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Capítulo 7. Parte 4

—¿Qué juego? —inquirió él con duda. No había dejado de estar pensando en ella durante todo el día, y el no haberla visto la noche anterior había empeorado su estado. Se encontraba como más ansioso

—Se llama "Imagino".

—Y déjame adivinar, hay que imaginarse la vida de las estrellas de allí arriba —dijo él con una sonrisa traviesa en los labios, haciendo alusión a lo que habían jugado en otras ocasiones.

—Pues no, te equivocas listillo —sacándole burla, cogió aire—. Se trata de imaginarnos vidas paralelas sobre nosotros mismos. Empiezo yo.

Duncan cogió aire y se permitió también disfrutar del juego. Era algo que ambos necesitaban en ese momento.

—Imagino que estoy casada con un buen hombre, cuyo corazón es enorme —comenzó a decir ella, metiéndose en el papel del juego—. Y que estamos juntos leyendo en la enorme biblioteca de nuestra enorme casa —alzó las manos para moldear con ellas la grandeza de lo que estaba fantaseando.

—Imagino que yo soy ese hombre —se unió Duncan, comprendiendo rápidamente de qué trataba el juego—, y que mientras leemos, nuestras manos se encuentran unidas.

Para dar firmeza a lo que estaba ideando, agarró aún más fuerte las manos de Ayla entre las suyas, provocando que su piel se enrojeciera levemente. En sus últimos encuentros habían ido experimentando sensaciones diferentes respecto a su amistad. Aunque ninguno de los dos lo dijera en voz alta, cuando no se veían se echaban de menos. Y cuando lo hacían, sus corazones saltaban de alegría.

—Imagino que te estoy leyendo mi libro favorito por trigésima tercera vez, y que en las escenas tristes apoyo la cabeza sobre tu hombro —empujándose con el suelo, se arrimó más hacia él, cortando la poca distancia que había entre ellos.

—Imagino que no puedo cansarme de que me leas "Corazón Veloz" —Ayla abrió los ojos sorprendida de que Duncan supiera el título de su libro favorito, ella nunca se lo había nombrado. ¿Cómo lo sabía? Quería preguntarle, pero se habían metido tan dentro del juego que rápidamente se esfumó aquella duda—, porque nunca podría aburrirme de ello y mucho menos de escuchar tu voz.

—Imagino que borras cualquier atisbo de mi tristeza con tu ternura y cariño.

—E imagino que lo hago con besos en tus mejillas, donde pequeñas lágrimas se han ido acumulando —imitó sus palabras, acercando su rostro al de Ayla y besándola suavemente dónde le había dicho que lo haría, encontrando ahí mismo una lágrima que se le había escapado a la joven sin siquiera darse cuenta—. Porque es mi manera de hacerte olvidar cualquier mal que te puede rondar. Porque soy el hombre más feliz que hay sobre la faz de la tierra al estar casado con la mujer más maravillosa que existe. Porque mi única meta sería la de cuidarte y amarte, sin poder perdonarme que yo sea el causante de cualquier daño que puedas sentir.

—Duncan —Ayla se había quedado sin habla, era la primera vez que expresaba el inicio de sus sentimientos por ella. Aquellos sentimientos que bailaban dentro de sus corazones y que no habían sabido ponerles nombre

—Y te prometo, que algún día haré todo eso realidad y que no tendremos que jugar a imaginárnoslo —sus manos unidas se apretaron sin querer soltarse, y sus cabezas por instinto se acercaron hasta quedarse a milímetros.

—¿Pueden casarse dos amigos? —preguntó inocentemente ella.

—Pueden hacerlo si hay amor entre ellos —aseguró él, sin dejar de mirarla fijamente.

—¿Sin importar nada más?

—Sin importar absolutamente nada más —levantó la mano y la posó en la mejilla de ella, donde la joven se acurrucó cerrando por un segundo los ojos. Dejándose llevar por el sueño que habían creado juntos y que quizás, algún día se haría realidad—. Desde el primer momento en que te vi, no pude apartar los ojos de ti.

—¿En el establo? —abrió los ojos.

—No. Mucho antes de ese momento —sonrió cuando ella frunció el ceño—. Estaba en el despacho de mi padre, y te vi por la ventana pasar junto a tu hermana. Y aunque llevabas aquí con nosotros desde bien pequeña, era la primera vez que me fijaba en ti. No sé qué pasó para que así fuera, no sé si fue el escuchar tu risa de algo que te estaba diciendo Nimue o el cómo mirabas todo a tu alrededor como si fuera lo más hermoso que habías visto jamás. Pero me fije en ti. Mi padre estaba a mi espalda hablando sobre mis obligaciones y yo no podía dejar de pensar en cómo sería ser tu amigo. Hasta que se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Se levantó, y colocándose tras de mí te vio también. Empezó a chillarme, a prohibirme que alguna vez me acercara a vosotras. Me negué, hasta que creyó que, ya que con las palabras no funcionaba, lo haría con las manos. No sé cuántos guantazos me dio, ni cuantos mechones de pelo me arrancó, pero le funcionó aquel día. Pero cuando te encontré en el establo, dejé de obedecerle.

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