Capítulo 6. Parte 3
Después de la cena, mientras la joven cirzense se preparaba para ir a la cama, no podía dejar de pensar en lo ocurrido.
Le había dado su palabra a Ray, juntos habían hecho un pacto que salvaba a ambos reinos, pero eso había sido antes de saber que entre su pueblo se encontraban espías de Ray, y que por ello, Cirzia corría peligro.
Se levantó de la cama inquieta, fue dando vueltas por su habitación mientras miles de sentimientos la asaltaban. ¿Estaba haciendo lo correcto? O, por lo contrario, ¿estaba facilitándole al enemigo el camino?
Cogiendo su capa, salió de su habitación y abriendo la de Meriam comprobó que estaba durmiendo profundamente. Sin hacer ruido, salió al exterior. La zona que horas antes había estado llena de vida y de luz, ahora se encontraba apagada y en silencio. Los taüre dormían.
Descalza, se dirigió bosque adentro. No sabía a dónde iba, sólo se estaba dejando llevar por su instinto. Recordó que cuando la raptaron de Cirzia, habían estado largas horas caminando hasta llegar ahí. Si quería volver a su casa, debía de ponerse en marcha ya.
Se acercó a los troncos de los árboles, y fue caminando lentamente bajo ellos. Como si éstos pudieran protegerla de ser vista. De repente, escuchó un crujido tras ella, y sobresaltada se dio la vuelta. Pero no vio a nadie, recordó que tenía que llevar cuidado, que habían jayal que no dormían y se mantenían atentos a cualquier movimiento para avisar al resto. Era difícil verlos, porque normalmente se ocultaban entre los árboles y quizás ella no los veía, pero ellos a ella sí. Y si la pillaban, correría peligro.
Decidió cambiar de estrategia por si acaso, y cada vez que pasaba de un árbol a otro, se mantenía pegada a éste durante un momento, en silencio y observando a su alrededor cada detalle, cualquier cosa que pudiera decirle dónde había un jayal. El ojo se le estaba haciendo a la oscuridad, ya podía distinguir a los búhos durmiendo sobre las ramas de los árboles, o a las ardillas subir por los troncos. Ella podría vivir así, pensó, pero no a cambio de la muerte de su familia.
A la mente le acudieron imágenes de sus padres sin dejar de estar preocupados, preguntándose por qué no volvía a casa, necesitándola más que nunca ahora que la guerra entre cirzenses y taüre era oficial. Se imaginó a los criados de su casa, corriendo por cada una de las estancias en busca de algún lugar dónde esconderse cuando los taüre volvieran a invadir Cirzia. Porque, ¿eso es lo que quería hacer Ray? ¿La había mantenido ocupada y engañada a posta?
Llegó hasta una claridad del bosque que no conocía, y se imaginó que iba por buen camino. Ya había conseguido alejarse lo bastante sin ser vista. Aquel lugar, estaba iluminado por la luz de la luna, y había un montón de flores de color violeta. Lobelias, pensó la joven. Se trataban de las flores que los taüre utilizaban para remedios medicinales, y para casi cualquier cosa. Era aquella flor que había descubierto Ray hacía muchos años y por la que, entre otras cosas, fue elegido por su pueblo para liderarlo. Le había comentado que ellas mismas eligieron dónde nacer y crecer, y que solo eran autóctonas de ese sitio especial. Observó la belleza que tenían, su color era realmente hermoso y viéndolas de cerca podía terminar de comprender muchas cosas que le habían contado y que ella misma había visto. El suave viento las hacía mecerse de un lado a otro, y por un momento la joven se preguntó si aquellas flores corrían riesgo alguno, si podían ser pisoteadas y arrancadas por algún animal, viento o fuertes lluvias. Pero parecían que eran intocables, como si aquel lugar estuviera protegido de todo aquello que quisiera hacerle daño.
Tras ella, volvió a escuchar un crujido y dándose la vuelta lentamente su corazón se aceleró. Unos ojos de un color verde aguamarina la estaban mirando fijamente.
—Sombra —susurró la joven y el animal como si pudiera entenderla dio un paso más hacia ella.
Todo su cuerpo tembló. Si Sombra estaba allí, significaba que también lo estaría Tarz y Ray. La habrían estado siguiendo todo el tiempo. Jamás había tenido una oportunidad de escapar. Miró a su alrededor en busca de ellos, pero no los vio. Los taüre sabían camuflarse con la naturaleza que les rodeaba, y podían estar ahí, pegados a ella y no conseguiría verlos.
De repente una mano tapó su boca y abrazó su cuerpo contra un duro pecho.
—Tranquila, no grites —le dijo una voz que le resultaba familiar, pero que no terminaba de encajarla. No era Ray, ¿se trataba de uno de los jayal?
La joven asintió con la cabeza y lentamente fue liberada. Se dio la vuelta poco a poco, con el terror corriendo por cada vena de su cuerpo. Y cuando consiguió mirar a su captor, se encontró con unos ojos azules oscuros.
—Yo... Te conozco...—musitó la joven, mirando a aquella persona que no se parecía en nada a los taüre, pero que llevaba un arco y bolsa con flechas colgando de su hombro como los jayal. Y se preguntó cómo no lo había visto anteriormente entre el pueblo taüre. Lo hubiera visto al momento, de eso estaba segura.
—Aquí estás en peligro. Tenemos que volver —le dijo él, pero ella no podía dejar de mirarlo y de pensar de qué lo conocía. Sus ojos pasaron de los suyos, a su pelo que lo tenía lacio y largo, y de un color rojo fuego característico de una de las casas de Cirzia.
—Eres cirzense —afirmó ella y los ojos de él se suavizaron.
—Será mejor que me acompañes —le tendió una mano y ella titubeó en si cogérsela o no—. No estamos solos.
Y aunque la joven en el fondo ya lo sabía, fue la confirmación que necesitaba para cogerle de la mano y acompañarle de vuelta. Había estado cerca, podía sentirlo. La habían dejado marchar sola todo el tiempo que ellos habían querido, para ver, ¿qué? ¿Hasta dónde era capaz de llegar? ¿Si realmente había tomado la decisión de escapar o por ende se iba a arrepentir y dar media vuelta?
Le habían preparado una prueba de fuego.
Y ella se había quemado de pies a cabeza.
—No digas nada de quién soy —él le había hablado tan bajito que a ella le costó diferenciar palabra por palabra—. De lo contrario, me matarán
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