Dolor y sarcasmo. Parte uno
Yonder Pulicic.
Ya había pasado un tiempo desde que Yonder abandonó el puente Cazones para volver a su residencia, afrontar la reprimenda de Antonieta la cual ignoró, bañarse, colocarse el uniforme -camisa de botones manga larga, calcetines hasta las pantorrillas color blanco, falda, una corbata, zapatos de piel y falda color negro, unas panties que fueran cómodas- para después ignorar al chofer y tomar el tren.
La joven tenía demasiadas preguntas como toda bella dama que pasa la noche en un lugar peligroso, con altas posibilidades de pasar un mal momento, incluso algo peor que eso.
Aunque fué ella la que tomó la decisión de ir a ese lugar debido a las fuertes emociones que nublaron su juicio, siendo guiada por las ganas de alcanzar a su madre en el más allá. Puesto a que como muchos humanos, ella era demasiado cobarde como para tomar un punzo cortante y enterrarlo en su garganta, o saltar desde lo más alto de un edificio.
Yonder no tenía el valor de suicidarse aunque su situación lo ameritaba.
De entre todos sus líos mentales destacaba la persona con la que se encontró, Zinder, pues era obvio que ella lo conocía, luego de darle demasiadas vueltas a su cabeza había reconocido a la persona que la acompañó por el resto de la noche. «¿Dónde estarás ahora?» preguntó a sus adentros luego de dar un respiro y perderse en la distopia que ofrecía una de las ventanas del tren en el que viajaba.
Sobre sus manos se encontraba un pedazo de papel arrugado hecho bola, siendo jugado por sus dedos, moviendo el trozo de un lado a otro para después extenderlo, bajar la mirada y releer lo que estaba escrito en una especie de letra cursiva:
"Esto es demasiado extraño ya que nunca imaginé pasar una noche a tu lado, pero ahora me doy cuenta que siempre hay una primera vez para todo xD. Hablando enserio; a tu costado hay medio caldo de pollo, la mitad de un refresco, un poco de ropa y unos lentes con el mismo aumento que tenían los tuyos.
Lamento informarte que tus anteojos están hechos mierda, probablemente sea mi culpa, mala mía. Cambiate y come lo más pronto antes que lleguen los teporochos y te hagan algo.
Atte: Tu cuchurrumin.
PD 1: Ojalá te guste la ropa que escogí para ti, espero no te molestes.
PD 2: No sé cómo diablos terminé a tu lado, pero debe ser gracias a mi, así que gracias por cuidarme y no dejarme a mi suerte. Te debo una.
PD3: ¿Podrías dejar este asunto entre nosotros y hacer como si nada de esto haya pasado?
PD 4: No sé lo que hacías debajo del puente Cazones, pero te recomiendo no volver ahí a no ser que quieras terminar como un cadáver que flote en la orilla del río no sin antes ser tratada como un juguete."
Yonder frunció el ceño al tiempo que sus caderas se estremecieron, reacomodando su postura del asiento debido a la incomodidad que sintió cuando leyó la primera posdata, pues durante todo el camino hacia su casa fué la peor sensación que su trasero pudo sentir, ya que era la primera vez que usaba una tanga.
Su celular vibró, provocando que saliera de sus pensamientos. Sacó el teléfono para toparse con el nombre del remitente, pero eso quedó de lado cuando observó a su madre y a ella abrazadas en el fondo de pantalla. Entonces volvió a recordar su situación, haciendo que vuelva a tener un rostro complicado, más triste que otra cosa. Volvió la vista a la ventana con los ojos cerrados a punto de soltar las primeras lágrimas de la mañana.
Zinder Croda.
Faltaban pocos minutos para que las clases de matemáticas con la profesora Miyuki Nazawa dieran inicio. Para fortuna del alumnado la maestra se encontraba ausente, esto hizo que muchos de los jóvenes que estaban fuera de su asiento se dieran a la idea de que tendrían dos horas seguidas con estudio libre, lo que equivalía a tener los libros abiertos como adorno.
—¡Qué noche la de anoche! ¿No crees, enano de mierda?
Zinder era uno de las pocas personas que se encontraban en su asiento, aunque no era por gusto propio debido al chico de acento colombiano que le acompañaba, cuando este empleaba el idioma español. Freddie Aldair Barradas White, quien estaba frente a sus narices para persuadir a la mayoría de compañeros extranjeros que usaban el inglés para más comodidad, puesto que la lengua española no era el fuerte de asiáticos y europeos.
—Esa pelirroja de ayer estaba: fe-no-me-nal marica —exclamó Freddie, el tipo de cabello rosa, sonriendo de manera pícara mientras miraba con malicia al pelinegro. Llevando ambas manos cerca de sus labios, pero sin tocarlos.
—Lo supe con ver tu cara de perro sonriente —dijo Zinder, mientras masajeaba su cien, formando una mueca en sus labios levemente resecos—. Una pena que esa pelirroja no haya sido Isela.
Ambos usaban el mismo uniforme. Con la diferencia de Zinder, quien portaba de manera casi correcta —con excepción de un botón abierto y la corbata que colgaba entre los hombros—. Algo inusual en él, contraparte a Freddie que tenía la camisa con tres botones abiertos y sin corbata.
—Hay destinos peores que la muerte, malparido "baby Yoda". Es triste saber que esa hermosa putita de anoche no era la Isela que te coges cada que pueden —respondió el pelirosa—, pero luego se me pasa, porque no hay mejor placer mañanero que verte tan decaído por saber que esa pelirroja con la que yo sueño, y despierta en tu cama, no es Yonder, a quien tú quieres. ¿La vida es una perra, no lo creés?
—De hecho, eres tú la razón de que mis mañanas sean una mierda —farfulló Zinder, irritado—. ¿Qué quieres?
—¿Yo soy la razón de tus males? ¡No me lo esperaba! —siguió el joven sarcástico, manteniendo esa sonrisa con mirada aguda—. Eso es nuevo para mí, fuertes declaraciones por parte de un vil hijo de puta como tú buen servidor, amigo mío.
Era cosa de todos los días que Freddie estuviese junto a Zinder. Aunque la mayoría de ocasiones era exclusivamente para burlarse de la situación afrontada por el pelinegro. El vago, pero audaz y relativamente aplicado estudiante colombiano estaba ahí para su ración agónica que Zinder le brindaba, algo que con el tiempo le agarró gusto por sadismo propio.
—Por el poco respeto que le tuve a tus difuntos padres, y las súplicas de mi suegra es que tolero las cosas que haces por la envidia que me tienes. Todos los días me contengo en abrirte el estómago con mis propias manos y ahorcarte con tus tripas —escupió—. Créeme Freddie, hoy no es el mejor día para romperme los huevos. Te doy tres segundos para que salgas de aquí.
—¿Hoy no estás de buenas? ¿Acaso Isela no te dio tu mañanero? —el chico de pelo rosa siguió esquiando entre la paciencia de Zinder que decaía como avalancha—. Tú me das seis segundos para dejarte en paz... curioso —siseó, tranquilo, a sabiendas que esa pacífica entonación hacía desquiciar a su amigo— mientras anoche Isela estuvo conmigo por tres horas seguidas para que la ayudara a buscarte por casi toda la zona norte, preocupada porque no contestabas sus llamadas. ¡Me obligó a salir de plena acción para reunirme con ella!
—¿Isela preocupada por mí? —preguntó el oji pardo, más como respuesta—. Eso es nuevo. Cualquiera que la conoce sabe que a ella no le importo, solo aparentamos tener algo de verdad. Solamente que su madre le haya ordenado buscarme para una emergencia, porque según yo, debió haber pasado la noche con algún desconocido —suspiró—. Venga, rosadito, si quieres saber dónde estuve solo pregúntamelo sin tanto rodeo. No metas a Isela en esto. Incluso puedo apostar a que conoces a todos con los que ella me ha engañado.
Freddie se encorvó para poner los codos en el pupitre y juntar la punta de sus dedos, aun con el gesto irónico que enmascaraba el enojo que le daban las respuestas de Zinder, inspiró aire antes de hablar.
—Claro que conozco a Isela —arqueó una ceja— lo hago desde antes de entrar al jardín de niños. Si somos como hermanos. Porsupuesto que la conozco, eso me hace estar seguro de que una parte de ella siente algo más que simple cariño por ti.
—Que conozcas a Isela me resulta muy enfermo de tu parte que la mires con ojos de: te voy a follar.
—Amigo —rió Freddie— está bien que de vez en cuando piense que soy mexicano para sentirme norteño. Quiero decir: ¿ya viste ese culazo que se carga? Puede que esté un poco más pequeño que el de Yonder, aunque eso ya lo debes saber.
—¿Solo viniste a hablarme del culo de Isela? —preguntó Zinder, algo tajante.
Freddie centró su atención en el bolígrafo con el que Zinder golpeteaba la paleta del asiento, con rapidez para descargar algo de ansiedad. Así cayó en cuenta que había logrado su cometido de arruinar la mañana del chico.
—Aunque te guste estar casi todo el día con la mente apendejada, seguro has notado los cambios de actitud en Isela. Unas veces actúa como la solemos conocer: tan perezosa, aunque atenta con sus amigos. Pero otras veces se le ve muy...
—¿Reservada? —terminó Zinder, agudizando su carácter—. Alguien distante, olvidadiza hasta de los planes que hizo para el día siguiente.
—Entonces lo sabes — el pelirosa rió, teniendo de nuevo aquella expresión relajada—. Últimamente está actuando muy extraño. Por momentos, Isela deja de ser ella misma. Como si alguien la hubiera suplantado.
Zinder caviló lo escuchado, pues cayó en cuenta de lo verídico que resultaba aquello, sumado a las sospechas que hace mucho tenía para armar las piezas que lo condujeron a la idea de que no solo eran especulaciones suyas. En verdad; Isela estaba siendo manipulada por alguien. Sospechó en la madre de la susodicha, en algún enemigo de esta misma, pero nada lo llevó a tener una respuesta concreta, la cual tenía semanas de estar buscando.
Aunque, para fortuna de Zinder, ya había mandado a investigar acerca de la familia que componía a Isela. Por ende, llegó una posibilidad que, de ser necesario, prefería estar errado con ello. Le llegaba una persona y un nombre a la mente. Alguien que en ese mismo instante lo hizo temblar, ya que conocía de primera mano las cosas sobrenaturales que la familia Benedetto podía hacer.
—Freddie: ¿creés que Isela fué poseída por alguien o algo? — Zinder dio un respiro antes de seguir—. Más bien: ¿creés en las cosas que el ser humano no puede ver ni sentir?
—Decir que sí es como darte una respuesta a ciegas, igual a mi yo del pasado, cuando creía que Santa Claus era quien ponía mis regalos debajo de un pino —contestó Freddie, descolocado—. Hay que ver para creer. Y yo creo que Isela está así es porque seguramente pasó algo entre ustedes, lo que hizo que ella se distanciara de todos, llevándola a tomar ciertas acciones, como desahogar sus penas con cada persona distinta.
—Sino crees en lo sobrenatural, entonces ¿por qué dices que Isela está siendo manipulada por alguien?
—Zinder, eres tan listo, pero a la vez tan imbécil que me da pena compartir generación contigo —recriminó Freddie, intolerante con las respuestas de Zinder—. Lo digo en sentido figurado. Quizás y ella solo está pasando por una crisis. Lo que no me sorprendería al ver lo inepto que es la persona con la que pasará el resto de su vida. A lo que voy es que no estuviste cuando más te necesitaba, seguro y esa puede ser la causa de que actúe diferente. Seguro y cualquier chica se alejaría. Si así es como actúas ahora, no me quiero imaginar cómo serás cuando sean grandes y tengan un problema de verdad?
—¿Ah, si? —Zinder torció el labio en algo que asemejaba una sonrisa forzada, ciertamente decepcionado con los pensamientos del colombiano—. Puede que tengas razón —prefirió no pelear y contestar punzante.
«Todavía estás muy verde para esto, Freddie» pensó Zinder.
—¿Y bien? —siguió Freddie—: ¿Qué vas a hacer para resolver tus problemas? No justifico a Isela, tampoco digo que está bien lo que harás, aunque no le puedes reclamar nada, porque tú haces exactamente lo mismo que ella. Tampoco soy quien para meterme entre ustedes. Solo recuerda que tarde o temprano tendrán que madurar, aunque ambos sigan siendo un par de idiotas. Recuerda que te casarás con ella, no será bonito vivir toda tu vida rodeado de infidelidades. Total, quieran o no, ustedes se casarán al terminar la universidad.
Zinder alargó la sonrisa que complementaba el vacío en los rojizos ojos dirigidos a Freddie, claramente desinteresado en el chico frente a él. Se apeó, dispuesto a salir del salón.
—¿A dónde vas? —preguntó Freddie, arqueando las cejas, de modo que unas líneas se formaran en su frente.
Zinder se detuvo a centímetros de la puerta, guardando silencio antes de dar media vuelta para volver la vista al pelirosa, haciendo de oídos sordos a los demás alumnos que hablaban en distintos idiomas.
El dúo de chicos afiló la mirada en cuanto una vibrante sensación de misterio recorrió sus cuerpos al deducir que había algo entre manos.
Era impecable la discreción del dúo a la hora de hablar entre bisbeos y señas para concluir frases, incluso el sigilo a la hora expresar sus gestos sin parecer sospechosos, no había día en que no pasaran desapercibidos ante los diferentes círculos de amistades, incluso a una distancia considerable.
—Voy a buscarle solución a los problemas de Isela.
Zinder.
—Aquí viene todo lo que pediste —la primera tanda de clases había llegado a su fin, dando la bienvenida a la hora del almuerzo. Y con ello una de las tantas reuniones casuales entre un alumno y una miembro del plantel escolar.
—Tú nunca fallas, tienes mucha jerarquía.
La parte trasera del viejo edificio abandonado era un buen lugar para hacer negocios clandestinos gracias a lo apartado que se encontraba de todo el colegio, sin contar que se tenía prohibido a los estudiantes pisar esa zona.
—Usted es la octava maravilla —tanto Zinder como Sonia Bozada lo sabían, pero no era algo que les importaba—. Es una gran ventaja tener bisnes con la mejor informante que la generación pasada pudo haber parido. Ni la persona que trabaja para Lucrecia consigue las cosas tan rápido como tú.
—¿Qué te digo? Existen las posiciones, y que ella haya sido por un tiempo la mano derecha de tu madre no quiere decir que esté a mi altura. Yo, quien soy el único motivo que tiene a la escuela en función —sobre las manos de la rubia con uniforme de secretaria estaba un folder grueso color pistache, el cual ofreció a Zinder, quien se mantenía recargado sobre la pared del descuidado edificio, manteniendo pleno contacto visual, pero era la propia rubia que no dejaba de mirarlo con la espera de algo—. Sé que no es de mi incumbencia —dijo Sonia—. Pero: ¿por qué tanto interés en investigar el pasado de tu suegra, si lo que menos quieres es mirarle la cara?
—Lo que vamos a hablar te puede hacer cagar verde —musitó Zinder, alzando sus hombros—. Ahora entendí por qué me advertiste de pasar más tiempo con Isela. Tenías razón, algo raro está pasando con ella.
—¿Cuando no eh tenido razón? Mi instinto me dice que ésa gitana de mierda tiene mucho que ver con lo que me pasó.
—Si Isela es un topo que se infiltró, podría hacernos pasar por verdaderos problemas.
—¿Quién te viera, señorito? Desconfiando de tu propia prometida, la cual está a menos de 5 minutos para que le vuelvan a ser infiel.
—No es mi culpa que te guste cobrarme los favores que me haces con éso.
—Si vas a quejarte, hazlo con tu madre y dile porqué hizo una versión masculina de ella en tí.
—¿Alguna vez te he dicho que estás enferma por acostarte con el hijo de tu exnovia?
—Es más enfermo reunir a las siete mujeres más peligrosas del país y hacernos sus perras, literal. Trinidad era una caja de sorpresas, tú no te quedas tan atrás, pero aún falta moldearte. —Sin previo aviso la rubia se acercó a Zinder—. No te quejes, que las cosas que me pides a cambio de recordarme los polvos que me tiraba con tu madre valen más que eso. —Con su mano izquierda acarició la entrepierna del pelinegro mientras se miraban fijamente, con sus labios cerca, a escasos centímetros el uno del otro. Estaba de más decir que de alguna forma a Zinder le atraía de Sonia el lunar de su labio superior izquierdo, cosa que ayudaba a olvidar los turbios motivos de Sonia para pasar tiempo con él.
—Oye, oye —objetó Zinder, sin tanto esfuerzo—. Eres una recién divorciada.
—¿Y? —respondió Sonia con indiferencia— Tu estás comprometido con la prima de Yonder.
—¿Y si nos descubren?
—No te preocupes. El grupo de Isela está de excursión, y no volverán hasta que las clases terminen. El consejo estudiantil ya no tiene tanto trabajo gracias a mí, cosa que provocó la escapada de tu padre, tanto así que hasta Yonder se dio a la fuga para ver la tumba de su madre, otra ex de tu queridísima mamá. Ni tu padre ni Isela están aquí, ya lo tenía planeado.
—¿Hiciste tanto para esto?
—Tuve que hacer el trabajo de tu padre en lugar del consejo estudiantil para entrar a la oficina del director y tomar ciertas cosas para conseguir lo que pediste. Ten en cuenta que me estoy jugando el pellejo por tener estos papeles, espero y valga la pena. No quiero recordarte que dada mi situación con el fisco, Lucrecia tiene más influencia que yo.
—Tienes un punto a favor.
—No más preguntas —concluyó la rubia, mostrando las llaves del viejo edificio con una sonrisa de oreja a oreja—. Entremos, ya es hora de mi dosis de colágeno.
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