II
Dos años pasaron desde que mi abuelo me había vuelto a contar otra de sus historias, pero esa más cierta que falsa. Estaba en mi habitación mirando por la ventana que daba justo a la calle. Había mucha gente paseando, eso era normal en ese día, ya que hacían mercado en el pueblo. Justo en ese preciso instante vi a un Vendedor de Pócimas pasar por la calle, no era difícil verlo entre la muchedumbre porque todas las personas que lo veían se apartaban de él, creando un gran vacío a su alrededor. Me vinieron a la cabeza las palabras que me dijo mi abuelo años atrás, sobre espíritus y demonios. ¿Era cierto? ¿O solo eran mitos que se habían creado y habían cogido veracidad a lo largo del tiempo?, también me acordé de las palabras de mi padre, aunque pareciera que me estuviera intentando salvar de ellos, no tenía pruebas para demostrar que eran demonios. No sabía como reaccionar a eso, mi corazón me decía que lo siguiera, pero en mi cabeza aparecían las palabras de mi padre.
Lo decidí, me levanté y me fui corriendo hacia la calle. Mi madre me preguntó a dónde iba pero antes de que pudiera terminar la frase ya había cerrado la puerta. Seguí al Vendedor de Pócimas.
Estaba bastante lejos ya pero la cara de horror de la gente me confirmaba que había pasado por ahí.Llegué a un punto muerto donde ya lo había perdido, no había casi nadie y me resultaba difícil seguirlo ya que no podía saber dónde se encontraba. Vi a una pareja salir de un callejón. Uno de los hombres estaba un poco nervioso y caminaba rápidamente, con miedo, le estaba explicando atropelladamente al otro lo que sucedía con esos seres.
Entré por ese callejón, decidido a encontrarlo. Fui recto todo el trayecto, era cierto que había callejones sin salida por el camino, pero no me quise arriesgar. Mi gran decepción fue cuando me encontré con la plaza del mercado repleta de gente. Lo había perdido.
Di media vuelta, iba a volver a casa por donde había venido. Con el pie empujaba una piedrecita para intentar olvidar. Estaba a punto de descubrir el secreto, de hallar respuestas verdaderas pero había llegado demasiado tarde.
Justo cuando iba a patear la piedra otra vez vi un rastro de gotitas de un rosa fluorescente. Seguí con la mirada el rastro rosado hasta descubrir que se dirigía a uno de los callejones sin salida.
La verdad es que en ese instante no tenía mucho valor para entrar ahí, me daba miedo, pero sin darme cuenta mis piernas ya habían avanzado por si solas y me encontraba delante de una puerta de madera con un pequeño cartel donde había una escritura antigua. Empujé la puerta para comprobar si estaba abierta y esta suavemente se abrió.
Al entrar me encontré con una pequeña tienda llena de estanterías donde dentro había muchos cajones, pócimas y libros. La sala estaba iluminada por una pequeña luz en la mesa del cajero y las pócimas brillaban con mucha fuerza, dando un ambiente fantasioso al lugar.
En el cajero había un Vendedor de Pócimas muy alto, su capa era de color azul oscuro, estaba de espaldas, por lo tanto no me veía.
—Myri, ¿Dónde has dejado las hierbas que te traje de Érimo? Sé que es un regalo pero necesito que me des una para un pedido.
—Ahora vengo, papá. —se escuchó una voz femenina.
Entonces tenían familia. Siempre se los veía solos, cosa que hacía pensar que, solo estaban ellos. Que iban solos por el mundo. Pero al parecer no.
El Vendedor se giró y me miró. Me sorprendí y me quedé quieto, sin poder hablar.
—Hola muchacho, ¿Qué te ha traído aquí? ¿Curiosidad? ¿Necesidad?
Seguía sin poder hablar. Nunca me había imaginado tener a uno delante y que me hablara... amablemente.
—Ya vengo papá.
—¿Llevas la capa puesta Myri?
—Obviamente papá, siempre me repites "ponte la capa cuando bajes aquí".
—Bueno muchacho, ¿Se te ha comido la lengua el gato?
Se relamió los labios, eso me dio bastante miedo y repelús a la vez. Su hija bajó, su capa era de color rojizo y era de la misma estatura que yo.
—Aquí tienes papá. ¡Oh! —alargó la mano para darle las hierbas y me vio—. Nunca había visto a un humano entrar en esta tienda.
—Antes había más. —contestó su padre.— Muchacho ¿Estás ahí?.
Tragué aire y solté las palabras sin pensarlo, un poco atemorizado. Mi abuelo tenía razón, el gran curioso seguía ahí dentro.
—Quiero aprender.
—¿Cómo?
—Quiero ser tu aprendiz-
El vendedor se rio.
—Primero un humano entra en mi hogar. —Cogió las hierbas de la mano de su hija. —Y ahora me pide que sea su maestro. —y las puso en una cesta.
—Esto se pone cada vez más interesante... Si no os molesta, me quedaré en esta esquina mirándolo todo.
La chica cogió un taburete y se sentó en una esquina sin molestar, con sus ojos clavados en mí, eso, eso me ponía nervioso.
—¿Por qué quieres ser mi aprendiz?
—Solo curiosidad. Os veo por la calle y la gente se aparta, tienen miedo. ¿Por qué? Además hacéis pociones. Nunca he tenido una en mi mano. He oído que salvasteis a medio pueblo de una epidemia, con algo que creasteis, ¿no es fascinante?
—La gente habla mucho. —El vendedor miró hacia el reloj que tenía colgado en la pared y luego me miró a mí. —Tienes toda la tarde para hacer una poción.
Cogió un libro del estante que tenía detrás, abrió una página al azar y me dio el libro.
—Los ingredientes los puedes encontrar en esta habitación. Si fallas no quiero que entres aquí si no es para comprar, y si lo consigues me lo pensaré.
—''Me lo pensaré'' eso es lo que me dice cada vez que le pregunto para hacer algo. ¿Sabes cuál es la respuesta? ''No''. —dijo Myri.
Tragué saliva.
—Myri, sube y déjalo.
La chica suspirando subió dejándonos solos a nosotros dos.
Cogí el libro y empecé a mirar los pasos. No entendía nada, todo estaba repleto de símbolos extraños, miré al Vendedor y él me devolvió una mirada imponente. Con un dedo hice de marcapáginas y con la otra mano iba mirando las páginas que había por si encontraba alguna cosa que me pudiese ayudar. Nada. Me levanté y me puse a buscar en la tienda, alguna traducción debería de haber, el libro lo había cogido del estante que tenía detrás de él, así que supuse que aquellos libros no estaban a la venta. Por lo tanto en algún lugar de la habitación estarían los libros traducidos. Busqué durante mucho tiempo, a lo mejor fueron minutos pero para mí pareció una eternidad. Encontré libros en mi idioma. Iba sacando libros, uno a uno, mirando las portadas para ver si coincidían y luego los volvía a colocar donde estaban. Quedaban tres libros para revisar. No sabía qué haría si no lo encontraba. Miré uno, nada.
Miré el siguiente y... era ese. ¡Coincidían! Miré al Vendedor y vi que estaba girado, me levanté y le dejé en el mostrador el libro que me había dado. Busqué la página de la pócima y me puse a ello.
En dos horas reuní todos los ingredientes que me decía la poción llamada La Matadora, eso sí los que había cogido eran los correctos, porque vaya nombres que si pezuña de merluza que si cebolla de ojo de trol, y cuidado de ti por que de cebolla con ese nombre solo hay una especie, pero en la tienda del vendedor había una cesta llena de cebollas en general, dime tú cual es cual, ahora para equivocarme y quemar la tienda entera, luego sí que los hijos de las brujas me quitarían el alma.
— Quedan treinta minutos para cerrar la tienda, muchacho.
El vendedor estaba sentado en un taburete con unas gafas de media luna leyendo una especie de catálogo. Me apresuré en meter todos los ingredientes en un cubo que había encontrado al lado del cajero, puse un poco de agua y mezclé, cuando logré tener, según el libro, una agua cremosa y llena de sustancia azulada lo puse en una botellita y se la puse en el mostrador del cajero. El vendedor volvió a mirar el reloj.
—Cinco minutos antes de tiempo. —Cogió la poción y la analizó, abrió la botella, la olió, y se la bebió.
— ¡No!
Chillé desde lo más profundo de mi ser mientras me precipitaba a coger la botella, se estaba bebiendo La Matadora, iba a morir! A causa de mi chillido Myri, su hija, bajó corriendo.
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