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25 - Larga vida al rey

Un ambiente verdoso en el suelo, un mar azul resplandeciente sobre el cielo, y una brisa cálida como las llamas en el aire.

El nuevo cielo se había forjado a la semejanza de lo que el humano pensaba que Uriel querría en ese lugar.

Con su última palabra había sanado los páramos, y de sus cadáveres, nuevas flores habían florecido. Si bien parecía una macabra vista para los que no entendieran sus motivos, para ellos, era un renacer más bello que ningún otro.

Maeve sujetaba el cuerpo de Lovhos, todavía llorando pero ahora en silencio, y Lancelot permanecía a su lado observando todo a su alrededor, pendiente de lo que los demás hacían.

Las valquirias se habían ido, socorriendo a su compañera. Benedicta se había detenido a la distancia, observando al ángel en una lejana cima, y él, con sus alas todavía fuera, sólo observaba el horizonte.

Y tras dudar varias veces, finalmente se acercó a la joven.

-¿Estás bien? -murmuró a su lado.

Benedicta tardó en responder, asintiendo.

-Vuelve a aislarse... -Ambos miraron hacia Uriel-. ¿Crees que deba abandonar su aspiración?

Lancelot quedó serio mirando hacia él.

-Los humanos nos matamos sin necesidad. Tal vez un nuevo dios en el mundo nos haga aprender, si lo dejara vivir.

Benedicta miró hacia él, asombrada.

>>Yo mismo he matado gente sin motivo. Hasta he hecho que los reinos se peleen por un odio ajeno a ellos.

La joven volvió a mirar hacia Uriel.

-Me pregunto... si podría evitarlo.

Lancelot quedó confuso, escuchando a la chica hablar con pesadumbre.

>>Los ángeles fueron creados para apaciguar a la gente, para ser queridos y amados, y mostrar una imagen sin igual.

El escudero arqueó las cejas, empezando a entender su exasperante empeño por caer mal a todo el mundo. Si había sido creado para ser amado por todos, haría lo contrario con tal de no seguir el caudal que sus dioses habían marcado.

>>Su motivación es justiciera. Pero sabe que esa ambición también es creada por los dioses. Lleva una guerra que nunca acabará, una pelea que estará eternamente debatiéndose entre su libertad y sus ordenanzas intrínsecas de los superiores.

El escudero mostró una mueca ligeramente inconforme.

-¿Y? -Benedicta lo miró-. Asesinó a mi reina.

La chica frunció su ceño ligeramente.

>>Tenía la misma edad que tú, y porque decidió quedar embarazada de los malditos dioses... la mató.

Los ojos de la joven se desviaron al suelo.

-¿Por qué debería de contenerme de matarte ahora mismo y no dejarlo sufrir en soledad?

La chica volvió a arrugar su ceño.

-Sabes... que no tendrías oportunidad, ¿no?

Lancelot sonrió.

-Es increíblemente audaz. Estoy seguro de que oiría el hierro surcar al viento antes de siquiera rozarte.

-Entonces, ¿por qué me preguntas eso?

-Me gustaría saber tu respuesta, nada más.

Benedicta alzó la mirada.

-Si tantas ganas tenías de protegerla, debiste matar tú mismo a ese hombre.

El escudero alzó las cejas, sorprendido de sus palabras, y Uriel empezó a caminar hacia ellos.

>>¿Crees que está en ese lugar, pensativo, porque asesinó a un dios? -sus miradas se cruzaron-. Está ahí porque acaba de matar a un alma tan pura, que ahora mismo estará bajo él suplicando salir de la tierra -alzó la voz, alterada-: Y tu reina, tal y como dices, también estará bajo sus pies, llorando, aterrada, e implorando volver a la vida cuando él no puede hacer nada al respecto salvo escucharla eternamente.

Dio un paso adelante.

>>Está ahí porque somos la peor escoria que existe -sujetó el brazo del hombre-, está ahí porque él es el que siempre debe tragarse el orgullo de ensuciarse las manos cuando los demás no quieren hacerlo. ¿Y osas decirme que mató a tu reina? -sus ojos mostraron una ira idéntica a Uriel-: ¡Estamos vivos gracias a él! ¡Y nadie más sufre como él!

El escudero tragó saliva, y el ángel rodeó a la joven con sus brazos desde la espalda.

-Cálmate, Benedicta -sonrió.

-¡Uriel! -giró su cabeza hacia atrás, asombrada-. No te había visto llegar...

-¿Qué le estás diciendo a este pobre hombre? -acercó el rostro a su oído, murmurando, pero dejando que el escudero lo escuchara-. ¿Yo, sufriendo? Estás completamente equivocada, pequeña noble.

La chica se soltó del agarre, molesta.

-Eres un incordio.

Uriel echó a reír.

Lancelot suspiró y miró hacia Maeve. Por fin se había relajado.

-Lancelot -habló el ángel. Él lo miró extrañado. Era raro que quisiera hablarle-. ¿La acompañarías?

Benedicta parpadeó.

-¿Qué? -preguntó el escudero.

-Ahí abajo.

-¿Qué estás diciendo? -interrumpió la joven.

Uriel se situó de cuclillas frente a ella, sonriendo con un rostro tan bello, que la joven sintió su corazón derretirse a su mirada.

-En los cielos no estarás a salvo. Quién sabe cuándo aparecerá otro.

-¿Qué? ¿no era el único?

Uriel sujetó la nuca de la chica, acercando la frente de ambos en un delicado roce.

-Mi pecho no ha dejado de retorcerse desde entonces.

Lancelot frunció el ceño y la joven abrió los ojos de asombro.

-¿Están...?

-Sí -interrumpió Uriel-. Todos y cada uno de ellos, a la vez.

La boca de la joven empezó a abrirse, nerviosa.

-No puede ser...

-Ve con él, Benedicta.

-¡No! -se aferró a su pecho, abrazándolo con desespero-. ¡No pienso ir!

Los ojos de ambos hombres se encontraron.

-Ninguno de ellos sabe de ti, es por eso que debes ir -separó sus cuerpos-. Por favor, ve con él.

-¡Uriel, por favor! ¡No puedes hacerlo! ¡Por favor!

El ángel arrugó su rostro, abrazándola con extrema añoranza, y Lancelot, molesto de la situación, se acercó a ambos.

-Benedicta me ha contado sobre tu compromiso -habló, interrumpiendo su abrazo. Se situó de cuclillas tras la joven, llevando la mano a la nuca del ángel, y sujetó su pelo con fuerza.

Él se dejó sujetar, molesto, pero a la vez curioso de la osadía que estaba cometiendo.

>>Mataste a quien más quería en mi mundo, y ahora me dejas al cargo de tu ser más querido. ¿Para qué? ¿para batirme día y noche entre asesinarla o retener mis ganas de vengarme de ti? ¿Es para eso?

-¡Lancelot! -expresó Benedicta molesta-, ¡déjalo ir!

Uriel frunció su ceño, escuchándolo hablar una vez más.

-¿Que lo deje ir? Que yo sepa podría tener una espada clavada en mi garganta ahora mismo, por lo que todavía me está permitiendo hablar, ¿no es así?

El ángel se levantó, soltando el agarre del hombre.

-Ve al grano, escudero.

-Abandona ese orgullo inútil, asesino de dioses. Si Cristalline estuviera viva lo último que haría sería dejarla sola -expresó con el mayor disgusto de su vida-. Estuviste presente para dejármelo claro.

Benedicta parpadeó, creándose un silencio desgarrador, pero aprovechando el momento que el hombre había creado.

-Yo... -se giró hacia el ángel-, no quiero que vuelvas a pelear... Uriel...

El ángel quedó helado, pues lo que pedía iba en contra de todos sus principios, de la misión que miles de años atrás se había adjudicado, y, que además, ignoraba el esfuerzo que hizo en la gran guerra.

>>Por favor... sólo quiero estar contigo.

Él siguió en silencio.

-El castillo -dijo Lancelot-. Podréis esconderos allí si decides cambiar de opinión -carraspeó-. Además, Lovhos mencionó una vez que sabías esconder... tu aura, o algo así.

El rostro del ángel quedó igual: serio, confuso y como si estuviera ausente de su proposición. ¿Abandonar las guerras? ¿las peleas? ¿las batallas?

Alzó sus manos, mirándolas con asombro. Los callos de sus manos le recordaban constantemente el dolor que había sentido al empuñar armas que lo hacían retorcerse al no estar hechas para ser blandidas por él; la piel de sus dedos, áspera como la tierra, eran un delito cometido al arrancar la piel de muchos de los muertos, torturándolos con regocijo; y los brazos, marcados con sus venas cuando hacía fuerza, recordaban el peso que llevaba al cargar con innumerables muertos para despejar el camino hacia su victoria.

¿Debía dejar atrás todo eso?

-No... sabría qué hacer -respondió indeciso, incómodo de la insistencia de verse fuera de su naturaleza.

-La costura es una práctica muy común en las cortesanas -mencionó el escudero-. Tal vez se te de bien.

Uriel parpadeó, asombrado, y a Benedicta se le escapó una pequeña risa.

-Lo siento -respondió la joven. Uriel volvió a parpadear, y la rodeó por la espalda.

-Eres un demonio -dijo con una sonrisa ligeramente seria.

Ella rio.

-Para cuando te decidas, ya sabes dónde estaré -se giró y se fue.

Uriel volvió a suavizar su rostro, viéndolo irse a la distancia, y con la joven mostrando un rostro lleno de esperanza. Deseaba verlo fuera de la sangre y el hierro.

Varios días después se hizo un funeral. Un funeral en el que sólo asistieron dos personas: Lancelot y Maeve. Luego, ella se fue.

Una nota se había acomodado en la mesa central del castillo, explicando con suma brevedad la ida, en busca de algo más que hacer en su vida que no fuera la medicina, y que tal vez, no se verían nunca más.

Las plantas, decía. Tal vez las plantas le llamaran la atención. O quizás... ¿los animales? Las criaturas de Roshvalig eran un manjar para científicos. Ella no lo era, pero sí es cierto que era muy curiosa. Tal vez eso la entretuviera y encontrara otra pasión en su vida.

Por otra parte, había advertido con una frase de entre medias de todas sus aventuras. Una frase que llevaría hasta el fin de los días:

"El velo del olvido es muy delicado a medida que pasan los años. No dejes que Lovhos se pierda en sus hilos. Recuérdalo siempre"

El escudero arrugó la carta. En su mano se había apoyado una bella mariposa azul y blanca. ¿Cómo iba a olvidarlo?

A medida que pasaron los días, varios refugiados de otros territorios llegaban a formar una nueva vida. Lancelot organizó la nación con esfuerzo, preparándose para vivir en soledad, pues, amar para él, no era una opción nunca más, y se aisló en el castillo.

"El rey solitario" llegó a murmurarse en las calles.

Y un año después, tras una relativa normalidad, grandes golpes aporrearon la puerta.

Los sirvientes abrieron, extrañados, y llamaron con rapidez a su rey. Dos personas habían ido a visitarlo.

-Buenas, escudero -la prominente voz se hizo eco en las paredes-. ¿Tienes espacio para dos más?

Lancelot parpadeó, viendo a la joven sobre el equino de Odín, y Uriel llevar sus riendas.

-Pensé que no apareceríais tras tanto tiempo.

Si bien para un humano había sido una espera larga, pensando en si volverían en algún momento, para ellos, donde Uriel era inmortal, y Benedicta había sido bendecida con la vida eterna en secreto, sólo fue una breve etapa.

Lo habían pensado con tranquilidad. Mucha tranquilidad, hasta el punto de que al final, el famoso asesino conocido en los cielos por su crueldad, rindió a la petición de su joven amada: abandonar las guerras.

Benedicta se bajó de la montura, dando un paso adelante, y murmuró en su oído:

-Han aparecido los primeros.

El hombre quedó serio.

-Para nuevos refugiados siempre hay espacio.

La joven sonrió, mirando hacia Uriel, y él se acercó al nuevo rey.

Quedaron frente a frente, y tras varios segundos, Uriel hincó la rodilla, mostrando sus alas con eterna belleza. Lancelot parpadeó atónito.

-Puedes levantarte...

Uriel sonrió mientras se erguía.

-Deberé tener un propósito, pues no acostumbro a hacer nada.

Lancelot quedó pensativo, sopesando en alguna misión acorde con su poder, y las pisadas del ángel lo trajeron de vuelta, escuchando en su oído:

-Sus almas han reencarnado en otro mundo. Hermanos de sangre, amados por sus padres, y aldeanos en un reino aislado de armas y guerras.

Las pupilas del hombre se empequeñecieron, viendo al ángel alejarse de él.

Sus ojos se arrugaron, con las manos dirigiéndose a su rostro, y segundos después, lloró. Lloró como un niño recién nacido.

Cristalline y Lovhos. Hermanos. Qué bella imagen se le había venido a la cabeza.

-Larga vida al rey -Uriel sonrió.

Fin

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