Capítulo 5. Parte 3
Ese animal quería tanto a esa chica, que era solo oír su nombre y ya se tranquilizaba. Y no le extrañaba, a él también le pasaba. El tiempo que pasaba con ella era reconfortante, lo hacía sentir en paz a la vez que disfrutaba de su compañía.
—¿Estás preparada para demostrarles lo que vales? —le dijo a la yegua y acto seguido se subió en ella, en un movimiento rápido y limpio que hizo que aquellos quienes observaban la escena se quedaran boquiabiertos.
Miró desde la altura a su padre con orgullo, esperando encontrar en su gesto lo mismo que había en el suyo. Pero no era así. Su padre simplemente lo miraba con frialdad, como era característico en él, y con un asomo de sonrisa que no sabía descifrar si era de satisfacción o de otra cosa.
Llevó a Leslie a pasear por el valle, guiándola en el camino y demostrándole a los demás que era capaz de domar hasta al animal más indomable. Y lo había hecho por las buenas, haciéndose amigo de ella y ganándose su confianza. Eso era otra de las cosas que lo diferenciaba de su padre, Duncan no atacaba con odio para conseguir lo que quería.
Cuando volvió hacía donde aún descansaba su padre, sin cambiar de postura ni de gesto, se propuso a bajar de la yegua, pero se vio interrumpido cuando su padre habló.
—Traigan a la chica —ordenó a sus hombres y todo sentimiento bueno que había estado sintiendo Duncan anteriormente, se borró por completo.
Habían terminado de hacer sus tareas más importantes, y se habían escapado a la cocina para conversar y ayudar un poco a Edwin, aunque no le hiciera falta porque ese lugar estaba lleno de pinches que recibían las órdenes de su amigo.
—¿Estás soñando otra vez, querida? —le preguntó Edwin a la joven Ayla, la cual salió de su ensimismamiento.
No había dormido apenas la noche anterior, y eso se estaba acumulando a todas las noches que se pasaba en vela junto con Duncan y los caballos. Pero la última noche no había conseguido conciliar el sueño por los nervios de a lo que se exponía Leslie. Si no lo conseguían, sería el fin de su confidente amiga animal. Y Ayla no se podía imaginar ya vivir en aquel lugar sin su compañía. Pero se dijo a sí misma que no tenía de qué preocuparse, claro que lo conseguirían. Habían estado trabajando mucho y muy duro y Duncan se había ganado la confianza de la yegua, así como de la suya. Habían compartido un vínculo. Los cuatro lo hacían.
—El señor Ludovic nos ha hecho trabajar demasiado estos días—contestó Ayla, cortando unas zanahorias—, y estoy muy cansada.
—Es un monstruo —atacó Nimue, que se encontraba junto a su hermana pelando patatas, y miró a su alrededor para ver si había sido escuchada. A veces se olvidaba de que las paredes de aquel castillo tenían ojos y oídos por todos lados—. Se ensaña con nosotras, pero sobre todo con Ayla. La está castigando por... lo que pasó —intercambió una mirada cómplice con Edwin.
—Edwin, tú que eres más mayor que nosotras y llevas más años trabajando aquí —empezó a decir Ayla.
—Gracias por llamarme viejo —le interrumpió Edwin, y Nimue no pudo evitar soltar una carcajada.
—No viejo, sino con más experiencia —intentó ayudarla su hermana.
—Eso —asintió Ayla—. Pues a lo que quería llegar... ¿Tú sabes qué fue lo que robaron los hombres taüre para empezar la guerra con Cirzia?
La pregunta provocó que hermana y cocinero se quedaran en blanco mirándola.
—¿Qué sabes tú sobre eso? —Nimue dejó a un lado las patatas y la encaró, cogiéndola de la cara.
—He escuchado algo por ahí...
—Ayla —la regañó Nimue—. ¿Dónde lo escuchaste?
—Y que no se te ocurra mentirnos, pequeña. Sabemos cuándo lo haces —intervino Edwin.
—Se lo escuché decir al señor Ludovic —en parte no estaba mintiendo del todo, primero se lo había escuchado decir a Johson a su hijo y luego éste se lo había confirmado. Así que había sido un miembro Ludovic quién se lo había dicho. Esperaba que, con eso, no notaran su ausencia de la verdad.
—Maldito sea —maldijo Nimue entre dientes, soltando a su hermana y volviendo a mirar a Edwin.
—Pequeña, eso es algo que no nos incumbe —dijo Edwin para quitarle hierro al asunto.
—Pero es que, ¿a vosotros no os entra curiosidad de saber qué llevaron a esas personas a iniciar una guerra con Cirzia? — soltó el cuchillo y arrastrando la silla hacia atrás se levantó cabreada—. ¿No queréis saber quiénes son esa gente? ¿Cómo es su forma de vida? Quizás huyeron de las garras de gente como el señor Ludovic porque estaban hartos de la soberanía, ¿y a vosotros eso no os interesa?
Tal discurso había dejado a Nimue y a Edwin boquiabiertos escuchándola. Y así se quedaron mientras la joven salía de la cocina con aires de indignada.
—Se nos hace mayor —comentó Edwin, viéndola desaparecer.
—Quizás demasiado pronto —corroboró Nimue—. Y eso la pone en peligro. Estaba claro que iba a tener curiosidad con todo eso, si le encanta perderse en libros e historias. ¿Cómo no iba a querer saberlo todo sobre los taüre?
—Por eso no queríamos que se enterada de nada.
—Y ya es tarde. ¿Cómo haremos, querido amigo, para mantenerla a salvo?
—Seguir haciendo lo que hasta ahora— la miró firmemente—. Mentirle.
Mientras Ayla recorría el camino hasta su habitación, murmuraba cosas que inmiscuía a aquellas dos personitas que había dejado atrás. Le cabreaba realmente que actuaran con indiferencia, cuando aquel tema abría un mundo lleno de posibilidades.
De golpe, su paseo se vio interrumpido cuando unos cuantos sirvientes se pusieron de por medio.
—Disculpen —les dijo, intentando desviarse para seguir su trayecto. Pero nuevamente, le impidieron el paso.
—Tienes que venir con nosotros —le dijo uno de ellos.
—¿Por qué? ¿A dónde?
—El señor la ha llamado.
Y sin más, los acompañó. Sabía que cuando el duque la hacía llamar era para hacerle trabajar nuevamente, seguramente limpiando alguno de los destrozos que él había provocado. No la dejaba tranquila.
Pero se comenzó a poner nerviosa cuando vio que hacia donde se estaban dirigiendo era el valle, donde Duncan y Leslie iban a demostrar su conexión frente al señor Ludovic. ¿Quizás no había salido bien? ¿Quizás quería castigarla de nuevo? ¿Quizás quería hacerle ver algo que la dañaría?
Apretó los puños, notando como las uñas se le clavaban en la carne. Y cuando llegó, vio a Duncan subido en Leslie y pudo respirar con tranquilidad. Había salido bien.
—¿Sí, señor? —le hizo una reverencia, intentando no mirar a Duncan, del cual sentía los ojos clavados en ella.
—Míralos —le ordenó el señor Ludovic con la característica voz fría que le ponía los pelos de punta.
Y obedeciéndole, miró a Duncan y Leslie. La yegua dio un leve relincho, la estaba saludando, pero esperó que de eso no se hubiera dado cuenta el señor, puesto que entonces descubriría que no había dejado de verla. Y Duncan la miró con miedo, se lo notó en los ojos. Se encontraban los dos en igualdad de condiciones, aterrados por cual sería el siguiente paso de tal villano.
—Obsérvalos bien. Memoriza cada detalle de este día y de esa imagen que tienes ante ti —escupía cada palabra con veneno—. Para que sepas cuál es tu lugar. Que no es sobre una yegua como ella, ni sobre ningún otro caballo de mi establo —Ayla bajó la mirada, sentía que le estaban apretando el corazón lentamente—. Tu lugar es limpiando la mierda que dejan. No lo olvides.
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