Capítulo 7. Parte 1
Cirzia, reino de los cirzenses.
—Notar cómo sus dedos son capaces de acariciar mi frágil corazón sin la necesidad de alargar la mano; cómo su sonrisa ilumina mi día aun cuando está plagado de grises nubes; cómo su mirada se queda en mí tras uno de mis débiles momentos, y no la aparta hasta que he recuperado el color de mi piel y le sonrío con el fin de que deje de preocuparse. Notar que me queda poco tiempo y que no iba a disfrutar de los placeres de la vida. Eso, me rompía aún más el corazón. Pero el tener a mi hermano y el esforzarme para que una vez que yo no estuviera, siguiera adelante sin mirar atrás, me infundía ánimos. Tenía que sacar el coraje de debajo de las piedras, y mirar al cielo con una idea clara. Mis sueños, los cumpliría él. Y no me hacía falta nada más.
Sabía que algún día encontraría a una afortunada dama a la que enamoraría con sus simples detalles y el mayor regalo como es su misma presencia. Y me gustaría estar presente para cuando eso ocurriera, pero sabía que mi camino por esta vida iba a ser corto.
¿Cuál era el motivo, pues? Eso mismo me preguntaba cada mañana al despertarme y cada noche antes de cerrar los ojos.
Algunas veces pensaba que estaba aquí para estorbar a mi hermano, pero rápidamente me quitaba esa idea de la cabeza cada vez que hablábamos, porque sabía que los dos nos habíamos convertido en grandes personas gracias a estar el uno al lado del otro. Estábamos en este mundo para cuidarnos y nada ni nadie iba a quitarnos eso.
—Yo también siento esa conexión contigo —interrumpió Ayla a su hermana en la lectura. Aunque ella ya había aprendido a leer, se había convertido en una costumbre que Nimue lo hiciera cada noche antes de irse a dormir. Era algo que las alejaba de aquel lugar y las transportaba a otro lugar mucho más bonito y hermoso donde juntas podían ser felices. El libro que estaban leyendo ya por segunda vez, era el que se había convertido en el favorito de ambas: "Corazón Veloz"—. Sé que estamos aquí no sólo porque nuestros padres decidieran tenerte a ti primero y a mí después, ni porque estamos obligadas a permanecer juntas. Sé que nuestro destino está escrito y que en él está sentenciado lo lejos que llegaremos cogidas de la mano. Porque hemos decidido querernos, hemos elegido apoyarnos e ir hacia delante en el mismo camino—la ternura de Ayla conmovió a Nimue, a la que se le escapó una sonrisa cargada de emociones—. Hermana, siempre te cuidaré.
La susodicha tragó para intentar quitarse el nudo que se le había formado en la garganta, y tras conseguirlo, habló:
—Siempre te cuidaré —concordó, abrazándola aún más fuerte.
Y aunque Ayla ya estaba entrando a la adolescencia con sus doce años, no había perdido la inocencia que una vez pareció desaparecer tras todos y cada uno de los acontecimientos que el señor Ludovic les hacía sufrir. Se había hecho aún más a la idea de la suerte que tenía teniendo a su hermana con ella, y a Edwin. Por los que los años no parecían pasar. Nimue era ya lo bastante mayor como para haber formado su propia familia, pero eso no entraba dentro de sus planes. Siempre decía que su familia era ella y su amigo cocinero. Y Ayla siempre estaba de acuerdo con ella. Edwin, por su parte, decía que él ya estaba casado con la cocina y que sus hijos eran todo aquel plato que nacía de sus creaciones. Y menudos hijos, pensó Ayla, a cada cual le salía más delicioso. Pero ambas sabían lo que acallaba y guardaba en el fondo se su alma.
Y no podía olvidarse de la suerte que tenía con Leslie y Sloan en su vida. Habían hecho que sus días cobraran más sentido, ya no se trataba de que todo el mundo cuidara de ella, ahora ella también lo hacía de dos animales muy especiales.
Y Duncan. No habían dejado de verse por las noches y su amistad cada vez cobraba más intensidad. Tanto, que la palabra amistad ya parecía sonar confusa cuando estaban juntos. Como había pasado unas cuantas noches atrás.
Mientras esperaba a que llegara Duncan, Ayla se encontraba cepillando a Leslie, a lo que la yegua respondía con leves temblores en el cuerpo provocada por el placer que sentía su cuerpo al ser acariciado así.
—Desearía ser ahora mismo ella para poder disfrutar de tus cuidados —dijo Duncan, y la joven se sobresaltó, dándose la vuelta para encararlo. Ahí estaba él, cada vez creciendo más y dejando en el olvido su imagen de niño.
—No digas bobadas —se rio ella, mientras se agachaba para recoger el cepillo que se le había caído por el susto.
—Lo digo en serio —dejó a Sloan junto a Leslie, y pronto los caballos juntaron las cabezas a modo cariñoso para saludarse, rozándose los hocicos. Duncan y Ayla se quedaron mirándolos, ¿en qué momento sus animales pasaron de ser amigos a algo más?
—¡Eh, chicos! —les llamó la atención ella—. Con que os habéis estado entreteniendo bastante cuando no estábamos delante, ¿eh?
Ambos se rieron y los caballos hicieron como si no hubieran escuchado nada y siguieron con sus arrumacos.
—Es normal, pasamos mucho tiempo juntos —le dijo él a la vez que cogía de la montura de Sloan un par de mantas. Coloco una en el suelo y ambos se sentaron en ella—. Entonces, el cariño que nos tenemos los unos a los otros siempre se va sumando..
Los tapó con la otra manta y a Ayla le encantó la sensación de estar pegada al cuerpo de Duncan y del calor que éste emanaba. Hacía contraste con la fría noche, y si seguían así un día cogerían una pulmonía. Cada vez se les hacía más difícil separarse, tener que decirse adiós. Por lo que iban alargando las noches todo lo que pudieran. Era el único momento del día que podían estar juntos sin que nadie los viera.
—¿Cómo ha ido el día? —le preguntó él, dejando el brazo caer sobre su hombro. Necesitaba tocarla.
—Igual de monótono que siempre: Limpiar, ir al pueblo con Nimue, comer con ella después de que os sirviera la comida, volver a limpiar, ir a los establos con estos sin vergüenzas para dejarlos bien limpios y guapos, volver para cenar y como, por suerte tu padre no nos ha necesitado, hemos podido irnos a la cama pronto a leer.
—Te juro que, si pudiera, cambiaria nuestra situación, Ayla —ella buscó a tientas su mano derecha que estaba apoyada en el suelo, al lado de su pierna.
—Lo sé —le entrelazó los dedos. Confiaba en él, sabía que lo decía porque así lo sentía.
—Odio cuando te desprecia así —la joven notó cómo él apretaba la mano, manteniendo la mirada fija a un punto de enfrente—. Me dan ganas de pegarle, chillarle y decirle que te deje tranquila. Pero si lo hiciera, descubriría nuestra amistad. Y entonces sí que te haría daño, daño de verdad. No puedo dejar que eso ocurra.
—Tranquilo, Duncan —intentó tranquilizarlo ella, viendo cómo su tono de piel pasaba de blanco a rojo—. Estoy bien. No me pasará nada.
—No lo permitiré —y el ver cómo él quería mantenerla a salvo, cómo apreciaba su amistad y la estima que le tenía, hizo que el corazón de Ayla saltara de alegría.
Le apretó más fuerte la mano y dejó caer la cabeza sobre su hombro. Estuvieron así, en silencio, contemplando la noche y disfrutando de la compañía del otro, hasta que el sol casi se puso.
Ella no pudo dormir esa noche, y fue dando cabezazos mientras hacía las tareas encomendadas. Alguna que otra vez su hermana le estuvo tomando la temperatura porque la creía enferma. Y por parte del señor Ludovic se llevó alguna que otra mirada dura y frase humillante. Pero no le importó, había merecido la pena pasar una noche como esa.
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