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¡Ay, Nuria!

Tomó una larga inhalación, dejando que el humo de su cigarrillo recorriera sus pulmones. Casi pudo sentir como este se esparcía en forma de ramificaciones que le acortaban la vida. Su madre le había dicho que no podía llegar a la casa con ese hedor a fumadora.

A Nuria poco le importaba dejar el olor impregnado en los muebles de su propia casa, pero ya era un problema cuando tenía que fumarse media cajetilla antes de visitar a su madre (o en efecto, a cualquiera de sus familiares).

Balanceó un poco los pies en el muro donde estaba sentada, frente a su pequeña casa en un barrio medianamente seguro. Eran apenas las dos de la tarde, era poco probable que le robaran. Expulsó el humo por la boca y nariz, cerrando los ojos un instante.

A la sombra del edificio donde estaba sentada, revisó las notificaciones en su teléfono. El sonido de los motores pasando frente a ella la distrajo un poco, sacándola de su concentración a la hora de fumar. Nuria suspiró mientras se bajaba, cayendo en sus pies y lanzando lo que quedaba del cigarrillo. Lo pisó con fuerza, para empezar a caminar hasta su próxima entrevista de trabajo.

Nuria tenía pocas ganas de ir a aquella entrevista. Estaba intentando hacer que este se volviera su segundo trabajo (el primero pagaba lo suficiente, pero ante el deseo de mudarse, quería ganar más dinero). Con un leve contoneo de caderas, los muslos de Nuria parecieron llamar la atención de los transeúntes masculinos en las calles.

Los chiflidos y obscenidades le eran lo de menos, pero se le hacía incómodo caminar de esa forma. No le gustaba enseñar sus piernas por las miradas que podía causar.

Fue un camino corto, así que pudo llegar con rapidez al gran edificio donde sería su entrevista. En el reflejo de una ventanilla de auto, revisó que su cabello rizado y oscuro estuviera en orden, además del maquillaje pulcramente aplicado en su oscura piel.

Ninguna imperfección se veía en su rostro, y solo por si acaso, se aseguró de no tener nada entre los dientes. Se colocó una buena rociada de su perfume, para no adentrarse a su entrevista con el "aroma" a cigarrillo.

Nuria tenía la esperanza de pasar la entrevista, pero el malhumor empezaba a subirle a la cabeza cuando un intrépido decidió acariciarle el glúteo derecho en su paseo al ascensor. Un resoplido salió de su boca mientras acomodaba un mechón que se había caído en su rostro.

Tomó asiento frente a la puerta, repasando todos sus conocimientos como diseñadora gráfica. Tenía su portafolio en mano, enlazado con un gran deseo de superación que le invadía en su totalidad. La sala estaba llena de hombres, era la única mujer sentada allí.

El suelo blanco y las paredes terracota le daban vértigo, debido a su anhelo de colores oscuros. Las sillas celestes eran increíblemente incómodas, pero de todos modos estaba feliz, esperando su turno.

Algunos miraban sin disimulo su cuerpo y su rostro. Su apariencia estereotipada de negra del Caribe solo le causaba problemas.

Nuria mantuvo su cabeza gacha hasta que mencionaron su nombre, y se puso de pie para adentrarse en el salón. Sus tacones negros resonaban en el piso mientras caminaba, y abrió la puerta con la mandíbula en alto. Una mirada de seguridad que había ensayado, además de pasos firmes.

—Buenos días —saludó al entrar con su voz de contralto y perfecta dicción.

Encontrar un buen trabajo para una diseñadora gráfica no era algo tan complicado en el gran Santo Domingo, añadiendo las buenas recomendaciones que Nuria tenía de parte de otros trabajos. A esto se le podría sumar que solo sería una asistente, pero tendría un ingreso extra que le sería perfecto.

—Buenos días, señorita Pérez —contestó el hombre rubio qué al parecer, iba a entrevistarla—. Tome asiento. Mi nombre es Carlos Madero.

Nuria puso en práctica todas las clases de ética que había recibido de parte de su madre. También estaba la voz de su padre, gritándole de forma constante el recordatorio de mantener su espalda recta.

Cuando fue el momento, Nuria colocó su portafolio en el escritorio del rubio hombre. Él le esbozó una pequeña sonrisa, y ella se sintió segura. Tal vez no iba a ser tan complicado como pensó.

Pobre Nuria, con su incredulidad y sus deseos de emprendimiento.

Mientras él hojeaba el portafolio, revisando los trabajos de la joven y sus competencias, su sonrisa fue desapareciendo. Únicamente para transformarse en una especie de mueca que ella no supo identificar. El alma se le cayó a los pies cuando él levantó la mirada, dejando el portafolio a un lado.

—¿Tiene planes usted de tener hijos, señorita Nuria? —cuestionó.

La pregunta no hizo más que dejar a Nuria desorientada y con su ceño fruncido. ¿Qué tenían qué ver sus deseos de maternidad con su trabajo? Era muy joven, apenas veintitrés años. ¡Eran planes que tenía cuando fuera mayor, no en la flor de su vida!

—Disculpe, señor Madero. ¿A qué viene la pregunta? —Se atrevió a decir, todavía con el ceño un poco fruncido—. Ser madre es algo que deseo, pero no entiendo qué tiene que ver eso con mi rendimiento.

Carlos no hizo más que soltar un suave suspiro, y negó un par de veces con la cabeza.

—Su trabajo es espectacular, señorita —explicó Carlos, pero luego soltó un extraño chasquido de lengua—. Pero su condición no nos permite aceptarla en este trabajo.

Nuria se miró un par de veces, intentando buscar aquello que Carlos le decía. ¿Condición? ¿Qué tipo de condición? ¡Ella era una mujer sana! Además, resultaba extremadamente discriminatorio pensar que Carlos se refería a una condición especial en ella, algún tipo de supuesta discapacidad.

—Perdone, pero no entiendo exactamente a qué se refiere —musitó ella.

—Es mujer —terminó por decir él, con una mueca—. No lo tome a mal, Nuria. Es talentosa, y estoy seguro de que si continuamos esta entrevista podré detectar una gran inteligencia en usted. Pero su condición como mujer no me permite seguir a pesar de que la recomendaron.

Se contuvo de ponerse de pie cruzando las piernas y apoyando ambos brazos de las agarraderas de la silla donde estaba sentada. El aire salió de forma estrepitosa por su nariz, mientras miraba a Carlos. Su ceño fruncido, sus labios apretados junto al tamborileo constante de sus dedos daban a entender su enojo. La rabia empezó a subirle, a inmiscuirse en cada parte de su ser.

¿No podía trabajar por ser mujer? ¿Cuál era la razón? Según entendía, tenía las mismas facultades que cualquier hombre. ¿Por qué habían aceptado entrevistarla en primer lugar? ¿Para humillarla, hacerla sentir menos? ¡Era algo ridículo!

—¿Qué tiene que ver lo que usted me dice? —farfulló, con los ojos entrecerrados y mirándolo—. ¿Ser mujer es una discapacidad? Y aunque lo fuera; ¿no acaba de decir usted que tengo las competencias?

Carlos, visiblemente incómodo por el tono demandante de la joven, se rascó la barbilla. Se apresuró a contestar con un tono calmo, intentando apaciguar la fiera que había despertado debido a su respuesta carente de sentido.

—Es por temas de ganancias, señorita. Permítame explicarle —colocó ambas manos encima del escritorio—. Su género se caracteriza por la maternidad, además de diversas situaciones que generarían un problema para mantenerla en su puesto. Puede ser que se embarace, y debamos de darle licencia. Puede ser que alguno de sus futuros hijos demande atención, y usted deba de satisfacer sus necesidades. No lo tome a mal, señorita Pérez. Es usted una mujer muy talentosa, y seguramen...

Nuria dejó de escucharlo, y tan solo observaba su boca moviéndose. Las palabras se repetían, se repetían, se repetían...

"No puedes, eres mujer".

Eso era lo que ella había entendido entre toda la barrabasada que ese hombre soltaba de entre sus labios. Sin poder contener la rabia, Nuria se puso de pie, apretando los labios y observando desde su lugar a Carlos, quien abrió mucho los ojos.

—Espero que algún día, dejen de pensar con los testículos.

El enojo en su voz era bastante notorio, y tomando su portafolio, salió del lugar. Sus tacones resonaron en todo el pasillo mientras los hombres observaban los ojos brillosos de Nuria. Su aura denotaba impotencia.

Uno intentó acercarse, pero ella lo apartó de la forma más amable que pudo. Y caminó hasta la calle con su mandíbula en alto.

Por dentro, Nuria se sentía rota y vacía. Los chiflidos que los necios soltaban cuando ella pasaba con sus contoneos de cadera, los comentarios asquerosos que recibía a diario solo sumaban a su decepción consigo misma y el mundo.

Ella, quien quería ignorar la verdad que la atormentaba cada día, que le hacía sentir pesada e inservible.

Anhelaba con toda su fuerza poder olvidarse de aquello durante un momento. Tomó asiento en el mismo muro donde empezó su travesía del día de hoy, en la misma posición: con un cigarro en mano y el humo deslizándose dentro de ella como un virus que pronto la iba a enfermar, que la mataba.

Esta vez algo cambió en la escena. Las personas que pasaban podían ver como las desgraciadas lágrimas descendían por las mejillas de Nuria mientras ella fumaba.

No quería llorar, no valía la pena. ¿Para qué, si nada iba a cambiar? ¿Para qué, si eso no lo iba a solucionar? Pero Nuria no podía evitar que el agua salada cayese por su mandíbula, mientras el mismo pensamiento se integraba en su cabeza.

¿Acaso ser mujer es pecado?

¿Acaso el pronombre es una desgracia?

Y finalmente, la idea que le causaba repugnancia a su familia, la idea por la que siempre fue rechazada por muchos hombres e incluso mujeres. Esa que siempre quiso apartar, pero que se le enterraba en la cabeza como pala en tumba.

¿Y si el mundo fuera matriarcal?

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