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IV


El bar en el centro de
la sangre.



12 de julio
2017, Italia.

BAYLENA.

-¡Aro! -le regañe, moviendo su hombro hacia delante, quitando a este de encima mío.

-¡No puedo moverme así cómo así! -contraataco.

-¡¿Así cómo así?! -preguntó esta vez Afal- ¡Estás encima de nosotros!

-¡Bueno! Disculpen porque no entremos en el auto. Toda la culpa es de Borión el destra.

Afal giró los ojos, acomodando el cuello de su camisa negra. -Cierra la boca, Aro, y quédate quieto.

Suspiro, a regañadientes, se cruzo de brazos y se quedó en silencio, farfullando: "Lo que diga el señor"

-¿Qué dijiste?

-¡Nada, nada!

Luego de unos infernales minutos donde Aro siguió moviéndose como una lombriz, Borión habló. -Hemos llegado al bar di montagne.

-¡Por fin! -exclamamos todos al unísono.

Aro abrió la puerta deprisa, Afal salió elegante y correcto desde la opuesta. Yo por otro lado me quedé en el coche para arreglar el pronunciamiento de mis pechos apretados por mi traje de seda negro.

Salí sin esperar ni un minuto más. Las personas iban y venían, familias, muchachos apuestos con aquellos aires italianos. Aún no era tan tarde, tal vez las diez de la noche, así que no hubo prisa por entrar al bar.

Sin embargo, un poco de café al coñac no me sentaría nada mal.

-¡Ay, por Dios! -Aro se acercó a nosotros con una sonrisa de oreja a oreja- ¿Ya vieron las tiendas de ropa?

Negué lentamente con la cabeza. El sabor de aquel café inundo mi boca. Camine a pasitos cortos hasta el bar con un gran cartel en sus puertas de madera oscuras. Como si fuera una abeja a la miel, o un bichito de luz a esta.

Di montagne.

-¡Vamos, Bay! -la ensoñación se rompió en mil pedazos. Suspiré.

-Adelantate con Afal. -el nombrado me miró con los ojos bien abiertos.

-¿Qué?

-Que vayas con Aro. Los veré dentro del bar.

-Maldita alcohólica. -mascullo el serio Afal.

-Luego me lo agradeces. Cómo siempre. -le guiñe un ojo y caminé hasta el auto donde se encontraba Borión en el asiento del piloto.

Llevaba una de aquellas boinas de cuero de chóferes. -Mantenlos vigilados, Borys, sólo son mis investigadores; no saben defenderse del todo bien. -le susurré desde la ventanilla.

-Cómo diga, señorita. -asintió y enseguida guió sus ojos verdes al par detrás de mí.

Una vez librada de mis colegas, o mejor dicho amigas (porque actuaban como unas) me fui directo al bar.

Al entrar, las luces tenues y cálidas me inundaron los ojos. Olor a café y madera. Todo era marrón y tranquilo, como esas tabernas del 1988.

Una que otra mesa tomada por hombres en soledad, otras por parejas románticas que se observaban con suavidad y sensualidad.

Algunas miradas pararon en mí cuando camine hasta llegar a las butacas frente al mostrador. Me senté y el bartender no tardó en echarme un ojo.

Sus ojos marrones me escanearon, estacionandose notoria y vulgarmente en mis senos.

Apoye uno de mis codos en la mesada de madera. -Un café al coñac, por favor. -le dije, obligando a que este me mirase a los ojos.

Rígido en su lugar, como su hubiera visto un fantasma, se dio la vuelta y preparo la orden.

Una risa baja y seductora se escuchó a mi lado.-El café al coñac es una de las mejores exquisiteces en una temporada como julio. Me atrevo a decir que es un gran deleite luego de una mujer inteligente. -ahora una voz masculina y ronca se oyó.

Sin reparo y vergüenza, observe a mi lado. Una figura masculina la cual no había notado antes de sentarme en el lugar, yacía mirando hacia el frente. Llevaba uno de esos sombreros negros de jazz que cubría la mitad de su rostro pálido con la sombra que proyectaba. Un saco negro reposaba en su muñeca, como si de esta se tratara de un perchero. Vestia un chaleco negro bajo una camisa blanca, portando así, un aire demasiado elegante.

Una sonrisa de boca cerrada detonaba sus labios rojizos y unos hoyuelos en sus mejillas tersas. Su mandíbula marcada hacia detonar su masculinidad. A leguas se notaba que su complexión física era igualada a esos nadadores profesionales.

-También es una buena delicia antes del sexo con un hombre elegante, señor. -luego de escanearlo, su rostro se giró para contemplarme, aunque, estaba segura que lo había hecho antes de girarse hacia el frente.

Lentamente se quitó el sombrero. -Por favor, no me diga señor; aún ni siquiera llego a mis veinticuatro años.

Su rostro expuesto quedo bajo mis ojos. Su cabello negro hacía contraste con su piel cremosa y blanca. Sus ojos negros eran espectaculares, haciendo buen juego con sus cejas pobladas.

Alto, quizás atleta y... atractivo. Esas palabras identificaban a aquel muchacho.

En un abrir y cerrar de ojos, el bartender depositó el café humeante frente a mí. El olor exquisito de este se coló en mi nariz, cómo el suave aroma del pan en el centro de París.

-Y usted tampoco parece ser una señora. ¿Qué hace una mujer tan joven a estas horas de la noche donde todas las familias comienzan a irse? ¿No le han dicho que Roma es peligrosa en las noches?

Tome un sorbo del café. Sentí el liquido bajar desde mi lengua hasta mi estomago, quemando todo mi interior. Aunque, prefiero que decir que eso se amortiguaba, alguien le estaba ganando al quemarme, y ese era el joven a mi lado, quien me enterraba su mirada con curiosidad.

-¿Y por qué sería peligrosa en las noches? - volví a centrar la mirada en él.

Frunció su ceño, escaneandome el rostro sin pudor, como si yo fuera un judío en el territorio nazi. Cambiando levemente de tema, me preguntó: -¿Es usted extranjera? Su aspecto y acento suenan muy británicos.

Sonreí. Qué curioso.

Quise jugar un poco con él. -Quizás -sonreí de boca cerrada-. O tal vez no. ¿Qué haría una mujer de Reino Unido en Roma?

-Visitando, quizás. -objetó en duda.

-¿Y si no estoy visitando exactamente? -entrecerré mis ojos.

-Bueno... ¿estará aquí con un propósito?

-¿Eso respondería a su sarta de preguntas, joven? ¿O es acaso un detective?

Sonrió, negando lentamente con la cabeza. -Joven... esa palabra me gusta más, escucharla salir con su acento británico, le queda perfecto. Es usted británica, y ha venido a Roma con un propósito. Le gusta el café al coñac, más preferible antes del sexo con un hombre elegante. Mujer joven, no aparenta más de veintidós años. ¿Me equivoco?

No supe en ese momento cómo reaccionar. El muchacho había sacado toda deducción con mis simples respuestas vagas.

-¿Será usted investigador deduccionista? -cubrí la mentira con un tono de broma.

Realmente no lo estaba haciendo.

-Quizás-sonrió-. O tal vez no.

Acababa de usar las mismas palabras que yo para jugar con él. Quedamos varios segundos en silencio en los que me le quede mirando, como si este fuera un enemigo meticuloso.

Reí a lo bajo, volviendo a reincorporarme en mi lugar, ya que, no supe en el momento que me encontraba un poco mucho cerca de su persona, como si estuviéramos contándonos un gran secreto, hasta ese mismo instante.

Carraspeo la garganta, haciendo un sonido grave y masculino.

Yo solo me dedique a tomar mi café.

-Su aspecto gótico le sienta bien con aquel labial rojo. Me recuerda a la sangre derramada en mi país.

Volvi la atención a él. Su comentario me había tomado desprevenida.-Vestir traje negro y pantalones del mismo tono con unas botas, no me hace gótica-dije, obvia-.Tal vez parezco mortificada con tanto negro.

-Si... su cabello negro y largo le sienta bien con sus facciones delicadas. Me gusta en la forma muerta en la que se ve.

-¿Acaso está afirmando indirectamente que le gustan los... muertos? -sus ojos negros no dejaron los míos ni un segundo.

-Tal vez no -tomo un sorbo de lo que supuse Whisky-. O tal vez sí.

-¿Haremos un debate de esto ahora mismo? -le pregunté, terminando mi café.

-Me temo que no en este momento, señorita. Debo marcharme más tardar. Con permiso-dejó algunos billetes sobre la mesada, me regaló una mirada fugaz y se colocó el sombrero-. Su cuenta está paga. Yo le invite. Un placer.

Estaba a punto de retirarse, cuando no evite detenerlo.

-¿Me dirás tu nombre? -repase mis ojos en él una vez más, cómo si mi mente quisiera grabarse su aspecto.

-Prefiero dejarlo para otro momento. -sonrió levemente-. Será... una excusa para volverla a ver.

Y sin más, se dio la vuelta, dejándome a la vista su altura imponente al igual que su espalda recta. Se llevó alguna que otra mirada curiosa por parte de las mujeres del bar, y desapareció entre la puerta de madera.

Qué... tipo más interesante. Fue lo último que resonó en mi mente antes de tomar todo el alcohol posible para agradar a mi sistema.

...

-¡Basta! -Aro rió, sacudiendose encima de mí mientras Borión conducía nuevamente hacia la mansión de los Freullain.

Afal no emitió ni una sola palabra, mirándonos serio cómo si esto fuera algo de todo los días.

-¿Qué creen que dirán los dueños de la mansión al verlos así de ebrios? ¡Ya no son adolescentes!

Aro módulo con su boca encima de las regañadoras palabras de Afal, otorgando así, una gran burla.

Estallidos de carcajadas brotaron de nuestras gargantas.

-Deja de ser tan recto, Afal. Apenas tienes veinticuatro años, disfruta. -Aro le observó fijamente, dejando a Afal sin palabras, con las mejillas carmesí.

Es que... ¿Por algún tipo de casualidad Aro jamás se dio cuenta de esa atracción que sentía mi colega hacía él?

Este no dijo nada, desviando la vista de él para observar la ventana, silencioso.

No me iba a interponer en aquel secreto que el pelinegro ocultaba, estaba segura que tarde o temprano todo se iba a revelar.

Pero mientras tanto, haría oídos sordos y ojos ciegos.

Suspiré, viendo la gran mansión de los Freullain hacerse vista entre los grandes y distanciados terrenos privados de otras, seguramente, personas iguales de adineradas que la familia.

Era innegable que, de día, las mansiones a mi vista las cuales se bañaban de la tenue luz de la luna, eran más esplendorosas, pero verlas bajo la noche, era simplemente majestuoso.

Cómo un paraíso de la Roma antigua.

-Finalmente-Afal susurro en gloria, hincando sus ojos en el rubio-. Se ha dormido.

Y, en efecto, este yacía con sus ojos cerrados y su respiración serena.

Borión nos clavó los ojos desde el espejo retrovisor. -Estamos llegando, señorita. -asentí, tratando de calmar un poco mi borrachera.

Sabía muy bien que si me tocaba ver a los dueños de la mansión Freullain en este estado, perdería un poco de seguridad en mi figura como una seria y honorable cazadora de una organización secreta.

Tal vez me verían cómo una adolescente aún, pero... que tenía mil y un penas.

Como Aro, el gatito en pena que trata de no reprimir su homosexualidad, o Afal, quien se encontraba dentro del closet entre sonrojos ingenuos.

Cerré mis ojos, el ardor llegó a estos. Sólo quería echarme en la cama y dormir cien años como un vampiro en su oscuro y silencioso ataúd.

No fue larga la espera para imaginarme esas imágenes en mi mente. Yo, dormida con los brazos cruzados como un monstruo.

Reí a lo bajo, volviendo al mundo real aunque este no estaba lejos de mi imaginación. Afal salió del auto cuando Borión estacionó este dentro de los enrejados de la gran mansión.

Mis músculos tensos pedían la textura de las sábanas con súplicas divinas.

Empuje a Aro hacia afuera y este se tambaleó como si se tratara de una bailarina de ballet.

-Por favor, salva a alguien de su muerte -me acerqué a Borión luego de salir del vehículo, guiando mis ojos en Aro-. Llévalo a su recamara. -la orden silenciosa salió de mis labios que se sentían secos.

Tomo la esquina de su gorro de chófer y asintió en elegancia. -Así será, señorita.

Tomó a Aro de uno de sus largos y ejercitados brazos ocultos por su camisa negra y ambos se dirigieron rumbo a las puertas del gran lugar.

Afal, por otra parte, a medio de su caminata aburrida hacia las puertas, se giró para observarme. -¿Vendrás?

Su voz había bajado varios notas furiosas, volviendo a su habitual calma.

Asentí, admirando su porte robusto y atractivo con aquella pizca de frescura de chico literario que lo caracterizaba. -Sí, adelantate. -desvie mis ojos de él y la acción logró marearme un poco más.

Respiré hondo, y, una vez mejor, observe el cielo oscuro y estrellado.

-Ve... a cuidar a Aro, ya sabes cómo es cuando se encuentra bajo el alcohol. -rápidamente las imágenes de él bailando en el avión inundaron mi mente y supe que, Afal también estaba bajo aquellas imágenes cuando este sonrió de una manera leve casi imposible de apreciar.

-No te demores mucho.

-Tranquilo. -me regaló una última mirada y a pasos decididos entró a la mansión.

Sumida por la oscuridad de la noche, el recuerdo de mis padres llegó a mi mente. Imágenes difusas carcomiendo los recuerdos que alguna vez intenté olvidar.

Eran leves recuerdos donde una mujer con mis mismas facciones y el mismo cabello largo y oscuro sonreía junto a mí, me decía que me amaba y acariciaba mi rostro. Sabía muy bien que era mi madre, pero luego se estropeaba todo, disolviendo su imagen en sangre.

Jamás supe qué fue lo que les hicieron esos monstruos, solo sabía que unos vampiros los habían matado. Pero siempre tuve la duda de porqué no a mí.

¿Cuál fue el motivo de dejarme con vida?

Suspiré, volviendo los ojos al cielo. Por un momento sentí que mis padres estaban oyendo mis pensamientos.

Reí a lo bajo, negando con la cabeza lentamente. Estaba pensando tonterías. El alcohol lograba ponerme sentimental, y eso solo quería decirme que estaba lo suficientemente ebria como para retirarme e irme directo a la cama.

Comencé a caminar hasta las grandes puertas de la mansión, pero algo logro dejarme perpleja en mi lugar, a medio entrar por las puertas.

Un escalofrío se arrastro desde mi cuello hasta mi espalda baja. Alertada, observe detrás de mí espalda, pero allí no había nada.

Esa sensación... esa que solo los monstruos que rondaban en la oscuridad podían hacerle experimentar a un ser humano.

Varias veces, antes de enfrentarme a un vampiro, había experimentado esa extraña reacción de escalofríos, de estar siendo acechada, de saber que eres una presa en una noche inquietantemente oscura y siniestra.
Reconocía esa sensación a mil y un metros de mis pensamientos, por más que estuviera haciendo alguna cosa, podía sentirla, podía percibirla, incluso como la primera vez que me enfrente a un rival.

Quede estática observando firmemente el abismo de la oscuridad, pero de allí no salió nada.

Sin embargo, algo no me dejaba en calma, ese algo que se sentía como unos ojos clavándose en mi persona.

Apreté mis puños, pero la espera cesó.

-Es el alcohol. -me susurré, calmando mis alertas.

Posiblemente me estaría volviendo loca.

Sin más, entre a la mansión, ignorando la oscuridad acechante detrás de mi.

...

A través de mis párpados pesados, podía llegar a sentir la luz del sol atravesar los ventanales a un lado de la habitación.

Había despertado, mi mente bajo resaca fue quien me alertó de esto.

Suspire aún con el cuerpo adormecido.

Pude distinguir algunos pasos resonantes detrás de las puertas, pero, aún así, no abrí los ojos.

Las puertas fueron quienes se abrieron burlonas y malignas, dando el paso a aquellas resonantes pisadas.

-Señorita Baylena, el señor de la casa me ha dado la orden de buscarla. Quiere verla.

Abrí los ojos al escuchar la refinada voz de Borión.

Fruncí el ceño luego de examinar sus palabras. -¿Verme?

-Asi es, señorita.

Me puse de pie, consciente de mi camisón blanco de dormir adornando mi cuerpo. -¿Y se puede saber para qué? -desenrede con mis dedos mi cabello largo y enmarañado como todas las mañanas.

Sonrió por tantas preguntas. Podía llegar a ver un apice de amabilidad en su rostro, pero lo cierto era que Borión todo lo que llevaba de refinado, también lo llevaba de seriedad impune; ver alguna expresión en su rostro inexpresivo, era casi imposible.

-De hecho, no es el señor de la casa quien quiere verla.

Eso detuvo mi acción por completo, como si de mi ser dependiera un botón que diera algún basta.

-¿Alguien más que el hombre quien me recibió? ¿De quién estamos hablando, Borión?

-El detective de los Freullain, señorita. Hablamos precisamente de él.

¿Otro colega? Pensé.

-Esperame, iré a cambiarme. -dije, acercándome al vestidor dónde algún que otro uniforme con el logo de Strihillskin se presentaba.

Por otra parte, Borión solo se dedicó a esperar fuera de la habitación.

Lo usual era que un detective hablaba con el jefe de las misiones y organización. Hablar conmigo solo era una perdida de tiempo; la cazadora jamás tiene la cabeza en los juegos, sino las armas en el tablero.

Tome lo primero que mis ojos encontraron y salí disparada y curiosa de la habitación.

-Siento que la cabeza me está martillando los cesos. -admiti, caminando junto a Borión los grandes pasillos oscuros.

-Deberia de beber menos, señorita. -respondio, luego de unos segundos pensantes.

-No lo creo, eso me mantiene más alerta.

-Pero la debilita, y eso no le sirve.

-Tecnicamente, lleva la razón, Borión. -le regale una media sonrisa.

Seguimos caminando un poco más, hasta adentrarnos por una puerta y salir hasta las grandes escaleras principales. Bajamos estas y sin más, unas figuras se presentaron a la mitad de la gran sala.

Se encontraban hablando dos muchachos, uno de ellos, no me quedo la gran duda de que era el señor Freullain, y el otro, quien se encontraba de espaldas, no hacía detonar más que su juventud y masculinidad con su porte. Sin embargo, no le encontraba reconocimiento, o tal vez sí.

Eso me hizo fruncir el ceño.

-Señor, ha llegado. -dio aviso Borión.

Fue entonces que el señor Freullain se dió la vuelta, regalando una sonrisa cálida.

-Hola, querida, ¿Cómo has pasado la noche?

-Muy bien. -menti, o quizás no; había descansado plácidamente, pero también me había ido a dormir con la cabeza explotada.

Si supiera que ahora también me encontraba de esa forma.

-Dejame presentarte... -entonces, él muchacho de espaldas se giró -a mi hijo y detective de la mansión.

No, no iba a decir: "Eres tú" dramáticamente como solía pasar en las telenovelas, pero, no podía negar que algo dentro de mí quiso hacerlo. Solo me dedique a sonreír.

Seguramente mi apariencia no sería lo de la noche anterior, sino más bien una magulladura de lo que era esta.

Pero sí, era el muchacho del bar, aquel que había platicado unos minutos conmigo.

Por otro lado, él no se vio impresionado o sonriente, sino serio e inexpresivo.

Me extendió su mano la cual no dude en estrechar. -Un gusto Baylena Dimonti, mi nombre es Victor Freullain.

...

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