de tener a todos debajo de nosotras decides actuar por tu cuenta? —cuestionó, apenas entendible.
—¿Por qué? —Zinder rió, actuando con las manías de Trinidad—. Era yo contra todas mis pequeñas que ahora tienen un pedazo de ésta capital que con tanto esfuerzo reconstruí para ellas. Contigo las cosas hubieran sido diferentes. Ninguna de mis niñas estaría viva.
—Exacto, conmigo todavía seguirías aquí —masculló la castaña—. Siempre fuiste tan egoísta, cabrona. Incluso si compartía tu mismo destino, habría descansado en paz sabiendo que morí a tu lado. Pero no, siempre fueron ellas. Esas malditas perras que te dieron la espalda cuando más te necesitaban —recordó a las amantes de Trinidad—. Hiciste tanto por ellas, como para que al final terminaran poniéndole fin a tu vida, mi querida conejita.
—¿Irónico, no? Ellas me dieron el motivo para seguir adelante cuando lo necesitaba. Y fueron ellas mismas las que me quitaron las ganas de vivir.
—¿Por qué nunca me aceptaste? —una lágrima se escapó de Margarita—. Fuí yo la que te levantó cuando todos te abandonaron en tu peor momento. No fué Lucrecia, Sonia, Irina o el resto. ¡Fuí yo, chingada madre!
—Tú y yo compartimos muchas cosas. Ambas somos igual de testarudas, apasionadas y manipuladoras, ¿no te parece? —la mano de Zinder se sentía larga, delgada y cayosa al tacto de la Potra al limpiarle las lágrimas—. Nunca hubiéramos encajado así como lo hice con mis niñas. Pero eso te hace diferente, porque eso mismo te hacía especial. Además de apreciarte, a comparación de ellas, a ti te tenía respeto. Eras mi igual.
—¿De qué me sirve si ya no estás aquí?
—Mucho, porque eres quienes puede volver a poner el mundo de cabeza —incitó Zinder—. ¿De verdad quieres vengarme? —alargó su sonrisa.
—Un premio de consolación, claro... Decir que soy tu igual para hacerme sentir menos desgraciada y solitaria sin tu presencia —bufó—. Lo siento, amiga, porque mi verdadera consolación será acabar con las putas que tanto amaste. No voy a dejar a ninguna viva. No voy a dejar... —terminó de romper en llanto— que ninguna siga viviendo después de haberte matado.
—Ten cuidado, amiga mía —susurró Zinder al momento de sentir el peso de Margarita en su pecho cuando se acurrucó para llorar en silencio. Acarició su cabello mientras concluyó con decir—: tienes lo necesario para destruir lo que tanto construí, pero es eso lo que te puede llevar a la perdición. No bajes la guardia con nadie. No confíes en nadie, mucho menos en las personas más cercanas. Porque aquella mujer que te dice amar, es la misma que mañana te venderá a cambio de algo insignificante. No cometas el mismo error que yo, no dejes que cinco minutos de calor ajeno te cieguen. Cuídate... cuídate de Peack.
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