Cincuenta segundos
Mirna sabía que su esposo iba a morir.
Cuando el timbre sonó, con pesada insistencia; supo que su presentimiento se cumpliría. Eran las cinco y pico de la madrugada, y sabía que aunque Amín fuera mago, no podría escapar.
Ella no se puso de pie, no hizo nada. Tan solo se mantuvo mirando hacia Amín, quien se despertaba de su pesado sueño.
De a poco, abrió los ojos. Observó cómo sus pestañas aleteaban, y Mirna pensó en lo mucho que extrañaría a Amín y su tacto. En cómo su hijo crecería sin un padre, y la forma en la que la familia lo extrañaría.
Se preguntó qué podría haber sucedido si el timbre no hubiera interrumpido en el silencio de la tranquila madrugada. ¿Tal vez, su cuerpo se habría abrazado al de Amín mientras dormían? ¿O su niño los hubiese despertado, por alguna pesadilla disfrazada en la exageración infantil? Mirna pensó todo eso y más.
Sus ojos no se apartaron de Amín en ningún momento, y saboreó todos sus movimientos. Hasta el más mínimo, incluyendo su respiración y cómo sus largos dedos fluyeron por su cabello negro, en una señal de aparente cansancio.
Ella sabía que estaba agotado, más que nunca. Cerró los ojos un momento, mientras el timbre volvía a escucharse con rabia. Mirna quiso apagarlo, y golpear a aquel que tuviera su dedo contra él.
Amín se sentó en la cama, poniendo los pies en el piso. Ella miró su espalda cubierta por la fina tela de su camiseta, y luego bajó la mirada. Los irruptores gritaban desde abajo, pidiendo que Amín bajara.
Cerró los ojos, respirando hondo. ¿Qué sucedería con Musa y Jalim? ¿Con Faisal y Abdalah? Estaba segura de que su esposo ya sabía quiénes venían a por él. Era un error haberlo dejado quedarse, pero él anhelaba ver a su hijo y a su esposa, deseaba sentirla y besarla.
Mirna no iba a negar que ansiaba tenerlo cerca, tenerlo abrazando su cintura y besando sus mejillas. Apretó los labios, empezando a extrañar esa sensación a pesar de que Amín estaba ahí, junto a ella.
Su esposo ya estaba de pie, observando cómo ella estaba ensimismada entre el mar de sus pensamientos. Finalmente, Mirna levantó la mirada, y se perdió en los ojos nublados de Amín, quien no tenía sus lentes puestos.
Nadó entre ellos, leyéndolos. Sí, en definitiva, él sabía cuál era su destino, y se veía más que cómodo aceptándolo. Mirna también lo sabía, pero estaba negándolo con fervor. Negó con vehemencia, rechazando lo que estaba a punto de suceder.
El timbre seguía como banda sonora de la desgracia que correteaba por las neuronas de Mirna, y Amín solo miró hacia sus pies descalzos, con desgano.
La voz de su hijo se oyó a la distancia, con gritos desesperados que lloraban por su padre y madre. Eso solo logró que el corazón a Mirna diera un salto en su pecho, y el futuro del niño sin su padre le pareció la cosa más dantesca que alguna vez imaginó.
Mirna Santos de Abel pudo haber pensado más cosas, pudo haberse arrepentido de muchas otras. Pero en tan solo cincuenta segundos, se visualizó en el futuro; sin Amín Abel Hasbún, el hombre que amaba.
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Aquí les dejo un fragmento del artículo donde se relata la muerte de Amín Abel Hasbún.
"Mirna Santos de Abel presintió que su esposo Amín había sido descubierto y ubicado cuando escuchó por Radio Comercial que la Policía había asesinado a un joven a una esquina de su casa. Por la descripción que ofrecieron comprobó que guardaba gran parecido con su compañero y seguido pensó que lo confundieron. "Algo me dijo que las cosas no estaban bien. Me puse muy nerviosa", cuenta.
Amín esperaba la visita de Edgar Erickson Pichardo (el gringo) y de Moisés Blanco Genao, a quienes había enviado a buscar en la tarde. Estuvo hasta la medianoche escuchando el juego de pelota pensando que irían. Nunca llegaron, Amín se llevó a la tumba lo que les diría. Se fueron a la cama en medio de uno de los históricos apagones de Julio Sauri y de la angustia de Mirna por el homicidio reciente. "Amín, fue cerca de aquí, pensaron que eras tú. ¿Qué vamos a hacer?", le cuestionaba y él la tranquilizaba.
Más que un objetivo, Amín era una obsesión para los altos jefes militares y para Joaquín Balaguer. No solo había planificado el secuestro de Crowley sino que con su puño y letra escribió un comunicado conminando al régimen a soltar a los presos políticos, que fue la condición principal del rapto. "Las demandas que exigimos para liberar a Crowley no se han cumplido", les recordaba. El MPD tenía aún bien oculto al coronel norteamericano." [...]
"A las 5:30 de la madrugada el timbre de la vivienda de los Abel Santos sonó con insistencia. Vivían en una segunda planta y cuando Mirna se asomó al balcón apreció el aparatoso cerco. Le ordenaron que abriera. Antes de obedecer ella fue donde su cónyuge y le dijo que estaban rodeados. "Quiso saltar por una media puerta y cuando asomó para tirarse por el techo un policía le apuntó con una ametralladora", narra.
Agrega que el fiscal actuante fue Tucídides Martínez, quien comunicó a Mirna que no habría problemas. Subieron y encontraron a Amín con Ernesto en sus brazos. "Tucídides nos dijo que nos sentáramos en la sala y ahí vi el movimiento de los vestidos de civil y del comandante Estrella con uniforme".
De pronto, "Tucídides Martínez, que se notaba nervioso, anunció que se retiraba a llamar a su superior". Pero Amín insistía en que no se fuera pues él era la garantía de que a él y a su familia "no les pasaría nada".
"No nos deje solos, usted sabe que estas personas son unos trogloditas, usted es el responsable de lo que nos suceda", le dijo Amín a Martínez, sin embargo, éste se marchó. El comandante Estrella, un capitán y tres civiles ordenaron a los Abel Santos que salieran.
"Hermógenes Luis López era el que tenía la orden de asesinar a mi esposo y le gritó: "¡Párate Abel, tú estás preso! ¡Vamos!". Amín replicó que no se iría sin su esposa y su hijo.
Se abrazaron los tres. "Comenzó un forcejeo entre nosotros y dos policías hasta que nos separaron y arrastraron a Amín por la fuerza. Cerraron la puerta y bajaron, a mí me tiraron violentamente al piso sin reparar en mi embarazo y en el niño que lloraba lleno de terror", recuerda la sufriente viuda.
Improvisaron una tranca tan segura para la puerta que Mirna no pudo abrir. A los pocos minutos solo escuchó disparos y la puerta se abrió de inmediato, era el capitán Estrella que la compelía: "¡Váyase a bañar!" pero ella bajó pese al iracundo impedimento.
Y vio a Amín boca abajo, muerto. "Eso nos afectó mucho al niño y a mí". Estrella le había advertido que no lo hiciera: "Usted va a ver un espectáculo muy feo, agárrese de mí". La dama rechazó la despreciable oferta: "¡No! ¡Tengo suficiente dignidad, yo bajo sola!". Luego los llevaron al Palacio de la policía que dirigía Elio Osiris Perdomo."
Mirna, esposa de Amín, fue quien narró los hechos.
Fuente: http://hoy.com.do/asi-fue-el-dia-en-que-fusilaron-a-amin-abel-hasbun/
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