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Capítulo 8


Para cuándo entré al colegio, encontrar un círculo con el que encajar se volvió difícil. Había diversas mesas en las que sentarte, pero la distinción de las líneas paralelas era palpable, no engañosa.

Todos tenían una amnistía en el colegio, en el trabajo, e incluso en la casa. Cada quien ocupaba su tiempo y lo distribuía de acuerdo a sus cordiales tareas. Incluso yo.

Emilia, en ése entonces, fue la única que me aceptó en su grupo de amigas, y me hubiera encantado seguir la historia tópica, pero ahí estaba la trampa. Le encantaba mentir y robar, y era algo tan nuevo tener las cosas que no me pertenecían para hacerlas mías, hechas a mi medida, y apoderarme de las fluidez de las palabras nacientes de mi boca para obtener lo que quería, o para librarme.

Ahí, entre la mentira y el hurto, me decanté por el efímero, pero delicioso, embuste del primero. Siempre anhelé la habilidad de Emilia para embaucar con las palabras a los demás, y ésto también era sencillo por su encanto, así que iba a ser una faena ardua potenciar lo que ya tenía, pero que no sabía cómo usar.

Agarrar un libro de la invaluable colección de Richard me valió para odiar el mismo engaño que algún día me había fascinado. Mentirle de cara a cara fue un recuerdo subyacente del que me permití obtener la culpa y llorar frente a ella, arrepentimiento de mis actos.

Nunca faltaron sus lecciones, que parecían predicciones de mi futuro, del contemporáneo. Algunas veces, parecía que me preparaba para este, donde lo perdía todo.

Es una pena que hayas mentido a tu padre, Eyén.

Sus ojos eran lastimeros, dolidos. Se agachó gracil y acarició mi mejilla.

No hay peor mal que el de saber mentir, y tú no lo has dominado. Jamás lo hagas, pues encontrarás pura perdición y laberintos como el que construyó Dédalo. Empero, si lo haces, recuerda correr. No habrá alguien que detenga tu mentira, mucho menos tú.

Que paradoja recordar sus palabras que pegaban más que una ola a la playa. Lo tomo en cuenta, pues de aquí en adelante, parece que necesitaré de la mentira para sobrevivir, y lo único que me queda es correr.

Correr o ser atrapada.

Cierro los ojos, indispuesta y vacilante para presenciar la verdad de la boca de Di Marco.

—Wegner—ordena Polizzi.

Donato me baja, agarra mi mandíbula con una mano y con la otra aprisiona mis manos. Baja su cabeza hasta quedar a la altura de mi oído y ronronea un:

—Mira y escucha, mausi, ésto te encantará, lo prometo.

A pesar de ser reticente a las órdenes, mi cuerpo y mente clama escuchar, así que cedo un poco a lo que me espera.

—Viktor me buscó hace unos años y me ofreció...—no quiere hablar. Lo que esconda, prefiere llevarlo a la tumba.

—El otro día vi a una chica que deslumbraba por su belleza. Tenía un par de aretes en forma de gardenia...

—¡Basta!

El sudor cae por su frente cuál cascada.

Cierra los ojos y habla—Me ofreció un trato a cambio de la libertad de la libertad de...—se resiste, pero al final lo dice—mi difunta esposa y de mi hija. Su vida por sacrificar de mi elección. No sabía que ésa persona sería un señuelo, y tampoco que sería influenciado para elegirla.

«Yo...no sabía que ésto acabaría tan mal. Viktor necesitaba el poder de ésta ciudad y la protección que yo le ofrecía para ir tras Darek Visconti. Solo me pedía eso. Libertad para ellos a cambio de mi protección.

«Jamás imaginé que elegir a un escritor lo condenaría a él y a su familia. No quería hacerle daño a Eyén. Es la amiga de mi hija, no pensé que todo caería sobre ella y la condenaría a su paso

—Hay algo que no me estás diciendo, Di Marco—susurra Parizza.

La verdad, ¿Esa era la verdad?, ¿Por qué elegir a mi papá?, ¿Qué había hecho Polizzi para influenciar a Di Marco a elegirlo?

Trago saliva. Sigo sin entender nada, y tampoco alivia mucho el peso de las palabras del juez. Pero él no me entregó a Prettion ni a Robert, fue mi padre, aunque Polizzi fue quien lo eligió. El padre de Layla solamente fue otro peón, como yo. Él solamente salvó a su familia.

—Después de entregarla Richard Allen, Viktor me prometió no molestarme como tampoco a mi familia.

«En el decurso, me enteré de quién era la hija de Allen. Ella convivía con mi hija a diario. La hacía feliz como yo no pude. Intenté hablar y negociar su deuda, pero todo quedó intacto. Nada la salvó. No sé más allá del trato que se me ofreció.

Volteo hacia Polizzi. Una vaorágine de sentimientos entra de lleno. Si estás eran las pruebas de confianza y plenitud, había errado. Solamente aumentó mi desconfianza y, ahora, mi enojo. Él presionó a Di Marco a elegir a mi padre, ¿Para qué? sólo lo sabía él.

—¿Acaso esto es lo que me quería mostrar?

Se gira, junto a la General Armiana, y entrambos analizan mis palabras. Por su parte, Polizzi no denota ni una pizca de arrepentimiento. Por la otra, la General Armiana parece intrigada por mi presencia y la elección de palabras tan descortés. Frunce el entrecejo y se queda callada.

—La verdad siempre viene con un poco de traición, kleine.

—¿Así espera que haga lo que quiera para usted?

No había considerado aceptar ni ofrecer mi lealtad, pero quería barajar mis cartas.

—Si me traiciono al salpicar lo que ansía, confiará en mí —suspira—además, era una cortesía el ofrecimiento. No esta a discusión si va a ayudar o no.

El interrogatorio de Parizza termina sin que nadie escuche la segunda cosa a favor del juez. Éste camina unos cuantos pasos fuera de la aquella habitación y nos mira. Se detiene en la General Armiana y asiente, en un saludo.

—Querida Diana—extiende los brazos alegre—pensé que estarías muerta.

—Parizza, que grato verte de nuevo.

Todos se apresuran a caminar por los pasillos conmigo todavía aprisionada por las manos de Donato. Los tres mayores enfilan mientras nosotros dos cerramos. Discuten en otro idioma y no me esfuerzo en intentar adivinar que dicen. No lo lograré. Si me resisto, es posible que termine mal, así que camino un poco reacia.

Llegamos hasta otra habitación, está vez negra, y Parizza abre para que pasemos. Cuando todos estamos adentro, cierra. La sala es medianamente espaciosa y más amueblada que las otras.

Donato me sienta con fuerza en uno de los sillones blancos mientras él reposa su cuerpo en el buró blanco de al lado. No discute sus órdenes, las conoce y planea ejecutarlas sin chistar. Es un fiel subordinado, así que nunca se me cruzó sobornarlo.

—Como te decía, kleine Eyén—lo miro con odio y él sonríe—tan sólo es una prueba de confianza. Es posible que no la entienda, pero lo hará. Al final—se sienta frente a mí—no tiene de dónde escoger. Le ofrezco ayudarme a cambio de ayudarla. Es un buen trato.

—¿Cómo el que le hizo a Di Marco?

Parizza se ríe a su lado. Le divierte la situación, y noto que nada lo toma en serio. La General Armiana se sienta en silencio en un sillón individual, todavía sin mediar palabra.

—No me interesa el trato que le hizo a Di Marco. Las elecciones de Richard jamás fueron influenciadas, por lo menos no las que destruyeron a su familia.

Lo pensé durante años, y llegué a la misma conclusión. No importa si alguien había amenazado a lo que alguna vez fue mi padre. No importaba ya y tampoco le importó destruir con su obsesión y descaro el amor de una mujer y su hija. Lo que sea que lo hubiera llevado a ese hoyo, tenía una opción. Decidió olvidarnos y ser egoísta. Salvarse y no salvarnos.

Tampoco lo culpo, yo hice lo mismo alguna vez.

—¿Disculpe?

Me enoja descubrir que tampoco tuvo elección, y si la hubo, no la tomó. Ser un ludópata no se elije, se crea. Y eso fue algo que decidió, no a lo que se le forzó. Eso solamente comenzó todo el fuego de su vida.

La confusión gana en mis entrañas, pero mi decisión sigue siendo la misma. No lo perdonaré. Hubo más cosas que nos hizo. Más dolor que lo condenó a mi odio y a mi desprecio.

Tanto él como yo seguiríamos pagando los pecados que nos mantenían fielmente unidos. Parecíamos diferentes, pero no lo éramos. Ambos habíamos condenado a la única persona que amamos a una mente desmoronada. Nos habíamos hecho daño físico y emocional.

Al final, no éramos desiguales.

—Dígame que ha pasado con mi madre—reposo mis brazos sobre mis piernas—no me interesa ya la verdad sobre ese bastardo, no intente ganarse mi confianza con ello. No lo va a lograr, es un camino pérdido.

—Interesante—escucho el murmuro de la General.

—¿Así que ya no le interesa?—pregunta intrigado.

—Estoy perdiendo mi tiempo con ése tipo de preguntas. Dígame lo que quiero saber.

Omito responder, pues sé que una parte de lo que digo es mentira. Sigue doliendo, aunque sea un poco.

Él, como una persona que odia perder el tiempo, y que dejó en claro cuáles fueron sus intenciones desde el inicio, debe de tener claras las mías. En mi mundo, solo existe ella.

—Bien—se escucha diferente—primero, le presentaré su oportunidad de ayudarme. Él es el General Massimo Parizza—me saluda de nuevo y se deleita con mi sorpresa—ella es la General Diana Armiana, como ya has podido escuchar—no me hace ningún gesto—y yo, Viktor Polizzi.

—¿Y ésto es...?

—Puedes llamarlo el equipo Vivanco—se encoge de hombros Parizza.

—Que gracioso—digo amargamente—¿Y cómo se supone que me ayuden?—los señalo, sin menncionar sus cargos.

—Es bastante mundano, kleine—despacha Polizzi—ayúdeme a atrapar a Darek Visconti y le ayudo a recuperar a su madre.

Aprieto la quijada—¿Recuperarla de que?

—Oh, se me ha olvidado ésa parte—piensa—no me dejó terminar, así que no lo sabe—me mira fijamente—recuperarla de los indeseables brazos de Prettion.

«Su padre la ha vendido como una bailarina, o algo más, a Prettion, cuando amenazaste a Robert. Éste sólo tuvo que hacer una llamada para sentenciar a su querida madre»








(...)


Parizza tuvo que quitar de enmedio a Wegner cuando quise abalanzarme contra Polizzi. Ya no había una sonrisa en su cara cuando terminó la oración, pero si un deje de lástima en sus ojos que me hizo verlo como un verdadero monstruo que haría lo que fuera para obtener la victoria. No hizo nada para detener a Richard. No ayudó a mi madre, una mujer inocente que tomó una decison equívoca al casarse con la destrucción de su mundo. 

Él estaba jugando con mi cordura y temperamento. Lo había dejado claro, los jugosos tratos y buenas recompensas tan solo eran incentivos y alicientes para hacer lo que quería. Lo que, al final, dije no hacer. Pero aquí estaba, resistiéndome e instando a mi mente a no cometer una tontería que me costaría la vida, y a mi madre. 

—¡Maldito!—grité cuando tuve raciocinio, mientras me habían llevado fuera de su alcance o de cualquier General, salvo del cínico de Parizza. 

Más hombres entraron a la habitación y protegieron a Polizzi de mí, una diminuta e indefensa chica que intentaba matarlo con lo que tuviera a mi alcance. Lanzando desde cojines hasta patalear para llegar a él y arrancarle los ojos. Luché con todo mientras me sometían hasta quemarme las muñecas, incluso las mordidas se volvieron parte de mí al verme en ése frenesí que me era ajeno. 

Parizza me sacó de un tirón y me amenazó con noquearme. Sus palabras fueron duras y suculentas al entrar al infierno, como lo había hecho con el juez Alonso Di Marco al meter a Layla al juego. Parecía un joven que amaba la locura y las tretas, pero en sus ojos veías la corteza dura de su alma. No parecía tener compasión, ni por una alimañas, solo era devoto a su trabajo. 

—Oh, vamos, bella dama, detente—me sujetó más fuerte mientras la puerta se desvanecía.

Intenté propinarle una buena batalla, aunque resultó fútil. Su cuerpo era pétreo y resistente a mis intentos por volver y envenenar cada parte de ése viejo. Por ello es que medité mis opciones y decidí que las palabras serían mi escudo. Mi salvación.

—¡Por favor, es mi madre!—dejé que los indicios de las lágrimas se vieran, pero no tanto—no puedo dejar que él no la rescate. Es lo único que me queda, sin ella estoy pérdida—me volteé hasta quedar inmóvil—no tengo a nadie mas. 

Apretó la quijada y vi la lucha interna que estaba librando. Sentía respeto puro por Polizzi, pero cuando escuchó ésto último, vi la repugnancia en su mirada. Parizza, como yo, sabía que pudo hacer más y, por alguna razón, entendía mi amor. No quise rascar en su herida, pero me aprovecharía de ella. Lo mantendría como un aliado silencioso sin que se diera cuenta. Le diría y le haría ver la verdad si eso me ayudaba en la locura que me esperaba con el General Polizzi. 

—Necesito saber que está bien—susurré, al borde de la perdición.

Dejé que el cansancio y el enojo ganaran terreno. Me deslicé por la blanca pared mientras seguía llorando. Parizza no intentó llevarme más lejos, así que entendí que por lo menos una parte de sí se resistía a lo absurdo. En vez de volver a ser cruel, se sentó a mi lado. 

—No te preocupes, bella dama, ella estará bien—suspiró y cerró los ojos.

Depués de un rato, pregunté:—¿Cómo sabes eso?

—¿Tan rápido nos vamos a tutear?—abrió un ojo y sonrió.

Me puse rígida—Tampoco nos llevamos tantos años—la incomodidad estaba reinando. 

—Apenas estoy en mi plena juventud de los treinta y cinco. Tú tienes veinti tres. Supongo que podemos tutearnos, sí—alzo los hombros, desinteresado—Repito, ella estará bien.

—No estoy segura de lo mismo—golpeé mi cabeza con la pared trasera—nadie está a salvo con el viejo Prettion.

Hubo un gran silencio.

—Solamente acepta el trato del General Polizzi. No tratarás más con él si no lo deseas, pero estarás con Armiana y conmigo. 

—¿Ayudarlo a qué?—pregunté y no dejé que hablará—incluso mi decisón fue tomada desde que amencí amenzada con el loco del subordinado. Me está chantajeando el anciano para llevarse a ése criminal.

Parizza vuelve a reír—Viktor puede parecerte una abominación, pero reconoce la importancia de la familia. No dejará que nada le pase a tu mamá—posa una mano en mi hombro, intentando confortarme—te lo prometo, bella dama.



(...)


Las horas vuelven a pasar. Nadie intenta determe, y tampoco hago amago de volver a arañar cada parte del ser de Polizzi. No tiene más sonrisas ni comentarios jocosos. Una parte de mí parece inquieta ante el engaño que representa su parsimonia. Prefiero lo sardónico antes de lo subrepticio. 

—Creo que me malentendió, señorita Allen—sus manos están pegadas a su barbilla.

Muerdo mi labio disgustada—Es Wood.

—Señorita Wood—se corrige—me gustaría obtener su ayuda de la forma más pacífica. Ya se lo dije, usted me ayuda y yo la ayudo...

Lo interrumpo—¿Me ayudará a rescatar a mi madre del propio infierno al que la condenó al no ayudarla?—no puedo evitar mi pregunta llena de veneno.

Traga saliva. Se le ve en una encrucijada moral, pero ésta no estuvo en su momento, por lo tanto no cuenta para mí. Dejo que vea la furia en mis ojos. Podré aceptar a la fuerza, pero lo haré pagar por el tormento que en éste monento pueda estar pasando aquella mujer de hermosos ojos miel. Y también haré que se arrpienta Richard.

Vender al amor de su vida, a su exesposa, a su confidente, a su única posible redención.

Te condenaste al hacerlo, susurro lentamente. 

—Puede que mis acciones se vean imposibles de comprender, pero le recuerdo que hay un mal aún peor. Le puedo asegurar de que su madre no ha sido dañanda de ninguna forma. 

—¿Eso se repite todas las noches, General?—me acerco y todos se alertan—no importa cuantás familias o personas haya condenado, lo que interesa es hacer caer al objetivo—sonrío amargamente—tal vez la única putrefacción sea usted. 

Me quito y se calman. No podría hacerle nada, salvo poner mis manos y obtener un fracaso. Debo de calcular todo muy bien, ya que ésto no saldrá bien para los dos, incluso para Elizabeth. 

—No me queda mas que aceptar—digo, rendida.

—Eso es cierto, pero mejor sean los términos de la situación, los resultados serán más favorables—se levanta—no me vea como un enemigo, sino como a un aliado. Una vez haya completado su tarea para con nosotros, su madre y usted podrán empezar de nuevo en otra ciudad, alejadas de la deuda y de su padre.

Levanto la cabeza, puesto que es alto. La sombra se proyecta y deja ver a alguien recio y podrido, infectado por un sentido de justicia tóxica que lo condenó. No me produce lástima, solo hace hervir mis venas como alguna vez lo hicieron los actos y mentiras de Richard. Tan solo es otro monstruo como nosotros. Probablemente haría lo mismo, pero por una razón mejor que un montón de ordenes. 

—Entonces, es un trato—levanto mi mano y repugno el tacto de su mano con la mía, estrechadas. 

—Es un trato, señorita Wood. 

Oigo aplausos y volteo. Parizza está frenético. Imita a las masas de fanáticos cuando se equipo ha ganado. Sonrío un poco y él asiente en mi dirección discretamente. Me da las gracias por aceptar su consejo en aquel pasillo sin verme tan maniática. Sin embargo, me pesa el hecho de saber que eso es una total farza. 

Correr o ser atrapada-

Aquí empieza mi imperio de mentiras. 

Aquí empieza mi vals. 


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