IX
Tocadiscos.
Italia,
Roma.
2017.
BAYLENA.
Al llegar y atravesar las grandes puertas de la mansión, los brazos de Aro me recibieron anhelantes, cómo si quisieran desgarrar mi piel y conservarla en una pequeña vitrina de cristal.
-Temí por tu vida, Baylena, y, aunque eres la mejor cazadora, mis ojos no pueden percibirte así; aún eres mi pequeña amiga, aquella que conocí en mis entrenamientos fallidos.
-¿Temer por mí? ¿Qué clase de chiste mal contado es ese? -pregunté, revolviendo su cabello dorado. La imagen era graciosa ante mis ojos: una mujer jugueteando con el cabello de su colega que le quitaba más de una cabeza de altura.
Fue entonces que observe más allá del hombro de Aro, allí en los altos barandales de las escaleras principales, donde unos ojos marrones me acechaban mientras degustaban un oscuro vino.
<<¿Ya he comprobado que soy la mejor del dueto, Victor?>>
No evité sonreir triunfante de malicia y gloria. En cambio, él no quitó su mirada fina y punzante, latente y fría como una daga. Simplemente se dió la vuelta y se marchó por uno de los pasillos del segundo piso.
Era más que visible el claro hecho de que Victor Freullain no estaba tan contento por mi triunfo, aunque no lo podía saber a ciencia cierta; el muchacho era frío, o incluso más que una roca.
Ahorre preguntas y me las tragué. No quería y tampoco tenía las fuerzas para pensar en el crio de Victor, quizás lo dejaría para luego.
-¿Tienes hambre? -Aro me rodeó con uno de sus brazos uniformados con la seda de su smoking y caminamos lentamente hasta la cocina.
-Ni hablar. Me ha rugido el estómago desde que he salido de ese lugar. -su sonrisa se ensanchó a medida que girabamos en uno de los tantos pasillos hasta llegar a nuestro destino.
Le observe de reojo. Su rostro se veía relajado.
-¿Acaso esperas más de diecisiete años para decirme lo que ocurre entre Afal y tú?-sonreí, observando su rostro contrayéndose en confusión y nervios.
-No diré la típica frase de: "No sé de lo que me hablas" porque sería evidente de que estoy en un posible amorío con Afal, pero... ciertamente-unos segundos de silencio le reinaron la mente antes de que volviera a hablar-, ciertamente no hay nada entre él y yo. Creo que no somos algo que congeniaría cómo las palomitas de maíz y las películas de amor, o un acompañante y una lluvia fría. ¿Entiendes? Afal no... -sus ojos se perdieron por un corto instante mientras nuestros pies caminaban al mismo son-. Él no es para mí.
Era un tanto extraño verlo hablar de aquella forma tan seria mientras se dirigía a Afal. ¿Será que ya lo han... intentado?
-Quizás no intentaste lo suficiente. -susurré, juguetona, al abrir la puerta de la cocina. El aroma a pan y algunas otras cosas que no lograba reconocer, se presentaron en mi nariz. Mi estomago rugio mas.
-¿Intentar lo suficiente? Por favor, no hay que intentar nada cuando hueles que ahi no debes meterte de narices. Con cautela, asi se descifran a los peores asesinos de corazones. -caminó por toda la cocina hasta llegar a la heladera, donde sus manos arrebataron algún que otro ingrediente que no me interesó ver.
Tome asiento en una de las sillas de la pequeña mesa circular y recargue mi espalda en el respaldar de madera, inspeccionando todo el lugar.
-Qué extraño... ¿Se han ido los del servicio? -oí susurrar a Aro a la par que tomaba una pequeña cacerola de acero.
-Entonces... ¿Afal es un asesino de corazones? ¿Será que ya te has metido de narices, Aro? -se dio la vuelta, observándome con sus ojos divertidos al ver que no cesaba las insistencias de urguear.
Volvio a lo que estaba haciendo, y fue allí, cuando comenzó a picar verduras, que le oí decir:- Afal es un hombre apuesto, atractivo, irradiante de... sexualidad. Te das cuenta que puede destruirte el corazón con los dientes. Debes de tener más cuidado con esos hombres; no deberías de pensar así, cariño, podrías meterte en líos muy complicados.
No evite reir entre dientes. -¿Yo? ¿Líos? No es algo que se me haga un problema, de hecho, me gustan los líos.
-Claro, ¿No? Cómo ese lío que tienes con el hijo del señor Freullain. ¿Cómo era su nombre? ¿Me ayudas a recordar?
-Cierra la boca. Ese crío es de lo peor. -no evité exclamar, temiendo que alguien del personal me oyese.
-Hm, me huele que te interesa. Se ve que es un problema andante, como te gusta.
-¿Cómo me gusta? Ese tipo es tan frio como una roca, tan competitivo como un corredor y más imbécil que un muchacho de la universidad.
-Y tan atractivo cómo un elegante muchacho de la edad media. Admitelo, ese chico es... muy encantador. -se dio la vuelta, apuntándome con una larga cuchara de madera-. Y su imagen se ve tan meticulosa y seria como la de un iceberg.
-Quizás sea todas esas cosas, pero todo se esfuma de un soplido. Es un maldito crío.
-¿Por qué lo dices? -revolvio lo que fuese que estuviera haciendo y el fuerte olor a verduras se esparcio por todo el lugar haciendo doler mi estomago en hambre.
¿Por qué lo decía? Creo que habían demasiadas cosas que contar por el hecho de que tiraba al piso con mis palabras a Victor, pero simplemente recordé el momento donde lo conocí...
No, no en el bar, sino al bajar por las escaleras y verle de espaldas junto a su padre, al darse la vuelta y verme sin pudor, retándome desde el primer aliento.
-Desde que entre a esta casa, ese muchacho no ha parado de inspeccionar y dudar de mis capacidades. ¿Tendrá algún tipo de inseguridad? -fue lo único que logre formular.
-Y si mejor te preguntas: "¿tendrá un poco de interés por mí?". Debes de entender que un rumor como el tuyo: "la famosa cazadora de vampiros" puede atrapar a cualquier hombre.
Negué instintivamente con mi cabeza. Tal vez podría atrapar a cualquier hombre, pero no a Victor Freullain; él no era un hombre, él era un maldito demonio.
-Te has visto demasiadas películas de amor, Aro. En mi mundo, un hombre no se deja atraer por palabras o rumores tentativos, suelen temerles.
-¿Y si ese no es su caso? ¿Y si su caso es el interesarse por cazadoras lunáticas como tu? -gire los ojos al oírlo reir mientras apagaba el fuego bajo la cacerola.
-Te recuerdo que hablábamos de ti y Afal, no de mi y el crío del señor Freullain.
-Debo decir que es un tema más interesante que un amorío imaginario que te inventas conmigo y Afal.
-Callate.
Se dio la vuelta con un pequeño tazon blanco de porcelana, el humo se desprendía ondeante de este. Al ver el plato frente a mi, mi estomago rugio un poco mas. Era la sopa de verduras que tanto me gustaba.
No dude en aproximar la cuchara al tazón y tomar del liquido que me llamaba con ansias. Fue un alivio para mi vacio estomago la primera cucharada que meti a mi boca.
Sin dudas Aro hacia magia con sus manos.
-Un poco de exquisitez entre tanto desagrado no hace tan mal, ¿verdad? -dijo, cruzándose de piernas mientras utilizaba su teléfono celular.
-Ni lo digas... -me limite a decir, antes de acabarme la sopa de un solo trago.
Los ruidos de unos pasos apresurados me hicieron desviar la vista del plato, posandola en la entrada de la cocina. Una de las cocineras nos observo con un rostro lleno de sorpresa.
-Lo siento, ¿han hecho su cena solos? -volvi la vista al tazon donde segundos antes se hallaba una rica sopa, ceñuda.
-Si, no habia personal para pedirle comida, asi que nos la hemos hecho nosotros. -se apresuró en responder Aro.
-Disculpen. -su rostro que rozaba los cuarenta se envolvió de pesar, como si la escena se tratase de un autentico velorio.
-Tranquila, de igual forma no nos gusta gozar de este tipo de tratos -me puse de pie con el tazon en manos y lo lleve al lavaplatos-. Y si la hace sentir un poco más aliviada, no se lo contaremos al señor Freullain. -pude ver un ápice de relajación en su rostro pasmado de terror.
Aquello solo me hizo pensar de los tratos que el personal recibia a escondidas, quizas el peor de todos, quizas lo que ocultaba una hermosa mansion.
-Gracias-susurro-. Dejeme esto a mi.-dicho aquello, comenzo a lavar.
Le regale una pequeña sonrisa antes de hacerle un gesto a Aro para que nos marcharamos de alli.
-¿Acaso castigan a los del personal con latigazos? -le pregunte en un susurro complice.
-No lo sé, pero parece que fue la primera vez que dejó la cocina en la casa-dicho eso, leyo algo en su telefono y dijo:- Debo ir con Afal, me acaba de enviar un mensaje.
Sonrei y levante una de mis cejas. -No debes exponer tus aventuras asi, Aro.
-Tonta Baylena. ¿Y despues soy yo el que se pasa viendo peliculas de amor? ¡Ja! ¿Qué tal si mejor te vas a dormir? -camino más rápido-, pero ten cuidado, quizas en el camino te topes con un tal... Victor Freullain.
Gire los ojos. -Cierra el hocico, Aro, y ve a chupar polla con sabor a nerd serio con cara de culo.
-Y tú con sabor a detectivesco. -su voz se oyó un poco más lejana.
-Ni en mil años, ¿me oiste? Ni que me llamasen Aro.
-<<Aja...
...
Mis ojos abandonaron la oscuridad de mis sueños al abrirlos y toparme con que me habia quedado dormida con el celular en manos. Agradeci por un instante llegar a ponerme el camison de dormir.
Fue entonces, que cuando crei recuperar el sueño, que un extraño ruido se hizo audible entre tanto silencio. Me puse de pie, inspeccionando si el sonido provenia de mi habitacion, pero no. Me acerque a la puerta, abriendola lentamente.
La inesperada sorpresa me tomó de la rienda de mis cabellos seguramente rebeldes.
Mi mente somnolienta pudo captar aquella lenta sonata proveniente de la séptima puerta del pasillo que conducia a mi alcoba.
La biblioteca.
Camine lentamente hasta allí, viendo la luz salir por la abertura de ambas puertas entreabiertas del lugar, y, a medida que me iba acercando, la sonata se iba intensificando.
Me detuve en seco cuando observé lo que se encontraba detras de aquella abertura.
Una figura masculina se encontraba recostada en un pequeño sofá rojizo, ambas de sus piernas yacían abiertas, su cabeza hacia atrás mientras sus ojos se revelaban cerrados.
No tarde en reconocerlo.
Victor.
Su pecho subía y bajaba lenta y tranquilamente al son del violín que se reproducía en el tocadiscos a su lado.
¿Acaso los demonios duermen?
Me hizo ilusión verle a Victor teñido de rojo con dos grandes cuernos y una gran cola de demonio.
Sonreí al solo imaginarlo.
Me percaté de que mi posición era un tanto extraña y que en cuanto alguien me viera de aquella forma, se asustaría, y estaba segura que hasta el perverso durmiendo plácidamente en el sofá se llevaría un susto.
Me aparte del lugar, pero cuando estaba por irme, la idea de apagar ese tocadiscos pudo seducirme. Estaba segura que no me dejaría descansar en toda la noche.
Volví a acercarme y abrí un poco las puertas, de puntillas me adentre a la habitación.
El olor de los libros antiguos llegó a mí en un santiamén, al igual que el frío en mis pies.
Me acerqué al tocadiscos que se encontraba sobre una pequeña mesilla oscura y aparte la aguja del disco negro.
El violín cesó.
Solo se oyeron las respiraciones profundas de Victor, eso hizo que fijase mi atención en él.
Su piel pálida se veía brillosa gracias a la luz naranjezca que le daba directo a la cara por dormir cabeza hacia arriba. Su cabello negro se veía alborotado, como si él lo hubiera hecho intencionalmente, y eso me parecía extraño; Victor era un muchacho de arreglar y perfeccionar su apariencia, o eso era lo que daba a entender frente a ojos ajenos.
Eso era un evidente signo de frustración.
<<¿En qué tenías puesta la mente, Victor?>>
Sin embargo, aún de encontrarse al desordenado y nada habitual, debía de admitir algo... -Estás condenado a la belleza por más que seas un descarado y malnacido. -susurré inevitablemente lo que mi inconsciente no podía callar.
Rápidamente sus párpados revelaron sus iris negros.
Mi corazón se detuvo por un segundo y mis ojos antes somnolientos y achinados por el sueño, ahora se abrieron de par en par.
Frunció el ceño levemente y luego... sonrió. Aquella sonrisa burlona y malvada.
Su mano fría me tomó de la muñeca y me dio un fuerte tirón hasta toparme con su rostro.
Estaba tan cerca. Su aliento a café chocó con mi nariz.
-Inspecciona mi belleza más de cerca, Dimonti. -mostró sus dientes en una sonrisa maléfica.
-¡Descarado! -me aparte como un rayo de sus brazos.
Rió para luego terminar en un suspiro sonoro mientras se ponía de pie. -¿Descarado yo? -acomodo su cabello y luego el cuello de su camisa blanca.
Temí por un instante lo que fuera a salir de sus labios, ya que, en todo momento sería yo la que saldria perjudicada, después de todo fui quien irrumpió a su falso sueño con mis palabras inconscientes.
-Saldrás perdiendo y sé que lo estás pensando, inglesa. ¿Qué escape vas a ingeniar?
-Yo no perdería el tiempo en ingeniar ningún escape y menos para hacerlo de ti.
En ese instante caí en cuenta que mis propias palabras me habían jugado en contra.
Sonrió para luego estirarse.
-Acabas de admitir que no quieres alejarte de mí.
-Parece que tú eres quién no para de creer eso, crío. -le regale una mirada asesina que no lo inmutó en lo más mínimo-. Saliendo de esta conversación fuera de lo que quiero experimentar...
-Claro, claro: <<Estás condenado a la belleza por más que seas un descarado y malnacido.>> -susurró aquello último, jugueteando con las palabras, maullando como un felino lleno de audacia.
-Sabés emplear los golpes bajos, Victor Freullain, pero... volviendo al tema -sabía que iba a correr riesgo de salir horrorosamente humillada de aquella situación, pero no iba a dejar que aquello sucediese, a cambio de ello, correría de eso-, debes de detener ese maldito tocadiscos a estas horas de la noche.
Sonrió, observándome con una de sus pobladas y negras cejas algo arqueada.
-¿Y tú quién eres para pedirme eso bajo mi techo?
Esa fue la bofetada que Victor quería pegarme, pero no en acción, sino en palabras, y sabía, sabía que la estaba esperando desde el momento que salí victoriosa de aquella misión. Cruel Victor. Diablillo Victor.
-¿Bajo tu techo? Querrás decir de tu padre, crío.
-Claro, y eso no quita que deje de ser mío. Mis venas están plasmadas en cada sección de esta mansión -llevo sus manos pálidas hasta los bolsillos delanteros de su pantalón de chándal, dejándolas descansar allí-. Él es mi padre, yo su hijo. Nuestro hogar. Madre, padre, hijo, herencia. ¿Entiendes, Dimonti?
Me hablo de una manera tan estúpida, que me hizo sentir de aquella forma, cómo si intentará hacerme sentir inferior de todas las formas posibles.
Inferior a él.
-¿De qué otras maneras intentas dejarme debajo de ti? -le fulmine con los ojos.
Cada segundo que pasaba era tortuoso, porque debía admitir que quería clavar la aguja de ese tocadiscos en los ojos negros de Victor. Me miraban de una manera tan siniestra y burlesca que simplemente no podía dejar pasar.
-De muchas formas, inglesa, pero no la que tú quieres presenciar. -me guiñó uno de sus ojos antes de dirigirse al tocadiscos y hacer sonar aquel violín una vez más.
-Eres un imbécil y un crío. Realmente que lo eres. -no evite cruzarme de brazos.
-Y tú eres una maldita anciana con ese camisón de dormir. Pero no seamos descortés, hay que admitir que por lo menos tienes un buen gusto de color.
Observe el color perlado de mi camisón de dormir y luego a él.
-Pero estoy seguro que ese hermoso color no lo has elegido tú, sino la sirvienta de mi casa -volvió a tomar asiento en aquel sofá, y, al ver que no fui capaz de responder, no dudo en decir:-. Vaya... -bajo un asombro actuado que me irritó- no creí acertar tan perfectamente, pero es que eres tan predecible cómo un Vals Francés en una fiesta de viejos aburridos. En conclusión, la sirvienta tiene mejor gusto que tú.
-Después de todo ser sirvienta no puede privarla de tener buen gusto, Victor. No seas tan idiota, ¿Quieres?
-¿Qué hay si no quiero dejar de serlo, Baylena?
-Wow... realmente te comportas igual de predecible que un hijo de una familia adinerada: como un crío. ¿Y yo era predecible?
-Claro que lo eres, y no dejaras de serlo por querer sentirte más grande que yo. Eso no hará que seas de mi nivel, Baylena.
-¿Por qué crees que quiero ser de tu nivel cuando es obvio que sobrepaso este?
-Touché. Pero no tan touché. Inglesa, no apagare el tocadiscos y hacerlo no me hará más inferior a ti, así que no insistas en que me deje en sumisión bajo el techo de mi casa en el que tú, tristemente, estás de invitada.
-Por favor, no haces más que hablar de estupideces.
-Claro, pero no seré yo quién no logre dormir por escuchar un violin del siglo dieciocho. Seré un crío, imbécil e idiota, pero lograré dormir esta noche.
Intente no morderme la lengua, pero fue casi imposible. Me estaba colmando la poca paciencia que lograba reunir frente a él.
Sin esperar más, me di la vuelta y caminé hasta las puertas por las que había entrado segundos antes del caos.
-Está bien, haz lo que te apetezca, de todas formas, revelarse contra los invitados de tu padre no hará que este te deje ser un cazador, un cazador como yo... porque, aunque no quieras, yo estoy por niveles más avanzados que tú, detective de cuarta.
Y sin más, salí de allí, sintiendo mi corazón latir de adrenalina, como aquel momento donde estuve cerca de ser mordida por el vampiro en la discoteca.
...
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