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III





La eminente mansión de los
Freullain.


12 de Julio
2017.
Italia.

MIENTRAS TANTO EN ITALIA, ROMA.

-Señor, ya hemos hablado a la gran organización, a la suprema Strihillskin.

El hombre que se decía llamar mi padre, se puso de pie. Yo seguía sentado, despreocupado y tranquilo en los sofás azules y antiguos. Sólo hablaban de cosas que no llamaban mi atención, porque bueno, yo tenía toda la información que se necesitaba.

Las charlas eran: vampiros, vampiros, Valentine's, astigios, impure.

-¿Y qué han dicho? -su voz llena de curiosidad, se oyó en la gran oficina. Borión, el mayordomo del hogar, se encontraba de pie con su usual traje oscuro con ahora un extraño escudo en un lado de este que comenzó a usar desde que la familia entró a la organización de mata vampiros.

-Tomarán cartas en el asunto. Danlo, el dueño de esta organización, dijo que agradecía nuestra presencia en Strihillskin.

Mi padre se acercó a su escritorio, sus ojos azules observaron el pequeño vaso lleno de una bebida que parecía orina. Seguro era ese licor con gusto a café.

-Bien... bien... -susurró, emocionado, mientras se llevaba el vaso a la boca para depositar lo que tenía dentro, una vez se acabó el liquido, el vaso volvió a su lugar y mi padre quedó de espaldas, pensativo.

Me puse de pie, listo para irme de allí.-Y, algo más, señor.

-¿Qué? -Nibeil, mi padre, se dió la vuelta, observando a Borión.

Mis pasos cesaron cuando lo oi decir: -Danlo acaba de mandar a un cazador especializado. Es el arma letal de la organización. El arma secreta. Y pidió que por favor cuidemos bien de ella, también acudió a mis servicios para estar al tanto de su bienestar y alojo en la mansión.

¿Arma letal? ¿Qué clase de broma era ésta?

-Está bien. ¿Se puede saber quién es? -los ojos azules de Nibeil recorrieron el anciano rostro del mayordomo. Me quedé en mi lugar.

De repente la información me interesó.

-Es una jovencita de veinte años. La llaman Baylena Dimonti. Es la cazadora más profesional de todas las organizaciones, señor.

No evite hacer mi presencia-Pff, por favor, ¿una mujer? -reí amargamente- nos comerán vivos. Veremos qué tan letal es la cazadora.

-Con todo respeto, joven. La señorita es como la hija del fundador Danlo, la han entrenado desde que era una niña.

-A mí me han entrenado veintitrés años, señor. Estoy seguro que yo llevaré al éxito esta misión. Después de todo fui yo quien hizo las investigaciones.

-Y ella quien caza a los vampiros -interrumpió mi padre. Por un momento lo fulmine con la mirada-. Por favor, Borión, espera a la joven en el aeropuerto. La alojaremos con gusto. Después de todo es como la hija de nuestro socio más grande. Debemos cuidar bien de ella.

El mayordomo asintió antes de salir y decir un: "Sí, señor".

Pero yo no pude tragarme la noticia tan fácilmente. -Es una broma, ¿verdad? ¿Una mujer, papá?-me senté en el sofá otra vez, no pude detener mis palabras.

-Escúchame bien, hijo. Si el fundador de la organización dijo que era su arma letal, es porque es su arma letal y si así acabará todo este caos... entonces así será.

Cómo si estar sentado en ese sillón de terciopelo fuera una jaula, salí disparado de allí. No aguantaba esta estupidez.

-No cuentes conmigo para esto. Dile a la cazadora que haga las investigaciones más importantes de ahora en adelante. -y sin importarme un bledo, salí del lugar hecho una furia.

Quiero ver con mis propios ojos quien osa llamarse la cazadora más letal de todas las organizaciones.

...

BAYLENA.

Dicho y hecho, me tomé cinco botellas de champagne. Sentía que estaba en el espacio por como se movía el avión. Me reí al ver a Aro sin camisa y sin pantalones. Sus calzoncillos animal prins se veian perfectamente. Su cabello dorado brillaba y sus mejillas se encontraban sonrojadas mientras dormía frente a mí.

Por otro lado, Afal leía un libro. No pude leer su nombre de lo ebria que me encontraba. Este una que otra vez le echaba una mirada curiosa a Aro, pero intente no darle importancia.

-Afal, dime la hora. -lo observe en el otro asiento a mi lado. Su reloj plateado relucia mientras pasaba las páginas del libro.

Observó su muñeca. -Las tres de la mañana. Duérmete. -soltó, mientras leía.

Suspiré, pesada. -¿Para qué? ¿Para qué observes a Aro sin compasión? -reí al ver como sus ojos se agrandaban en sorpresa y temor.

-A... no... no se qué dices. -Sumió sus ojos en el libro.

Miedoso. Pensé.

-Vamos, me dirás que no lo observabas hace un rato. -con un tonillo picaron, lo observé. Hice las cejas hacia arriba y abajo.

-Estás borracha. -recuperando su usual aire serio, habló.

-Lo sé... sé tanto como que también mirabas a Aro. -no respondió, pero vi un destello de sonrojo en sus mejillas. ¡¿Qué carajos?!

No sé si me sorprendió más el saber que Afal no era un robot sin sentimientos o que gustase de quien era nuestro mejor amigo y hermano de toda la vida.

-Acaso....¡¿Acaso te gusta?! -sin poder evitarlo el gritito de emoción se escapó de mi garganta. Observe al rubio que para mi suerte seguía durmiendo, ahora roncando.

-¡Sh! Cállate la boca. Lo despertarás.

Suspiré, cansada. Tenía razón, debía hablar más despacio, pero con la borrachera que se traía encima aquel rubio dudaba que fuera a despertar.

-No lo creo... se durmió escuchando música latina. -me encogí de hombros, recordando como Aro bailaba en calzoncillos y cantaba una canción rara a todo pulmon.

Afal giró sus ojos azules y siguió su lectura. Aún así, no me rendi. -¿Me dirás la verdad? Dime que te gusta. Dímelo. Dímelo. -insistí.

-No. -respondió sin mirarme.

-Vamos, Afal. No seas un robot que no expresa una mierda. Dime. Dime.

Y otra vez... -No.

Y así nos mantuvimos unos treinta minutos hasta que el sueño me comió la cabeza.

Un grito de mujer me despertó. Abrí mis ojos en alerta. Me quise poner de pie pero el cinturón apretaba mi abdomen.

Observe hacia todos lados, espantada. Hasta que...

-¡Ayyy! Dios mío, estamos en Italia. -chilló el rubio, ahora con su traje negro en su cuerpo.

No, no era una mujer. Era Aro.

-¿Puedes callarte la boca? -los ojos me ardían por la luz que se colaba desde la ventanilla a mi lado.

-¡Despierta, loca! Estamos llegando. -emocionado, me observó frente a él. Sus ojos bien abiertos explotaban brillitos y unicornios.

¿No tenía resaca acaso? Cerré mis ojos, con el objetivo de encontrar la tranquila oscuridad, pero Aro no lograba cerrar su boca.

Maldito. Maldito. Maldito.

Volví a abrir mis ojos. El punzante dolor en mi cabeza era más notorio de lo normal. Al ver por la ventanilla, me percaté de que el avión estaba aterrizando. Ver aquello me dio una especie de vértigo, subiendo mi adrenalina desde mi estómago hasta mi pecho. Y no, no eran ganas de vomitar.

Tomé fuertemente los bordes del asiento y cerré mis ojos con fuerza.

-Si te llevo a un parque de diversiones, te me mueres en el acto, pero antes de entrar a un juego.

-Cállate, Aro. -gruñi.

-Abre los ojos, Bay. Ya aterrizamos. -escuche a Afal, pero la sensación no se esfumaba de mi pecho.

Respiré hondo y solté el aire, repetí la acción muchas veces hasta que pude abrir los ojos.

En efecto, habíamos llegado. Aro desabrocho su cinturón y luego se acercó hasta mi asiento, haciendo lo mismo con el mío.

-Vamos. Afuera la azafata tiene nuestras maletas. Y por favor, cuando llegues duerme un poco, porque te ves de muerte. -me susurró y yo solo pude verle con cara de querer arrancarle los ojos grandes que se traía.

Me dispuse a asentir y salí del asiento en un abrir y cerrar de ojos.

El sol brillaba con molestia mientras bajaba los escalones de las escaleras del avión. Cubrí un poco con mi mano por donde provenían los rayos luminosos que me encandilaban, cuando, frente a mí, se encontraba la azafata y un hombre calvo de más de cincuenta años.

Llevaba un traje gris con el escudo de la organización. Alto, robusto y elegante, esas palabras lo describían a la perfección.

Hizo una reverencia. ¿Por qué hizo una reverencia?

-Buenos días, señorita. Mi nombre es Borión LeBron, y estoy aquí para servirle en todo el tiempo que se quede -servicial, tomó mi maleta y se dio la vuelta, listo para salir del aeropuerto privado-. Siganme. Yo los guiare.

Comencé a caminar, pero la mano de Aro tomó mi antebrazo, deteniendome. -Cómo que tu sirviente se olvidó de nosotros.

-Claro, porque es mi sirviente. Pedazo de imbécil. -golpeé su cabeza con un golpe de mano abierta y seguí mi camino.

-¡Auch!

-Te lo debías por haberme despertado.

Pendejo.

Al salir del aeropuerto, nos encontramos con una gran limusina negra. Se veía lujosa y brillosa. -Por favor, permitanme. -Borión tomó las maletas de mis amigos y las depositó en el baúl junto con la mía. Como un rayo, abrió una de las puertas del vehículo y nos hizo un ademán para que entresemos, luego, acomodo su traje.

Cuando todos estuvimos adentro, no evité preguntar: -Disculpe, Borión, pero... ¿a dónde es que nos dirigimos?

El hombre me observó, llevaba un par de ojos verdes. -A la mansión de los Freullain, señorita.

A la mansión de los Freullain.

Claro, ellos eran la familia aliada de la que Dan me había mencionado.

Me limite a asentir y a observar por una de las ventanillas polarizadas con el pensamiento de que si seguía el resto del día en un asiento, me iba a quedar sin trasero.

...

¿Qué carajos? Eso fue lo primero que pregunté al llegar a la gran mansión de los Freullain. Desde el auto, podía ver lo gigantesca y hermosa que era la casa.

Me apresuré a salir, pero Borión fue más rápido y abrió la puerta para mí. ¿Cómo un hombre tan anciano podía ser así de veloz? Si tuviera su edad ya me hubiera quedado sin los huesos de las piernas y la columna vertebral.

Viejo afortunado. Pensé.

Salí del auto, sintiéndome sofocada. Mi trasero pudo respirar por fin. No miento cuando digo que ya no lo sentía.

Pero la sensación de ya no sentir mi trasero, quedo en el olvido cuando vi mejor aquella mansión. Su color blanco hacía un conjunto muy espectacular con las puertas y las ventanas de mármol.

El jardín tiene una fuente con una estatua de ángel en su centro. El agua serpentea de algún lugar perdido de esta.

Las rosas rojas están bien ordenadas en una línea recta. El pasto es verdoso, como de esos que se compran en algunos lugares muy caros.

Seguro ese césped es más cómodo que mi cama.

Oh, mi cama. Extrañaba mi cama.

Unas verjas plateadas impedían seguir viendo más allá. Así que me puse de pie enfrente de estas, viendo como Borión se acercaba hasta mi lugar.

-Venga, señorita. Acompañeme-hizo un ademán hacia una cámara muy cerca de la verja y esta comenzó a deslizarse para abrirse poco a poco-. El señor Nibeil está ansioso por conocerla.

Centré mis ojos en él, quien extendía su mano hacia la casa para que yo caminara hacia el lugar.

-¿El señor Nibeil? -pregunté, curiosa, pensando lo raro de cómo sonaba ese nombre.

-Sí, señorita. Él es el dueño de esta casa y el aliado de su jefe.

-Hm... ¿es su jefe, señor Borión? -él asintió en respuesta-. Pues tiene un nombre raro.

El hombre frente a mí, me observó, extrañado, pero luego tranquilizó su expresión de: "¿Qué mierda?" y se limito a no contestar.

Aburrido. ¿Es qué todos los viejos son aburridos?

Comencé a caminar, sentí los pasos de mis colegas detrás de mí. Borión se puso de mi lado.

-Mire, Borión. Si va a ser mi mayordomo desde...

-Guardaespaldas, señorita. -me corrigió y le hice un ademán de que no me daba mucha importancia.

-Bueno, eso. Deberá de ser menos aburrido y cambiar esa cara de gato triste que se lleva.

-Ahm... a... sí, señorita.

-Osea, póngase a pensar el qué dirán mis enemigos-hice la voz más grave y varonil, como si así estuviera imitando a uno-. "¿Quién será ese viejo con cara de depresivo que está con esa tipa?" -Esta vez hice otro tipo de voz, como si otro de mis enemigos estuviera respondiendo- "Oh, no lo sé, pero hay que matarlo."

-Con todo respeto, señorita. No creo que los vampiros se centren en mí...

-Oiga, Borys, Borys. No le haga caso a la pendeja. Está cucu. -escuche la voz de Aro.

-¡Tú te callas la boca!

-Lalalalala, no escucho a pendejas....

Me iba a dar la vuelta bruscamente, pero el sonido de las dos puertas principales me detuvo, callandonos a todos.

-¡Por fin están aquí! -una voz grave y varonil llego a los oídos de todos. Un hombre robusto con aire elegante, se vio al abrir las puertas con emoción.

Llevaba una sonrisa como de esos empresarios famosos. Su altura era más o menos la mía, tal vez de un metro setenta. Tenía un par de ojazos azules y una piel demasiado pálida, como de muerto. Vestia un traje azul marino y en un costado de su chaqueta, el logo de Strihillskin detonaba.

Su sonrisa se ensancho al repasar nuestros rostros y dar con el mío. Tenía un rostro como de esos tipos cuarentones con la mejor salud de todas.

-Debes de ser tú...

Mire hacia todos lados, creyendo que hablaba hacia alguien más. -¿Yo? -confusa, me señale.

El asintió regalándome una sonrisa que hizo notar algunas arrugas cerca de su rostro. -Baylena Dimonti, ¿no es así? -la piel se me erizó al oír mi apellido. Apreté los dientes, tratando de no apretar mis puños.

El hombre no sabe nada. Tranquila.

-Claro. -extendi mi mano y le regale una sonrisa forzosa. El hombre no tardó en estrechar mis dedos.

-Un placer en conocerla. Mi nombre es Nibeil Freullain-una emoción se lograba percibir en su voz. Observó detrás de mí a Aro y a afal-. Por favor, pasen y siéntanse como si esta fuera su casa. -dijo, e imitó el ademán que había hecho Borión conmigo un momento atrás para que caminara.

¡Ja! ¿Casa? Yo diría casota.

Sin poner objeciones, me adentré a la gran mansión. Mis ojos observaron todo lo que impactó en mi campo de visión sin perderse el mínimo detalle.

Pisos de porcelanato negro se vieron tocados por mis botas ajustadas del mismo tono. Vi un ápice de mi reflejo al bajar la vista. Candelabros gigantes con luces brillantes dejaron a la luz las paredes de un rojo bordó que ambientaban la gran sala de entrada. Cortinas negras de una tela que a lo lejos se veía como la seda y el encaje cubrían ventanales. Sofás negros de terciopelo que me fascinaron. Y por último, dos grandes escaleras de madera negra quedaron expuestas ante mis ojos al ver el centro de todo el lugar.

No tarde en percatarme que estas llevaban al segundo sector de la gran mansión.

Volví la vista al hombre cuando oí su voz grave. Lleve rápidamente unos dedos cerca de mí boca, comprobando que no estuviera babeando.

<<Señorita Baylena Dimonti, déjeme darle el honor de presentarle a mi esposa Calisya Noéna. -la nombrada apareció detrás de Nibeil, quien alisaba su traje con porte elegante.

Ese hombre derrochaba elegancia hasta comiéndose los mocos. Lo apostaba.

La mujer con una hermosa piel aceituna se acercó unos pasos hasta mi. Sus finos labios llevaban un labial rojo y en su cuerpo llevaba un vestido de tirantes que le llegaba mas abajo de las rodillas, el hermoso color carmesí hacia juego con su cabello pelirrojo.

La mujer era hermosa. Y creería con facilidad que fuera el sinónimo de la palabra.

-Un placer, Baylena Dimonti. -su rostro resplandecio con su tersura y en sus labios se hizo presente una sonrisa abierta que expuso sus dientes blancos.

Por un momento me sentí inferior frente aquella hermosa mujer que no aparentaba más de cuarenta años.

-Por favor, dígame Baylena. Absténganse de usar mi apellido y las formalidades.-forcé una sonrisa, tratando de sonar lo más correcta y agradable posible.

Un nombramiento de mi apellido más, y juraba quitar el arma de mi pequeña bandolera y dispararme en la cabeza.

La mujer me observó con sus ojos marrones y no dudo en ofrecerme su mano con una sonrisa más alegre. -Entonces así será, jovencita. -su voz melodiosa era dulce. Estrechamos las manos, su piel suave encontró la mía.

-Bienvenida, Baylena. Desde hoy, esta será su casa. -Nibeil se acercó a nosotras, tomando a su mujer de los hombros de una manera reconfortante e íntima-. Hubiera deseado que mi hijo estuviera aquí conociéndola.

-Oh, creo que me está dando mucho honor, señor. Estoy en acuerdo conmigo misma de que un... fallecido no este contento con mi imagen, en especial algo tan importante para ustedes como su hijo.

Calisya y Nibeil se observaron cómo si lo que estuviera diciendo sean mis más grandes groserías.

-¿Fallecido? Mi hijo no está fallecido, señorita. -la mujer ante mis ojos frunció su ceño levemente. En ese instante desee que un vampiro me arranque la cabeza.

Por el amor de Jerusalén. Qué imbécil.

-Disculpe. Malinterprete sus palabras, señor Nibeil. -me aproxime a intervenir a mi estupidez lo más rápido que pude.

Ambos relajaron sus ceños, regalándome una sonrisa amable. -No. Tranquila. Tampoco es para tanto, señorita. De igual forma, Victor es como un muerto viviente; de alli para aqui con una cara de ensoñación y malhumor, pero no nos olvidemos de su amargura.

-Nibeil... -susurró Calisya, sonriendo bajo la descripción de su hijo.

-Lo siento-le respondió, luego, volvió sus ojos a mí-. Ojalá se conozcan muy pronto. Él es un fanático de la investigación, señorita. Quién sabe, tal vez empatice y sea amable con la muchacha, ¿no lo crees, cariño? -esta asintió, sus ojos reflejando algo que reconoci como esperanza.

-Por favor Borión, acompañe a los huéspedes a sus habitaciones. -el hombre calvo se acercó hasta nuestros lugares, asintiendo con su cabeza al mandato de la señora Freullain.

Sumiso, elegante y correcto. Esas eran las palabras que describían a ese hombre, aunque, algo lograba entrar por mi cabeza, algo que me decía que él llevaba algo más oscuro en su interior. Eso solo era una imagen ante sus jefes. Estaba segura que él sería un buen y sabio contrincante.

-Por favor, siganme. -observe detrás de mí hombro a mis colegas. Estos observaban todo al rededor. Seguro deslumbrados por la elegancia del lugar que se asimilaba a la organización oculta en donde nos refugiabamos una que otras veces.

Subimos las grandes escalares rectas hasta llegar a la segunda planta. Caminamos rumbo a un pasillo oscuro con una luz tenue y naranjezca. Las paredes bordó eran como la sangre de los vampiros. No habían ventanas.

Una que otras veces, a nuestro costado, podíamos ver puertas de mármol que llevaban a habitaciones que estaba segura, nunca íbamos a conocer.

Luego de unos largos minutos en los que recorrimos un extenso y eterno pasillo, llegamos a una puerta al fondo de todo. Borión sacó unas llaves de uno de los bolsillos elegantes de su traje y abrió la gran puerta marrón.

Se giró, me observó y sin dudar, dijo: -Puede entrar, señorita. Está será su habitación.

Asentí bajo sus ojos y me adentre al lugar. Todo llegó cómo un rayo.

Paredes grises, cama matrimonial, un gran armario de mármol, pisos de madera oscura, y unos dos grandes ventanales en cada lateral de la habitación, estos estaban cubiertos de unas cortinas negras.

El lugar se veía fúnebre, pero acogedor. Me gustó. De hecho, jamás había tenido una habitación tan hermosa como aquella.

Di algunos pasos hacia el frente. Las plataformas de mis botas resonando en la madera.

Desde aquella perspectiva, a mitad de toda la habitación, pude percatarme de una puerta negra y un espejo de cuerpo en una de las paredes a un costado de la cama.

Vi mi cabello negro y largo en un desliz reflejandose en este.

Hice una fugaz pose, luego me giré para observar a los tres tipos detrás de mí.

Esperando una opinión mía, me observaron expectantes.

-¡Me encanta! -chille como niña.

Borión asintió, complacido por mis palabras. -La escogió Calisya, señorita.

-Esa mujer si tiene buen gusto. -admiti.

Pero demostrandose tan colorida, ¿porqué elegir tonos tan apagados?

La imagen de ella llegó a mí.

-Entonces... la dejaremos sola, señorita. Si necesita algo puede caminar todo el pasillo recorrido y bajar las escaleras. Si me necesita, no dude en llamarme.

Asenti en respuesta, y seguí con la inspección de la habitación. Oí cómo se alejaban, pero necesitaba saber algo importante.

Me giré -¡Borión! -se dio la vuelta, centrando su atención en mi.

-Dígame.

-¿Conoce un bar por aquí? -asintió.

-Sí, hay un bar muy conocido en el centro de la ciudad, a unos veinte minutos de aquí. Rústico y elegante. Le encantará, señorita. Puedo llevarla cuando le apetezca.

-¡Ay, sí! -Aro aplaudió de emoción, mirándome con una sonrisita- ¡Yo también quiero ir!

Ignorando a Aro, volvi a la conversación. -Esta misma noche será.

-Ah, claro. Sólo le advierto que las calles... están peligrosas para una joven como usted.

Sonreí por sus palabras. -No tema, Borión. Yo tampoco lo haré. Jamás. Tenga por seguro que todo peligro queda pequeño bajo mis balas.

Una leve sonrisa en su rostro se hizo presente. -Que así sea, señorita. Con permiso.

Nuevamente, se giraron para retirarse, pero esta vez no los detuve. Camine y cerré la puerta detrás de mí espalda.

Reí a lo bajo al escuchar a Aro con su usual tono de advertencia.

«Y escucheme bien, Borión. Quiero que mi habitación sea la más hermosa y espectacular de la casa...

-Me temo que esa habitación ya ha sido creada para el hijo de los Freullain, señor...

...

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