Capítulo 9. Parte 3
Ayla quiso abrazarlo fuertemente para borrar todas las palabras que ese ser despreciable le dedicaba a su propio hijo. Esas palabras que, aunque sabía que no le provocaban nada físicamente, lo destrozaban por dentro.
—No tienes lo que hay que tener para ocupar mi lugar —continuó diciendo, y notó cómo Duncan se tensaba cada vez más—. ¿Nunca te has preguntado a quién nombraría su sucesor Rey para cuando él ya no esté? Por si acaso no te habías dado cuenta, no tiene descendencia.
—No por favor. No. Mis dioses, no permitáis que se convierta como él. No arrebatarle su bondad —suplicó Ayla para sí misma.
¿Por qué crees si no que te regaló esa maldita yegua salvaje? —la joven abrió los ojos de par en par—. Era una prueba de fuego para ver si tenías lo necesario para el honor que quería concederte —había llegado hasta ellos. Ayla no se atrevía a asomarse, pero daba por seguro que lo tenían frente a frente—. Me he esforzado mucho por esta familia, por darnos este rango que tenemos. Pero, sobre todo, por conseguir que mi hijo, mi único hijo varón, consiga el puesto que solo alguien con mi apellido merece. ¿Y así me lo pagas?
Hubo un momento de silencio. Ayla tenía miedo de hacer algún movimiento porque parecía que estaba fuera de lugar, escuchando algo tan privado e íntimo. Y Duncan, estaba sumido en sus pensamientos. A la joven le hubiera gustado poder ver un atisbo de ellos para saber en qué pensaba, cómo se encontraba... Y desde su posición no podía verle los ojos, aquellos que normalmente le decían todo aquello que no expresaba con palabras.
—No es lo que quiero, padre —habló al fin, y el señor Ludovic lo sintió como una puñalada trapera.
—Pero lo harás —sentenció con voz firme—. Tú me has obligado.
De repente, una mano fría le cogió el brazo a Ayla y la obligó a salir de su escondite. Ésta chilló, e intentó zafarse de su agarre, pero las uñas del señor se le comenzaron a clavar en la piel y podía sentir toda su sangre hervir.
—¡No! —Duncan intentó agarrarla, salvarla de las garras de su padre, pero lo que hizo éste lo frenó de golpe.
La sostenía frente a su pecho, y en su garganta había colocado una daga, amenazándolos.
—Si quieres que no le desgarre ahora mismo el cuello, más vale que hagas caso a lo que te voy a decir —Ayla miraba a Duncan con los ojos llenos de terror, y su pecho subía y bajaba con respiraciones entrecortadas.
—Lo que sea —concordó el joven, y dando un paso atrás levantó las manos en señal de rendición.
—Eso está mejor —sonrió victorioso, y sujetando a la joven por el pelo, la zafó hacia atrás haciendo que ésta lo mirara directamente a los ojos y le apretó la punta de la daga en el cuello—. Lo has embrujado, maldita zorra —Ayla quiso llorar, le dolía el cuero cabelludo ahí donde su señor la aferraba con fuerza como si quisiera arrancarle todo lo que estuviera en su mano. Y tenía miedo de respirar demasiado fuerte por si se le clavaba la daga. Leslie relinchó y aunque no podía verlos, sentía lo inquietos que estaban tanto ella como Sloan. El señor volvió a mirar a su hijo—. Te irás de Cirzia, y te inscribirás en la escuela de soldados del marqués Camryn, en Molter. Allí te entrenarás noche y día para ser el mejor guerrero, y en un futuro para ser rey de Cirzia —apretándole más fuerte del pelo, Ayla chilló—. Y si cumples con tu deber, a esta criada no le pasará nada. Pero no podrás volver a verla, ni tener ningún tipo de contacto con ella. En Molter tendrás otras sirvientas con las que divertirte, y te darás cuenta de que no merecía la pena desperdiciar tu vida por una bruja como esta.
Ayla lloraba, y quería pedirle ayuda. Quería que su amigo la salvara de aquella situación, pero para hacerlo tenía que seguir las palabras de su padre. Y si lo hacía, ¿quién garantizaba que viviría? Una vez que Duncan se olvidara de ella, porque sabía que lo haría, ¿quién impediría que la matara? Cerró los ojos y por su mente volvió a revivir todos aquellos momentos con su amigo, aquellos recuerdos donde habían reído y compartido miles de confidencias. Aquellos instantes donde habían comenzado a sentir tantas cosas.... Los atesoró con todo su corazón y guardándolos en una caja bajo llave los guardó en el fondo de su ser, ahí donde su carcelero jamás podría llegar y serle arrebatado.
Cuando abrió los ojos, se encontró con los de Duncan. Su rostro estaba bañado en dolor, y podía leer cómo se debatía entre lo que quería hacer y en lo que debía de hacer para salvarla. Pero ella siempre había tenido razón: Nunca habían tenido una oportunidad.
—Que así sea, pues.
Y aunque sabía que era lo mejor para ellos, escucharlo de sus labios y hacerlo realidad provocó que el corazón de Ayla se rompiera en dos. Y aunque no se podía escuchar, el de Duncan ya se había destrozado en cuanto la había visto en manos de su cruel padre.
De repente, el señor la soltó dándole un empujón lo que hizo que cayera de rodillas sobre el suelo y volvió a escuchar a Leslie seguida de Sloan. La joven suspiró aliviada al sentir que estaban atados en un árbol y no podían hacer ningún movimiento que hiciera que ese maldito ser acabara con sus vidas.
—Y te llevarás esa maldita yegua —la joven enterró las manos en la tierra y dejó que las lágrimas cayeran sobre ésta. En una noche le estaba arrebatando dos de los seres más importantes para ella.
Escuchó a Duncan acercarse hasta ella.
—Nada de despedidas. Partirás esta misma noche —concluyó el señor Ludovic.
Ayla no se atrevía a levantar la mirada del suelo, pero cuando Duncan paró a su lado por un breve segundo, lo hizo. Y lo que se encontró le partió aún más el corazón. Esos ojos azules bañados en tonos grises en los que ella tanto había amado perderse, la miraban acristalados por las lágrimas y con un adiós grabados en ellos.
—Duncan... —le susurró ella sin fuerzas, pero éste le quitó la mirada y siguió su camino tras el señor Ludovic.
Ayla esperó, no supo calcular cuánto tiempo fue, si veinte segundos, dos minutos, tres horas o toda una eternidad, pero cuando tuvo las fuerzas para levantarse sintió las manos y los pies helados. Se habían llevado tanto a Sloan como a Leslie, y se obligó a dar un paso tras otro, aunque sentía que el cuerpo le pesaba y la cabeza le ardía. Aún seguía siendo de noche cuando se adentró en su dormitorio donde su hermana dormía plácidamente sin imaginarse nada de lo que había pasado mientras ella abrazaba a sus sueños.
Cerrando la puerta tras ella, se apoyó en ésta y se dejó caer al suelo. Escondió la cabeza entre sus rodillas y se permitió soltar todo el manojo de nervios, miedo y dolor que tenía dentro.
—¿Ayla? —Nimue se incorporó de la cama, y cuando localizó a su hermana en el suelo, se levantó de golpe—. ¡Ayla! ¿Qué pasa? ¿Estás enferma? —llegó hasta ella, y comenzó a palparle todo el cuerpo y rostro en busca de cualquier señal que le indicara qué le pasaba. Pero se dio cuenta que aún llevaba la ropa de trabajo, y que su piel estaba helada. Tenía el pelo alborotado, y en la garganta llevaba una pequeña herida con sangre ya seca junto a un collar que antes no estaba ahí—. Ayla, pequeña ¿Qué ha pasado? —viendo que no podía dejar de llorar e incluso de hiperventilar, Nimue se asustó aún más. Intentó tranquilizarla, colocándose a su lado y abrazándola, guiando su cabeza hacia su regazo para allí peinar su cabello. Sabía que eso conseguía muchas veces calmarla—. Shhh, ya está cariño. Estás a salvo. Ya nada puede hacerte daño. Estoy contigo.
—Se los han llevado —consiguió decir Ayla entre hipos.
—¿A quiénes?
—El señor Ludovic... —hipó—. Se ha llevado a Leslie y a Duncan.
—¿Qué? Pero, ¿por qué? —Nimue no entendía nada. Y no llegaba a comprender qué había pasado para que su hermana estuviera así de mal.
—Nos ha pillado juntos, y se los ha llevado a Molter. Y no podré verlos nunca más —dijo y lloró más fuerte.
—¿Cómo que os ha pillado juntos? ¿A ti y a Leslie? —Nimue conocía su acercamiento con la yegua, y sabía que podía ser peligroso, pero no tanto como para que se la llevaran a un reino vecino.
Ayla se incorporó, y miró a su hermana a los ojos. Tenía que hacerlo para decirle lo que iba a decir.
—A Duncan y a mí.
Su hermana abrió los ojos de par en par y su corazón y mente comenzaron a ir a la misma velocidad. Ahora todo comenzaba a encajar. Sus escapadas, sus preguntas que parecían inocentes, el conocimiento que tenía sobre temas que no estaban a su mano. Su cambio de humor, el brillo en sus ojos... Los engranajes en su cabeza comenzaron a encajar. Su hermana se había enamorado de Duncan, y no se había dado cuenta de ello.
—Shhhh ya está pequeña —la cogió de la cabeza y la acomodó sobre su pecho, acariciando su piel fría—. Todo irá bien, te lo prometo.
Ojalá pudiera creer en sus palabras, pero sabía que ya no había marcha atrás para lo que había ocurrido. Que ahora sí que empezaba su infierno de verdad, y que iba a echar tanto de menos a Leslie y a Duncan. Sentía como que le habían arrancado el corazón del pecho.
Agarrando el collar que Duncan le había regalado, se permitió tranquilizarse entre los brazos de su hermana, aquel lugar donde siempre se encontraba a salvo, aunque todo a su alrededor ardiera en llamas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro