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VII

Champagne, damas y...
Victor.



Italia, Roma.
2017.

BAYLENA.

Mi corazón latía tan rápido como nunca me lo había imaginado.

Era la primera vez que, al salir de un auto, me sentia tranquila, relajada. Pero las caras de terror de mis amigos, aún no desaparecían, yo en cambio, me sentia casi que euforica y eso me hizo sentir egoista.

Acababa de arriesgar la vida de ambos, ¿y para qué? ¿Para probar que jamás estaría a merced de un maldito vampiro?

Ellos me habían arruinado la vida y yo arruinaría la de ellos. Ese era mi único y fiel lema que no me atreveria a nunca borrar de mi cabeza, era como un chip incriptado en mi cuerpo que a duras penas podia evitar.

Eso me hizo sentir un robot. Un sistema. Pero tristemente, mi vida solo pertenecia a la caza de un monstruo, ese era mi objetivo.

Aro fue el primero en atreverse a hablar.-Siguen con la gala ahi dentro. Cuando vean nuestras miradas penetradas por vampiros, los invitados se asustaran. -caminamos deprisa mientras el auto detrás de nosotros desaparecía.

-Nadie notará eso. -mis ojos no evitaron girar al unísono por la estupidez que acababa de escuchar.

-Claro, ¿no? ¡Porque tú eres la grandiosa cazadora y nosotros los tontos chanchitos detrás de tu falda!

-A mí no me hables así. Mejor agradece que salvé tu sucio culo. -le mire, casi que asesinandole con los ojos.

-Que me salve, Baylena. Que me salve. -corrigió con su tono amargo y enfadado.

Afal suspiró de manera sonora, dando a entender que le teniamos harto.

Fue entonces que recorde lo de minutos antes en la discoteca sobre aquel cruce entre ambos. Me reserve cualquier insulto hacia Aro y seguimos el camino, en profundo silencio.

-Bienvenidos. -Borión abrió las grandes puertas de entrada y nos adentramos sin titubear.

La calidez de la mansión Freullain envolvió mi piel fría. Estaba segura que mis poros estaban expulsando aquel olor fetido de la sangre humana, pero mi mente aún no lograba expulsar aquellas temibles imagenes que lograban erizar mi cuerpo de pies a cabeza.

Mire la sala principal. Frunci el ceño al no ver invitados.

-Si se preguntan por la gente, -comenzó a decir el hombre frente a nosotros, como si me hubiera leido la mente- se han ido a la cuarta sala de la mansión. Creo que el señor Nibeil esperaba la llegada de ustedes muy temprano, tal vez dedujo que el trabajo sería rápido y... así fue.

Asentí, convencida por aquella grata respuesta. Estaba segura que me veía de horror, así que le agradecí internamente al señor Nibeil por aquel gesto.

-Vengan, acompañenme. -ordenó.

Caminamos por largos pasillos obscuros y tenues como lo era toda la mansión. Me preguntaba, el por qué se hallaban tan apagados los pasillos, pero luego entendi que, tal vez, era una cuestión de estetica y elegancia.

Voces y pasos, también música, se oían detrás de dos grandes puertas de marmol. Eso me alertó a dejar mi paso, por otro lado, Afal y Aro esperaron pacientes al abrir de la entrada. Borión no demoró ni un segundo en abrir las puertas, haciendolas sonar en un gran estruendo que, estaba segura, avisaba de una nueva llegada.

Me quede rigida en mi lugar cuando la abertura de las puertas, que cada vez se hacia más y más grande, alumbraba mi rostro con la luz naranjezca que yacía en la sala.

-¿Qué ocurre, señorita? -Borión se acercó disimuladamente hacia mi dirección.

-No puedo entrar así.-contesté obvia, dandole a entender de mi apariencia, que a leguas, podia notarse que era la de una salvaje.

Sonrió. -No se ve desarreglada, hasta creo que opaca a las mujeres del joven Victor. -me susurró antes de hacerme un gesto con su mano enguantada de seda blanca, para que entrase.

Volvi los ojos al frente, la gente cuchicheaba mientras mis colegas bajaban unos pequeños escalones hasta tocar la superficie de la gran habitación.

Iba a retractarme, juraba hacerlo, pero toda pizca de cobardía e inseguridad desaparecieron cuando lo vi. Justo cuando lo vi...

Estaba al lado de dos mujeres vestidas en seda de pieles lampiñas, rodeado de copas de champagne y vino, seguramente, dulce como las colonias a mi alrededor.

Su sonrisa burlona me dió a entender que se estaba imaginando lo inimaginable y que, en su mente, yo era la gracia.

Victor.

Di largos y elegantes pasos, adentrandome al lugar, llevandome miradas extrañas y poderosas. Si la elegancia era una fragancia, no dudaba que estaba regada en cada rincon espacioso, en cada poro, en cada latido y saliva.

No aparte la mirada ni un segundo de aquellos ojos oscuros como la noche. En un pequeño destello, escanee su atuendo. Smoking negro, camisa blanca, sus usuales chalecos negros y un bien peinado cabello azabache.

Simple, pero irreal.

Era atractivo, sí, pero eso no quitaba el hecho de que era un cretino. Porque cuando Victor Freullain hablaba, su atractivo ya no llamaba.

Le sonreí de manera desquiciada, quizas parecia una loca, pero no me importó. Me dirigi a él sin dudar.

Camine y camine, hasta el fondo, allí atrás donde todo se apartaba y solo quedaban aquellas personas que se esparcian acuerdos y secretos perjudiciales y lujuriosos, no me sorprendia que el perverso y maldito Victor estuviese ahí.

-¿La elegancia no entró en tu atuendo, Dimonti? -las miradas pararon en mi persona cuando me acerqué a él y a sus dos mujeres ensedadas. Me ofreció una copa de champagne, pero la rechace con un ademan de mano.

-¿La cobardia no cabió en tu atuendo? Mira donde estás, refugiandote en la gala de tu padre. ¿Qué se siente no participar de la verdadera fiesta, Vic?

Sonrió, aquella sonrisa que le daba frescura a su evidente rostro atrayente. -Como siempre, Dimonti desviando preguntas con otras preguntas no tan inteligentes. Pero, sabés, me siento... con un poco más de vida, Dimonti. Eso me sienta bien, ¿no?

-Ya lo creo. Más que bien.

-En cambio tú... -me escaneo de pies a cabeza con sus ojos retadores y agraciados- te ves con menos vida que la de antes.

-Claro, porque soy de esas que precisamente, combaten el problema en persona y no detrás de un escritorio. Quizás por ello llevo menos años de juventud. Ah... qué pesar. -sonreí, cerrando mis ojos y llevandome lentamente la mano a mi frente.

Se alejó de las mujeres a su lado y tomó una copa de vino de alguna bandeja y me la entregó tomandome de la cintura levemente. Le miré ceñuda y me di cuenta que, Victor me sacaba una cabeza de diferencia.

Su toque me tensó y fue evidente porque sonrió maliciosamente. Pero la verdad fue que, su acción me tomó desprevenida, como una daga a la espalda.

-¿Ves? bajas mucho la guardia. ¿Cuántos vampiros intentaron matarte hoy y no fueron yo? -sus ojos me observaron a medida que caminamos cada vez más, hasta encontrarnos apartados de la multitud, una vez en un rincón del lugar, se apartó de mí. -No bajes la guardia frente a mí, Dimonti.

Y sin más, se marchó.

No dude que había logrado pinchar un poco de su ego y que, de manera disimulada, me había apartado de todo junto con una copa de vino, como solían hacer con las mujeres de alta edad en una fiesta.

Llevé la copa a mis labios y bebí del liquido negro de la uva dulce, y comprobé que era cierto, el vino era igual de dulce que las fragancias a mi alrededor.

Comencé a caminar, recorriendo el salón con lentitud, como una sombra curiosa, inspeccionando todo a su paso.

Pude ver cuatro escenas exactas desde la lejanía. Desde un mayordomo bajando la densidad de la luz, Victor invitando a una mujer con la mirada, Aro y Afal echándose los ojos y el señor Nibeil, quién se escondía detrás de unos grandes barrotes que separaban el centro de unos pasillos negros.

Aquello último me llamó la atención, llevandose mis ojos y mi mente, cegando mis acciones controladas por sí solas.

Me dirigí cerca de su dirección y, sin que nadie me viera, me apoyé en el barrote que lo escondía.

-Quiero que los maten...-susurró y al no escuchar respuesta, pude darme cuenta que el señor Nibeil se encontraba realizando una llamada por teléfono-. Si eso fuera real... -su voz bajaba a medida que su desesperación iba incrementando- el Vaticano correría peligro absoluto. Sería una blasfemia.

-Nibeil... -una segunda voz femenina se oyó enseguida- han llegado los tres muchachos, me dijo uno de ellos que tienen las evidencias de la discoteca.

Aro.

Bebí nuevamente un poco de aquel vino el cual ahora ya no era tan dulce para mi paladar.

-Debo cortar... -habló hacia el telefono-. Cariño, ¿están aquí?

-Así es...

Fue que, segundo después de aquellas palabras, el señor Nibeil se expuso en mi campo de visión.

Pareció haber visto un fantasma, sus ojos azules se abrieron en asombro al verme apoyada en aquel barrote, mirándole, mientras bebía el vino como si fuera el mejor elixir de vida.

-Señorita Baylena... -dijo entre alientos.

-¿Se encuentra bien, señor? -pregunté, incrédula.

-Sí... me acaban de avisar de su llegada. ¿Cómo se encuentra usted, en todo caso? -de un momento a otro comenzamos a caminar alrededor de un baile que se había generado en el centro del lugar.

-Bien, pero me temo que nos hemos expuesto. -sus ojos me observaron bajo el manto del terror, por otra parte, me sentía relajada. No supe si le asusto el hecho de que nos expusieramos o de la manera en la que se lo dije.

-¿Me explica, por favor?

Desvié mis ojos a la pista de baile, allí, el diablillo Victor, nos echaba una que otra mirada gélida a la par de girar a una hermosa mujer en brazos.

Le sonreí maliciosamente cuando fijo sus ojos en mí.

Sabía que él anhelaba estar en mi posición.

-Bueno, las circunstancias fueron aterradoras e inhumanas en todo sentido-comencé a decir-. Si bien soy de controlar mis impulsos, está vez se me fueron de las manos.

-¿Irse de sus...

-Sí, le dije en la cara a un vampiro que eramos humanos. -puntualice con la interrupción.

Creí que el hombre a mi lado se enfadaria, pero se encontraba tranquilo, esperando por mis palabras. ¿Estaba enfadado elegantemente quizá?

-Siga, por favor. ¿Cómo llegaste a ese extremo?

-Bueno, todo desencadena en el segundo piso de la discoteca, la zona vip.

Recorde aquellas escenas una vez más.

La carne, el hedor, las miradas.

-Allí hay una carta para que los vampiros ordenen que es lo que quieren llevar a sus bocas, ¿puede creer? -la pregunta fue tan lejana de la realidad, que crei por un instante hacermela a mi misma.

-No, la verdad no. Esas cosas suelen verse en... las historias mas oscuras y terrorificas.

Llevo la copa a sus labios, degustando el vino siendo evidente y expresivo en todo momento. Sus ojos proyectaron el anhelo de un sorbo mas.

-Quiero ver la grabación. -ordeno.

Asenti. -Todo en las manos de Aro, señor.

Paso por mi lado, dando una gentil palmada en uno de mis hombros. -Disfrute de la fiesta, señorita Baylena.-me susurro, antes de perderse con un hombre igual de modesto y elegante que el.

<<¿Cómo disfrutaría de la fiesta si su hijo no detiene sus miradas asesinas propagadas hacia mi?>>

Le mire, ahora se encontraba en el cuello de la misma mujer con la que bailaba, oliéndole la piel de modo sensual mientras me destripaba con la mirada. Le volvi a sonreir maliciosamente y segui con el recorrido.

No me percate en el momento que vacie la copa de vino en mi mano. De igual modo, no iba a llenarla; me había dado cuenta que, la gala no era lo mío.

Ver tanta gente vestida de seda y lujos, ver tantas miradas seductoras y champagne caro, llenaba mi pecho de alguna sensación extraña que no logré explicar. Tal vez no era bienvenida aquí o quizás por el hecho de que me encontraba tan sola en una esquina del todo, como si fuera una persona del 1880 con la peor enfermedad contagiosa de la época.

Aun así, no me iba a dejar vencer por la situación. Salí del lugar sin ver hacia atrás.

Me sentí como aquellas personas que comenzaban a tocar la adultez, donde veian que las fiestas ya no eran lo mismo, que ya nada lo era y que lo único que anhelaban era tocar sus camas, como yo en este preciso momento.

Camine a paso lento hasta llegar a mi habitación, pero antes de aproximarme a esta, me topé con una puerta abierta en el gran pasillo.

Inspeccione a mi alrededor y me dirigí hacia la abertura que proyectaba, la luz naranja que salía por esta dio directo en mi ojo mostrándome su interior lleno de grandes estantes de libros.

<<¿Cómo puede ser que jamás vi este lugar?>>

Volvi a ver a mi alrededor, ya que, era imposible no sentir el quemar de una mirada, como si algo me viera desde las sombras, como aquella noche al llegar de aquel bar. Pero, nuevamente, alli no habia nada.

Mi atencion recayo otra vez en la habitacion que estaba segura, era la biblioteca de la mansión Freullain.

Quede perpleja unos segundos, preguntandome si podian privarme del paso a esta, pero, pensandolo con certeza, era de esperarse que no; después de todo era un simple cuarto lleno de libros viejos.

Abri de manera gentil y casi que entre roces las puertas del lugar, y, un poco dudosa, me conduje hasta su interior.

El olor a libros viejos abarcó todo mi conducto nasal, y el naranja de la luz tenue se tropezo con mi mirada curiosa, cosa que me hizo llevar los ojos al techo de la habitacion, donde un majestuoso candelabro de diamantes relucia en todo su esplendor.

Un tocadiscos de marmol se posaba en una pequeña mesilla de algarrobo a un lado de un hermoso sofá de terciopelo que me invitó a sentarme en él. Aún así, la tentación no me ganó, de hecho, la curiosidad fué quién repiqueteó en victoria.

Mis ojos que todo lo veian, llenos de incertidumbre, lograron toparse con una pequeña ventana al final de la gran habitacion, la cual contenia un extenso pasillo abarrotado de estantes titanicos de libros que podian ser sencillamente la locura de cualquier afiscionado por la lectura.

Camine sin dubitacion hacia el final.

Algunas personas que caminaban el trayecto desde las puertas de la gran masion hasta la verjas de salida, se revelaron ante mi desde la ventana de la habitacion, pero...

Mi inspección se detuvo, observando el espacio de la ventana que contenia una pequeña repisa a la altura de mi cintura, mostrandome una rosa fresca de color carmesi y un pequeño cuadro que me mostraba a la familia Freullain posando de manera elegante, como si se tratase de una valiosa pintura.

Eso me dió a entender que este lugar era de alguien. Me pregunte de quién, pero toda pregunta siempre iba a parar al señor Nibeil, el caso era que, no veía a Victor entre tantos libros antiguos, aunque su apariencia elegante me dijera lo contrario.

Me aparte de la ventana como si esta diera chispasos de electricidad.

Si esta habitacion le pertenecia a Nibeil Freullain, entonces era seguro que me estaria adentrando en la boca del lobo. Me meteria en problemas si seguia aqui sin autorizacion.

No queria que me vieran como una intrusa impertinente que metia las narices en cada rincon, o tal vez aun peor, como una posible ladrona.

O cleptomana...

Me dirigi sin pensarlo hacia la salida del lugar, temiendo al simple hecho de que me encontrasen vagando en un lugar que no debia.

De solo pensar en lo que ocurriria...

Temerosa, abrí las puertas del lugar y observé hacia todos lados. Con mis pies en puntillas, como si alguien estuviera a escasos centímetros de descubrirme, me escabulli por el pasillo hasta llegar a la puerta de mi alcoba, pero antes de poder entrar, pude oír unas voces difusas a la distancia.

Mire hacia atrás pero allí no había más nada que la oscuridad.

¿Acaso me estaba volviendo demente? No me quedé allí para responderme y simplemente entre, yéndome de boca hacia la gran cama matrimonial que me esperaba ansiosa para devorarme en su interior y acabar esta agotadora noche de julio.

...

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