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Capítulo 8. Parte 2

El juego consiste en conocernos más profundamente —su voz era baja, mientras cogía mi mano y la guiaba hasta la parte alta de su brazo—. En ver cosas que de otra manera habríamos pasado desapercibidas —la posó allí y fue mi oportunidad para explorar su piel. Me encantaba lo delicada que era, muy en contraste con la mía que era y sigue siendo áspera y más curtida por el sol. Paseé los dedos por ella, dibujándola en mi mente para así nunca borrarla. Hasta que me topé con una parte en relieve, que no debía de estar ahí pero que por desgracia estaba. Noté cómo ella contenía el aliento, estaba recordando todo lo ocurrido con esa cicatriz. Y al instante quise matar al culpable de ello.

¿Quieres contarme ahora qué pasó? —sabía que a ella le costaba relatar esa parte de su vida, y por eso no quería presionarla. Quería que me lo confiara cuando estuviera preparada.

Mis padres no se casaron por amor —comenzó a contarme, con la voz levemente temblorosa—. Fue un matrimonio concertado. Mi madre venía de otro reino y no habían tenido la oportunidad de decidir por ellos mismos si era eso lo que querían, y aunque hubiera sido así, no tenían derecho a elegir.

Como tu padre hubiera hecho contigo si no llegas a escapar —acerqué los labios a su cicatriz, y posé allí un tierno beso.

Así es —cogió aire y siguió narrando—. Aunque no llegué a conocerla mucho, recuerdo lo mágica que era mi madre. Estaba llena de amor y siempre había una sonrisa dibujada en su rostro. Todo de ella era pura ternura. Como ya sabes, mi padre es todo lo contrario. Un ser despiadado que mata todo lo bueno que tiene a su alrededor —se paró en seco, dudando en si seguir contando las imágenes que no se desprendían de su mente.

Estoy aquí —la animé, rodeando su cintura con los brazos y atrayéndola hacia mí. Noté, a través de nuestras pieles, cómo su corazón latía incesantemente.

Creo que para mi madre la vida que llevaba encerrada en ese castillo, casada con un hombre al que había comenzado a odiar con los años, no era vida. La encontraron ahorcada en los establos, yo misma la vi —alargué la mano hasta su mejilla, preparado para limpiar las lágrimas que sabía que pronto estarían, aunque no pudiera ver—. Aún tengo en mi cabeza su rostro blanco y sin vida, que miraba ligeramente hacia abajo, con algunos mechones de cabello tapándole el ojo derecho. Y su cuerpo en señal de rendición, sin que hubiera ni un ápice de la fuerza que la caracterizaba corriendo por sus venas—. Con los ojos cerrados, intuye dónde estaba su boca y me acerqué a ella, regalándole un suave beso en la comisura de los labios.

Yo le recordaba demasiado a mi madre, y un día en el que se encontraba bastante cabreado, me agarró fuertemente de los brazos y me empezó a decir cosas sobre ella, gritando y zarandeándome. Culpándola de todo. A pesar de todo, era un buen día, el sol relucía con furor y la brisa era cálida, por lo que llevaba un vestido de manga corta. A la vez que intensificaba su voz, también lo hacía su agarre en mí. Llegando a clavarme las uñas profundamente. Yo estaba bloqueada, y sólo me di cuenta de que sangraba por este brazo cuando se fue —y joder, tuve que contenerme muchísimo para no salir en ese mismo instante a matar a esa clase de ser que era capaz de hacer daño a su propia hija—. Y aun así no culpo a mi madre de que se fuera y me dejara a solas con él. Creo que fue ella quien te mandó para que te cruzaras en mi camino.

—Me recuerda a alguien —interrumpió la joven cirzense.

—¿Tu padre?

—Sí, pero conmigo no.

Ray notó que la joven no quería ahondar más en ello, y se mantuvo en silencio. Quiso decirle lo que realmente pensaba, que su padre se parecía mucho al de la historia, que no le importaba la felicidad de su familia, sino todo aquello que pudieran conseguir pisoteando a los demás. Quiso decirle tantas cosas horribles que pensaba sobre esa clase de personas, pero a cambio, dijo:

—Yo creo en el destino, creo que todo pasa por algo. Incluso lo que tanto daño nos hace, pasa por algún motivo, por un bien mayor —sacando los pies del agua, los colocó bajo sus muslos como si estos no estuvieran mojados—. Cuando te vi ahí, en ese preciso instante, en ese momento de tanta agonía y desesperación, supe que se debía a algo.

La joven lo miró con inquietud.

—Mi amada fue el inicio de la unificación, y sé que tú serás el final. Quien nos ayudará a terminar lo que una vez empezamos.

—Ojalá fuera verdad, Ray —levantó las piernas y las abrazó—. Me encantaría ayudaros, pero no será nada fácil —en su hogar, nunca había sentido que tenía un propósito en la vida, pasaba los días sin más pensando en el que quizás, el mañana le traería alguna aventura, pero no era así. A lo mejor él tenía razón, y ella tuvo que escaparse en esa noche tan determinante, movida por algo que le decía que lo hiciera, porque estaba predestinado.

—¿Y quién dijo que lo fuera? —le sonrió él, y ambos alzaron la mirada a la luna, como si ahí pudieran encontrar el modo de hacerlo.

—¿Y entonces? —volvió a decir ella—. ¿Cuándo sintió las ganas de volver a ir a los brazos de ese hombre tan cruel?

—Esa misma noche —respondió él—. Me pidió ir a verlo.

—¿Y la dejaste? —preguntó ella sorprendida.

—Yo no era quién para obligarla a hacer cosas o prohibírselas. Yo deseaba que ella fuera feliz, con todas mis fuerzas. Y sabía que con nosotros lo estaba siendo, pero aún estaba esa parte de ella que no la dejaba dormir tranquila por las noches. Así que fui con ella —tuvo que contener una risa cuando vio los ojos abiertos de par en par de la joven—. Como tenía prohibida la entrada a Cirzia, y no dejaría que ella entrara sin mí por si acaso no la dejaban volver a salir, nos veíamos a las puertas. Su padre salía acompañado de varios soldados, por si se me ocurría hacer alguna locura. A mí, a aquel joven inocente que no se llevaba ningún arma consigo y que tan solo iba acompañado de su gran amor y de su propia presencia. Muchas veces temí...

—¿Muchas veces? —lo volvió a interrumpir ella, intentando descubrir en qué momento de la historia se había perdido—. ¿Cómo que muchas veces? ¿Más de una?

—Así es. Fuimos varias veces, nuestras reuniones se basaban en padre e hija poniéndose al día, mientras que yo me quedaba en un lateral viéndola disfrutar de la compañía de su padre. Aunque yo sabía que él no era bueno para ella, pero bueno, él también pensaba lo mismo de mí. Intentaba convencerla para que volviera con él, pero ella siempre le dejaba bien claro lo feliz que era con nosotros. Nunca se cansaba de decirle que estaba equivocado, que el reino taüre estaba compuesto por buenas personas, pero él nunca quería escucharla. Decía que jamás ocurriría un día en el que un taüre entraría en el reino de Cirzia —soltó una carcajada, dándose cuenta que por mucho que se esforzara, al final no solo entró un taüre, sino que entraron cientos de ellos.

—¿Y cuándo acabaron esos encuentros? —estaba enganchada al relato que le estaba contando, desconocía esa parte de la historia y la mantenía en vilo.

—Cuando le dimos una noticia que odió con todas sus fuerzas. Y, por ende, nos odió aún más a nosotros. A mí, por haberme entrometido en la vida de su hija. A ella, por permitirlo. Amenazó a mi pueblo con que acabaría con él de una vez y muchas veces lo intentó —se llevó la mano a la nuca y suspiró pausadamente—. Hasta que lo consiguió, arrancándome el corazón en el proceso.

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