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Capítulo 3. Parte 2


Entró al establo y Leslie la saludó con un relincho, provocando que Ayla sonriera.

—Hola, pequeña salvaje —le acarició el hocico, dejándose llevar por las sensaciones que eso le provocaba—. Yo también te echaba de menos.

Leslie, que era el nombre que le había puesto, era la yegua a la que había salvado aquel día de los ataques del señor Ludovic. A los días posteriores, no volvieron a intentar domarla con semejantes acciones. Duncan eligió como su caballo a Sloan, por lo que fue otra decepción para su padre y Ayla pensó que tal vez el joven duque lo había hecho aposta para que no volvieran a hacerle daño a la yegua.

De todas formas, Leslie se quedó con ellos y Ayla, mientras que todo el mundo dormía, se escapaba para montarla. Leslie, la había elegido por alguna razón. Ella era su jinete, a ella le obedecía.

—¿Vamos a dar una vuelta?

Y como si la hubiera entendido, Leslie dobló sus patas para facilitarle a la joven que se pudiera subir en ella. Levantándose el camisón gris por los muslos, se agarró a su lomo y subió. Saliendo del establo, la dirigió al valle cerrado. La noche de verano había dejado un cielo negro estrellado, y la joven se embelesó mirándolo. Le parecía realmente hermoso, y se imaginó que todas esas pequeñas estrellas eran hijas de la luna, y que esta se mantenía firme a un lado sin dejar de vigilarlas. Controlando que ninguna se moviera de su sitio, ni decidiera caer del cielo.

—¿Sabes? —le dijo a Lelsie, desahogándose con ella como no lo hacía con nadie más—. Hoy hace un año que nos conocimos por primera vez, también hace un año desde que el señor Ludovic le pegó a mí hermana por mi culpa. Y a día de hoy sigo sin perdonármelo. Nimue sigue teniendo la misma actitud cariñosa y bondadosa que ha tenido siempre, como si las marcas en su espalda no estuvieran. Quizás son invisibles para ella, o hace como si así lo fueran por no hacerme sentir mal. Pero no es justo —acarició las orejas de la yegua y ésta giró la cabeza en busca de esas caricias —. Soy yo quien tenía que haber recibido el castigo —como de costumbre, daban vueltas por el valle cercado antes de instarla a galopar, pero esa noche Ayla no se sentía con ánimos para ello—. Esa noche mi hermana pasó por fiebres tan altas que si no llega a ser por la bruja Elara no sobrevive. Y Leslie, si eso llega a pasar... mi vida hubiera acabado junto a ella —se quitó una lagrima que en silencio bajaba por su mejilla—. Aún me siento mal también por la patada que le di a Edwin, pero no quería alejarme de mi hermana. Ellos dicen que no querían que viera el sufrimiento de Nimue, que por eso intentaron quitarme de su lado, pero lo que no entienden es que pasara lo que pasara jamás iba a alejarme de mi hermana. Mi lugar está con ella.

Volvió a levantar la cabeza y miró una estrella, que parecía brillar más que las demás. ¿Estaba también tan triste como ella? En el mundo paralelo de las estrellas, ¿ella también casi pierde a una de sus hermanas estrellas?

Leslie la distrajo con su relinchar, y de repente notó como se tensaba. Se paró de golpe y movió su cola dorada de un lado para otro, mostrando su inquietud.

Escuchó los pasos de otro caballo que entraron en el valle, y se giró asustada para mirar.

Era Sloan.

Y Duncan iba de jinete.

Ayla se puso pálida aguantando la respiración. No quería moverse, no sabía si debía de hacerlo, y no podía creer que le estuviera pasando otra vez lo mismo.

¿Cómo podía haber sido tan tonta? No aprendía. Si le decían que se mantuviera alejada de las pertenencias de los señores, ella no escuchaba. ¿Iba a provocar que volvieran a pegar a su hermana? No lo permitiría, esta vez sería ella quien acatara el castigo.

Duncan y Sloan se acercaron a ellas sigilosamente, y Ayla pudo observar al joven duque. Lo había visto pocas veces desde aquel día, y pudo comprobar como su pelo rubio y lacio le había crecido un poco más. Ahora le llegaba a la altura de su mentón.

Salió de su estupor y bajando corriendo de Leslie, se inclinó ante él.

—Lo siento, mi señor —mantuvo la cabeza agachada, el silencio se hizo más prolongado en la noche y Ayla podía escuchar su corazón golpear el pecho como si de un tambor se tratara—. Le prometo que no volverá a pasar, me mantendré alejada de ella —al fin levantó sus ojos y se encontró con los de él—. Y si tengo que recibir un castigo que así sea, pero por favor no hacedle nada a mí hermana.

Estaba a punto de arrodillarse para pedir clemencia cuando él habló.

—Desde aquel día, me di cuenta de que ella ya te había elegido —Duncan miró a Leslie, que a su vez lo estudiaba inquieta—, os he estado observando. Noche tras noche he percibido como vuestra complicidad iba a más, y aunque tus dotes de montura dejan que desear —Ayla pudo vislumbrar una leve sonrisa en sus labios—, ella no quiere que nadie que no seas tú la monte.

La joven asintió, miró a su yegua y le acarició la pata trasera con ternura. Para ella, Leslie también se había convertido en un pilar fundamental.

—Mi padre insiste en que debo aprender a domarla —Ayla lo miró con el ceño fruncido, no se fiaba de que Johnson Ludovic volvier a acercarse a su yegua. Todo aquello que tocaba, lo destruía—. Por eso tienes que ayudarme, Ayla. Sólo acata tus órdenes

—No quiero que se acerque a ella —se pegó a Leslie, como si así pudiera protegerla de las garras invisibles del señor Ludovic.

—Si no consigo domarla, tanto ella como yo sufriremos las consecuencias —Duncan bajó de Sloan, colocándose a su altura. Y aunque Ayla no era una niña baja, el joven le superaba dos cabezas—. Y sé que por mí no lo harías, pero hazlo por ella.

Ayla sintió como si le faltara la respiración, nuevamente uno de sus seres queridos corría peligro. Y se dio cuenta de que, mientras estuvieran bajo el manto del señor Ludovic, jamás estarían a salvo.

—Haré lo que haga falta —sentenció, mirando con firmeza al joven.

—Sabía que lo harías —Duncan le dedicó una sonrisa, y desvió la mirada hacia Leslie—. Por ella.

—Así es —se abrazó a la pata trasera de Leslie—. Pero usted también me ayudó aquel día, cuando... —carraspeó deshaciendo el nudo en su garganta, no quería rememorar el momento otra vez—. Y no tuve oportunidad de agradecérselo. Con esto, dejaré de estar en deuda con vos.

—Nunca me deberás nada, Ayla —dio un paso hacia ella, acortando la distancia—. Mi padre fue quién provocó aquella situación. Vosotras no teníais culpa de nada.

Y Ayla abrió los ojos de par en par. Escuchar decir eso de los labios del joven duque le crearon a Ayla una pequeña chispa de consuelo.

—Sloan es un buen caballo —cambiando de tema, la joven se acercó a él y le acarició el hocico. Era su preferido hasta que llegó Leslie, pero desde entonces nunca había dejado de darle sus mimos y atención—. Elegiste al mejor.

—Sí, pero no al que mi padre quiere —se colocó a su lado, acariciándole las orejas al caballo—. Y debo de cumplir con sus órdenes.

—Lo entiendo —y mientras Duncan miraba a Sloan, Ayla lo miraba a él. Se sentía como si no hubiera despertado aún y estuviera soñando, porque nunca, en ningún mundo paralelo, un duque pediría ayuda a una sirvienta. Él le devolvió la mirada y fue entonces cuando Ayla salió de su letargo y se dirigió nuevamente a Leslie—. Primer paso: tiene que ganarse su confianza. Les encantan las frutas y verduras —sacándose una manzana del bolsillo, siempre que iba con Leslie le gustaba llevarle algo, se la entregó al joven—. Denle siempre algo, y se habrá ganado una parte de su confianza.

Haciéndole caso, Duncan levantó el brazo con la mano abierta y con la manzana colocada en la palma, y se lo acercó al hocico de Leslie. Ésta se acercó a olerla, movió las patas como si estuviera debatiendo entre morder la manzana o la mano que la sostenía, y negó con la cabeza.

—Tenga paciencia, mi señor —le dijo Ayla, viendo en el gesto de Duncan que quería retroceder. Tenía miedo de que volviera a darle una coz.

Respiró profundamente y afianzó su postura, sintiéndose más seguro y transmitiéndoselo así a la yegua, quien, con un veloz movimiento, le arrancó la manzana de la mano.

Y Duncan, que había estado tenso, se rio. A Ayla le gustó ese sonido, lo hacía parecer tan natural que le acompañó en su risa. Ambos se miraron, ambos sonriendo porque lo habían conseguido. Y así, bajo la luz de las estrellas y la luna se firmó un vínculo que cambió el curso de las cosas.

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