Culpa. Parte 2
Debido a la intervención de Lucrecia para habitar el viejo edificio que Zinder y Yonder hospedaban, era que la planta baja había dejado de parecer la vivienda de algún vagabundo que dormía de pasada. El encharcado piso desnivelado contaba con una resina oscura que le daba un toque al espacio repleto de estrellas. Las paredes de grafitis obscenos fueron pintadas de un blanco radiante que otorgaba luminosidad junto a la amarilla farola colgante de arriba para no quedar con tanta tenuidad, debido a que las ventanas seguían parchadas con madera para complementar los cristales rotos.
—¿En qué tiempo llegarán? —preguntó Yonder, mientras alzaba los brazos para que las empapadas axilas no mojasen su abotonada camisa manga larga.
Una modesta mesa redonda con cinco sillas sin respaldo de madera era lo que había en medio del lugar, tan bochornoso que el aire del ventilador en el techo era insuficiente para contrarrestar el sudor de la chica sentada. Por tanto frío que había debido a las muy bajas temperaturas que se encontraba para ese mediodía —aunque el día anterior había hecho un calor con sensación de cuarenta grados—, el edificio estaba demasiado sofocante, como si alguna anomalía se hubiese aprovechado del lugar.
—Tshilaba es una gitana que no respeta los compromisos. Margarita hace lo que quiere, sin mencionar que debe estar buscando una excusa para hacer que Peack no la acompañe. Y la tía milf Sonia... —dijo Zinder, vacilante, sentado a un lado de Yonder mientras tomaba dos cigarros de color negro de la cajetilla que puso sobre la mesa—, es la tía milf Sonia.
De los dos chicos era Zinder el que menos sufría del calor. En parte era por los rigurosos entrenamientos que su madre lo ponía a hacer en medio del pequeño desierto dentro de la zona muerta, otra era por la delgada polera sin mangas, junto a los orificios de distintas partes en su pantalón negro. Y porque ya había sentido de primera mano el calor que producían las llamas del mismo infierno que le enseñó Glassialabolas a la hora de hacer un pacto.
Zinder ofreció un cigarro a Yonder, encenderlo y repetir la misma acción con el otro cigarrillo, creyendo que el humo podría ser el mejor tranquilizante para contrarrestar los nervios que se aferraba a ambos.
—Oye —inquirió Yonder, con mirada despectiva, luego de una calada—: ¿No tenías otra ropa que incite a nuestras invitadas a darte limosna?
—Era lo mejor que encontré en los pocos puestos que estaban abiertos en el mercado. Solo había ropa de segunda mano —recalcó Zinder—. Además, ellas vienen a hacer negocios, no para hablar de cómo me visto.
—Recuerda que vamos a tratar con gente de renombre —la chica suspiró— tienes que estar presentable para la ocasión, si no quieres que te hagan menos y quedes como un hazme reír.
—Me da igual lo que piensen. Si consigo lo que quiero, al final serán ellas las que se harán menos por obedecer a alguien que consideran inferior.
Yonder movió la cabeza en señal de negación, pues lo que menos quería era discutir antes de una reunión crucial.
—No se trata de eso —refutó ella—. Si vamos a juntarnos con personas importantes, tienes que darte a respetar. Y para conseguirlo, primero tienes que respetarte a tí mismo. Comenzando con tu imagen, recuerda que por mucho que sepas hacer, las personas siempre te van a juzgar por tu apariencia. Si tú no te respetas, nadie lo va a hacer. Terminando ésta reunión iremos a comprarte ropa nueva, antes que Lucrecia congele tus cuentas. Sin excusas ni pretextos. —Con los dedos trató de peinar los rebeldes mechones de Zinder para acomodarlos a un costado, de modo que se viese un mejor perfil de su rostro cargado de seriedad.
La llegada de las invitadas había sido aleatoria conforme el orden en que Zinder las había llamado. La primera en tocar la puerta había sido Tshilaba, poco gustosa de actuar a primeras como lo hubiera hecho Isela, quejosa de la escuela que había abandonado para estar ahí, evidenciado con el uniforme del instituto San Bernardo. De ahí Margarita apareció con la confianza de sentirse como en casa al pasar sin pedir permiso, sentarse para tomar uno de los vasos colocados sobre la mesa para vertir un poco de la botella con ginebra situada en el centro de todos. Tanto Margarita como Tshilaba fueron fáciles de manejar. El problema recayó en Sonia Bozada.
—Me hiciste venir hasta el otro lado de la capital para tratar asuntos importantes —dijo Sonia, ocultando el repudio de ver a la pelirroja—. ¿Qué hace tú... prometida en un lugar tan humilde para una gitana tan refinada como ella?
La última mujer en llegar tenía una enorme cantidad de llaves con todas las puertas del edificio, por lo que, a comparación de las demás, ella no necesitó golpear la entrada para ser recibida. Ella contó a las cuatro personas desde los aproximados veinte metros de distancia entre la entrada y la mesa donde todos estaban reunidos, caminando lentamente mientras los altos tacones resonaban en eco hasta quedar frente a la luz, envolvente en el misterio que debajo a los demás por apenas percibir la silueta de caminata lenta y sensual que se acercaba a ellos.
—Es inusual que lo digas cuando vienes vestida como la secretaria del presidente —dijo Tshilaba, la única que la miraba a los ojos tras viborear el traje de ejecutivo grisáceo amoldado a la figura de la rubia.
Sonia ignoró las risas socarronas de Tshilaba, tomó el asiento restante de la mesa, al lado de Zinder y Margarita, agarrar la cajetilla de cigarros de Zinder y fumar uno que el propio chico encendió.
—No tengo mucho tiempo para chismear, así que ve al grano —dijo tras una breve bocanada— es peligroso dejar que tu padre se haga cargo del instituto si queremos que deje de estar en decadencia. Deseo creer que me va a esperarme antes de firmar cualquier documento. ¿Y bien? —miró a todos alrededor—. ¿Para qué estoy aquí? —enfocó su atención en Zinder.
—La niña tiene razón —apoyó Margarita— la próxima vez que nos reunamos en un lugar como éste, procuren venir lo menos mamonas posible. Que con ése uniforme de niña fresa que tiene la rojita, y esa corbata de empresaria en bancarrota que usa la rubia despechada harán que los rumores lleguen a la zona norte.
—Es bueno que vengan como si estuvieran a punto de recibir a la difunta reina. Así todos alrededor sabrán que las cosas aquí van a cambiar, aunque seas la menos indicada para hablar, madris; que con tus aretes podrías comprar toda la mercancía del mercado Laporta. Bueno, las reuní aquí para discutir el asunto que durante años han estado esperando —habló Zinder para llamar la atención de todas, con su característico tono seco—. Como sabrán, los últimos días han estado en constante movimiento. Muertes por aquí, muertes por allá. Muertes en una habitación debido al cáncer terminal, y otras tantas en un cerro. Todas esas almas que han de estar en el otro infierno tienen algo en común, porque están relacionadas con nosotros. Y esa es: Lucrecia Benedetto.
—Hablando de cáncer —agregó Tshilaba, fingiendo inocencia al dirigirse a Yonder— lamento lo de tu madre. Debió ser difícil para ti. Oí que Kande había adelantado su muerte con no darle los tratamientos adecuados para deshacerse de ella lo antes posible.
—Descuida —dijo Yonder, como si las palabras de la pelirroja no le afectaran— gracias a eso hice que mi padre se peleara con tu hermana.
—¿Hermana? —la agente fingió estar confundida para seguir actuando como Isela—. ¿Hablas de mi madre?
—Sácate la verga que tienes en la boca, gitana —escupió Sonia, tirando las cenizas del cigarro en el cenicero junto a Zinder— sabemos quién eres.
La conmoción de Tshilaba, maquillada en una cara indiferente que miró al único chico la hizo querer estar a la defensiva, aunque no actuó para que el resto no sintiera sus nervios.
—Zinder, cariño: ¿Me perdí de algo? —la pregunta iba con odio discreto para el joven.
El pelinegro esperó tres segundo de silencio antes de hablar, sin mover un músculo, pero mirando a todas de reojo.
—Las presentaré como se debe, antes que se les alboroten las hormonas. Tshilaba —detuvo sus ojos en la pelirroja— la hermosa castaña con tendencias de machorra es Margarita Potra, una de las encargadas de la zona sur. La chica a mi lado es Yonder Pulicic, prima de Isela e hija de Kande Pulicic. Y la rubia ya la debes conocer. Es Sonia Bozada, ex esposa de Ted Tijerina, el hombre que encarcelaste. Y por último, damas nombradas: la mujer que se encuentra en el cuerpo de Isela es Tshilaba Benedetto, de quien les hablé. Hermana menor de Lucrecia, e hija bastarda de Meredith Benedetto, la anciana que años atrás trajo consigo a la larva de Lucrecia.
Todas reservaron sus emociones por un rato de más silencio, entre cortas miradas perceptibles sobre el humo del tabaco en el aire. Mientras Margarita hacía de servicial con poner ginebra en el vaso de todos como acto de tregua para no empeorar el ambiente, el choque entre Sonia y Tshilaba era algo que predominaba sobre las preocupaciones de un Zinder atento para que las cosas no escalaran a mayores problemas. En la mayoría de las veces era la gitana que provocaba a Sonia con sonrisas triunfales junto a un par de besos y guiños enviados. En cuanto a Sonia, a tope del fastidio, prefirió usar la experiencia que avalaban la profesionalidad que tenía con los asuntos para devolverle los gestos con una mirada directa, sin indicios de violencia o algo que pudiese amedrentar la paz en el ambiente.
—Vaya mierda de personas las que estamos aquí —silbó Margarita, luego de farfullar—. Una gitana encerrada en el cuerpo de su sobrina, una mujer que lo perdió todo, un par de niños queriendo jugar a ser adultos. —Asintió con los labios torcidos en gesto despectivo—, somos el equipo perfecto para derrocar a alguien como Lucrecia y Kande —terminó, sarcástica.
—El lunes, Tshilaba y yo... —el rumbo volvió a Zinder, inmediatamente— estuvimos ocupados con acribillar a un grupo de criminales salvadoreños para evitar el robo de mercancía que iba al restaurante Grillo's. En el proceso descubrimos quiénes eran los que enviaban a esas escorias, pero no solo eso. En el proceso, mientras le sacamos información a la persona infiltrada que le enviaba lo recaudado a su verdadero jefe: Humberto Laporta, como lo eran las rutas que tomaba Lucrecia en el día a día, horarios de reuniones, etcétera. También supimos de primera mano acerca de muchos negocios que la rodean a ella, como a muchos socios que manejan los hilos de la capital. Eso la incluye a usted, madrina.
—Desde que la vendetta entre Lucrecia Benedetto y Trinidad Jeager terminó, la ganadora se adueñó de la mayoría de propiedades y patrocinios en Ishkode. Clubes, terrenos, puntos de droga, proveedores, asociados del extranjero —dijo Yonder para evadir una provocación hacia Margarita—. Esto ha afectado a muchos, como es el caso de usted, soñora Potra. Desde que la tía Trina murió, usted dejó de tener conexión en la zona norte. Lo que le trajo pérdidas. En cuanto a la presente Sonia Bozada, fué despojada de los territorios que se suponía le debía haber correspondido cuando la capital fue repartida. En cambio, Lucrecia se quedó con su parte.
—Sabemos que a raíz de eso, ambas han buscado un punto débil de Lucrecia para vengarse de ella —prosiguió Zinder—. Para desgracia de ustedes, conforme pasan los días, personas importantes del exterior la buscan, esto la hace cada día más fuerte e intocable. Que incluso el gobierno y la propia FMK le quitaron los ojos de encima, pensando que tenerla de aliada les podría traer beneficios.
—Si antes era difícil acercarse a Lucrecia —dijo Yonder.
—Ahora es casi imposible —completó Zinder—. Al menos si actuamos por separado.
—¿Qué proponen? —preguntó Sonia por las tres invitadas.
—A eso vamos —contestó Yonder, frenando la ansiedad de la rubia.
—Después de matar a los salvatrucha a cargo de Humberto, interrogamos al chófer que llevaba a Lucrecia a todas partes. Duramos aproximadamente dos horas para sacarle todo lo que tenía, pero que... —el chico dejó la oración a medias.
—A Lucrecia le enseñamos una hora del vídeo que filmamos —terminó Tshilaba, como si hubiera adivinado lo que Zinder trataba de decir.
—Por eso es que ella no sabe que nosotros estamos al tanto de toda su rutina. A quienes llama, visita, o con los que hace negocios demasiado privados. Por ende —Zinder dio un trago de su vaso— tenemos sus movimientos en la palma de nuestra mano, incluso sabemos cuándo es que come, duerme, caga y se acuesta con otros hombres a cambio de más poder.
—Los niños están muy activos —dijo Margarita.
—Hicimos nuestra tarea —contestó Tshilaba.
—Una tarea que está mal hecha —irrumpió Sonia, con seriedad—. Tu hermana no es tan estúpida para confiar en un chófer, y más si se trata de alguien que trabaja para Humberto. Seguro que sabía todo desde un principio. Toda la rutina que ustedes tienen es falsa, ella debió fingir que actuaba con normalidad. De nada sirve que le hayan enseñado una parte de un interrogatorio a medias.
—Si, y no —dijo Zinder—. Sabemos que la información que el hombre infiltrado de Humberto es falsa. La otra parte de la entrevista nos dice las veces en que estuvo alejado de Lucrecia. Cuánto tiempo, en cada hora del día. Fué en ese tiempo donde ella siguió con sus asuntos, justo cuando estaba sola.
—He calculado ese tiempo que Lucrecia estuvo por su cuenta, es demasiado fácil saber sus movimientos cuando tienes una buena relación con su asistente para decirle que quieres hacer una fiesta sorpresa, con el fin de tener su agenda —dijo Tshilaba.
—Bueno, ¿y cuál es el plan? —preguntó Sonia—. Supongo que tienen uno, ¿no?
Zinder intercambió miradas con Yonder y Tshilaba antes de proseguir, recibiendo asentimientos por parte de ambas.
—Primero haremos que recuperes parte de tus influencias como nueva directora del instituto San Bernardo. Eso será un golpe muy duro para Kande y Lucrecia, sabiendo que mi padre, el actual director está comiendo de la palma de ese par. Contigo en el poder, tendremos bajo nuestro territorio a una zona con alto al fuego, eso nos servirá de mucho.
—Tienes una gran imaginación, Trinidad en miniatura —dijo Sonia, un tanto incrédula—. Solo a ti se te ocurren las cosas más fumadas e imposibles. De todas las cosas que has dicho, ésta es la más estúpida. ¿Conseguir el puesto de directora? Es un sueño que posiblemente nunca se cumpla.
—Deja que el niño termine —farfulló Margarita, encendiendo unos de los cigarros que guardaba en el largo abrigo caqui que puso sobre el respaldo de la silla—. Continúa.
El chico tomó el vaso con un poco de ginebra que dejó a centímetros de sus labios cuando decidió pensar si era buena idea encontrar valor con la bebida. Prefirió no hacerlo con devolver el vaso a la mesa tras carraspear. Acciones que no pasaron desapercibidas por las mujeres presentes.
—No es una sorpresa que la ineptitud de mi padre sea pasado por alto ante los ojos de todos los patrocinadores de la escuela. Esto es por dos razones: la primera es que a ellos les gusta la idea de tener a un títere que les permita manipular los hilos de las instalaciones a su antojo. Lo segundo es usted misma, señora Bozada.
Todas mantenían el enfoque en el chico que, meticuloso con los escasos gestos que hacía, miraba a cada una a los ojos, especialmente en Sonia por ser la principal del tema.
—El impecable trabajo que hace por la escuela es mucho más de lo que una simple prefecta debería tener. Su rendimiento está por encima de los directores. Hace el trabajo de ambos mediocres, de no ser por usted, la escuela estaría en la ruina. Debido a sus acciones es que todo se encuentra en orden, incluso es exagerado ante los patrocinios, porque no pueden tener muchos negocios ocultos para ganar dinero de manera ilegal. Por esa razón es que no la ascienden de puesto, pues con usted al mando les resultaría el doble de complicado actuar a sus anchas. Están contentos con usted, pero no lo suficiente para tenerla en la cumbre. Aunque es algo que usted sabe de primera mano.
—Si estás al tanto de la situación, ¿para qué te empeñas en conseguir ese puesto? Por el momento me es difícil escalar de posición, considerando que delante mío se encuentra tu padre y la subdirectora.
—Si en una balanza la ponemos a usted y ellos dos, su nombre pesaría en comparación a los directores de la escuela —agregó Yonder, bebiendo la ginebra de su vaso—. Ahora, si presionamos a los donantes de la escuela para que decidan entre usted y ellos, dudo mucho que quieran perder a la mujer que mantiene el equilibrio en la escuela, pues esos dos solo están de adorno. Lo sé de primera mano porque yo también la ayudó para hacer que el instituto funcione.
—Tengo conexiones con gente que invierte jugosas sumas de dinero a la escuela. Muchos de ellos están cansados de Iván Croda. Varias veces se han reunido para discutir su permanencia como director, pero por respeto y orgullo a Porfirio Croda, su padre y abuelo de Zinder es que lo han dejado ahí —dijo Tshilaba, luego de ingerir la ginebra y quitarse la boina negra que tenía encima de su cabello atado a una cinta que daba la apariencia de tener el pelo menos largo.
—Nosotros aprovecharemos esa disconformidad para quitar a Iván de su puesto —siguió Zinder— después de deshacernos de la subdirectora.
—Como si fuera a ser fácil acercarse a una tipa como Andrea —arremetió Sonia, refiriéndose a la subdirectora.
—De hecho es posible —respondió Zinder—. Y lo haremos ésta noche.
—¿Cómo? —preguntó la rubia.
—¿Recuerdas a su hija: Leticia Trujillo? —contestó Zinder a modo de pregunta, al instante de lanzar una foto de la agente bajo el mando de Tshilaba, donde se visualizaba en el mercado Laporta, justo en el comedor de doña Toña.
—Si mal no recuerdo, dijeron que su hija había fallecido en un accidente —masculló Sonia, mirando al chico.
—La gente suele decir muchas cosas —el joven alcanzó sus cigarros para dejar que el humo relajara la tensa lengua que imploraba hacer que tartamudeara—, en su mayoría mentiras para encubrir un propósito demasiado grande de lo esperado. —Esperó unos segundos antes de seguir, luego de un par de bocanadas—. En el caso de la hija de la subdirectora no fué la excepción. Le hicieron creer que Leticia había muerto, ¿pero qué cree? Está viva, más cerca de lo que crees. Cruzando la calle, en el mercado Laporta para ser específicos.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Margarita, interesada en el tema.
Con una pequeña mirada hacia Tshilaba, el chico les dio la respuesta a ambas mujeres. La gitana copió las acciones de Zinder al tomar el último cigarrillo sobrante de la cajetilla para que el chico lo prendiera con el antiguo encendedor de plata que había heredado de su madre. Tomó la botella de ginebra y empezó a vertir para todos, tomar un pequeño trago con el objetivo de humectar el paladar.
—Leticia trabaja para las mismas personas que yo —articuló Tshilaba— aunque por el momento está recibiendo órdenes mías.
—Vaya, pueblo chico, infierno grande —silbó Margarita.
—Usaremos a su hija como carnada para traerla a nosotros —continuó Zinder, llamando la atención de Sonia y compañía—. Usted se encargará de traerla a la zona sur, señora Bozada. Tshilaba y yo haremos el resto.
La rubia miró a la gitana de arriba abajo, risas se escaparon de su boca para luego chistar.
—¿Por qué debería confiar en eso? —apuntó con el dedo a la pelirroja.
—Porque soy la única que puede hacer que la hija de la mujer que está por encima tuyo venga corriendo hasta nosotros —respondió Tshilaba, segura de sí misma.
—Muérdete esa boca partida antes de hablar, asquerosa rumana —repeló Sonia.
—Una mestiza repudiando a una gitana, ¿Qué cosas de la vida? —Tshilaba terminó su bebida para gozar del casi exagerado temblor en el párpado derecho de una Sonia cayendo a merced de la ira.
Una tos fingida fue lo que cortó la rigidez que el par de mujeres palpaban entre ambas, provocada por Zinder.
—Pasé toda la mañana pensando si era buena idea sentarlas en la misma mesa, por la duda de que todo termine en una pelea, cosa que no va a pasar, porque no importa que tan locas estén las dos, son lo suficientemente razonables para dejar sus indiferencias a un lado por la causa. Así que nada de provocaciones, ni intento de asesinato. ¿Entendido? Muchas gracias.
La voz de Zinder había sonado con la suficiente fuerza para generar ecos en el cuarto, dejando un incómodo silencio en todas, en especial a Sonia y Tshilaba que se miraron de forma despectiva antes de voltear al chico que volvía a su asiento.
—En cuanto a otros temas, madris, no... Señora Potra: ¿dónde está Peack?
—La dejé ocupada con el inventario —dijo la castaña con sombrero de vaquero—: ¿por qué?
—Está bien así —dijo Zinder—. En cuanto menos sepa de lo que hacemos, mejor. Seguro que tendrá sus sospechas, pero cuando haya descubierto nuestra estrategia será demasiado tarde para que pueda hacer algo.
—¿Puedo saber por qué la quieres excluir? —preguntó la mujer agropecuaria, dudosa—. Traes a la hermana de Lucrecia, pero dejas de lado a mi mano derecha. ¿Eso no es injusto?
Tanto Zinder como Tshilaba se miraron, igual a un par de románticos que esconden un amorío por miedo a sus familias que se odian a muerte. Ninguno de los dos respondió a la pregunta de Margarita con la finalidad de encontrar las palabras correctas sin exponer tanto a la pelirroja.
—Hay personas que están encima de todos los presentes —como salvavidas de el chico y la pelirroja, Yonder se metió en la plática para tener todas las miradas para ella, quien mantuvo los nervios de acero—. Es la misma gente que dio la orden de encarcelar a Ted Tijerina. Son quienes están presionando a Peack para que usted tenga el mismo final que el ex marido de Sonia.
—¿Me perdí de algo importante? —la Potra recriminó a Zinder.
El chico dudó, pero al cabo de un incómodo momento de silencio respondió, rascándose la punta de la nariz y bufar, disculpándose internamente con la gitana.
—Peack está trabajando con la misma gente que Tshilaba.
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