# 01.
El ocaso se cernía sobre Vallequieto con una majestuosidad sobrecogedora, tiñendo el cielo con tonos púrpura y naranja que rivalizaban en esplendor con los últimos destellos del día. La luz menguante se reflejaba en las aguas del río, creando un espejo de colores que parecía un portal a otro mundo.
Jiyeon avanzaba con paso rápido hacia la humilde vivienda de su hermano gemelo. La angustia se reflejaba en su rostro, grabando surcos de inquietud en su frente y oscureciendo sus ojos con sombras de temor. Una capa de sudor cruzaba por su frente, brillando bajo la tenue luz del crepúsculo. Cada paso resonaba en el silencio, como un presagio de lo que estaba por venir.
La llegada al recinto fue precipitada, sin las habituales cortesías de siempre. La puerta, testigo de tantos regresos felices, ahora se abría ante la urgencia de un empujón lleno de desesperación.
一Jimin 一la voz de Jiyeon brotó como un lamento desgarrador, mientras luchaba por mantenerse firme.
Jimin, absorto en su labor de tallado en madera, dejó caer sus herramientas al suelo, produciendo un estruendo que reflejaba su consternación ante la visión de la angustia de su hermana.
Las lágrimas, que ya habían comenzado su descenso por las mejillas de la mujer, hallaron su fin cuando sus rodillas tocaron el suelo gélido. Su figura, rendida ante la desesperación, formaba una imagen de desolación que ningún pintor querría capturar en su lienzo.
一He sido elegida, hermano. Me ofrecerán en sacrificio... 一las palabras se perdían entre sollozos, cada una golpeando el corazón de Jimin一. Es tan injusto, m-morir como si fuera un animal indigno, para aplacar la maldición de la montaña y proteger al pueblo.
El silencio se adueñó del espacio entre ellos, cargado con el peso insoportable de un destino cruel e inevitable.
La leyenda, esa maldita costumbre ancestral que había segado la vida de tantas antes que Jiyeon. Se decía que la montaña estaba maldita, una maldición que solo podía ser aplacada con el sacrificio de una joven virgen del pueblo. Cada generación, una nueva víctima era elegida, y ahora, el destino había señalado a Jiyeon. La tradición dictaba que su muerte traería paz y prosperidad, pero para Jimin, no era más que una cruel injusticia.
Jimin se arrodilló junto a ella, su mente buscando frenéticamente una salida, cualquier salida.
—Escúchame —dijo, tomando sus manos temblorosas en un intento desesperado por infundirle calma—. No dejaré que te lleven. Haré lo que haga falta, lo que sea necesario.
Jiyeon alzó la vista, encontrándose con la intensidad de la determinación en los ojos azules de su hermano, una convicción que nunca antes había visto en él.
一¿Qué harás? 一murmuró.
一Me haré pasar por ti 一afirmó, con determinación en su voz一. Soy tu gemelo y hermano mayor por dos minutos; con el atuendo adecuado, nadie notará la diferencia hasta que sea demasiado tarde.
一Pero... 一comenzó Jiyeon, con preocupación en sus ojos.
—No te preocupes —la interrumpió con una voz suave y reconfortante mientras sus dedos acariciaban delicadamente sus mejillas, limpiando cada lágrima que caía—. Haré todo lo que esté en mi poder para asegurar tu felicidad y bienestar. Confía en mí, por favor. —Le besó la frente con ternura y la atrajo hacia su pecho, envolviéndola en un abrazo cálido y protector—. Huye, hermana, huye lejos, hasta que tu nombre se pierda en el olvido. Yo encontraré la manera de liberarme, te lo prometo.
Era un plan desesperado, una jugada de última instancia, pero representaba la única chispa de esperanza en la oscuridad que los envolvía. Jiyeon asintió, incapaz de articular palabra, pero su corazón rebosaba gratitud y un miedo paralizante ante el acto que su hermano estaba dispuesto a realizar por ella.
Se aferró a él con todas sus fuerzas, como si ese abrazo pudiera protegerlos de la cruel realidad que los rodeaba.
"Huye, hermana, huye lejos, hasta que tu nombre se pierda en el olvido."
Esas palabras resonaban en la mente de Jimin, un eco implacable que lo envolvía mientras reposaba en la silla de aquel palanquín.
Su rostro, artísticamente maquillado, lucía dos círculos de carmesí que imitaban la frescura del alba en sus mejillas. Sin embargo, detrás de esa máscara de perfección, sus ojos reflejaban una tormenta de emociones contenidas. Su cuerpo estaba delicadamente cubierto por un hanbok de seda, que se ondulaba con la gracia de un río sereno alrededor de su esbelta silueta.
El cabello rubio de Jimin, recogido con meticulosidad, estaba adornado con peinetas florales y filigranas de oro. Los binyeo brillaban entre sus mechones como estrellas en la vastedad nocturna, añadiendo un toque de magia a su apariencia. A pesar del balanceo gentil del palanquín, su semblante permanecía inalterable, tan inmóvil y majestuoso como una estatua de jade milenaria.
Era casi el reflejo perfecto de su hermana, si no fuera porque el color de ojos de ella era de un tono miel, mientras que los de él eran azules. Aparte de eso, eran idénticos, y eso era lo que importaba. En ese instante, debía personificarla ante todos los ojos. La ilusión era impecable, una máscara que engañaba hasta a los más astutos.
—Incluso el cielo parece indiferente —murmuró uno de los aldeanos que ayudaba a llevar el palanquín, mirando hacia las nubes ominosas—. Jung, ve a ver cómo está la virgen.
De repente, un leve toque en su ventana llamó su atención. Al girar la cabeza, vio a Jung, un joven pelirrojo de sonrisa brillante y ojos almendrados.
—Lo lamento, preciosa, pero es necesario. Eso lo sabes —dijo Jung, intentando acariciarle la mejilla. Jimin se apartó bruscamente, su expresión endureciéndose. —Seguimos siendo amigos, ¿verdad? —La ironía en su voz era palpable, y al rubio le provocaba una irritación profunda—. Además, luces hermosa —añadió con una sonrisa y guiñándole un ojo.
Jimin lo observó con una frialdad glacial, sus ojos reflejando un desprecio absoluto. Rodó los ojos, luchando por contener el impulso de arañarle la cara.
—¿Amigos? —repitió el rubio con un tono cortante—. No me hagas reír. —Su voz era un susurro venenoso—. Espero que tu hermana no sea la próxima.
El comentario cayó como un balde de agua fría. El hombre retrocedió, su sonrisa desvaneciéndose. La tensión en el aire era palpable, y Jimin no apartó la mirada, disfrutando del impacto de sus palabras.
—¿Qué dijiste? —preguntó Jung, su voz temblando ligeramente.
—Lo que oíste —respondió con un tono gélido, casi cortante—. Te recuerdo que Vallequieto es un pueblo de cobardes, que prefiere sacrificar a sus mujeres antes que enfrentar la amenaza que se cierne sobre la montaña. —Y sin decir más, cerró la ventanilla con un golpe seco.
El tiempo transcurría en una calma tensa, hasta que el palanquín comenzó a sacudirse violentamente. Cada movimiento brusco resonaba con un eco sordo y alarmante, como si la misma tierra protestara.
De repente, un fuerte crujido rompió el aire, seguido de un sacudón que hizo que el palanquín se inclinara peligrosamente hacia un lado. Los portadores gritaron, y en un instante, el palanquín se desplomó al suelo con un estruendo ensordecedor.
—¡Ah! —exclamó Jimin, sintiendo un dolor agudo en la cabeza al ser arrojado contra las paredes del transporte—. ¿Qué ocurre? —Con el corazón latiendo desbocado por la incertidumbre, pateó la puerta repetidamente hasta que logró abrirla y salió tambaleándose.
La soledad lo envolvió con su manto implacable; no había nadie alrededor, ni aldeanos, ni siquiera el eco de sus voces. El silencio era tan denso que parecía tener vida propia.
—¿Qué? ¿Dónde están todos? —murmuró, su voz apenas un susurro en la vastedad del vacío.
Fue abandonado en el corazón de la Montaña Sombra.
Mientras caminaba, alzó la vista hacia un cielo ahora oscurecido, y el susurro del viento parecía llevar consigo los lamentos de espíritus antiguos. El silencio era un manto pesado, roto solo por el crujir de sus pasos sobre la tierra seca.
Jimin examinó su entorno, sintiendo una atmósfera oscura y opresiva. Recordó entonces la leyenda de Vallequieto, una historia que los ancianos contaban con voces temblorosas y miradas perdidas en el horizonte:
"En el corazón de la Montaña Sombra, donde la luz del sol nunca llega, habita una maldición ancestral. Ningún ser vivo que haya osado adentrarse en sus profundidades ha regresado para contarlo. Los espíritus de los sacrificados vagan eternamente, atrapados entre este mundo y el siguiente, sus lamentos se mezclan con el viento, advirtiendo a los incautos. La montaña reclama vidas para mantener su poder, y aquellos que se aventuran en su corazón, nunca salen vivos."
Fue entonces cuando, en la penumbra, una silueta se materializó como un espectro surgiendo de las sombras. Un hombre de cabello negro como la noche más oscura, que caía en cascada sobre sus hombros, y ojos rojos ardientes que brillaban con la intensidad de brasas vivas. Su figura imponente se delineaba contra el paisaje, musculoso y firme, su torso desnudo un lienzo de piel que jugaba con luz y sombra.
La escena, con la Montaña Sombra recortándose contra el cielo crepuscular, lo hacía parecer aún más formidable y aterrador. El hombre se acercó a Jimin, su presencia imponiendo un silencio aún más profundo en el aire ya tenso.
—¿Eres la ofrenda de este año? —preguntó con una voz que parecía brotar de las profundidades de la tierra, provocando que la piel del rubio se erizara.
Aunque el miedo intentaba ahogar su voz, encontró la fuerza para articular una respuesta.
—Qué te importa —soltó. Y se dio media vuelta, decidido a correr y buscar una salida.
De repente, sintió una presencia abrumadora frente a él, y al mirar, descubrió al hombre que antes estaba lejos, ahora a solo centímetros. El extraño sostuvo la mirada de Jimin, evaluando su audacia con un brillo de interés en sus ojos rojos.
—Valiente —dijo finalmente, su voz baja y resonante—. Pocos osarían hablar así ante lo desconocido.
El rubio, sobresaltado, cayó al suelo. Aunque su corazón latía con fuerza, no le impidió decir:
—La valentía no es una elección cuando no queda nada que perder.
Bien, acababa de descubrir una fortaleza interior que no sabía que tenía.
—Entonces, si no eres la ofrenda, ¿qué te trae aquí? Este no es lugar para los débiles o los perdidos —dijo el extraño, mirando desde arriba al contrario, quien simplemente guardaba silencio—. Es absurdo pensar que esta maldición puede ser erradicada con un sacrificio humano bajo la fachada de una boda —continuó, su voz sonando cansada y frustrada. Luego se inclinó para quedar a la altura de Jimin, percatándose de algo diferente a las antiguas ofrendas—. Pero tú eres hombre, ¿no es así?
El rubio tragó saliva, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una respuesta adecuada.
—¿Quién eres tú? ¿Un espíritu o algo así?
El hombre se enderezó, y una neblina negra comenzó a emanar de su ser, envolviéndolo en un aura de misterio. Sus ojos rojos brillaban con un fulgor siniestro mientras respondía:
—Soy el guardián de este lugar. Dicen que soy el alter ego de esta montaña. Pensé en quitarte la vida, pero ahora estoy cansado. ¿Qué debería hacer? ¿Permitirte que la montaña se encargue o prefieres morir en mis manos?
Jimin, aún temblando, murmuró:
—Estás hablando incoherencias.
Se levantó lentamente, sus piernas temblorosas pero decididas. ¿Qué intentaba decir este hombre? Sea lo que sea, no sonaba nada bien.
—¿Estás insatisfecho con los sacrificios humanos? —preguntó Jimin, acercándose cautelosamente al hombre—. Si la inmundicia envenena esta montaña, ¿por qué querrías matarme? —Sus ojos se encontraron con los del guardián, observando el vacío insondable y la soledad que reflejaban.
El hombre de cabello negro simplemente suspiró, un sonido que parecía resonar en las profundidades de la montaña, como un eco de tiempos olvidados. Sin decir una palabra más, se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia lo desconocido, su figura desvaneciéndose lentamente en la penumbra, como si la oscuridad misma lo reclamara.
—Nunca he sido el primero en quitar la vida—, murmuró para sí mismo, recordando todas las veces en que aquellas doncellas salían despavoridas huyendo al verlo. —Si les dijera que les iba a quitar la vida, todos se asustarían y huirían. Pero sus vidas no estaban garantizadas—. Recordó también los sonidos de lamentos y exclamaciones de piedad que salían de entre los árboles, acompañados de un olor fuerte a sangre. Pero no le importaba en absoluto. —Así que vete lo más rápido que puedas, si es que puedes—, sonrió con una mueca siniestra. Mujeres tontas, pensó, solas buscaban su propio calvario.
Jimin, intrigado por lo que le dijo el hombre, decidió hacer lo que le sugirió: huir.
Pero entonces, si huía, la próxima víctima podría volver a ser su hermana. Los aldeanos se darían cuenta de que no era Jiyeon sino Jimin.
Mientras observaba cómo la imponente figura del guardián de la montaña comenzaba a alejarse, disolviéndose en la oscuridad que lo rodeaba, la angustia se apoderó de él al pensar que esta vez el pueblo sí cumpliría en dar en ofrenda a su hermana, a menos que pudiera cambiar el curso de los eventos.
—¡Espera un momento!— gritó, su voz resonando con una urgencia que detuvo al hombre en su camino. —Tengo una propuesta para ti, un trato.
El pelinegro se giró lentamente. —¿Un trato?— preguntó con una ceja arqueada, su interés despertado. —¿Estás dispuesto a negociar con tu vida?
—Sí, bueno, algo así—, afirmó Jimin con determinación, su voz firme a pesar del miedo que sentía. —Y será un trato beneficioso para ambos. El próximo año, el pueblo enviará otra ofrenda, y no deseo que más sangre inocente se derrame. Te serviré hasta entonces, tres veces. Si dices tres veces que estás satisfecho conmigo, si dices que te gusto, no habrá más sacrificios.
El hombre soltó una carcajada, un sonido profundo y resonante que parecía burlarse de la fragilidad de la vida humana. —Eso es ridículo, es como jugar con la poca vida que te queda—. Se sobó la sien, como si estuviera considerando la propuesta. La monotonía de su existencia comenzaba a cansarlo. —Aceptaré tu oferta—, dijo finalmente, una chispa de curiosidad brillando en sus ojos oscuros. —Me intrigan mis propios caprichos.
Avanzando lentamente hacia el rubio, el hombre extendió su mano y tomó su rostro con una firmeza que no admitía réplica. Lentamente fue acercando su rostro, sus ojos penetrantes fijos en los de Jimin.
—¿Cómo planeas complacerme? ¿Eh?— susurró, su voz baja y peligrosamente suave, un murmullo que llevaba consigo la promesa de un desafío que iba más allá de lo natural. —¿Acaso piensas tentarme con tu cuerpo?—
Jimin tragó saliva, sintiendo el calor de la mano del hombre en su piel. —No... por ahora no es eso—, respondió, tratando de mantener la calma. —Te serviré de otras maneras. Haré lo que me pidas, cumpliré tus deseos—.
El hombre arqueó una ceja, su interés claramente despertado. —¿Y qué te hace pensar que puedes cumplir mis deseos?— preguntó, su tono lleno de escepticismo. —¿Qué podrías ofrecerme tú, un simple mortal, que valga la pena?—
El rubio respiró hondo, buscando las palabras adecuadas. —Haré lo que sea necesario. Aprenderé, me adaptaré. Solo dame la oportunidad de demostrarlo—.
El hombre lo observó en silencio por un momento, su expresión inescrutable. Finalmente, una sonrisa lenta y peligrosa se dibujó en sus labios. —Muy bien, Jimin. Te daré esa oportunidad. Pero recuerda, un solo error y tu vida será mía—.
El nombrado asintió, sintiendo una mezcla de alivio y terror. —No te decepcionaré—, prometió.
El hombre soltó su rostro y se alejó un paso, su mirada aún fija en él. —Veremos—, dijo con un tono que enviaba escalofríos por la espalda ajena. —Veremos si realmente puedes cumplir con tus promesas—.
Y con esas palabras, el destino de aquel bello rubio quedó sellado, en un juego peligroso donde cada movimiento podría ser el último.
♡
después de tanto al fin el primer capítulo JAJAAJ so sorry, el cole me anda matando. Osea ya tenia el cap hace tiempísimo pero nunca lo publiqué porque no me convencía del todo. Ayer lo releí y decidí volver a escribirlo pq era una mierda XD, en fin, este fue el resultado algo decente (según yo).
Me haría muy feliz saber que les pareció. Gracias por leerme, nos vemos pronto 🤗 (eso espero JAJAJAJ)
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