Culpa: parte 3
—¿Me esperas? —la pregunta de Sonia Bozada era un discreto mandato que era dirigido a la mujer que hacía de copiloto en el Beetle rosado que manejaba—. No tengo datos. Quiero avisarle a mi hija que llegaré un poco tarde —su voz aparentaba normalidad, como si esa noche fuera igual al resto.
Otra de las tantas formas de cruzar la zona norte con la sur era la autopista, muy frecuentada por aquellos que evitaban el estresante tráfico de la ciudad. Aquella misma que Sonia recorría en medio de la nebruzca pista hasta llegar al establecimiento que pertenecía a Lucrecia. Mismo que hace cuatro días Zinder visitó junto a Tshilaba.
—Menuda mierda de lugar —dijo la mujer de tes trigueña, sabiendo de lo que había ocurrido alrededor—. ¿Justo ahora? —esos grandes orbes café miraron a Sonia con disgusto en cuanto la velocidad del vehículo disminuía hasta estacionarse en el aparcamiento.
—Mi gorda debe estar esperándome. —Sonia trató de persuadir los nervios que trataban de traicionarla, en el momento que subió el freno de mano—. La última vez que hice esperar a mi nena, casi termino durmiendo en el patio de la casa. No pienso pasar la noche en un asiento de playa hasta que mi malcriada hija se digne a quitar los seguros de la entrada. Ya sabes, cosas de madre e hija.
Ella pensaba que no era la persona indicada para soltar esos comentarios tan a la ligera. Después de todo, ella sabía que después de salir del coche, los minutos correrían para Andrea Trujillo, la subdirectora del instituto San Bernardo.
Sus manos fueron a la cartera de mano dorada situada en la guantera, alumbrada por las luces amarillas del interior del Beetle. Las náuseas de querer vomitar el almuerzo no paraban de sofocarla, a la hora de estirarse para alcanzar el monedero, respirando por momentos la suave colonia de su compañera de trabajo. Un aroma que pasaba desapercibido hasta quedar demasiado cerca, dicha fragancia que hubiera preferido no oler, puesto que lo recordaría por el resto de su vida, al igual que ese gesto despectivo de Andrea.
—Debí esperar algo como esto —farfulló Andrea, desganada—. Acepté venir contigo porque me lo pediste con una seriedad que pocas veces usas. Pensé que era importante, pero empiezo a dudar que así sea por ver que te tomas la molestia de parar en medio de un lugar muy peligroso.
—Será rápido —contestó Sonia, sonriendo—. Solo dos minutos.
—Bien —soltó Andrea, con un suspiro—. No tardes, mis hijos deben estar esperándome, y no los quiero dejar más tiempo con su padre. Ése imbecil no sabe como cuidar a unos bebés.
Lo escuchado había dejado a la rubia con una cara vacilante. Sonia conocía algunos datos acerca de la vida íntima de Andrea Trujillo, cosas que el círculo social al que ambas pertenecían sabía, otros que un pequeño número de gente estaba al tanto.
Como el par de gemelos que hace cinco meses dio a luz, cuyo padre no era su esposo. El cargo de subdirectora que ostentaba, o lo involucrada que se encontraba en la corrupción de ciertas empresas fantasma que dirigía a raíz de ciertos términos y condiciones con socios del exterior.
Incluso si la mujer de padre marroquí y madre mexicana era un ser con poco interés para Sonia, lo último dicho por Andrea la había dejado muy pensativa, tanto que tardó unos segundos para asimilar.
"Mis hijos están esperándome" esa frase se repetía en la cabeza de la mestiza que dejó de perder el tiempo y bajó del carro, lamentándose de lo que estaba a punto de pasar.
Con el avanzar de los pasos rumbo a la tienda era que aludía las futuras cosas que cambiarían su vida, así siguió hasta llegar a la puerta de cristal trasparente que empujó para entrar, el último paso que implicaba no dar marcha atrás.
Por pequeñeces relacionadas a la falta de mantenimiento en la tienda, era que dos de las seis luces de lados opuestos necesitaban ser reemplazadas. En cambio, las cuatro lámparas restantes solventaban al par en disfunción, como para que Sonia siguiera su camino a la caja, en línea recta que era conectada el primer pasillo.
Sentía que el pequeño tramo que pasaba por el corredizo favorito para los bebés y mujeres embarazadas era eterno. Demasiado, pasando con tranquilidad, en cuanto una chica muy parecida a Andrea subía al Beetle. Era la primogénita de Andrea: Leticia Trujillo. Sonia lo sabía.
—Buenas noches —dijo la voz del cajero que la recibió, con un tono que había escuchado desde el mediodía.
Ella alzó la mirada por inercia, topándose con un estoico zinder, quien reemplazaba al empleado de turno que yacía con una rajada en la garganta, oculto en el almacen. El chico no movía ningún músculo, a comparación de la segunda trabajadora que pasaba el trepador cerca de ella.
—¡Soy un gordo bebé que puede bailar como un hombre! —cantaba mientras pasó de largo, meneando las caderas como festejo—. Hoy le vamos a hacer pum, pum a una nena que se ha portado mal.
Sonia giró el cuello para volver a divisar a la pelirroja de rostro cubierto por una gorra y un tapabocas que bailaba al ritmo de una canción pegajosa.
—La siguiente podría ser la señora Bozada si sigue buscando pelea contra alguien que no debe —terminó Tshilaba, después de pasar el mechero mojado con gasolina por todo el piso de loza blanca.
Sonia volvió a Zinder, casi de inmediato.
—Termina con esto de una vez —le dijo al chico, algo ansiosa.
La tranquilidad del pelinegro que sacaba muchos billetes de la registradora —demasiados para lo que una tienda con falta de muchos productos podría tener— la ponía de malas antes de contestar. Pudo a apilar el dinero de menor a mayor cantidad para meterlo en un sobre negro y guardarlo en el bolsillo de su pantalón.
—Espera otro poco —dijo con serenidad—. Ya casi termino.
—No la hagas de emo...
Sonia no pudo concretar la oración al momento de escuchar una fuerte explosión proveniente de la entrada, específicamente donde debía estar su coche, donde ahora solo quedaba el resto del incendiado Beetle con falta de muchas partes que salieron volando por una bomba. Incluso una parte de la ventana con vista al estacionamiento voló en pedazos.
Las doradas pupilas dilatadas de la rubia miraron incrédula al comportamiento ajeno de Zinder, pero atento a todo momento.
—Primer paso terminado —habló el chico en un tono seguro, pero inerte al mostrar el control de un botón rojo que había detonado la bomba—. Andrea y Leticia Trujillo, ambas muertas en un atentado.
—A la FMK no le va a gustar esto —comentó la pelirroja con una sonrisa satisfactoria— mucho menos a Peack. Ya no hay marcha atrás, o seguimos con el plan, o morimos antes del amanecer por haber estallado a la segunda persona más importante del instituto.
Los tres sabían que dentro de diez minutos el establecimiento estaría rodeado de la policía acompañada de los hombres a cargo de Lucrecia. Y lo tenían previsto, por lo que salieron por la parte trasera en el instante que Tshilaba tomó uno de los fósforos acomodados en un pasillo para tirarlo al suelo, provocando que el fuego comenzara a dispersarse por el lugar.
Ir en auto sobre la autopista era una pésima idea, pero decidieron afrontar el riesgo de ser descubiertos en caso de que la policía los detuviera, a lo que subieron a la vieja camioneta roja de dos puertas en la parte trasera del lugar.
—¿Qué haces? —preguntó Tshilaba cuando el chico se subió a la batea de la camioneta.
—Solo hay dos asientos adelante —respondió Zinder, sacando un cigarrillo de la cajetilla que había tomado antes de abandonar la tienda.
—Alguien te puede reconocer —dijo Sonia— es muy pronto para que Lucrecia sepa que estuviste aquí.
—Nadie me verá.
—¿Como lo sabes? —preguntó Tshilaba, sacando la llave de la camioneta para abrir la puerta del conductor.
—Sé pasar desapercibido, además, tampoco voy a asomar la cabeza cuando pasemos junto a una patrulla o vehículo.
Ambas mujeres miraron a Zinder con indiferencia. Pensaban que el chico tendría sus propios motivos para estar solo, después de todo, hasta cierto punto querían algo de privacidad para meditar lo que habían hecho. Subieron a la camioneta que tomó un par de intentos antes de encender el motor, yéndose del lugar, con dirección al edificio de la zona sur donde pasarían el resto de la noche.
—He de admitir que todavía sabes usar los huevos que cargas en la entrepierna —dijo Glassialabolas, sentado a un lado del pelinegro.
Zinder se tomó su tiempo para responder lo dicho por el demonio. La mirada puesta en la oscuridad que traspasaba las luces de la carretera que transitaban a una velocidad superior a los ciento cincuenta kilómetros por hora se perdía, mientras que el revoltijo de sensaciones le provocaba malestar estomacal.
—Ésta es mi cuarta noche sin haber consumido algo —la ronca voz de Zinder era calmada, aunque profunda—. Nada de alcohol, hierba, putas... nada.
—Gracias a eso es que todo está saliendo como lo planeaste, desde antes de forzar una alianza entre las dos mujeres que te acompañan.
—Lo curioso es que será la cuarta noche que voy a sufrir de insomnio. —Alzó la mirada para denotar el eclipse que opacaba las estrellas plasmadas en el cielo sin nubes—, cuando intento dormir, escucho los gritos y pensamientos de muchas personas antes de morir. Mismos que me mostraste la noche que hicimos el pacto.
El canino se echó a reír por lo bajo ante lo que provocaba con torturar al chico entre sus noches de melancolía.
—Es mejor que te acostumbres a tenerlos cerca, porque cuando mueras formarás parte de ellos. A este ritmo puede que vivas menos que tu madre.
—Por ahora respiro, pero puede que tengamos un accidente, justo ahora. —La mirada de Zinder seguía puesta en la luna, no se dignó en mirar al perro—. Quizás y las cosas salen a mi modo. Vivo el doble de lo que vivió mamá, sentado en un trono mucho mejor que el de Lucrecia. Todo puede pasar, Glassia, porque he recreado muchas posibilidades gracias a que lo he visto.
—Mostrarte el futuro a cambio de tener control en ti, yo te doy las gracias por darme la oportunidad de alterar muchos sucesos importantes. Por fin podré ascender de rango, y dejaré de ser el puto transporte de ese malparido perro de tres cabezas. Me pregunto, ¿cuánto puedes durar conmigo?
—Parece que los dos tenemos enemigos de los cuales nos queremos deshacer. —suspiró pesadamente— y respondiendo a tu pregunta, duraremos juntos lo que tengamos que durar, Glassia. Lo que tengamos que durar...
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