Gambito parte 2.
"No hay mejor momento para matar que cuando ya te dan por muerto".
~Piezas.
En una colina plagada de estrellas que acompañaban al primer eclipse del año, con la acogedora brisa besaba un par de rostros. En medio de esa noche eterna se encontraban un par de niños degustando un inocente momento de paz, mientras se meneaban sobre el columpio del parque que daba la mejor vista a la ciudad.
- ¡Te lo juro! ¡Seré la primera persona en crear un cohete de fresas con chocolate para llegar a la luna!
- Eso es imposible.
- ¡Nada es imposible!
- Lo que pides si lo es, no tiene lógica.
- Tu sueño de vivir en un castillo de pastel, eso tampoco tiene sentido.
- ¡O-oye! ¡Mi mamá me dijo que algún día viviré en un castillo de pastel!
- La mía también me dijo que seré el primer niño en llegar a la luna mediante un cohete de fresas con chocolate.
- Entonces...si llegas a construir ese cohete prométeme que me llevarás contigo.
- ¿Bromeas? Si es por ti que le pondré fresas a mi cohete de chocolate. ¡Claro que vendrás conmigo!
- ¿Es una promesa?
- ¡Claro que si Yonder!
- Me acabas de dar tu palabra...no te atrevas a olvidarlo Zinder.
~
Yonder (tercera persona)
El nudo de su garganta se hacía cada vez más grande conforme el ataque de pánico comenzó a surgir en la castaña al otro lado de la llamada.
«Tengo un problema.»
- Yonder...yo...de verdad... -Eunice no paraba de disculparse, una y otra vez como si hubiera cometido un pecado. Tanto que llegó un momento en donde la pelinegra sintió un hueco sobre su estómago que hizo de acompañamiento a la presión que no podía expulsar.- De verdad que no quise...
«Tengo dos problemas.»
Trató de respirar profundo con la espera de disipar el sentimiento que comenzaba a poseerla, pero no fué suficiente para estabilizarse.
Para ese punto Kande y compañía ya se habían ido. «Seguramente ya deberían estar a una considerable distancia como para ser alcanzados» Pensó Yonder, tratando de buscar una solución a sus problemas, pero su juicio nublado no le daba para más.
«¿Esto es lo que recibo cuando confío en alguien?» Suprimió su grito de rabia en cuanto notó que la llamada seguía en curso.
- Tengo el documento en mis manos. -no supo cuánto tiempo la castaña estuvo hablando gracias a su viaje mental.
«¡Tengo muchos problemas!»
- ¿Dónde te veo para entregártelo?
Como en muchas situaciones anteriores Yonder anhelaba explotar toda su rabia en Eunice, gritarle, insultarla hasta que tuviera inseguridad de si misma, ir hasta su casa y golpearla hasta que sus manos estén rotas. Pues no era la primera vez que cometía un error, pero en ese caso era distinto gracias a los últimos acontecimientos. Yonder no estaba para ese tipo de cosas.
«¿De verdad tenías que c*garla justo en este preciso momento?» Frunció sus labios al tiempo que sus manos tomaron un tip de manera anormal. Apretó sus muñecas formando un par de puños temblorosos como gelatinas.
- Ya has hecho suficiente. -su voz era fría, casi llegando a provocar un sonido gutural.- solo encárgate de llevar ese papel al vigilante de la escuela, dile que vas de mi parte. ¿Eres capaz de hacerlo en diez minutos o necesitas más tiempo?
-sin esperar respuesta cortó la llamada para dirigirse a la salida con firmeza, balanceando sus caderas de izquierda a derecha.
«Esto pasa cuando dejas que una vaca sin cerebro de leche cortada haga el trabajo de una mal nacida.»
Tshilaba Benedetto e Isela Benedetto. Tercera persona.
«¡Carajo!». Maldijo a sus adentros, denotando en su reflejo aquellas ojeras que el tratamiento que se daba ya no era tan efectivo, pues el cansancio de las noches con insomnio se vislumbraba en las remarcadas ojeras, o sobre sus mejillas levemente hundidas por la falta de apetito que le dejó con una exuberante pérdida de peso, expuesta en las costillas que comenzaban a verse de más, las cuales notó por estar con el empapado cuerpo completamente desnudo.
-Una vez más -dejó escapar un bisbeo entre sus resecados labios abordados en un tenue tono oscuro, camuflados en un labial rojo. Mirándose al espejo, evidenciado por el alumbrado amarillo del foco en el tejado del sanitario. Volvió a mover el ruby desgastado sobre una palma, danzando al compás de recitar oraciones en rumano que no dejaba escapar voz alguna en ella, más sin embargo sus labios se movían a la par de evocar un destello rojizo en la punta de sus dedos, llendo hasta la piedra para tomar camino hacia su rostro.
-¡Mierda! -volvió a blasfemar.
La llama carmesí se extinguió tras pasar menos de 3 segundos sobre sus facciones, haciendo poca diferencia en su aspecto, con apenas quitar un poco de las ojeras que tenía y devolverle alguna pizca de color a su piel pálida, poco amarillenta. La amargura se podía divisar en los fruncidos labios que acompañaban un fuerte agarre sobre el viejo lavabo de madera, que de milagro se limitó a crujir para dar como advertencia que con otro poco de fuerza engullida por una rabieta, podía venirse abajo. Agachó la mirada para toparse con la irreconocible apariencia en su persona que se deformaba con el goteo del grifo por encima del balde metálico con la mitad de agua, sobre suaves ondas que provocaba el impacto de cada gota sobre el caldero.
-¡Funciona!
Como todo ser humano, Tshilaba entendía que sus acciones implicaban más que un mero error humano, el cual podía tener solución si usaba sus cartas con sabiduría. Eso estaba descartado. ¿El motivo? Adueñarse de un cuerpo que no le correspondía, perteneciente a una chica que como podía, empezaba a sentir la frescura de la vida al estar en una relación por voluntad propia, y no por la forzosa petición de su madre para obligarla a entablar conversación con algún pretendiente escogido por ella misma. Aunque Zinder Croda estaba de lleno con las intenciones de Lucrecia, de algún modo lograron que dichosa unión fuese natural. El peso de sus impulsos que la conllevó a fomentar la versión más despiadada e insensible que podía tener. No importaba la sangre que debía derramar, a cuántos niños dejaría sin papás, o si su venganza equivalía a romper los principios que su madre le inculcó, mismos que dejó de lado cuando ella la abandonó.
«El rito ha perdido fuerza -escupió mentalmente, dubitativa de sus siguientes acciones que se limitaban a arrugar sus facciones-. Mi energía está por los suelos, las imágenes que llegan no me dejan dormir. Sin duda, es para decir esto no podría ser peor, pero apuesto a que si lo puede ser -oprimió los dientes en modo de ir conteniendo el grito de impotencia en sus capacidades para manejar sus asuntos, con la cabeza abajo, sin mirar al pequeño espejo frente suyo».
-¿Cómo esperas que tu poder esté al cien, cuando no es tu propia fuerza la que ocupas? Que por cierto, aunque se trate de mí, admito que mi cuerpo no es capaz de tolerar la cantidad de energía que tu alma posee -dijo el reflejo de la pelirroja que no copiaba sus acciones, como si su rostro estuviese en el espejo, entre ecos que le retumbaron sobre la mente. La verdadera dueña del verdadero cuerpo, la inerte Isela Benedetto que recriminaba las demandas de su huésped.
-Eres como el maldito aceite mezclado con el agua, porque siempre tratas de estar encima de mí cada vez que me topo a un espejo -en una contestación plagada de remordimiento que se guiaba por la inercia, Tshilaba hacía esfuerzos por hacer que nuevamente, otra de las numerosas conversaciones con su sobrina fuesen pasajeras-. No estoy en condiciones de soportar a más mocosos, aparte del adicto que tienes como prometido, con el que una vez más acabo de c*ger. Vuelve en otra ocasión, tal vez y pueda hacerte compañía para ese entonces. Ahora no es buen momento, niña. Por si no lo has visto, hay mucha presión sobre mí, y los limitados recursos que tu cuerpo ofrece no son suficientes.
-Las personas suelen exigirle cosas a terceros, aunque muchas no merezcan ni ser escupidos en la cara -agregó Isela, con decepción-. Por desgracia, tía, me lamenta decirte que por tu capricho de hacer sufrir a mamá, también estás en ese saco del montón, de la misma calaña que la persona a la que quieres destruir. Lo que te obligó a convertirte en algo completamente desconocido a lo que la abuela y ella me contaban de tí. La dulce e inocente Tshilaba. De hecho, con tan solo hablar mal del único chico que pudo conocerme como soy en verdad, ya me das motivos para sentir repulsión sobre tu podrida persona, tanto que ahora te veo con los mismos ojos que las ves a ellas, lo que me deja con la amarga sensación de saber que toda mi familia es de lo peor. Por ende, no me importa si yo no te soy de mucha ayuda, suficiente me has hecho con echar a perder las atenciones que mi querida nana me dio cuando estuve a su cuidado. Y sobretodo: aparecer como ese cáncer terminal en las personas que finalmente estaban saliendo de su mala racha. Te quejas de mamá, pero no eres tan diferente a ella. De hecho, ser consciente de lo que haces, te vuelve mucho peor que una narcisista emperdernida como lo es la hermana a que tanta envidia le tienes. Pues, sea como sea, ella no tiene la culpa de que la abuela de haya dejado atrás.
-¿Yo, siendo la misma cosa que tu madre? No, querida, yo no voy por las calles chupándole la poronga al primer hombre con dinero para tener una hija, atraparlo con esa excusa, para tiempo después hacerlo desaparecer y así quedarme con la mitad de su fortuna. Pero que va, después de enseñarte las porquerías que ese par de p*rras asquerosas hicieron con la familia, incluyéndote ¿todavía te refieres a ellas con afecto? -rió sarcásticamente, encarando al espejo y denotar el apagado aspecto del alma de Isela en ésta, tratando de no dar tanto despliegue a la locura que empezaba a envolverla desde dentro por tener la dicha de compartir dos almas en un mismo cuerpo-. Ellas se merecen un aplauso por hacer el excelente trabajo de lavarte el cerebro, se nota que tu p*ta mami aprendió bien se la harpía mayor. ¡Nuestra progenitora, que su alma ronde entre los seres del purgatorio!
-¿Afecto por un par de mujeres que acordaron mi nacimiento para fines de lucro? -respondió Isela, en modo de pregunta-. Es como decir que eres el primer pariente al que le tomé cariño, durante el tiempo que has estado de vividora por no tener los ovarios de plantarle cara a mi madre por tu propia cuenta.
-Ella tampoco tuvo la valentía de conseguir lo que tiene por su cuenta -dijo Tshilaba-. Te recuerdo que esa rata, la cual me avergüenzo de llevar su sangre se puso a engatusar a tu padre con la ayuda de tu tío para ser quienes son hoy en día. Que por curiosidades anormales de la vida -enfatizó una sonrisa complaciente por ver que Isela se incomodaba con lo que decía-, ambos tuvieron que ver con las desgracias que pasa tu penoso prometido. Un huérfano que tienes como perro. Bueno -ensanchó sus labios sin importar que se partían por la piel muerta en ellos, todo con tal de que la pelirroja más joven quedase con una mala espina- que ahora yo tengo. ¡Es hermoso ver su carita dolida cuando pasamos alado de la nena que le gusta! Esa Yonder, la prima que te desprecia por pensar que eres tú la que está detrás de todas las atrocidades que suceden alrededor de Zinder Croda. El niño que está destinado a comer de mi mano... nuestra mano.
Yonder. Cambio de escena. (tercera persona)
Gritos, insultos, odio y dolor de cabeza. Yonder no tenía la necesidad de darle tantas vueltas al asunto para saber lo que pasaría en las siguientes horas. Aún así aquella mente suya era tan necia que intentó rebuscar algún plan para evitar que alguien saliera perjudicado.
Durante cinco tortuosos minutos se mantuvo pensativa en cuanto había llegado a pararse frente a la puerta del ascensor, antes de presionar el botón que le daría acceso al interior de este. Después de una sesión de coraje le abordaron un par de preguntas:
¿Cómo es que una simple hoja de papel podía ocasionar una avalancha de malandanzas? Más bien: ¿Era culpa de ese documento que Yonder estuviera entre la espada y la pared?
Llevó su mano a su cien con inútiles intentos de aplacar la migraña que las incontables ideas le provocaron.
Lo intentó de todas formas, simulando distintas actitudes para tener una labia indicada a la hora de ponerse manos a la obra, pero aun así todo llegaba a una conclusión, y esa era que alguien tendría que pagar los platos rotos. Y la pregunta seguía en el aire: ¿Quién estaría dispuesto a tomar la responsabilidad?
Ciertamente la culpa podía recaer en la caritativa Eunice Tijerina. Pues no había otra culpable más que ella debido al minucioso detalle de no revisar dos veces los documentos que la prefecta Sonia le había encomendado dejar en la dirección luego de ayudarla a hacer la mayor parte del trabajo correspondiente al director Croda.
Pero si se indagaba más a fondo, quien era la culpable no sería alguien más que la propia Yonder.
Si tan solo no le "hubiera" dejado todo el trabajo a Eunice para ver la tumba de su madre nada de eso estuviera pasado. Si se mantuviera al margen, acatando la orden que dictaba su rutina, quizás y las cosas fueran distintas.
Ella lo sabía, Todas sus desgracias eran a causa de su "capricho", sin contar su poca voluntad para dejarse convencer por su compañera. No era culpa de Eunice, ni del propio Iván, tampoco de Kande...todo lo había provocado ella, quien tuvo la última palabra antes de actuar.
«¿Y eso está mal? ¿Acaso ser egoísta de vez en cuando estaba mal? ¿Soy la única persona en este mundo que hace algo para su propio "beneficio"?» Cuestionó a sus adentros mientras su rostro era complicado y mantenía la mirada perdida en la línea que dividía ambas partes del elevador.
Estaba claro que ella no era el único ser viviente en ser egoísta, tampoco era que su pequeño desliz fuera a perjudicar de manera considerable a alguien. Sin duda habían personas que cometían peores cosas que ellas y aún así se salían con la suya. Partiendo de eso le llegó la siguiente pregunta: ¿por qué a mí?
Una parte de ella aceptaba todo, ya se había resignado a recibir las consecuencias de sus actos, pero otra parte seguía en un lío. Ella no quería nada de eso.
«¿Cómo fué que todo esto pasó?» Los minutos transcurrieron y ella seguía dándole vueltas al asunto sin llegar a una conclusión a ese problema de mal agüero.
Entonces, de entre tanto había olvidado pasar un pequeño detalle, ese que le hizo replantearse una pregunta que sin duda tenía mucha lógica para ella: ¿Por qué estoy haciendo esto?
Había pasado por alto que ella, o más bien Eunice había completado el trabajo de Iván, (la parte que le correspondía a ella) por ende ya no era su responsabilidad atender los documentos que cargaba entre sus manos. Todo era asunto de Iván, incluso el trabajo que le obligaban a hacer cada semana. Con ese nuevo hilo de pensar le llegaron más y más preguntas.
«¿Por qué aparte de encargarme de los asuntos de Iván tengo que salir perdiendo? ¿Cómo es que voy a trabajar mucho para no recibir nada a cambio? ¿Más p*ndeja yo?»
Quería que todo terminara sin que nadie saliera lastimado. Pero eso era algo imposible. «Si alguien tiene que salir perdiendo... ¿Es obligatorio que sea yo?» preguntó a sus adentros.
Muchas emociones revolvían su cabeza desde antes que le abordara ese detalle, sin contar la inestabilidad que le había dejado su difunta madre, aquella que trataba de ocultar a través de su seriedad.
Todo se acomuló, para que al final le generara un único sentimiento en esos momentos: odio.
Odio a su situación, a su vida, a su padre, y de paso a Iván. Estaba harta de la prisión que torturaba cordura. «Alguien tiene que sufrir las consecuencias, y no estoy dispuesta a ser yo.» A un costado del elevador se encontraban las llaves de los vehículos en el estacionamiento ordenados por modelo y categoría, todos en un margen correspondiente especificado. Vaciló por unos momentos, enfocando su visión en los pedazos de metal antes de pensar en algo...un plan, uno en donde consiga la firma de Iván Croda sin confrontar el sadismo de su padre como la última vez.
Una sonrisa maliciosa se formó en sus labios antes de abrir el cofre de cristal pegado a la pared rústica. Sacó un par de llaves unidas a un seguro para el vehículo. Lo oprimió para escuchar la alarma que desactivó el seguro de una inmensa camioneta negra todo terreno de cuatro puertas ubicada a unos metros de ella, en medio de otro par de autos iguales a este, con diferentes colores. Sin pensarlo subió, cerró la puerta e incrustó la llave para encender el potente motor. Para su buena suerte no tenía inconvenientes con la altura del asiento, pues extrañamente le quedaba como anillo al dedo. «Hasta que se compran una camioneta en estándar...manejar estas bellezas en automático es para m*ricas.» Recalcó para sí antes de abrir la cochera y acelerar, saliendo en una curva cuesta arriba, abandonar su casa y transitar la avenida Jeager. En cuanto llegó a la salida del lugar el guardia albino se sorprendió al verla montada en el inmenso vehículo, abriendo sus ojos cuando el cristal de la puerta del conductor se bajó lentamente para exponer el rostro de la sería y decidida Yonder.
- Si Antonieta pregunta por mí dile que fuí a la escuela. -sus palabras fueron gélidas y severas.- Dile que hay problemas en el paraíso. -finalizó para que el gigante guardia no dijera nada, bajara y subiera la cabeza muy estúpido y le diera acceso a la salida del fraccionamiento Los Arcos. Sin pensarlo pisó el acelerador, superando el límite de velocidad.
No era la primera vez que Yonder hacía acto de presencia en una de las mansiones más grandes y antiguas de Ishkode, tampoco es que esa sería la última vez que lo haría. Le llevó menos de una hora regresar al instituto para recoger el documento que necesitaba, ir a una repostería y cruzar el otro lado de la ciudad.
Una fuerte emoción comenzó a invadir su subconsciente, las manos querían temblarle. En eso sus delgados y largos dedos se aferraron al volante de cuero, al mismo tiempo que inhaló una bocanada del humo que desprendía su fino cigarro de hierba morada, dejó que el humareda visitara sus pulmones, pasando por su garganta con ganas de toser un poco, pero no lo hizo. Se mantuvo así por un buen tiempo antes de exhalar, de manera lenta cerró sus ojos intentar controlar los nervios que la abordaban.
«No hay vuelta atrás...es hora de devolverles el favor a esos mal p*ridos» Se dio ánimos antes de ser interceptada por un vigilante de vestimentas negras y espesor de soldado, justo cuando detuvo la camioneta frente a la entrada de la residencia. Golpeó sus mejillas un par de veces para reponerse antes de bajar el cristal polarizado.
- Una visita a madam Benedetto. -sus palabras irrumpieron lo que el hombre moreno con una tabla de escribir estaba a punto de decir.- Dile que pulgarcita le ha traído un pay de manzana recién horneado directo de "Donna'pay" exclusivamente para ella. -el guardia no se tomó bien la acción de la pelinegra, su mirada cargada de ira era la máxima prueba de ello, la miró despectiva como cualquier nuevo empleado que no conocía a Yonder, más cuando el olor de su cigarrillo salió de la camioneta.- Y date prisa porque el aire acondicionado lo enfría y no estoy dispuesta a apagarlo gracias a tu incompetencia. -no esperó la contestación del hombre y subió su cristal. Sabía que estaba actuando como un fulana del montón con ese tono frío y despreciable, idéntica a una caprichosa que pedía la paliza de su vida, pero tenía claro que sólo asi podía hacer que las cosas estuvieran a su favor. Y en efecto, las puertas de la mansión se abrieron exactamente en menos de un minuto.
Aceleró en cuanto la entrada escurridiza se abrió de par en par, adentrándose al elegante, estético pero tétrico jardín con flores de colores fuertes para convinar con la estructura de color negro.
- ¡Que bello detalle Yondi! -la expresión sonriente de Lucrecia era muestra de su amor por la tarta de manzana, tanto que no dudó en llevarse un considerable trozo para goce de su paladar.
El vasto jardín trasero no tenía diferencia con la entrada si se trataba de desprender tensión en el ambiente sin necesidad de discutir o pelear.
Era por mera naturaleza que las vibras fuesen negras. Bastaba con estar presente para sofocarse, mucho más cuando se estaba cara a cara con la anfitriona, y ese era el caso de Yonder al compartir la pequeña mesa de café con Lucrecia Benedetto.
- No se preocupe tía. -sus manos estaban tensas y unidas mientras reposaban sobre sus piernas alineadas, sus ojos no apartaban la mirada de la pelirroja.- Es lo mínimo que puedo hacer por robar de su valioso tiempo.
- ¡No digas tonterías mi pequeña pulgarcita! -objetó con indiferencia.- Sabes que eres más que bienvenida. -La mujer cerró sus ojos oro miel luego de asentir para sí misma con una sonrisa satisfactoria. - No importa la hora y el momento.
- Aprecio su amabilidad. -agradeció Yonder con una sonrisa, alzando la mirada y ver la sombrilla negra que los cubría del sol, aunque en esa ocasión estaba nublado.
- Deja las formalidades que no soy una desconocida. -ordenó de una forma amable, al mismo tiempo que llevó una taza de porcelana a sus labios para pasar el manjar.- Somos familia después de todo.
«Si fuéramos familia no me hubieras quitado a Zinder para dárselo a la p*rra de tu hija»
- Claro. -vaciló.- Familia... -su mirada se perdió en el tupido césped que regado por todo el jardín con excepción del camino en dirección a la casa, o a la entrada del pequeño laberinto de en medio, abastecido de diversas flores con distintos colores, unos más relucientes como el morado de las deladeras como adorno para impregnar un aroma refrescante, pero todo era poco célebre.
Escurridizo, oculto pero curioso se asomó un conejo blanco. Sus ojos completamente rojos miraban la escena de ambas mujeres, a Yonder para ser específicos. Ambas miradas chocaron, permaneciendo así por un considerable tiempo para imaginación de Yonder.
«Dime tierno animalito: ¿me llevarás al "país de las maravillas" ? ¿O tal vez al "del nunca jamás"? » Una pequeña sonrisa se escapó de sus labios, entrecerrando sus ojos con la esclerótica empañada de un tenue rojo.
- ¿Y cómo está tu madre? -Aquella pregunta la devolvió a la realidad.
No supo con exactitud el tiempo que pasó al estar perdida. Los efectos del fino blon comenzaron a surtir efecto en ella debido a lo ligera que se sentía, pues sin saber cómo la tensión de hace unos momentos se había esfumado.
- Tengo entendido que está en un estado... -la pelirroja podía ser de todo, pero incluso ella sabía lo difícil que era para Yonder, esto hizo que dejara su frase a medias. Observó su estado, sus ojos rojos, las leves ojeras que comenzaban a emerger por sus párpados, la falsa sonrisa que le regalaba, su comportamiento discretamente delirante.
Supo que algo en ella no estaba bien.
- Ella. -sus ojos se cerraron al momento de inspirar hondo, para segundos después abrirlos y refrescar su garganta con el café sabor moka.- Hace dos días que falleció. -concluyó con una sonrisa complicada.
La noticia tomó a Lucrecia con la guardia baja, provocando que sus inmensos ojos oro miel se crisparan de la repentina noticia, entonces ató los cabos para concluir el motivo que traía a Yonder en tal estado. La joven no se veía demacrada, pero su aspecto era para tomarse en cuenta.
- Pequeña. -sin pensarlo tomó su delgada muñeca con cierta empatia.- Lo siento tanto. -Dijo mostrando una mirada afligida.
- No se preocupe tía. --ontestó Yonder sin cambiar de expresión, con un tono sutil.- Era algo que ya se veía venir. -de pronto un par de lágrimas querían escaparse de sus ojos, estando a nada de soltarla.- Lo siento, no es mi intención causarle molestias.
- Ven aquí querida. -sin pensarlo, Lucrecia fué hacia la pelinegra para consolarla, hundiendo su rostro en su pecho mientras acariciaba su corta cabellera. Conforme las caricias seguían, poco a poco su respiración empezaba a hacerse agitada, sin llegar a lo exagerado.- ¿Y por qué no me avisaron?
«¿Cayó a la primera? ¡No me lo puedo creer! Mi teatro... ¡se lo tragó todo!» Por fuera parecía que la pelinegra estaba a nada de quebrarse, romper en llanto mientras era consolada por Lucrecia. Pero dentro de su interior saltaba de alegría por el drama que estaba haciendo, ya que todo su plan de llevar a Lucrecia a donde quería estaba marchando al pié de la letra. «Una prodigio en el ámbito académico, secretaria exprés, y ahora actriz. Sin duda merezco un premio por todo lo que hago.»
- M-mi... -su voz entrecortada le evitaba hablar con claridad.- Mi padre debió tener sus motivos para no expandir la noticia.
La mujer de vestimentas caras vaciló, pensando en las palabras de Yonder, vagando por unos momentos hasta que su ceño se frunció luego de sacar conclusiones. Del por qué Kande actuaba con naturalidad, su petición para llevarse a Iván. Ella sabía de los sentimientos que su cuñado sentía por su esposa, también del trato que este le daba a la pelinegra, era por eso que no tuvo que pensar tanto para llegar a la deducción de que sin duda, a la chica frente a ella le estaban haciendo algo, y eso no le gustaba.
- Saca todo lo que has contenido. -sin pensarlo se aferró al cuerpo de su sobrina para darle rienda suelta a Yonder, quedando en un profundo silencio con excepción de los sollozos que provenían de esta.
«¿Creerá que mis ojos están rojos por lágrimas? ¡Vaya crédula! ¡Joder yo me pensaba que este porro no subía!» Aunque Yonder estaba actuando, eso no quería decir que estuviera bien. Pero las nuevas emociones que tenía eran tantas que dejaban de lado su dolor, esas ganas de arruinarle los planes a su padre, hacerle pasar por un mal día, era lo que más quería en ese momento, y sabía cómo hacerlo. Tenía en cuenta que unas cuantas lágrimas no traerían a su madre, también influía que no era alguien que se jactaba de llamar la atención mediante sus dolencias.
El tiempo pasó, para ese punto la pelinegra ya estaba más tranquila, reposando sobre el pecho de Lucrecia.
- Disculpe. -dijo mientras se apartaba, entre quejidos y fuertes respiraciónes que resonaban los mocos de sus fosas nasales.- No fué mi intención causarle problemas, mucho menos lástima.
- No digas eso mi niña. -objetó la pelirroja, sin dejar de acariciar su cabello mientras.- En algún momento necesitamos ser consolados por alguien más. -sonrió al mismo tiempo que le regalaba una cálida mirada materna.- Me llena de felicidad saber que veniste conmigo.
- Muchas gracias por ser tan buena conmigo. -nuevamente se acurrucó en su pecho para alegría de Lucrecia- ¿Puedo quedarme así un poco más? -cuestionó para recibir un asentimiento inmediato, dejando que el tiempo trancurriera.
«La que se te viene bastardo...» Dijo a sus adentros con una sonrisa que ocultaba el escote de la pelirroja.
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