17. Ese lado de ti
Un gran charco se había formado en el pasillo del edificio, producto de las recientes lluvias. El mantenimiento en el bloque de departamentos era una porquería, Nolan y todos los que vivían ahí lo sabían. Incluso los dos niños que jugaban a pasear botes de papel de periódico en el charco lo sabían.
Aun así Nolan pasó por ahí, no pudiendo evitar llenarse los zapatos con agua y las miradas curiosas de los niños que prestaban atención al yeso de su brazo.
—¿Cómo te lo rompiste, Nolan? —preguntó uno de ellos, el más alto.
—Accidente laboral, tu sabes —sonrió—. Vender donas es... Casi mortal.
Pero la sonrisa duró un par de pasos, porque apenas se acercó a la puerta de su apartamento, se desvaneció. La tensión se hizo presente, y todo lo que había estado tratando de evitar pensar respecto a su madre y a su posible reacción, llegó a su mente de golpe.
No sabía cómo iba a explicar su brazo roto o su tiempo de ausencia, o el hecho que estuviera usando ropa que ni era suya. Pero aún así tocó la puerta, dispuesto a improvisar nuevamente, forzando una sonrisa tranquila.
Y sin embargo, todas las vagas ideas que formaba rápidamente en su cabeza, se deshicieron al ver a su madre.
—Dios mío, ¿qué te pasó? —dijo la mujer, sin hacer un mínimo esfuerzo por disimular la sorpresa y angustia.
—No, mierda, ¿qué te pasó a ti?
Nolan no esperó respuesta, entró a la casa y con su mano sana tomó el rostro moreno de su madre, mismo que estaba lastimado, con un pómulo más que hinchado. Un tipo de heridas que Nolan conocía perfectamente, que hacía que se estremeciera, que sus ojos se abrieran de tal modo que no podía apartar la mirada de tal herida. De su pobre madre.
—¿Dónde está él? —dijo, levantando la mirada hacia la sala, a la defensiva.
—¿Tu padre? Ni siquiera está aquí, no sé dónde puede estar —la mujer negó con la cabeza—. Pero, no, no es nada.
—¿Cuándo fue? —insistió.
—Ayer, él estaba realmente furioso porque... Pero no, no me importa —ella volvió a negar, tomando su mano entre la suya y mirándolo suplicante: —¿Cómo te hiciste esto? ¿Por qué no me avisaste? No tenía idea de dónde estabas y ahora tu brazo...
—Má, no te asustes —le susurró—. Fue un asalto en la tienda, era tarde y yo estaba solo. Pero mi jefa cubrió los gastos y...
La idea era contarle la misma historia que al policía, nada más. Solo repetirla y así no preocuparla de más. Pero era su madre con quien hablaba, quién sabía de la cantidad de mentiras que podía llegar a decir para encubrir la verdad:
—No, si hubiera sido un asalto me hubieras avisado. No sabía de ti hace días. Dime la verdad —insistió, sujetando su mano con más fuerza—. ¿Cómo te hiciste eso, Nolan?
—Un asalto. No te avise de inmediato porque no quería preocuparte. Pero estuve en casa de Helen.
—Helen llamó ayer para preguntar por ti —exclamó con dolor—. ¿Por qué me mientes? Ni siquiera me miras a los ojos.
—No, má, escucha... —no sabía que decir, las palabras comenzaban a pesarle—. No importa, solo me preocupas tú y lo que ese puto imbécil te hizo...
Ella se apartó lentamente, dejando al muchacho en un silencio casi tenso y con una expresión expectante.
—¿Tu brazo roto tiene que ver con tus drogas? —sentenció ella casi con frialdad—. ¿Te lo hiciste por qué andabas drogante con Albert otra vez, es eso?
—No tienes que meter ese tema en todo —trató de no alterarse, sonar tranquilo—. Sé que es un problema, pero no todo lo que hago tiene que ver con eso.
Pero la expresión de su madre se volvió una mezcla de creciente angustia y recelo.
—No soy tonta. Te vi ebrio y después te vi drogado. Después dijiste que volverías el sábado pero no llegaste sino hasta el martes, no sabía nada de ti —sus conversaciones siempre parecían adoptar ese rumbo donde ambos estaban a la defensiva—. Ya has hecho estupideces estando drogado. Nolan, ¿qué quieres que piense sobre tu brazo roto?
—No tiene que ver —tenía la mirada en el suelo, pero era evidente por su tono que se pondría a la defensiva.
—¡Por el amor de Dios! ¡¿Por qué tengo que escuchar esto?! —se llevó las manos a la cabeza, desesperada—. ¡Te vas y luego llegas así, sin decirme la verdad!
—Mamá...
—¡No! Y encima llegas y dices preocuparte por mi. ¡Nolan, si yo te preocupara un poco, no me dejarías sola todo el tiempo sin saber dónde estás! —caminó apresurada a la sala, tomando de vuelta la escoba como si fuera capaz de volver a retomar la actividad—. ¡No me dejarías sola aquí con tu padre! Pero en vez de eso, vienes cuando quieres.
El muchacho estuvo en silencio.
—Dios sabe cuánto le rezo para que regreses a casa —sus ojos se nublaron por las lágrimas—. Y no quiero que cuando llegue tu padre te pongas a discutir con él. No, no le grites. Nada. No actúes como si podemos tomar nuestras cosas y largarnos. No actúes como si realmente te importara.
La mujer soltó la escoba, dejándola caer al suelo, y después solo se sentó en su sofá, con la espalda encorvada y las manos en la cara. Nolan se fue acercando de a poco:
—Un día de estos, le romperé la cara a tu esposo. Y nunca volverá a ponerte una mano encima.
Ella se sobresaltó, como horrorizada de que eso fuera lo único que estuviera dispuesto a responder:
—¡Como si yo quisiera que me defendieras con la misma violencia que él tiene! —negó con la cabeza, su nariz estaba roja y deslizaba ansiosamente las manos por su cabello—. Ya, déjame sola. No llegaremos a nada.
Después de eso Nolan entró a su habitación. Y se dejó caer en la cama. Comenzando a soñar que nunca había vuelto a casa y que estaba en cualquier otro sitio. O mejor aún, que seguía con Paz. Quería soñar que nada respecto a su padre y su brazo roto era real. Pero solo podía pensar en el moretón en el rostro de su madre, idéntico a todos los que le había visto a lo largo de su infancia.
Solo podía pensar en todas las veces en las que veía a su madre cubrir sus moretones con maquillaje. Y todas las veces en las que ella le cubría los suyos con maquillaje.
Y era insoportable, tal como el hecho de que todas las conversaciones que había entre ellos involucraran mentiras y terminaran con discusiones. ¿Dónde habían quedado aquellos días de la infancia dónde sabía que contaba con su madre, dónde eran cómplices el uno del otro?
¿Cuándo todo había terminado tan mal? ¿En el momento en el que comenzó a estar fuera de casa todo el tiempo...? O las drogas, otra vez las drogas...
El yeso de su brazo le picaba y Nolan solo quería evadir. Quería evadir o comenzaría a llorar. Y odiaba llorar. Y le gustaba fumar.
Y fumar hasta ponerse mal pero sin sentir tanto dolor. Fumar estaba al alcance de su mano, al alcance de un encendedor y de asomarse por la ventana.
¿Desde cuándo? ¿Cómo? Eran las preguntas que rondaban la cabeza de Paz mientras tomaba un baño. No parecía conveniente hacerle caso a su madre invitando a la completamente extraña de Robin, había algo en ella que no encajaba, o tal vez está siendo demasiado paranoico, ella no parecía mucho más allá de una chica que casualmente fumaba jaspe.
Paz negó, dispuesto a alejar todos esos pensamientos e ideas sin fundamento, rápidamente pensando en Nolan. El chico no se había ido hace mucho tiempo y ya sentía falta de su presencia y cercanía. Y era estúpido porque estaba por verlo en una hora más o menos, entonces no tenía sentido sentirse así, ¿no?
Paz estaba fuera de sí de una manera que nunca imaginaría. Le había puesto más cuidado de lo común a cómo iba vestido a pesar de que después tendría que vestir aquel feo uniforme para trabajar. Salió de la casa luego de pronunciar un «Chao» a su madre. Ahora estaba emocionado por ver a su novio. Esa palabra era demasiado extraña, incluso de pensar en ella y no pudo evitar sonreír por la misma razón.
Le pareció apropiado salir de casa en dirección a Roger's con esos quince minutos de antelación... Necesitaba hablar con la chica del turno matutino para saber sobre cómo iba la situación respecto al «asalto». Su camino había estado bastante tranquilo hasta que a pocos metros de su destino se encontró con una azabache. Hubiera preferido dar la vuelta e ignorar que la vió si no fuera por el saludo entusiasta que Robin le dio desde la distancia:
—¡Hola, Paz! Que gusto verte nuevamente hoy —su presencia estaba siendo demasiado insistente para disgusto del chico—. ¿Cómo estás? ¿Cómo va todo?
—Hola... Bien.
Era una respuesta de dos partes. Suficientes para que cualquiera desistiera; diese medio vuelta y chao. Pero Robin no lo hizo. Tal vez quería demostrar que para ella la actitud cortante del chico no era más que parte de su personalidad tímida y que solo debía insistir más y más.
—Me alegra mucho saber eso —su sonrisa era tan grande que irritaría a cualquiera que no tuviese la paciencia suficiente, como al rubio en este caso—. Bueno, estoy muuy ocupada hoy, así que debo irme. Te veo después.
Y así tan alegremente como apareció, Robin se fue. Y Paz tenía el presentimiento que no sería la última vez de esos encuentros desesperantes y extraños. Es que, ¿seguían teniendo motivos para estar en contacto?
Después Paz esperaba pacientemente. Barría la tienda, miraba de vez en cuando a las manecillas del reloj... Pero cuando Nolan finalmente llegó al establecimiento, tenía cuarenta minutos de retraso y las agujetas sueltas en uno de los zapatos.
El rubio levantó la mirada para saludar, pero guardó silencio cuando notó que había algo más que raro; el muchacho caminaba con torpeza, a tal punto de golpearse con la esquina de uno de los muebles, de tal forma que Paz no pudo quitarle la mirada de encima.
—Hola —murmuró Nolan tras el golpe, dirigiéndose hacía la silla—. Perdón por tardar, pero ya estoy aquí.
No era la primera vez que Nolan llegaba de esa manera, Paz lo miraba demasiado la mayoría del tiempo, tanto como para saber en lo mínimo que habían días así. Donde Nolan no parecía Nolan, donde era obvio que alguna cosa le había pasado antes de pisar Roger's.
—Está bien —era más una respuesta automática antes de su gran pregunta—. ¿Cómo fue la recepción? —las únicas palabras que parecían casuales pero no demasiado inconvenientes que encontró fueron esas. Paz se mantenía barriendo. No quería sentir que presionaba a Nolan a hablar.
Pero el silencio se extendió más de lo que Paz esperaba, tanto así que fue a buscarlo de nuevo con la mirada, encontrándolo sobre la silla.
—¿Nolan? —le llamó.
—¿Qué pasa? —por fin el muchacho pareció responder, devolviéndole la mirada.
—¿Cómo te fue? Con tus padres.
Tras unos breves segundos, Nolan bajó de la silla acercándose a Paz con toda la tranquilidad del mundo. Luego solo le dio el abrazo por la espalda más flojo que nunca había dado en su vida. Apoyó su peso en él y la cabeza en su hombro:
—Estuvo... Muy estresante, nada más —murmuró, puso su mano en el pecho de Paz, para acercarlo a sí. Se quedó en silencio, dando tironcitos al botón superior de su camisa—. Solo no sé... A veces... Me dan ganas de quemar... Mi puto departamento... A mi padre...
Paz se quedó quieto, sintiendo su piel erizarse. Sin dudas olía extraño, olía... conocía ese olor. El olor del jaspe. Apesta, Nolan se lo había dicho antes. Entonces así de rápido como se sorprendió, se alejó del muchacho, quien claramente no estaba en sus cinco sentidos.
—¿Qué mierda Nolan? —buscaba las palabras pero no las había.
¿Qué podría hacer Paz? En primera instancia, sacarlo del ojo público. Entonces, sin ningún rastro de empatía en el acto, lo tomó del brazo sano y lo llevó a la trastienda. Una vez ahí lo soltó. ¿Ahora? Dejarlo ahí hasta que se pasara lo que sea que tuviera que pasarsele, parecía una idea descabellada, pero es que no tenía idea de qué hacer.
—¿Cómo se te ocurre? ¿Acaso enloqueciste? ¡Venir en ese estado! —Paz caminaba de un lado a otro en esa pequeña habitación, intentando hacer funcionar sus neuronas—. No sé qué mierda te metiste, pero no voy a tolerar algo así...
El rubio estaba dividido. Era estúpidamente obvio, Nolan se lo había dicho, nuevamente la información necesaria estaba ahí. No tenía como dejarlo de la noche a la mañana con el poder del amor. Pero estúpidamente también no creyó que lo vería así, no creyó que fuera capaz de mostrarse así frente a él. Pero era claro, en una situación del tipo nadie era prioridad...
Por su parte, Nolan solo miraba en partes hacia Paz y en partes hacia alguna cosa invisible del techo. ¿Qué mierda le estaba gritoneando Paz? Nolan se estaba enterando y a la vez no, era como si las palabras se le escaparan de entre los dedos. Incluso más que las palabras; la situación entera se le estaba escapando. O quizás se le había escapado desde antes de llegar a Roger's, desde el momento en que decidió volver a recurrir al jaspe.
—Mierda, ¿por qué gritas tanto? —contestó con una dificultad tremenda—. Deberías darme las gracias por venir a cubrir mi turno a pesar de todo.
Entonces, Nolan dio un paso hacia delante. El paso más extraño de su vida porque el mundo se inclinó violentamente a la derecha y le invitaba a dejarse caer al piso. Hace mucho tiempo que no se sentía de esa forma, tal vez porque ya se estaba sobrepasando. Tal vez estaba usando dosis cada vez mayores.
Miró a Paz con una sombría expresión única. Pura ausencia, cansancio y ganas de querer morirse. Luego, repentinamente lo tomó del rostro y con brusquedad unió sus labios a los suyos. El beso más desalmado y muerto que le había dado nunca; una torpe imitación de todos los demás. Quizás aquella acción tan errática era un mero impulso y una búsqueda desesperada de consuelo. Sus ojos permanecieron entreabiertos mientras sentía que era completamente rechazado, pero en vez de apartarse lo sujetaba con más fuerza a como diera lugar.
Pero Paz luchaba, no había como «dejarse llevar». Todo eran luces rojas. Nolan no estaba siendo el Nolan que Paz había conocido; en su lugar solo estaba ese olor junto con ese sabor extraño y amargo. Era desesperante desconocer a alguien de esa manera y tan drásticamente. Hace algunas horas lo hubiera aceptado y ahora... con todas sus fuerzas empujó al chico sin importarle cuando este acabó por caerse al piso. Si ese no era Nolan, este también no era totalmente Paz.
—¡Vete al diablo! —quería huir de allí, pero no era la solución, no podía ser siempre el niñito que escapaba al cuarto de su madre cuando había una terrible tormenta. Esta tormenta la podía enfrentar, tenía que. Lo señaló demasiado alterado como para pensar en nada: —¡No vuelvas a hacer esa mierda o te juro que la próxima vez no habrá sólo un empujón!
El golpe con el piso afectó a Nolan mucho de la cuenta. Fue como si sus sentidos se fueran al diablo; tanto así que le costó comprender que lo habían empujado. Que Paz le había empujado. Y que luego no le había importado dejarlo en el piso. Algo extraño parecido al dolor le invadió, pero no podía establecer la relación entre una cosa y la otra...
—¡Vete, me da igual! No te necesito. No necesito a alguien como tú.
Hacía demasiado calor, el ambiente se sentía pesado. Paz tenía que salir de allí, sentía un picor en su garganta «cada uno con sus vicios» creyó oír en alguna parte. El sonido irritante de la campanilla fue la excusa perfecta; se apresuro a salir y atender al par de niños que querían comprar quién sabe qué.
Su cabeza y pensamientos no estaban dónde debían.
Paz se había acercado lo suficiente a esa puerta como para irse sin mirar atrás. Pero no podía, Nolan aún estaba allí y estaba en el estado en que estaba. No podía dejarlo, no importaba si se supone que estaba muy molesto o algo así. Seguía siendo Nolan y era su novio, ¿No? Él lo estaba intentando... solo era una recaída, pero si tenía el apoyo correcto podría superarlo, él... Paz estaba justificando sus acciones.
El rubio tenía un gusto amargo con la mente tan dividida. Dónde sabía que estaba mal, que no había remedio, que no era tan fácil así. Pero también sentía que Nolan necesitaba de él, que se arrepentiría de sus palabras porque no era lo que realmente quería decir, que se querían, no, que se amaban y eso solucionaba bastante.
Así que solo se mantuvo atrás del mostrador, usando después de tanto tiempo esa radio para poder pasar el resto de la tarde, para ignorar que él no quería ese beso, ignorar ese «No te necesito» seguido no mucho después del «No necesito a alguien como tú». Ignorar los ojos picosos de un niño de siete años y ese dolor punzante se su agarre aferrado y su garganta. Siempre mostrándose lo más tranquilo posible con los clientes, que maldita sea, aparentemente habían acordado aparecer todos ese día. Pero fallaba cuando intentaba sonreír, si su Nolan lo viera lo sabría.
Muchas, realmente muchas horas pasaron antes de que Nolan se despertara. ¿Cuándo se había quedado dormido en primer lugar?
Abrió los ojos, mierda. Sintió ese mismo miedo de sus peores días; días en los que se drogaba hasta ponerse mal y luego despertar sin idea de dónde. Alarmado, se sentó, estaba bastante oscuro. ¿Dónde estaba? Su cuarto no era porque el piso no era de madera, era frío concreto. ¿Helen? No. Ella no lo dejaría dormir en el suelo, le pondría una manta o algo así. ¿Albert? El lugar no olía tan mal como para ser ahí.
Después de acostumbrarse a la oscuridad, su mirada fue a parar a la pared, donde había un gran calendario personalizado, decorado con la caricatura de una dona con sombrero elegante. La estúpida mascota de Roger's.
Se deslizó la mano por el rostro, murmurando «mierda» una y otra vez. Estaba recordando.
Nolan se apresuró a levantarse, pero luego mejor no porque le dieron unas arcadas de las fuertes. Y la cabeza le martillaba, y se iba a morir... Y deseó con demasiadas fuerzas volverse a drogar. Pero tenía que explicarle a Paz, explicarle que era de los idiotas que no tenían autocontrol al drogarse, y que de paso perdían el control de sí mismos cuando ya lo estaban.
Al levantarse por fin, el suelo le jalaba como con imanes. La luz le lastimaba tanto que le quemaba el cerebro. Y ahí estaba Paz del otro lado del mostrador, preparando para cerrar... Los recuerdos de Nolan se hicieron más tangibles, al igual que la sofocante vergüenza y culpa y toda esa mierda que normalmente prefería esquivar.
—No fue a propósito, Paz este tipo de cosas... —empezó a decir cuando lo voltearon a ver—. Paz, nada de lo que dije o hice... Yo nunca quise y... —Nolan no estaba encontrado las palabras, tal vez no las había—. ¡Lamento que hayas visto eso! ¡Pero yo te lo dije, te advertí! ¡Gasté como dos mil espinelas en un mes en eso! ¿Qué creías que iba a pasar? ¿Qué lo iba a dejar de un día para otro? ¿Qué nunca en la vida me verías así? Te dije que... Tenía un problema —solo lo arruinaba más y más—. ¡Si me vas a decir que no lo esperabas, no te voy a creer nada!
Paz negó ante sus palabras, esas que a cada una le recordaban a sus pensamientos, al final tener la razón no era lo que necesitaba en ese momento. No admitiría que esa idea nunca había pasado por su cabeza hasta que pasó lo que pasó, sentía demasiada vulnerabilidad en el momento como para terminar de exponerse así.
—Ya déjalo Nolan, es hora irse —tenerlo de frente, ahora tan lúcido era diferente. Diferente al chico de hace unas horas, diferente al chico de esa mañana. Algo había cambiado, lo que ocurría era que la ficha finalmente había caído y sentía que tenía demasiadas cosas en las que pensar, pero no lo quería hacer en ese momento— Yo puedo cerrar solo, será mejor que te vayas.
Dejó de mirarlo o hacer el intento de seguirlo con la mirada y volvió a ordenar las revistas. Su presencia era un constante recordatorio de que, en realidad, no podían simplemente dejar las cosas así. El esfuerzo de evitar la situación resultaba en que era algo de lo que tarde o temprano tendrían que discutir y nada aseguraba que sería en las mejores condiciones.
Para Nolan dolía, era sofocante. Y más cuando recordaba que todo era su culpa. Si Paz prefería quedarse en la misma tienda a la misma hora en la que le vinieron a romper el brazo antes que su compañía, realmente significaba mucho. Pero no había forma de que Nolan pudiera quedarse ahí. No tenía ninguna carta a su favor, además de que todo el ambiente lo quería fuera. Y Paz... Su tono, su expresión... Por ello la expresión de Nolan era dolor y vergüenza. Y luego clavó la mirada al piso conforme se acercaba a la puerta. Hizo una pausa abrupta antes de empujar la puerta y miró al suelo:
—Te amo. No lo olvides —lo único que podía darle. Lo único que podía rescatar de sí mismo entre tanta porquería. Le parecía hasta estúpido, miserable.
Nolan salió de ahí. El camino por la calle fue largo. Porque pensaba en que era un imbécil de los que le harían un favor a todos si se pegan un tiro. Pensaba en que todo lo que lo rodeaba era pura porquería y todo lo que tocaba se volvía porquería y todo lo que abrazaba en cuerpo y alma se volvía porquería. Y por ello mientras cruzaba una calle, a menos de cinco cuadras de Roger's, se soltó a llorar a lo estúpido. Porque amaba a Paz y no podía amarlo bien. Porque quería dejar el jaspe, pero ahora mismo estaba volviendo a necesitarlo. Porque quizás merecía todo lo que le pasaba y no era digno de ninguna clase de amor. Porque no sabía que haría si Paz decidía ya no dirigirle la palabra y mejor irse de su vida.
Sea como sea se mareaba y el pecho le dolía y tenía que desaparcerse de ahí antes de que alguien lo reconociera pero no sabía a donde ir, porque como siempre, él era un puto desastre atrapado en otro puto desastre mucho más grande.
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