Capítulo 7. Parte 3
Se encaminó a la otra punta de la mesa y le sirvió a la señora Ludovic, permitiéndose observarla detenidamente.
—Nos han comunicado lo sucedido —habló la señora Ludovic—. Espero que su hermana se encuentre bien.
Ayla se quedó por un instante muda, asustada por cómo debía de responderle. ¿Debía de hablar mediante gestos, palabras o simplemente no decir nada?
—Lo está, señora —decidió decir al fin—. Le comunicaré sus condolencias.
—No estamos preocupados por su bienestar —interrumpió el señor Ludovic, y el vello del cuello de Ayla se erizó a la vez que se encaminaba hacia Duncan para servirle su desayuno—. Sino por el nuestro. Tu hermana sabía hacer este trabajo bastante bien, y no podemos decir lo mismo de ti —cogiendo la taza de té que le había servido anteriormente, la levantó e inclinándola, lentamente dejó caer su contenido al suelo. Ayla abrió los ojos de par en par y pudo escuchar como Duncan contenía la respiración—. El té me gusta con menos leche —lanzó sobre la mesa la taza y la joven temió que cayera al suelo y se rompiera—. Más te vale que aprendas a hacerlo bien, porque si no sabes hacer algo tan sencillo como servir un té, me temo que con la comida y cena nos matarás de hambre.
Ayla sintió que la piel le ardía, y sus ojos se llenaron de lágrimas que se impidió a sí misma derramar.
—Es su primer día, padre —dijo Duncan en su defensa, por lo que recibió por parte del señor Ludovic una mirada fulminante.
—Y de seguir así, también el último —miró a su mujer, que se encontraba con la cabeza agachada, avergonzada por tal actuación—. Y ahora, recoge este estropicio.
Mordiéndose la lengua, necesitando sentir cualquier otra cosa para impedir romper en llanto ahí mismo, se inclinó hacia ellos y abandonó la estancia.
En cuanto entró a la cocina, se permitió relajarse y soltar toda la frustración que corría por su interior. Cuando Edwin la vio, soltó el cuchillo que tenía entre sus manos y fue a su encuentro.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó preocupado, palpándole los hombros y cara en busca de algún daño—. ¿Estás bien?
Ayla sorbió por la nariz, sin poder dejar de llorar. Todos los nervios explotaron en cuanto su cuerpo se pudo relajar. Y es que, aunque estaba acostumbrada a sus humillaciones, esa le había dolido especialmente. Le había hecho sentir una inútil total, y no quería que por su culpa su hermana no pudiera recuperarse bien y volviera al trabajo antes de lo previsto.
—Me he atrevido a mirarlo a los ojos —consiguió hablar, mirando a Edwin que se había arrodillado frente a ella—. Y he pagado las consecuencias.
No hacía falta entrar en detalles, su amigo había entendido la referencia a lo que él le había comentado, momentos antes y en tonos de broma.
—Ay pequeña, cuanto lo siento —la abrazó. Y lo hizo tan fuerte y con tanto amor, que cuando se separaron ella ya se había olvidado de lo sucedido, y le sonreía.
Consiguió sobrevivir durante el resto del día. Cuando les sirvió la comida y cena logró hacerlo correctamente, o al menos el señor no había tenido ninguna palabra de desagrado. Más bien, había mantenido un tema de conversación que a ella le interesaba, y no había podido evitar escucharlo.
—¿Sabes hijo, por qué empezaron todas nuestras hostilidades con los salvajes? —le preguntó Johnson a Duncan mientras comían sus postres tras la comida. Éste cogió una manzana del bol con frutas que había servido Ayla—. Porque un ser indeseable creyéndose todopoderoso, cogió una manzana de un huerto prohibido— alzando la pieza de fruta frente a ellos, la lanzó una vez al aire y seguidamente la limpió con la manga de su camisa—. Sin ningún miramiento, la acarició y admiró hasta llegar a arrancarla del árbol. Y pretendiendo que era de su propiedad, la mordió, tomando lo que no era suyo —imitando sus palabras, mordió la manzana, provocando que a Ayla se le formara un nudo en el estómago, quien de repente sintió los ojos del susodicho sobre ella—. Así que ya sabes, hijo. No debes tomar algo que no es tuyo, y mucho menos algo que se te ha prohibido.
Y eso hizo que saliera de la estancia con un sabor agridulce. Escuchar el odio en su voz hacia esas personas la hacía preguntarse si había algún ser vivo en la tierra al cual Johson Ludovic no odiara. ¿Y qué robaron esos salvajes para que se desatara tal conflicto? ¿Tan malos eran? ¿Y por qué su hermana y Edwin no le contaban nada?
Gracias a todos los dioses, su hermana estaba bien. La bruja Elara la había hecho tomar unas medicinas y le había colocado sobre la pierna unas gasas bañadas en su "ungüento especial", como lo había hecho llamar ella. Se había tirado toda la tarde durmiendo, y Edwin y ella habían quedado en que no le dirían lo que había pasado porque si no, no permitiría que Ayla volviera a servirles lo que significaba que lo haría ella, lo que dificultaría su recuperación.
A la noche, Nimue no tenía fuerzas para leer por lo que lo hizo la pequeña hasta que escuchó cómo su respiración se hacía más profunda. Por gusto, se quedó un rato abrazada a su hermana, llevando cuidado de no hacerle daño en la pierna.
—Prometí cuidarte siempre, y eso haré —apartándole un mechón de pelo rubio de la frente, le dio un beso.
Cuando acudió a su encuentro nocturno con Duncan, él ya estaba ahí y podía notar que estaba más nervioso de lo normal. En cuanto la vio, fue corriendo hacia ella.
—¿Estás bien? Estaba super preocupado por ti, anoche no apareciste y hoy... Mi padre es odioso, no pudo ver cómo te hace daño y quedarme ahí quieto como si nada... —le había agarrado las manos y no dejaba de hablar sin darle la oportunidad de responderle.
Ayla sabía que lo que le hacía su padre era algo que por dentro le estaba quemando a Duncan, lo mantenía siempre contra la espada y la pared. Y podía intuir lo que él no se atrevía a contarle. Pero comprendía su postura. Nada ni nadie podía protegerlos de tal crueldad. Su trabajo era así, y quizás algún día, escaparían de las garras de ese ser tan despreciable. Pero mientras tanto, sobrevivirían.
—Estoy bien. Estoy bien —repetía la joven una y otra vez. Esa noche le apetecía desconectar de los sucesos de todo el día. Necesitaba viajar a otra parte, aunque solo fuera por unas horas.
Lo hizo sentarse en el suelo.
—¿Te apetece jugar a un juego? —le preguntó ella, levantando la mirada hacia las estrellas.
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