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V

Al día siguiente seguí con la rutina. Levantarme, bajar y encontrarme a mi abuelo haciendo el desayuno, desayunar e irme. Esta vez no me encontré con Isabela. Entré en la tienda y sonaron las campanitas.

—Hola Víctor, ya me contó ayer Myri lo de la poción. Eso me inspira mucho muchacho, eso es que tienes potencial, te animo a seguir así.

—¡Muchas gracias Señor!

Esas palabras me alegraron el día, subí por las escaleras y entré en la misma habitación del día anterior, Myri estaba sentada en uno de los sillones esperándome.

—¡Hola Víctor! Hoy haremos fuegos artificiales, ¿no te sientes emocionado? Ya los quiero ver en el cielo.

Se sentó en el suelo y con su mano me indicó que me sentara a su lado.
Nos pusimos manos a la obra. Nos ayudábamos mutuamente, cuando uno no sabía qué hacer el otro se lo decía o cuando los dos nos atascábamos en algún paso intentábamos buscar una solución. Para esta poción necesitábamos botellas con forma de porrón pero no las encontrábamos en ninguna parte.

—Creo que mi padre puede tener alguna en la tienda.

Bajamos por las escaleras y nos pusimos a buscar entre las estanterías. Myri estaba buscando detrás del mostrador de su padre y yo por detrás de una estantería que estaba cerca de la puerta. Estaba lleno de cajas con ingredientes, que curiosos eran todos. Con un cartelito tenían el nombre en idioma antiguo así que no podía saber lo que era exactamente. Llegué a una parte donde estaba todo lleno de frascos de cristal, madera, pieles, me agaché para ver si abajo del todo podía encontrar las botellas que buscábamos. Sonaron las campanitas. Alguien entró, desde el lugar donde estaba miré entre las botellas para ver quien era. El misterioso encapuchado, o al menos la forma de su capa me hacía recordar a la silueta que vi ayer. Se acercó al mostrador, a Myri le parecía dar igual porque seguía buscando.

—Hola Vendedor. Aquí tienes lo que me pediste ayer. 

A gatas me moví de sitio para poder ver lo que le estaba entregando. Era una caja de madera simple, supongo que lo que importaba era el interior. El Vendedor la guardó debajo del mostrador y le dio una poción.

—Ya sabes lo que hacer con ello. 

El encapuchado misterioso asintió y se fue haciendo sonar de nuevo las campanitas. No pude verle la cara. Volví de nuevo donde estaba buscando.

—¡Lo encontré! Papá, ¿podemos usar dos botellas de estas? Las necesitamos para la poción que estamos haciendo. — Me levanté del sitio y fui con Myri.

—Oh, ¿Estáis haciendo fuegos artificiales? Por supuesto que podéis usarlo, a vuestra edad me encantaba hacer esas pociones y salir a la calle a tirarlo. Por la noche se veían preciosos.

Subimos los dos y nos pusimos a terminar la poción.

—¿Quieres venir conmigo a plantar el pequeño brote? Así también podemos salir a usar los fuegos. —Cada uno puso su líquido del recipiente en la botella.

El mío era de color rojo por qué había utilizado pétalos de rosa, y el suyo de color marrón porque había usado miel de libélula. Solo nos faltaba hacer una cosa, cada uno encendió una cerilla y la metió en la botella. Rápidamente cerramos los dos orificios. Las pociones estaban listas.

—Pero la gente me verá y, no creo que mi padre me deje. — Empezó a recoger las cosas metiéndolo todo en el saco de tela de ayer.

—Es de noche, conozco algunos caminos en los que no pasa mucha gente y las luces de las farolas no llegan.

La ayudé a meter las cosas en el saco y en un par de minutos la mesa estaba limpia, salvo por los dos porrones, donde en su interior el líquido se movía frenéticamente, deseosos de salir.

—Y no nos meteremos mucho dentro del bosque, para no perdernos.

—Está bien. —Pusimos los frascos en mi mochila y bajamos a la tienda.

—¿A dónde vais? —El vendedor estaba a punto de cerrar la tienda.

Myri respondió por mí.

—A tirar los fuegos artificiales y a plantar el brote de Víctor en el bosque. — Estaba nervioso y me esperaba la peor respuesta.

—¿Para eso no necesitaréis una pala? —Suspiré aliviado.—¿Y una luz no? No creo que en el bosque haya luz. —El Vendedor abrió un armario y de él sacó una pala y nos la dio. —Esperad un momento. —Después de buscar un buen rato nos dio un farolillo de luz y cerillas. —Encenderlo cuando lleguéis al bosque, se gastan rápido. 

Le di la pala a Myri y me guardé el farolillo y las cerillas en la mochila. Ella llevaba la pala y yo la planta. 

—Ten cuidado Myri.

—No se preocupe Señor, tenemos fuegos artificiales y una pala.

Salimos por la puerta y una brisa de viento nos azotó la cara. Mañana iba a llover.
Yo delante y ella detrás caminamos hacía el bosque. Las farolas iluminaban tenuemente la calle. Por las noches no solía haber mucha gente, la gente solía estar con la familia o cenando, ya que ya nadie estaba trabajando. En mi pueblo había la costumbre de aprovechar las horas del sol, así que la noche no nos servía de mucho. Por si acaso me rehusé de pasar por las calles principales para ir al bosque y pasamos por los callejones.

—Hacía mucho que no veía las calles. —Comentó Myri susurrando.

—¿No sales de tu casa?

Nos paramos en seco antes de salir de un callejón para ir a otro, teníamos que pasar por la calle principal y miré si había gente.
Había dos hombres, era la pareja que vi hace días nerviosos por el vendedor, estaban cogidos de la mano y hablaban sobre irse de vacaciones a la montaña. A cada paso se alejaban más y sus voces resonaban con el eco. Cuando ya no los veíamos ni escuchábamos corrimos hacía el otro callejón.

—No, no salgo de mi casa. —Dijo mientras recuperaba el aire. —No me gusta cuando se hace un círculo de gente mirándonos, como si fuésemos el mal encarnado.

—Eso es bastante triste. Yo no creo nada de lo que dice la gente, al principio tenía mis dudas, pero al conoceros. —Myri me miró. —Sois agradables y acogedores, me ayudáis. Tu padre es un buen hombre y se ve que te tiene cariño. Y tú...

—¿Sí? ¿Yo qué? 

Desde el callejón ya divisábamos el bosque, solo nos faltaba llegar al arco que daba a las afueras del pueblo. Esa era una de las tres puertas del pueblo y era la menos frecuentada, las otras dos daban justo a las calles principales, una era para ir al mar y la otra para el comercio.

—Bueno, tú eres Myri, te pareces más a tu padre pero no mucho, tú eres más... ¡Eres una bravucona! —Myri se rio.

—Así que una bravucona, eh.

Los dos nos reímos.

Llegamos a la puerta y no había nadie, atravesamos el arco y la oscuridad nos comió. Solo teníamos que seguir el camino de tierra para llegar al bosque, las luces del pueblo nos iluminaban. Nos cruzamos con un hombre que iba en dirección al pueblo pero nos ignoró, la oscuridad era nuestra amiga en ese camino. Antes de entrar en el bosque abrí mi mochila y saqué el farolillo y una cerilla. Lo encendí y nos dimos prisa.

—No entremos muchos, si no se nos acabará el fuego.

Caminamos durante unos 10 minutos más o menos y dejamos el farolillo en el suelo para que nos iluminara. Myri cavó un agujero no muy grande, le saqué la maceta al brote y lo puse en el agujero. Entre los dos metimos la tierra de nuevo en su lugar.

—Parece que el farolillo se apagará, vamos. —Dijo Myri.

Nos levantamos del suelo y recogí la pala, mientras ella iba con el farolillo. Habíamos dado unos pasos cuando el farolillo dio un suspiro y la llama se esfumó.

—¿Y ahora qué hacemos?.

Me dio el farolillo a tientas para que lo guardara en la mochila.

— Saca los fuegos artificiales. —Y así hice, le di uno a ella.—Tienes que sacarle el tapón y soplar en la boquilla pequeña con mucha fuerza, la luz que desprenderá nos iluminará hasta la salida, luego tendremos que correr si no será demasiado tarde.

Saqué el tapón y soplé, de la botella salió disparado el líquido hacia arriba dejando unas estelas que iluminó todo el bosque.

—¡Por ahí!

Nos pusimos a correr hasta salir del bosque. Miré hacia arriba y se escuchó una explosión. Hice un ruido de admiración.

—Son preciosos.

El cielo se llenó de colores, seguramente se podían ver desde el pueblo. La luna no era nada a su lado. Los fuegos bailaron entre ellos. El mío con el de Myri, el rojo con el marrón. Cada uno cogió la forma de un dragón y sus cuerpos se entrelazaron y subieron, subieron hasta desvanecerse.

—¿Cómo ha pasado eso? ¿Estaban vivos?

—Lo hemos hecho nosotros.

De nuevo, nos pusimos a caminar hacia el pueblo.

— Eso es lo que hacemos los vendedores. Muchas de las cosas que ves son gracias a nosotros. Pero no nos quieren dar el mérito, la gente habla.

Había hecho que unos fuegos artificiales se movieran, pero también me sentía triste. ¿Por qué ese odio a los Vendedores si eran nuestra fuente de vida? Seguro que los huertos crecían gracias a pociones, el agua estaba limpia por pociones y las enfermedades se curaban por pociones. ¿Quién era el culpable de hacer que todo el mundo odiase a los Vendedores?

Habíamos llegado al pueblo y nos estábamos metiendo por un callejón.

—Mi casa está cerca. —Estábamos a punto de llegar a la calle principal. Nos asomamos para ver si pasaba alguien. —Mira, es esa de ahí. — La señalé con el dedo.

—No hace falta que me acompañes, ve a tu casa antes de que sea demasiado tarde.

—¿Estás segura? A mí no me importa acompañarte, está aquí cerca.

Me cogió la pala de la mano y sonrió.

—No te preocupes, tengo una pala.

Nos separamos no sin antes despedirnos, yo me dirigí a mi casa y ella se metió en otro callejón. Abrí la puerta y todo estaba oscuro, debía de ser muy tarde. Subí a mi habitación. Dejé la mochila a un lado, me saqué la ropa llena de tierra y me puse el pijama.

— ¡Cariño!

Mi madre entró en la habitación, parecía preocupada.

 —¿Dónde estabas?

—Tranquila mamá, ya he cenado con Isabela. — Me metí dentro de la cama. — ¿Has visto los fuegos artificiales? Eran preciosos.

—Los he visto, se nota que las fiestas del pueblo están cerca. Seguro que estarán llenos de esos fuegos artificiales.

—¿Ya se acercan las fiestas? Que bien, me gustan mucho.

Bostecé y mi madre se puso a hablarme pero no la entendía, mis ojos se estaban cerrando.

Me dormí.

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