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Dolor y sarcasmo. parte dos

—Faltan como 2 horas para que las clases terminen. Apúrate que me da pereza imaginar lo que Isela hará cuando sepa lo que hago contigo. De saber el largo discurso que Lucrecia me podría dar, me replanteo si realmente vale la pena utilizarte como premio de consolación por la pérdida de tu madre.

—Pues justo a tiempo porque, ya casi acabo —si bien el viejo edificio estaba en condiciones no tan convencionales para ser utilizado, había una excepción con el amplio cuarto subterráneo que albergaba a la pareja de sinvergüenzas—. Y no me quejo, a veces es bueno ganar experiencia en ambos sentidos. ¿Y quién mejor si no es una de las tantas amantes de mamá me enseña ciertos trucos en la cama?

—Hablando de esas asquerosas gitanas y tú madre, ¿qué descubriste de Isela? —dijo Sonia mientras daba un bostezo, rovolviendo su cuerpo desnudo entre las oscuras sábanas de ceda al contraste de su piel blanca—. Cualquier pista que alimente mis sospechas es útil. —Su mirada jamás se apartó del pelinegro semidesnudo que leía los documentos sin prisa. Zinder estaba recargado a un costado de la estufa a tres metros lejos de la cama, con el pie izquierdo apoyado en la puerta del horno de cristal perteneciente a la estufa.

La mirada de Sonia no era de lujuria ni maldad. La curiosidad que abordaban sus pensamientos cada vez que tenía sus encuentros no tan constantes con el oji pardo crecieron hasta el punto de querer saber un poco más de él, y ese era el momento adecuado para matar esas dudas que tenía. ¿Pero por qué tenía curiosidad? ¿Era por mero chisme? imposible, Sonia no era una mujer que prestara atención de más al resto de la sociedad a no ser que ganara algo de plata, poder u otra cosa que vaya de la mano con el estatus. Y con Zinder no obtenía otra cosa que no fuera satisfacer las necesidades que su ex precoz esposo no podía, ya que la perversión de Sonia le quedaba grande. Otra cosa que también conseguía de Zinder eran los buenos datos acerca de la privacidad que esconden los peces gordos de la ciudad, pero eso no era suficiente como para tener al pelinegro en su cabeza. ¿Acaso finalmente había sucumbido a los encantos no tan desarrollados del pelinegro? Jamás...tal vez más o menos. A su "corta" y satisfactoria vida Sonia no se arrepentía de los momentos vividos a la edad de 35 años, con excepción de su casamiento con Ted Tijerina por regalarle toda su fortuna a la policía gracias al descubrimiento de unos cuantos fraudes fiscales, un gesto que el gobierno agradeció, ya que muchos de estos pudieron comprar su casa de ensueño, autos que sólo tendrían en un sueño o ser el acompañante de un judío o judía que batea de su mismo bando.

—Hay días que Isela está como de costumbre. Con una actitud poco vanidosa, un tanto mamona, pero soportable para no decir que a veces está rompiéndome las pelotas para que tengamos uno que otro paseo. Pero hay otros, donde la veo más distante, aunque haga un excelente trabajo al ocultar las acciones que hace a mis espaldas, su repentina distancia es evidente —afirmó Zinder, sin apartar la vista de las hojas. Una de sus manos pasó por su enredada cabellera, posando su melena hacia atrás para tener una mejor lectura, con unos cuantos mechones rebeldes que se negaban a abandonar su posición—. También he notado que últimamente se ha estado enfermando, y de las ojeras que trata de ocultar con maquillaje. A sus espaldas encontré muchos frascos de píldoras sin etiquetas, latas de bebidas energéticas, y muchos... Muchos documentos en un idioma antiguo, con símbolos que están lejos de mi conocimiento con el ocultismo. Desde hace tiempo que lo hacía, pero de un modo más reservado. Ahora parece más estresada, como sino quisiera dormir, y lo sé porque las noches que paso con ella finge descansar, para después ir al baño en repetidas ocasiones.

—Si estabas al tanto de todo, ¿por qué carajos no me lo dijiste? —cuestionó Sonia. Sus ojos oro miel se posaron en el tatuaje que asemejaba una collar con púas alrededor de Zinder—. Lo que estás escupiendo me hubiera servido de mucho para haber subestimado a esa estúpida mocosa.

—Solo tenía mis sospechas. —Sentenció Zinder, sin prestar mucha atención—. No iba a hacer que te pusieras de paranoica. Ya suficiente tienes con lo que te pasa.

—Hay, ternurita. ¿Ahora sales con que te preocupas por la tía Sonia, la tipa que cuando quiere te tiene como mascota? —Pronunció Sonia, soltando una leve risa—. No dejas de sorprenderme. —Zinder no respondió, permaneciendo callado para que la rubia prosiguiera—. Ahora, hablando enserio, si hubiera sabido lo que dices no tuviera que fingir mi bancarrota. Es un dolor de ovarios andar por la calle sin plata, y qué decir de la vergüenza que me hace pasar lo sucedido con los puercos de los federales y el consejo —la oración de Sonia hizo que el oji pardo permaneciera atento, pero aún con la vista en los papeles.

—No me convenía que empezaras una disputa con Lucrecia. Además, sigues aquí, y no en una celda como el tío Ted, que los dioses se apiaden de su alma cuando decidas acabar con su infierno en la cárcel —dijo Zinder, cuando terminó de leer. Cerró la carpeta para volver la mirada a Sonia—. Me pregunto lo que Eunice dirá lo que le haces a su padre. Y volviendo al tema, no es bueno que ella pase tiempo con Isela, lo que le pasa la tiene muy a la defensiva, algo me dice que es capaz de hacer otra jugada para terminar de joderte. Aunque, no creo que nos debamos preocupar por lo que hará, sino por quién es en realidad.

—Me huele a que tienes una teoría sacada de tus pensamientos cuando te fumas media bolsa de weed —exclamó con recelo—. Comparte tu idea con la tía Sonia —el joven no dijo nada. Una sonrisa pícara se formó en la rubia—. Después de todo no es tan malo estar en un cuarto secreto junto a un niño que podría ser mi hijo. —El pelinegro no se inmutó—. ¿Ya te dije que muchos matarían por estar en tu lugar? Eso me incluye —lo último lo dijo en voz baja.

—¿Sabes por qué aparte de saber quiénes son los parientes de Lucrecia, te pedí unos libros de ocultismo, y que tradujeras las capturas en mi teléfono de las hojas que encontré de Isela? —Zinder volteó para quedar frente a la estufa y apagar el fuego que calentaba al par de sartenes—. Hace poco te dije que Isela se está enfermando mucho, al igual que sus vueltas al baño. Aparte descubrí que cada cierto tiempo padece de ciertos síntomas como las náuseas después de comer como una cerda, vómito luego de atragantarse, pérdida de peso, desorientación y cambios de humor.

—¿Quizás y solo está embarazada? No hace falta ser un doctor para saberlo —recalcó Sonia al chistar—. Parece que tenía altas expectativas de ti. Me decepcionas.

—Al principio lo pensé, pero ella es muy estricta a la hora de tomar sus pastillas. Aunque ahora que leo lo que te pedí, tiene algo de sentido lo que pasa alrededor de Isela.

—Tenemos tiempo de sobra. Sólo no vengas con pendejadas que están fuera de la lógica.

—La traducción que mandaste a hacer es de un idioma antiguo, tanto que no se puede leer con facilidad, sólo aquellos que han dedicado su vida a ello. Habla sobre invocaciones a supuestas deidades, transferencia de almas a un cuerpo ajeno, puertas hacia otros mundos. Cosas de fantasía que no serían de tu interés, hasta que sabes lo creyente que era la familia de Isela en éste tipo de cosas, y sabiendo del pasado de la abuela que en paz no descanse al abandonar a su familia hasta llegar a Ishkode.

—Me conozco el pasado de las Benedetto como si fueran mis sagrados aposentos —comentó Sonia, pensando en lo que Zinder escupió—. Tiempo después de que la madre de Lucrecia se acostumbró a la capital, hacerse de poder hasta ser alguien de respeto fue que mando a asesinar a toda su familia. Tíos, primos, hermanos, incluso su esposo e hijos. Todos borrados del mapa, con excepción de... —sus ojos se ensancharon de la corriente que pasó por su columna vertebral del escalofrío que la dejó con la piel erizada al captar el rumbo que Zinder le daba a la conversación.

—Tshilaba Benedetto. —Ahora era Sonia quien guardaba silencio—. Nadie, ni siquiera los tantos hombres que la difunta anciana contrató para encontrar a su hija bastarda lograron dar con su paradero. —En un plato Zinder colocó un poco de pasta sacada de uno de los sartenes, y del otro un trozo de milanesa para luego voltear, mirar a Sonia con ojo afilado, dirigirse a ella a paso lento—. Nadie sabe si mi futura tía política está en alguna zona tropical del mundo, celebrando la oportunidad que la suerte le dio de sobrevivir a la masacre de su familia. O varios metros bajo tierra después de ser torturada por algún depravado —concluyó Zinder, con el estoicismo que mostró durante su estadía con la rubia, entregando el plato de comida.

—¿Dices que la hermana de Lucrecia se metió al cuerpo de Isela? Y no conforme con eso, insinuas que también está detrás de lo que me pasó. Dime: ¿De dónde compraste de lo que te fumas?

—Lo que digo tiene sentido cuando sabes que las cosas que están lejos de nuestro entendimiento son reales, sino.... —exaltando su inexpresiva manera de ser por presenciar la vacilación de Sonia, alzó su mano izquierda a la altura de su pecho para evidenciar la figura de un perro con tres cabezas, montado por otro perro con dos alas de un grifo que estaba tatuada sobre su piel—. ¿Cómo mierda seguiría vivo después de la vendetta entre Lucrecia y mamá, cuando recibí un disparo en la cabeza?

La mujer pudo notar un leve cambio en la pupila izquierda del chico, campante cual flama turquesa bailando sobre su eje.
—Eres igual o más extraño que tu madre cuando se trata de cosas sobrenaturales —sonrió para hacerse ajena de la actitud del chico, pero igual de dubitativa por lo que había escuchado y procesaba con cautela—. Me da algo de gracia ver que tengas mucha confianza, porque después sufrirás las consecuencias de meterte en cosas que no puedes controlar. Muchas veces lo ví con tu madre. Las pesadillas serán cada vez más insoportables, no podrás dormir. La ansiedad te comerá, es entonces donde sabrás que no es buena idea jugar con lo que, como dices: desconocemos. Los primeros síntomas los estoy viendo con tus adicciones. Seguramente consumes drogas para poder dormir tranquilo, ¿me equivoco? Hace poco que empezaste a corromperte, apuesto a que no tiene mucho que hiciste esa tontería.

—¿Ahora eres tú la que se preocupa por mí? —la rubia miró a Zinder con detenimiento para después limitarse a recibir la comida—. ¡Ternurita! Aunque lo mío es un riesgo que estaba dispuesto a aceptar con tal de salvar nuestro pellejo. Todo sea por la causa.

—Es un dolor de trasero ver que el único recuerdo que tengo de tu madre cae en los mismos errores que ella. No puedo hacer nada para detenerte, es tu vida, ¿a mí que me importa ver a otra de las tantas promesas de la sociedad en la miseria? La cosa es, ¿qué pensará Eunice y Yonder cuando te vean tirado como un perro?

—Me gané el desprecio de Eunice cuando nos descubrió teniendo sexo en su propia casa —Zinder se repuso—. Y Yonder ya tiene mucho con lo de su madre. Además, ¿Eunice no está molesta contigo? Digo, ver a sus dos personas más cercanas en pleno acto debió haber que agarrase enojo contigo.

—Ella sabe que soy una malnacida desde la cuna. No cometo ningún delito por tirarme a su mejor amigo, digo, me merezco uno que otro capricho después de todo mi trabajo en el día a día.

—¿A costa de hacer que todo arda, incluso si eso afecta a la única persona que tienes a tu lado? ¿Y cómo que no cometes un delito? ¿Olvidas que soy un estudiante?

—¿Qué hay de tí? ¿Acaso el que seas parte de ésto no lastima a tus seres queridos? —arremetió Sonia, sin abandonar su tono pícaro—. ¿Qué pensará Yonder al ver que  después de ser víctima de su padre por negocios al vivir la penosa noche donde el amigo de su interés amoroso le puso las manos encima, ahora tiene que ver cómo te vas pudriendo por dentro?

—Ésto no es de tu interés —dijo Zinder, jugando a lo que Sonia quería—. Pero si estoy aquí, cocinando para ti después de follarte no es solo por mi fetiche con las milf. Al igual que tú, comparto la vaga esperanza de ver a Lucrecia y al tío Kande por los suelos.

—La pregunta es: ¿por qué quieres acabar con la mujer que a pesar del fuerte conflicto entre Trinidad y ella, te ha dejado vivir? Entiendo que odies a Kande por lo que le hizo a Yonder. ¿Pero acabar con Lucrecia? Porque si vemos tu situación desde una perspectiva subjetiva, hasta la fecha ella te ha dado los privilegios que cualquier persona que vive de su salario del diario desearía. Tienes una linda prometida que, a pesar de tener sus encuentros con el hermano del supuesto amigo tuyo que abusó de Yonder, la gitana está para tí. El techo en donde despiertas no tiene goteos, tu comida no es de pésima calidad, haces lo que quieres, tienes un futuro garantizado. Todo por cortesía de Lucrecia. Lo que pasó entre tu madre y ella quedó en el pasado. ¿Qué necesidad de revivir un pleito que hace tiempo se solucionó?

—¿Lo mismo te puedo preguntar por la masacre que Angela Ackerman y tú están a punto de cometer en contra de Angelo Ackerman? Tu padre adoptivo, aquel que por las noches le daba a tu madre, que en paz descanse como cajón que no cierra.

Zinder.

Después de clases, el chico había salido del instituto sin compañía para ir a casa, cambiarse por algo formal y asistir al compromiso que tenía en la noche.
Pulcritud. No había otra forma para describir el lugar donde se encontraba. Tanto el piso de madera como las discretas luces amarillas que no llegaban a ser tenues, pero no eran molestas a la vista. Las mesas de madera con grabados barrocos puestas en diversas partes sin seguir un orden o patrón específico, esto para tener un mejor espacio a la hora de caminar entre las limitadas mesas que albergaban la segunda plata del restaurante Grillo's. Un estilo victoriano combinado con toques neogóticos.

—Buenas noches, ¿está lista para ordenar? —en la mesa junto una ventana que daba vista a la muy bien estructurada zona norte de Ishkode estaban las cuatro personas que la joven extranjera atendía todos los viernes, a la misma hora, en la misma mesa.

«Otra ropa porque me veo ridículo con la que traigo.» Cuatro personas y una mesa. Tenía alrededor de cinco minutos que Zinder y compañía llegaron a Grillo's.
Al pelinegro le tocaba estar sentado a un costado de la ventana, teniendo a Isela de frente, con su padre que no destacaba a su derecha, dando la espalda al gentio y a Lucrecia en la izquierda. El cuarteto venía vestido para la ocasión. Ambas damas llevaban un vestido. Tshilaba optó por un vestido negro de tiras delgadas que exponían su espalda, acompañado de un par de alhajas como adorno y dejando su cabello suelto. La madre de Isela —Lucrecia— era la más extravagante. Pues su vestido de gala color vino terminando hasta el suelo era suficiente para llamar la atención. El progenitor se Zinder se limitó a un traje negro y camisa color vino, esto a petición de Lucrecia.
En cuanto a Zinder, solo traía consigo algo modesto como lo era un pantalón negro pegado a sus piernas, zapatos negros, una camisa blanca remangada y unos tirantes. Era sencillo, poco destacable pero se sentía ridículo llevando eso puesto.

—Lo de siempre Lola, gracias —dictó la pelirroja mayor mientras le regalaba una sonrisa a la joven morena de crespo que hacía de mesera.

Tanto el físico como la discreta y refinada manera de hablar de Lucrecia eran idénticas a su hija, con la diferencia de tener el cabello peinado en dos trenzas que iniciaban de sus entradas hasta la parte trasera siendo sostenido mediante dos pasadores de oro con la forma de de media luna, dejando caer una parte de su larga cabellera. La mujer poseía rasgos más desarrollados que su hija, destacando sus discretos ademanes a la hora de mostrar una sonrisa y jugar con su dedo índice al golpear la mesa.

—Yo no quiero lo mismo.

Todos en la mesa se sorprendieron, abriendo los ojos como platos, incluso la propia mesera. Y no era para menos teniendo en cuenta que nadie se atrevía a objetar las decisiones de Lucrecia, al menos nadie que fuera consciente de estar en su territorio.
Quién estaba con los pelos de punta era Iván Croda, quien sintió como el alma se escapaba del cuerpo, pero no mostró sus ganas de golpear a Zinder. Solo se manifestó al abrir sus ojos. Pues en el restaurante Grillo's nadie cuestionaba a Lucrecia, ya que ella era la dueña de la gran cadena de restaurantes Grillo's, una de las más famosas de todo Norteamérica.

—¡Oh! ¡vaya! —expresó la pelirroja, llevando una mano a los labios— es inusual que cambies de menú, querido. —Siseo un tanto sorprendida.

—¿Amor? —Tshilaba no dudó en manifestar indiferencia por las palabras de Zinder, tal y como lo haría Isela—: ¿qué pasa? ¿No quieres pasta?

—Lo siento —musitó Zinder, juntando sus manos, haciendo un guiño y mostrar una sonrisa piadosa para ambas pelirrojas— en la tarde almorcé pasta. ¿Me perdonan?

—¿Y qué quieres comer?

No cabía duda que para Lucrecia era nuevo el cambiar de rutina, pues no era común que alguien interfiriera con las acciones que tenía de protocolo, mucho menos en su territorio.

—Puedes pedir lo que quieras —lejos de sentirse ofendida, tenía curiosidad por ver las acciones de Zinder, pues no era una novedad que el chico a su lado era una caja de sorpresas. Y más cuando se trataba de joder a su padre, algo que dedujo cuando este lo miró con malicia.

—Comeré lo mismo que tú —añadió Tshilaba, muy acaramelada con el pelinegro. Con una sonrisa, al compás de acariciar su mano encima de la mesa.

—En ese caso... —pensó Zinder por un momento, llevando su mano al mentón—. ¡Ya se! —dirigió la mirada a la mesera— traeme un rip eye empanizado —todos vacilaron cuando escucharon la orden de Zinder.

—¿Disculpa? —fué la moza quien sacó a todos del trance.

—Si, quiero un rip eye empanizado —todos seguían sin creer lo que Zinder dijo—. Y si es posible, quiero que por dentro lleve tocino frito, cebolla caramelizada, chile morrón y queso cheddar para darle más sabor. Y por favor... —volvió la mirada a Lola—, que el empanizado sea japonés para que esté crocante.

Grillo's era un lugar de cinco estrellas, de los mejores, si no el mejor. Un lugar donde servían platillos de todo el mundo, de la más alta calidad, era por eso que Lola estaba estupefacta y no supo que decir ante la petición de Zinder, pues lo que pedía iba en contra de lo que alguna persona con etiqueta solicitaría.
Miró a Lucrecia para recibir su concentimiento, adornando sus labios con una sonrisa pícara.

—Dale a mi niño lo que quiere —confirmó la pelirroja mayor. Lola asintió antes de marcharse lo antes posible. Si ya era una presión el atender la mesa de la dueña legítima, ahora era mil veces peor debido a las acciones del pelinegro menor.

—Lucrecia, no es necesario.

—Iván, cállate.

Impotencia. Es lo que sintió Iván al ser irrumpido por la imponente voz de la pelirroja mayor, limitándose a ocultar la rabia contenida en una expresión seria, resaltando el tip en su pie derecho.

—¿Y bien mis niños? —Lucrecia volvió a Zinder y Tshilaba, sin perder la picardia—. Cuéntenme las buenas nuevas de esta semana. ¿Cómo les ha ido en la escuela?

Grillo's cerraba a partir de las 11:00 p.m. Después de ese horario ya no se podía recibir a nadie, así como todo el que estaba dentro de sus instalaciones debía salir sin importar que su comida se quedara a medias, esta sería empacada para llevar. El lugar tenía reglas que debían ser acatadas al pie de la letra para mantener la ímpetu. Porque pasando ese horario el restaurante Grillo's se convertía en el lugar perfecto para que las personas más importantes desahogaran a gusto.
Las mesas se guardaron para dejar espacio a la barra que salió en medio del piso para dividir a los clientes de los barman y las meseras con un uniforme más liberal del que acostumbran a llevar de día.

Había toda clase de personas. Desde empresarios con un pie cerca del jubilo, hijos de políticos, millonarios en busca de una joven para hacer de sugar daddy, mujeres casadas, jovencitas en busca de plata a cambio de una noche, etc.

—¡Kande! ¡Qué milagro verte aquí!

—Por nada podía perderme los viernes de Grillo's.

—Incluso faltaste al Noxx.

—Lúlu puede esperar, tú eres especial, cuñada.

Todas las mesas habían sido retiradas con excepción de la que usaba Lucrecia. La única diferencia que tenía eran las botellas y ceniceros que sustituyeron los platos y demás utensilios. El olor a tabaco se aspiraba conforme cada bocanada de unas cuantas personas eran expulsadas de diversas partes, expandiendo el aroma y dejar el humo a la vista.

En la mesa se encontraban tres personas que ocuparon la mesa desde el principio hasta la llegada de Kande Pulisic, quien se acercó para saludar, gesto que Lucrecia aceptó gustosa, abandonando su asiento para abrazar al pelinegro de barba y traje azul marino.

—¿Cómo está Yonder? —preguntó Lucrecia—. No he visto a esa hermosura durante toda la noche.

—Debe estar en el tocador, acompañando a Isela —respondió Kande, con un poco de desdén.

—Deberías dedicarle tiempo antes que sea toda una mujer y pierdas la oportunidad de crear bonitos recuerdos con ella.

—Tomaré en cuenta tu consejo.

—Deberías. Por cierto —sus ojos ámbar se postraron por un minuto en Iván, quien más incómodo no podía estar debido a lo ridículo que se sentía.

Tanto su dignidad como moral estaban por los suelos con sólo estar ahí. No era una sorpresa su quiebra, todos en el lugar sabían de su situación. Lo que fué y lo que ahora es. El pelinegro de barba poblada era la vergüenza, aunque nadie lo dijera.

—Kande: ¿no te quieres llevar a Iván? —los tres hombres en la mesa se exaltaron por un momento ante lo dicho por la pelirroja—. Llévalo a que se dé una vuelta por sus "círculos" de amistad.

Kande era amigo de Iván desde que ambos tenían memoria. Sin duda era consciente de la situación que pasaba Iván, también estaba al tanto de lo que Lucrecia hacía por él. Era esa la razón por la que se sintió incómodo en cuanto la petición de su ex cuñada llegó a sus oídos.

—¿Segura? —replicó—. ¿No quieres que te haga compañía?

—No gracias —negó la mujer— ya tengo la compañía de mi futuro hijo —sin preguntar acercó a Zinder para envolverlo en un abrazo, hundiendo su cara entre su escote.

—Pero...

—Iván —sentenció Lucrecia, decapitando al pelinegro con la mirada.- ¿Cuándo dije que podías hablar?

Lo tétrico del tono empleado en la mujer fué suficiente para evitar que el Croda mayor hablara.-

—La casa invita, ve y haz lo que mejor sabes hacer —el par de hombres no objetó y se retiró, después de un amistoso saludo entre Lucrecia y Kande.

—Entonces, nene...

En ese tipo de situaciones, Zinder prefería mantener una bandera de antisocial para pasar desapercibido a menos que el asunto amerite cambiar de actitud. Y en ese caso no era la excepción.

—En unos minutos llegarán por ustedes dos para ir a la cabaña —Zinder asintió, mostrando una actitud positiva, un poco accesible para el gusto de Lucrecia.

—Muchas gracias por dejarnos usar la cabaña Lucre...

—No, no —Lucrecia puso su dedo índice en los labios de Zinder para callarlo— mamá. —Concluyó con una sonrisa.

—Disculpa, mamá —contestó Zinder, tragándose la rabia que le daba darle tal honorífico a la mujer que gustosa asintió.

Desde que pasó la media noche las luces del lugar se volvieron opacas para destacar la música en vivo.

—Seré directa ya que Isela no debe tardar de hablar con Yonder. —con su brazo rodeó la cintura de Zinder para llevarlo a ella, sorprendiendo al pelinegro por la facilidad en que lo hizo—. Conmigo lo puedes tener todo querido. Dinero, fama, estatus.

Susurraba al oído del chico.

—Poder y todo lo que tus instintos puedan desear —de pronto pasó su lengua sobre el exterior de su oreja— pero sólo te pido una cosa, aquello que te eh pedido desde el primer día. Y eso es que hagas feliz a mi hija, es lo único que quiero. No la hagas preocupar, ¿si sabes que ayer no durmió por estar preguntando por ti? Te buscó en toda la noche, estaba muy preocupada —Zinder sólo se limitó a escuchar, asentir y negar lo último que escuchó—. Aunque ella no me lo dijo, yo lo supe. ¿Y sabes por qué?

El pelinegro volvió a negar.

—Eso es porque tengo ojos en todos lados. Entiende, tu único deber es hacer feliz a mi hija. Y tampoco es que tengas opción sabes. Podemos hacerlo por las buenas...

Debajo de la mesa surgió un sobre que cargaba Lucrecia. Sin dudar lo dejó caer de manera discreta, para abrirlo y mostrar unas cuantas fotos de una señora que pasaba los cincuenta años abriendo un local, teniendo una expresión apagada, triste y deprimente. Ella, era una de las sobrevivientes de la disputa entre Lucrecia y la madre de Zinder.

—O lo hacemos de la manera que más me gusta pequeño, porque estoy dispuesta a matar a las pocas personas que debieron morir en la vendetta que tuve con Trinidad. Ahora vamos a hacer que esta conversación no pasó. Vendrá Isela, la vas a abrazar, seguido de un beso para terminar con el mejor cumplido que se te ocurra, la llevarás a la cabaña para darle el mejor finde que ha tenido, ¿entendido? -Zinder asintió con la cabeza agachada. Apretó los dientes para contener su rabia, intentando no quebrarse—. Por favor, no te vuelvas a escapar por tu cuenta. No tomes los hábitos de tu mediocre padre, ¿quedó claro?

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