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I


Una presentación impura y...
sangrienta.




10 de julio
2017.
Reino Unido.

BAYLENA.

La luna estaba resplandeciente, colando su luz por la ventana de mi habitación. Justo en ese momento de paz, sonó el pitillo del celular fijo.

-¿Aló? Habla con la cazadora de vampiros de la fundación Strihillskin. -contuve mi risa por un momento.

-¡No puedes atender así a todo el mundo, perra enferma!

Sonreí al oír su voz chillona pero con aquel tono varonil que le caracterizaba.

-Obviamente que vi el número, gatito en penas. -observe mis uñas largas de color negro que contrastaban con mi piel. La combinación quedaba espléndida.

-Deja de decirme así, Baylena. -suspiró, cansado.

Jugué con el cable ondulado del teléfono-Está bien -respondí, recordando su inocente rostro de gato en pena-. ¿A qué va esta inesperada llamada? -era extraño que me llamasen a las ocho de la noche, era... demasiado temprano.

-Debes de venir urgente, están pasando cosas extrañas a las afueras de la ciudad. Han encontrado varios cuerpos entre los ríos y árboles. Ya han reportado cinco desapariciones en un día.

Fruncí el ceño. -¿Tantas? Debe ser un crío.

-No lo sé, tú eres la experta, no yo.

Reí con un poco de burla por su ignorancia. -Yo no sé mucho de vampiros, pero sé cómo matarlos. Grábate eso, Aro.

-Ya, ya... -con tono pacificador quiso calmar mi ira inexistente. -Dejemos la charla, debes de venir deprisa.

-Bien, estaré allí en lo que canta un gallo. -tomé mi chaqueta oscura y mis guantes de cuero del mismo tono.

-Y, Baylena -lo escuche decir a través de la línea telefónica. -, ten mucho cuidado al salir. Estos últimos días te has ganado una fama entre ellos y están queriendo despedazarte.

-Les meteré mi polla imaginaria hasta el corazón, y los mataré con esa estaca divina. Bye, bye. -me despedí, colgando el teléfono.

Al ponerme los guantes, y apagar las luces, tomé el arma plateada que se encontraba adentro de un portafolio. -Mi fiel amante. -susurré, leyendo las letras de su cuerpo. Le cargue un estuche de balas bendecidas y salí del departamento.

Camine el gran pasillo hasta llegar al ascensor. Todo estaba muy silencioso.

Qué extraño. Pensé.

La vieja del departamento siete era una molestia con sus niños, siempre se encontraban a los gritos. ¿Se habrán ido a la casa de un familiar?

Bueno, mejor. No los tendré que escuchar por la mañana cuando regrese.

¡Dormiré en paz!, grito una mini yo interna.

Tomé el ascensor y baje hasta la recepción. Las luces se encontraban apagadas. El recepcionista sexy que coqueteaba con las mujeres adineradas, hoy no se encontraba, de hecho, nadie se encontraba en su puesto.

Pero si eran las ocho de la noche.

Algo comenzaba a preocuparme, pero intente no pensarlo mucho; me necesitaban en la organización y era urgente.

Salí del hotel y me fui por el callejón oscuro que conectaba con el centro de la ciudad. Oh, mi querida ciudad Bristol, esa que esta plagada de gente adinerada e inocente, pero sobretodo, de vampiros británicos.

El frío arrasador de la noche llegó hasta mi cuello. Aún no veía el final del callejón.

Fue en ese momento que pude sentir el olor metálico de lo que pude reconocer como sangre. Seguí mi camino, ignorando aquello, pero la mentira duró muy poco cuando, a lo lejos, pude ver un bulto en el suelo.

Era un cuerpo.

Corrí hasta este y me puse de cuclillas. Un anciano maloliente con algún que otro arapo cubriendo su cuerpo delgado y arrugado, se encontraba tiritando. Estaba manchado de pies a cabeza con algo oscuro.

-¿Qué le ocurrió? -pregunté, tomando su mano pequeña y pálida. Este no respondió, pero sus ojos que se encontraban cerrados, se abrieron para observarme. Su rostro agónico se halló frente a mí.

La mano que le sostenía, se alejó de la mía, para elevarla y apuntar temblorosamente detrás de mí.

-Señorita, -me susurró, asustado- larguese, por favor.

-Tarde, anciano. -saque el arma que se encontraba oculta debajo de mi brassier-. No mire esto. No apto para sensibles. -le susurré.

Me di la vuelta y disparé, atravesando un cráneo femenino con una de mis balas bendecidas.

-Sabía que uno de ustedes estaba aquí, hijos de putas. -solté, agria hacia una mujer de cabello dorado y tez pálido. Uno de sus ojos rojos me observó con odio, mientras cubría el otro con dolor.

Sonrei.

-Le falle, le di al ojo y no al cerebro. Odio no pegarle a la frente, ¿es qué ustedes tienen una clase de colchón antibalas en el ojo...?

Una patada inesperada detrás de mí me arrojó muy cerca de la rubia, callando mis palabras.

El ardor de los raspones en mi rodilla se hicieron presentes. -Por la puta... -maldije en voz alta.

-¡¿Has visto lo que me hiciste, zorra de mierda?! -una voz femenina, se escuchó muy cerca de mi oído. Supuse que era la rubia.

Trate de ponerme de pie pero recibí una patada en mi vientre. Con los ojos entrecerrados pude ver que quien me había golpeado, llevaba unas botas con tacón.

-Te sacaré el corazón y lo romperé con mis propios dientes, rubia asquerosa. -me puse de pie rápidamente, esta se movió ágil y rápida hacia unos metros apartados de mi lugar.

Observe sobre mi hombro a mis espaldas. Un muchacho rubio, igual de parecido que la rubia frente a mí, se encontraba de pie, listo para atacarme.

-Siempre vienen acompañados. Ustedes no son de sangre pura. Aún son astigios... eso quiere decir que son críos. -sonreí, esa información la había leído del libro viejo de mi entrenador.

Cuando los vampiros venían acompañados y aún llevaban los ojos rojos, quería decir que seguian siendo críos, recién convertidos. Se les solía llamar como astigios y llevaban la característica de ser muy agresivos y salvajes para ir en busca de comida. Se hallan en su cima, y creen ser invencibles.

Pero... qué lástima, se han topado conmigo.

-¿Y eso qué? De igual forma somos inmortales, pedazo de mierda. Puedo matarte ahora mismo. -respondió la mujer.

-Tu ojo no se ha regenerado -le recordé y esta pareció percatarse de ello-, mis balas están bendecidas -reí burlonamente-. Soy una cazadora de vampiros. Déjenme dotarlos, malditas putas. Hoy no chuparan sangre, chuparan mi polla.

La rubia se abalanzó hacia mí, arrojándome bruscamente al suelo. El hueso del culo me dolió más que el piercing en la oreja. Aprovechó aquello para darme un rasguño directo al cuello, el ardor en aquella área palpito. La patee muy lejos de mi y volví a ponerme de pie, disparandole en la cabeza tres veces.

Un grito desgarrante salio de sus labios, cayendo débilmente al suelo, la sangre brotó como una cascada de su rostro. No le iba a sanar rápidamente, de hecho, corría peligro, ya que le había dado directamente a la frente.

-Ya no eres tan inmortal. -me burle, y supe que el muchacho detrás de mí seguía oyendo.

Seguro huirá. Pensé.

-¡Hermana! -gritó, para mi sorpresa, corriendo hasta llegar a ella. La abrazo, y luego inspeccionó su rostro irreconocible.

Auch, eso debió doler.

El muchacho comenzó a sollozar, abrazándola nuevamente. Ella no pareció tener fuerzas para responder, o mejor dicho... ya había muerto.

Luego de unos eternos segundos de silencio, comencé a aplaudir. -Qué bello, qué majestuoso... un monstruo llorando por otro monstruo. Qué emoción, qué tristeza. -este me observó desde su hombro. Pude notar la ira en sus iris rojos.

-¡¿Qué carajos le hiciste, puta de mierda?! -gritó, como si su corazón inexistente se hubiera hecho trizas.

-La mate, ¿qué? ¿No ves? -respondí, obvia-. Y ahora te llevare a su lado, así que prepara el culo porque te reventare el cráneo.

Este sacó un cuchillo de algún lugar perdido de sus pantalones oscuros y se abalanzó hasta mí. Otra vez, caí al suelo, golpeandome el hueso dulce del trasero

-¡Carajo! -maldije otra vez. Con la cuchilla muy cerca del ojo, sostuve su brazo-. Peleas igual que tu hermana -le dije.

-¿Sí? Recuerda esto, porque será lo último que veras.

Me reí a carcajadas, tomando nuevamente la pistola que se encontraba a centímetros de mí mano. -Mis balas pueden estar bendecidas, pero yo no creo en Dios, ni en el satanismo, pero tú morirás y no en mano de esos mandos. Recuerdame en el limbo con la firma de mi bala en tu corazón, vampiro. Mi nombre es Baylena, la cazadora de vampiros, la única que logrará exterminarlos para siempre.

Pose la pistola en su pecho, allí donde se encontraba su corazón.

-Nos vemos en el más allá, perra. -me despedí, jalando el gatillo tres veces.

Le metí una patada en el abdomen, sacandomelo de encima. Me puse de pie y le disparé al muchacho en la cabeza y a ella en el corazón.

Mi trabajo ya estaba hecho.

Acomode mi ropa y guarde la pistola en mi sostén. Observé hacia todos lados antes de correr hasta el hombre en el suelo.

Este seguía tiritando débilmente. -Señor, por favor, dígame que le han hecho. -le susurré suavemente, como si temiera herirlo con mis palabras.

Este hizo algún que otro quejido de dolor, pero no pudo responder.

Marque rápidamente al número de Aro, este, al tercer repique respondió. -¿Qué sucede? ¿Por qué tardas tanto?

-Trae un auto blindado y unos médicos. Esto es urgente. Tenemos a una víctima. -solté, sin alientos.

-¿Dónde estás? -su pregunta cargada de preocupación y temor.

-En el callejón cerca del hotel donde me hospedo.

-Quédate allí, voy enseguida con Afal.

Corte la llamada sin esperar más nada, y observe al hombre debajo de mis brazos. -Por favor, aguarde un poco más. Yo lo pondré a salvo, se lo juro. -quise hacerlo sentir seguro con mis palabras.

Pasaron unos minutos largos cuando un auto a metros de nosotros, se estacionó. Dos hombres altos salieron de este.

La cabellera dorada de Aro fue lo primero que se vio, y su porte masculino y elegante le acompaño. Al acercarse a mí, me tomo del rostro, preocupado.

-¿Te han hecho daño? -le señale con la cabeza para que mirase detrás de mí.

-Pregúntales. -me puse de pie cuando este se fue hasta los fallecidos.

-¿Y él? -preguntó Afal, mientras se desordenaba su cabello castaño bien cortado. Su traje oscuro se encontraba bien portado y fino como el de Aro, y no era sopresa; ellos eran los fashion de la organización.

-Lo han herido esos malnacidos. Ayúdame a llevarlo al auto. -le ordené, haciendo un esfuerzo para ponerme de pie con el hombre colgando de uno de mis hombros. Esperando la ayuda de mi colega, pude ver como su rostro se contraia en obvio asco.

-Ni de coña. -lo oigo decir.

Lo observe, ceñuda. -¿Qué? -pregunte.

-¡Mi traje es nuevo, Baylena! -obvio, respondió, señalando este.

-Más te vale ayudarme, porque te meteré el traje por el hueco del ano y te saldrá por la boca, te lo aseguro.

Giro los ojos, situándose al otro extremo del hombre. -Más te vale pagarme esto.

-Lo que digas, gatito en celo.

Aro se acercó a nosotros, observó al hombre colgando de nuestros hombros pero no hizo muchas preguntas al respecto, sólo nos mostró unas pequeñas cápsulas de cristal llenas de sangre.

-Confiscaremos esto con los científicos. -dijo, abriendo las puertas para que entresemos al auto. Los tres, junto al anciano, nos sentamos en los asientos de atrás.

-Por Jesús, a este hombre le apesta la vida. -escupió Afal con repugnancia.

-¿Sí? Pues tú lo bañaras.

-¡Ni en un millón de años! -negó rotundamente, y yo solo reí.

-¿A dónde vamos, señor? -preguntó de repente una cuarta voz masculina.

Después de acomodarse su corto cabello, Aro no tardó en responder: -A la catedral de Bristol. -allí donde se encontraba la organización secreta de cazadores de vampiros, Strihillskin.

Sonreí.

Y la noche apenas comenzaba con el usual aroma de la sangre impura.

...

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