Prólogo
Zinder Croda recordaba que en cada madrugada de los sábados solía venir acompañada de alcohol, anticonceptivos y estupefacientes que auxiliaban el gusto que muchas personas le tenían dentro de la ciudad de Ishkode. Ahora, el sentimiento se acrecentaba en las noches de bochorno como esa, donde las bebidas eran de mayor disfrute.
Como ya no era un bebedor compulsivo, se conformaba con un modesto vaso de whisky de buena marca que su abuelo «Porfirio Croda» solía beber. El cual le había agarrado un gusto en particular. En parte por el sabor, en parte por el subconsciente de optar por un hábito de la persona que más admiraba.
Aún cuando ese pensamiento quedaba como un agridulce recuerdo de hace un año, no se sentía con la necesidad de absorber una dependencia por dañar su cabeza, todo gracias a la joven mujer de piel pálida y ojos celestes que dormía plácidamente en su cama, revuelta entre las sábanas turquesa que cubrían su cuerpo pegajoso y desnudo.
—Que buenos recuerdos —dijo el perro con alas de grifo que emergió de la nada, posándose a un costado del pelinegro que se encontraba sentado sobre el borde de la cama—. Los sábados eran nuestros días favoritos. ¿Cómo olvidar tu primera borrachera? Recuerdo como si fuera la primera vez cuando bebiste hasta el culo, después ir al baño hasta colocarte de esa mierda blanca, seguir tragando y terminar en medio de una pelea con dos pandilleros que no volvieron a ver el sol. ¡Tus primeros homicidios en la ciudad!
—No es algo de lo que me sienta orgulloso —aprovechó para hablar como si nada, arriesgándose a parecer un loco ante los ojos de Yonder Pulicic en caso de que despertase—. Solo era un maldito cobarde que no le daba cara a la realidad. Esos tipos, aunque eran una mierda para la sociedad, no merecían morir con tanto dolor.
—Zinder Raymundo Croda Jeager. El pequeño Leviatán sintiendo lástima por unos buenos para nada —rió el ente— deja de actuar como un humano, que no te queda. Necesito que salgas y mates a unos cuantos. Hace mucho que no veo correr sangre. La última vez que me diste un banquete fué con esos salvadoreños en el bosque, junto a la ramera que se esconde en el cuerpo de la hija de tu verdugo.
—Todo a su tiempo, Glassia. Ya no estamos por nuestra cuenta —miró hacia atrás para divisar a la chica que se movía, buscando su presencia en el lado que le correspondía de los aposentos. Sonrió y dijo—: sinceramente, no tengo interés en seguir matando. Es más, a veces pienso que debería aceptar la propuesta de Yonder. Irnos lejos de todo esto y vivir en paz.
—Oye, oye —la confesión de Zinder no fue bien recibida por Glassialabolas, que cambió su semblante a uno molesto—. No puedes hacer eso. Recuerda nuestro pacto: yo te di el poder para ganar la guerra con la gitana que mató a Trinidad, a cambio de darme seis mil almas. Ni siquiera llevas una octava parte de lo prometido.
—Lo sé —tocó el pie de la chica para acariciarlo con delicadeza mientras recordaba lo que habían hecho hace poco, razón por la que se encontraba sin vestimenta—. Que quiera irme no significa que lo haga. Mi abuelo decía que siempre debemos cumplir lo que prometemos. Tendrás tus seis mil almas, pero en el momento indicado.
Dio otro vistazo a la ojiazul que se despertaba con lentitud, mirando de un lado a otro, finalizando con sentarse para rectificar que la presencia de Zinder seguía junto a ella, importándole poco si sus pequeños pero redondos senos de grandes pezones rosados quedaran a la vista, al fin y al cabo solo estaba con él, o eso creía por no ver al demonio que los acompañaba.
Por otra parte, Zinder seguía ensimismado en la intimación de ambos, donde jamás creyó que sucedería, dadas las circunstancias en las que se encontraban. Era cierto que desde su aciago paso por la zona norte soñó con vivir momentos como ese junto a Yonder, por lo que consideraba que ya podía sentirse completo.
La amaba, no había duda que sus sentimientos por Yonder Pulicic eran verídicos. Pues, desde su infancia tuvo esos cálidos sentimientos que brotaban desde sus entrañas, aquellos que le ayudaron a soportar las torturas de su madre que revestía de rigurosos entrenamientos. Todo lo soportó con tal de reunirse con ella.
Si bien pasaron por muchas complicaciones, eso había quedado atrás, junto al pasado de ambos, ya que acordaron de hacer un borrón y cuenta nueva. Ese pensamiento se reforzó cuando ella se acercó para abrazarlo por la espalda, darle unos cuantos besos en el cuello mientras lo incitaba a otra ronda, aprovechando el resto de la madrugada.
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