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Capítulo 4. Parte 1

Bosque, reino de los taüre.

Otra tumba más. Otros cuerpos para alimentar a la tierra. Otras familias que llorarían la pérdida de un ser querido.

—Por desgracia, cuando los nuestros cayeron en combate hace un año —empezó a decir Ray mientras veía como puñados de tierra enterraban cada vez más y más a los cuerpos—, los cirzenses no les dieron el mismo final. Un lugar justo donde descansar en paz.

—No te tortures más con eso, Ray —Monroe que estaba a su lado, le apoyó una mano en el hombro. Sus brazos estaban manchados de sangre, resultado del ataque que sufrieron aquella noche—. Sus almas siempre estarán aquí, en el bosque. En su lugar.

Los taüre se asemejaban mucho los unos a los otros, no solo en modo de vida y de carácter sino en el físico. Los originarios del clan del bosque, tenían cabello negro, la tez morena clara debido a los rayos de sol y sus cuerpos eran fuertes. Los que se habían mezclado con los liberados de Cirzia, habían tenido hijos mestizos por lo que en el bosque había cada vez más diversidad de taüre. Eso le gustaba a Ray, le recordaba lo que un día él comenzó.

—Y aún después de todo, no somos capaces de actuar como ellos. ¿Eso nos hace más débiles? —Ray desvió la mirada de la tumba donde descansaban los cuerpos de los cirzenses, que habían muerto tras provocar una guerra de la que no saldrían victoriosos.

—Al contrario —le aseguró Monroe—. Nos hace más fuertes. Nosotros no nos movemos por el odio ni por las ansias de ganar. Nos movemos por el amor.

Ray asintió. Su amigo tenía toda la razón. Y él lo sabía. Joder si lo hacía, pero a veces, cuando decaía le venían todo tipo de pensamientos negativos. No podía permitírselo. Se lo debía a su pueblo.

Aquella noche sabían que iban a ser atacados. Sus infiltrados en Cirzia les habían pasado la información y se prepararon aún más para la batalla. De por sí, ya se mantenían siempre en alerta. Los taüre jayal, que eran quienes siempre defendían el bosque, hacían guardias durante todo el día, se relevaban los unos a los otros y avisaban de cualquier cosa que estuviera fuera de lo normal. Por lo común, los jayal estaba formado por los hombres más jóvenes y fuertes del grupo, siempre mayores de edad, y eran los que luchaban contra los cirzenses cuando era necesario.

—¿Cuántos de los nuestros han caído? —dándole la espalda a la tumba, se dirigieron a las entrañas del bosque, donde estaba formado su propio reino.

—Suficientes —le respondió Monroe y entre ellos se entendieron.

Cada vida contaba, daba igual que en realidad las muertes no hubieran sido preocupantes, para ellos cada una lo era. A diferencia de Cirzia, todos y cada uno de los taüre, los que fueran los primeros en llegar como los últimos, eran una familia. Cada muerte dolía.

—Esta noche haremos su funeral. La madre tierra los espera.

Cuando llegaron, Ray observó la preciosidad del reino del bosque. Nunca se cansaba de admirar lo que habían sido capaz de construir todos. Juntos.

Los grandes árboles centenarios era lo más grande que alguna vez había visto, sus troncos robustos y largos hacían parecer que sus copas tocaban el cielo. Y los taüre habían erigido sus cabañas dentro de estos árboles, a diferentes alturas, unas encimas de las otras. Unos que habían querido aprovechar las ramas salientes, otros que habían querido aventurarse y subir más alto, y otros que habían sido más cautelosas, las habían formado junto a la base del árbol. El verde destacaba en la frondosidad que rodeaba todo el lugar, y es que el bosque era un lugar realmente hermoso donde uno podía ser libre y feliz.

Los taüre heridos reposaban sobre esterillas de caña, mientras que eran curados por las mujeres con ungüentos de lobelia y otras raíces. Acercándose a ellos, Ray comprobó que estaban bien, que eran cortes superficiales y nada preocupante. Todos estaban cansados, puesto que no habían dormido desde la noche anterior al ataque. Habían estado ultimando los detalles, posiciones, afilando los puñales y creando más martillos. Y cuando los cirzenses llegaron, ellos estaban esperándolos. No le dieron oportunidad a iniciar el ataque, puesto que muchos de los jayal se encontraban subidos a los árboles, con arcos y flechas en mano. En cuanto el primer cirzense fue vislumbrado, también fue abatido. Y entonces hubo una lluvia de flechas, gritos y de cuerpos chocando contra otros cuerpos. Los lobos tampoco se quedaron atrás, atacaron y desgarraron a más personas de las que habían podido contabilizar puesto que los cuerpos habían quedado tan destrozados que había sido imposible hacerlo.

Se habían atrevido a entrar en su hogar. La primera vez que lo hicieron marcó un antes y un después en la historia de los taüre. Les robaron su llama de esperanza y amor. No permitirían que volvieran una segunda vez, y si lo hacían se asegurarían de que iba a ser la última. Así lo hicieron.

Pero Ray sabía que ese ataque pasaría antes o temprano, les había pagado con la misma moneda. Les habían robado algo que los cirzenses querían, y como ellos, se habían adentrado en una lucha por recuperarlo. En eso no eran tan diferentes los unos de los otros.

—Mírala —le dijo Monroe y a Ray se le esfumaron los recuerdos de la noche anterior—. Parece que está... bien.

Dirigiendo la mirada donde su amigo, vio a la chica cirzense que se habían llevado hacía un año atrás. Y como Monroe le había dicho, parecía que se encontraba en paz. Quizás no era feliz, ni se sentía como en su hogar, pero parecía que estaba comenzando a disfrutar del lugar y su gente.

A todas las mujeres, niños y ancianos les habían dicho que se quedaran en las cabañas y que no salieran de ellas hasta que escucharan el aviso. El ataque había sido a unos dos kilómetros de donde estaba forjado su reino, así que no corrían peligro. Tampoco se enterarían de lo que pasaría, así como no lo hizo la chica cirzense. Si lo hubiera sabido, estaba seguro de que habría intentado escapar, y se habrían quedado sin su moneda de cambio.

Los cirzenses querían recuperarla a las malas, no estaban dispuestos a dar su brazo a torcer. Si había una cualidad que los hacía destacar, era por su testarudez. Pensaban que podían conseguirlo sin darle nada a cambio a los taüre, y esa noche les habían demostrado que se equivocaban. Una vez más. Lo que Ray no conseguía entender es qué tan importante era ella para ellos, como para adentrarse en el bosque y correr el riesgo de una muerte segura, pero a la misma vez no era tan esencial como para aceptar el trato que ellos le ofrecían. Lo primero que pensó era que se trataba de la hija del duque Ludovic, y eso lo confortó. ¿Qué mejor que a él para arrebatarle un ser querido? Pero luego, sus infiltrados en Cirzia le habían dicho que esa joven se encontraba entre ellos. ¿Entonces, quién era?

Tarz le acarició la mano con el hocico, haciendo que Ray volviera de sus pensamientos.

—Hola, chico —le acarició por detrás de las orejas y sonrió cuando su lobo se acurrucó a su costado pidiéndole más—. Vas a necesitar un buen baño. Como el resto de nosotros.

El pelaje y pieles de los lobos y hombres estaban cubiertos de sangre cirzense, y no veía el momento de correr al gran lago y hundirse en sus aguas para eliminar todo rastro de sus enemigos.

—El consejo quiere que nos reunamos —le dijo Monroe, que había vuelto a su lado cuando uno de los jayal le susurró algo en el oído.

—¿Ahora? —inquirió Ray, sorprendido —. Llevamos más de 24 horas sin dormir, y acabamos de salir de una batalla. ¿Qué tienen que decirnos tan importante como para que no pueda esperar?

Monroe levantó los hombros con duda, el jayal le había dicho que habían sido llamados a reunirse, pero no había informado del porqué. Pero Monroe se lo podía imaginar. Había estado al lado de Ray desde mucho antes de que lo nombraran líder de los taüre. Había vivido con él toda clase de alegrías y tristezas, lo había visto caer en lo más hondo y lo había sacado de ahí. Lo había visto querer quemar Cirzia, y lo había tranquilizado con sus consejos. Ray había tenido suerte en muchas cosas, pero también había sido muy desgraciado en otras muchas. Y Monroe quería ayudarlo, igual que el resto de su pueblo. Ray era para todos ellos mucho más que un líder.

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