Capítulo 6
Cuando medité sobre el futuro, el que parecía más cercano a cada paso, entendí que mi ambición, como la de otros tantos, era llegar hasta tocar el cielo, permitiéndome caer lo más estruendoso posible. Disfrutaría de ese menester insaciable que me hacía parecer la personificación de la guerra y el anhelo.
Siempre lo deseé.
Soñé en grande, mirándome una y otra vez en el espejo con pliegues llenos de recortes de tormentas, consolando la empobrecida efigie férrea que era. No una gastada alma que luchaba a sol y a sombra.
Quería llegar a mi máximun. Hacerle saber a mi padre que sus cuentos y sus palabras habían cobrado el efecto deseado desde que era niña. Que su gran lago estaba fluctuando. Quería levantarse como él lo estuvo algún día.
Lamentablemente, la caída fue peor de lo que me esperé. Iba en picada, sin remordimiento, sin espera alguna.
Deudas. Rencor. Traición. Sueños destrozados. Hospitales. Miedo.
Todo era una sinergia de lo que representaba su amor destructivo.
Nos había partido, y yo seguiría culpando lo de nuestra ruina inminente, esperando algún resarcimiento. Uno que hasta el día de hoy no había llegado.
¿Cuántas veces no me imaginé llorando en sus brazos?
¿Cuántas noches no me odie por cargar todo sobre sus hombros?
Fue una estupidez darle un respiro a un hombre condenado al vicio y al desastre. Y más lo fue cuando la espera se volvió en años. En sostener su error. En dejarlo libre mientras nos ataba a una horca.
Intento abrir los ojos y lo primero que me llega es el ramalazo de mi cuerpo. Mi boca ya no sabe a ese metálico sabor, pero se siente seca. Por otra parte, los movimientos más triviales que hago se realzan.
Retengo el pequeño grito.
Me siento desorientada y magullada, todo parece incómodo y recargo mi cabeza en lo que parece el posadero de la silla. No puedo ver y eso también es otro impedimento en mi búsqueda, pero no gasto energías en lo que no puedo hacer.
Solo espero, pacientemente, a qué algo sucede.
Los minutos pasan más lento de lo que ruego, pero pasan.
Un chiflado se hace presente a medida el portazo contra el vacío se aleja. Las pisadas se acercan, y son más densas. Intuyo que son botas militares.
—Interesante.
Es lo único que articula la voz que, entra en mi memoria. Es el hombre trajeado. Es Donato, por lo que le escuché decir a Julián y a su propia compañera.
—¿Se te hace interesante mantenerme atada como a una animal?
No puedo evitar responder de forma jocosa y enojada. Mi pregunta es tajante y borde. Solo escucho su risa y como sus dedos se deslizan hasta arrebatar la tela de mi visión. Parpadeo unas cuantas veces antes de acostumbrarme a la luz.
Los pilares azules con los adornos negros son más cuidadosos, podría ser el único adorno de aquella estancia. Un único escritorio está de forma diagonal, con papeleo pesado, mientras lo demás es pulcro y discreto.
—¿Terminaste?
Giro de inmediato y su vista está en algo que cargan sus manos. Es un folder negro que repasa con cuidado, releyendo lo que estuviera ahí.
—La verdad es que no.
Sé que debería de callarme. No estoy es una gran posición ventajosa, pero es inevitable. El enojo sigue ahí, latiendo, alentándome.
—Creo que Cam tenía razón.
Masajea el puente de su nariz, frustrado, haciendo que frunza el ceño.
—¿Eso es...?
—Parece que eres inocente.
Se encoje de hombros cuál niño ante una travesura. No le importa si se ha equivocado, sino que ahora no tiene a quien joder.
Lo perforo con la mirada.
—Cualquiera se disculparía.
—Me alegra no ser cualquier persona.
Se voltea, haciendo que su camisa ajustada se ciña a sus músculos. Camina hasta el escritorio y de uno de lo cajones saca una cajetilla de cigarros. Prende uno y se vuelve a aproximar, ofreciéndome uno.
Lo fulmino. Mis manos siguen atadas, y no hay algún indicio que me diga que romperá lo que las mantiene a ralla. Me rindo y acepto. Coloca entre mis labios el cigarro y lo enciende en un abrir y cerrar de ojos.
Si esa es su forma de pedirme perdón, es algo muy mediocre.
Aspira. Los disfruta y vuelve a catar el sabor que asalta su boca. Parece disfrutarlo. Se mantiene en silencio, reflexionando con los ojos cerrados.
—¿De dónde conoces a Robert?
Me toma desprevenida, sin embargo, no dejo que ningún sentimiento o emoción se asome. No soy tan tonta para delatar a la rata de coladera. Me vale un comino la relación que tenga con el hombre, no me incumbe y al mismo tiempo lo hace. Mi deuda es algo que se mantiene en la confidencialidad.
Hago a un extremo el cigarro mientras respondo.
—Jugamos bingo.
Alzo los hombros mientras él ríe.
—Oh, gatita, me empiezas a caer bien.
El apodo es desagradable. La comparación con el pequeño y delgado animal escurridizo me hace bullir. Aprieto los dientes.
—Imbécil.
Susurro por lo bajo. Sé que me ha oído, pero sigue con su tarea de analizarme mientras gira la cabeza, como una serpiente.
—Que gran elección de nombre. Nunca lo había oído.
—Mmhh...
No es algo inusual que me lo digan, aún así, parece tomarle relevancia.
—Hija de Richard Allen y de Elizabeth Wood.
Empieza a recitar lo que contiene el folder.
«A los diecisiete años abandona la preparatoria y empieza a trabajar en una gama diversa de empleos. Los Allen pierden su casa y la hija, Eyén, compra una en los suburbios.
«Richard circula como desaparecido el nueve de noviembre de dos mil once, convirtiéndose en un fugitivo no solo de los casinos, sino de la justicia»
Chasquea la lengua.
—Personalmente, no soy tan fan de su trabajo. Sus cuentos no son tan grandiosos.
El amago de halago o desprecio no me causa nada.
—¿Quieres que te aplauda?
Lo pregunto en serio.
—Oh, por supuesto. Sería un grato sonido—me sonríe con toda su dentadura.
Arroja el folder a alguna parte de la estancia y se acerca. Saca algo de su bolsillo y la navaja aparece rápidamente. Me pone los nervios de punta. Con un ágil movimiento rompe las ataduras de mi cuerpo. Procede a retirarse cuando ha cumplido su tarea, parsimonioso. Pasa una mano por su sedoso cabello azabache.
—¿Qué buscas?
A pesar de que ahora no parece preso de la repulsión por los de mi talón, como había creído que era, tampoco le resulta agradable mi presencia. Eso se nota a kilómetros. Y yo estaba de acuerdo con ello.
Levanta una ceja—Directa al meollo.
—Ninguno de los dos quiere perder su valioso tiempo.
Tal vez no lo era para él, pero para mí sí. A estas alturas la casa, las facturas y las deudas sobrevivían porque yo trabajaba sin descanso. Drenaba mi alma y mis ánimos. Yo me había impuesto el sufrimiento.
No puedo saber con certeza que hora del día es. Eso me irrita. Ya tendría que estar junto a mamá mientras come o desayuna y me cuenta como es que uno de los productores ha soltado la mayor idiotez del planeta.
Aunado a ello, no había reposo en la tienda de Erick ni en el restaurante de Layla, por mucho que fuera mi amiga; cobraría caro este menudo error, y las grietas empezaban a aparecer. Las ventanas no me ofrecen muchas vistas de mi paradero, aún así hago el amago de acercarme y apreciar una vista más tranquila y ajena.
—Habla.
Normalmente no soy una persona borde, pero no me puedo permitir meterme en problemas. Hay alguien más allá que necesita de mí, del consuelo que solo los brazos de una hija puede proporcionar, por mucho que resulten fútiles.
Camina. No volteo en ningún segundo, observando las nubes y los edificios. En los pequeños cielos surcan los atisbos de lo que parece un día prometedor. Quisiera tener un miralejos para ser capaz de apreciar el esplendor de su belleza.
Quiero ver qué tan cierto es que el cielo puede fusionar su encantador cian con el arrebol y el verde.
—No me interesas tú, lo necesito a él.
—Si piensas que lo venderé, te equivocaste de persona.
Sabe que mentí en cuánto a mi relación con Robert y no lo venderé fácilmente, incluso si termino entre la espada y la pared. No tendría con quién negociar la deuda que iba a arreglar para que se sujetará a mi padre, a ese infeliz. Además, una parte racional me hacía pensar en los actos afables que había tenido.
Te traicionó, Eyén.
Me muerdo el labio. El pensamiento es tan cruel y rudo. No he conocido a alguien quién no lo haya hecho, salvo Layla.
—¿Y si te dijera que puedo liquidar tu deuda con Prettion?
Mi boca se abre y me quedo analizando sus palabras. Una por una, intentando asimilar lo que dijo.
¿Quién se ofrecería a pagar una deuda millonaria por mí?
¿Por qué?
¿Cómo se había enterado de esta?
¿Quién era este sujeto?
¿Tenía el poder suficiente para cumplir su palabra, se mantendría fiel sin aventarme como a una carnada?
No soy tan tonta para caer.
El Diablo no ofrece está clase de tratos, no es benevolente ni indulgente, sino hasta recibir su mayor premio. Con gran normalidad, su recompensa es mejor que la mía.
—¿Y cómo te propones eso?
Es mi turno de doblarme mientras me río histéricamente.
Debe de estar mirándome de una forma matadora, puesto que el silencio que sale es notorio. Las lágrimas que asaltan mis ojos ate su broma es tanta que siento que es la primera vez en años que la fidelidad de mis emociones se siente real, auténtica.
—¿Acaso he contado un chiste?
Limpio el rastro de las gotas con mi índice y asiento en su dirección.
—Uno muy divertido, gracias por ello.
Pretender que esto nos llevará a algún lado es inepto y ridículo. Nadie pagaría, repito, una deuda millonaria sin advertir las consecuencias. La misma ansiedad por obtener algo lo debe de carcomer, pero jamás he vendido un parte de mí para inmiscuirme con las agrias apuestas y promesas.
Esta vez no será la excepción.
—Oh, vamos—le sonrío cínicamente—o eres un idiota o yo una ingenua.
Se queda observando ese gesto durante un largo tiempo. Saboreo el momento, elevando las comisuras de mis labios, maravillada. Hace mucho no me divierto con las palabras entrometidas, no desaprovecharé la ocasión.
—He sido complaciente hasta ahora—sus dientes castañean, y no precisamente por el frío—no agotes mi paciencia, gatita.
Ahora es mi espalda la que reposa en una de las ventanas mientras una de mis piernas se eleva hasta que la suela se pega en la pared. El cigarrillo reposa en alguna parte. No me preocupo por ello.
—¿Sabes quién es Prettion?
Necesito preguntarlo, pues parece que no sabe de quién estamos hablando, o si lo sabe, ignora el modus operandi del viejo.
—Claro.
—Entonces creo que hablamos de diferentes Prettion.
Un avión pasa. Las cientos de personas que hay en este podrían jactarse de llevar una mejor vida que la mía. No está sumida en la miseria ni en el abandono, mucho menos en la incertidumbre. La fortuna con la que cargan y disfrutan el vuelo debería parecer suficiente, aunque sé que no lo es. Con gran frecuencia nunca parece ser suficiente.
Que daría yo por ir contigo en uno de ellos, Elizabeth.
Hablaría de las miles de flores que estarían por debajo de nosotras, explicando su cuidado mientras sus manos hacen maravillas con las sombras y su mirada se ilumina. Probablemente ahondaría en detalles como el requerimiento del agua o lo fantásticas que eran para subsistir con sus propios elementos.
—No es un viejo paciente, mucho menos si se trata de saldar cuentas. Te mira como mira a sus negocios. Te come hasta el último centímetro hasta encontrar lo que quiere.
Las palabras fluyen sin que yo despegue mi vista del rastro que deja el avión.
«Es un experto en saber cómo hacerte pagar. Se asegura de que entiendas cuál será el precio final. Cómo se desarrollará tu vida hasta apretar tus glándulas para que el último centavo quede en su escritorio.
«Hay muchas clases de monstruos, por ejemplo, los que se esconden debajo de la cama o los que esperan en la entrada. Él es otra clase en el que la piedad y la intimidación quedan superficiales»
Cierro los ojos, respirando, intentado olvidar el olor de su oficina; el característica repiqueteo de sus dedos inspeccionando los papeles; el tamborileo de su estoque final.
El viejo Prettion es sabio, pero otra clase de monstruo por encima del mío que destaca por la inhumanidad y lo tardo de sus actos. Todo está calculado a su alrededor. Nada escapa de sus manos enjoyadas.
Yo era muchas cosas, pero jamás habría hecho que alguien presenciara algo más horrible que lo que me hizo ver esa noche a mí.
—Tiene vigiladas mis cuentas. Desde el más parvo dinero hasta la cantidad más destilada. Se encargó de que todo el dinero que pase hasta dar a sus manos sea llenado por mi sufrimiento.
No adorno mis palabras, esas fueron las suyas.
—Si recibo una cantidad millonaria, la suficiente para liquidar mi deuda, sospechará. Me lo regresará y aumentará lo que por años me he esforzado por pagar—volteo hacía sus ojos negros—no lo arruinaré por ti ni por nadie, por más que la retribución sea más que magnífica.
Cierro y abro los ojos, relajando esa parte que me dice que me calle, que deje de explotar la ferocidad y la impotencia que me consumían cuando me agarró de la mandíbula y me hizo ver cómo aquella pobre y desafortunada mujer pagaba con creces un error.
—Puedo tenerlo tras las rejas.
Suena tenso.
Una escueta risa sale de mí—Si eso fuera cierto ya estaría tras éstas.
Ahora que ha develado que es policía o que tiene un parecido a estos, no puedo fiarme mucho, sin embargo, muestro mis cartas. Si soy inútil podré irme con ciertas condiciones, pero salir, a fin de cuentas.
—Como ve, no hay mucho que pueda aportar.
Se gira y camina con grandes zancadas hasta la puerta. Antes de irse, me echa un último vistazo y elucubra un:
—Lo harás.
(...)
Las horas siguen corriendo mientras las paredes se hacen mucho más pequeñas. El cielo va decayendo hasta convertirse arrebol, desaparece entre la magnificencia de los edificios que nos rodean, marcando la mitad del día.
Resoplo y alboroto mi cabello. He estado recostada e incluso espiando el papeleo del escritorio para darme una idea de lo que sucede aquí. Quién es él y que quiere.
Poco he hallado.
Las hojas reposan con descaro, burlándose de mí por estar en otro idioma. Lo que logro entender no es ni la mitad de lo que descifro. En la esquina superior tienen el mismo nombre: Donato Wagner.
No es policía oriundo, sino extranjero, y el departamento al que atiende parece trabajar con la INTERPOL. Un caso particular puesto que la corrupción en esta ciudad se destila hasta por las alcantarillas. Es un perfume vitalicio.
De pronto, el pomo y el mismo seguro de la puerta de abren. Sería una idiota si no hubiera intentado irme, fallando una y trae vez. Saltar no era una opción a menos de que fueran otras circunstancias. Lo único que me quedaba era esperar a que alguien volviera.
Entran con apuro tres personas vestidas con la misma pinta que le vi a aquel ojinegro. El más alto de ellos me sonríe viperino. En mi mente solo puedo pensar: tan viejo como Prettion. Detrás de estos le sigue Donato y su compañera.
Algo no está bien, Eyén.
Los inspecciono, casi desnudando los en una mirada asesina. Cinco contra una no es una batalla justa, pero poco importa eso. Retrocedo, valorando mis opciones.
—Kleine Eyén.
Extiende los abrazos, como si fuera a abrazarme. Su acento es más reacio y amargo cuando pronuncia mi nombre. Me recorren los escalofríos, omitiendo responder a un desfavorable saludo.
Una sombra atraviesa de forma fugaz, complacido por otro reto. Tengo muchos que hacer y no les daré el gusto de pensar que no me acongoja.
—Vamos, siéntate, kleine.
Golpea con las palmas una silla y la arrastra hasta donde estoy. Sus movimientos son graciles. Quiere aparentar una calma o comodidad que ninguno de los dos siente. Nadie en esta sala, mejor dicho.
Me agarra por los hombros y me insta a sentarme forzosamente. Jadeo y lo miro, boquiabierta.
—Eres perfecta para la tarea que tengo para ti.
Se ríe de sus propias palabras.
Aprieto los puños.
—Como dije—miro a Donato fijamente—no tengo nada que ofrecerle. Prettion no aceptará dinero ni nada que no venga de... —me interrumpe.
—Oh, no, kleine mausi, el dinero tan solo era un incentivo para que cooperaras.
De gracil a beligerante.
Ladeo la cabeza.
—Las apariencias no son lo suyo.
—Así es, no lo son.
Se inclina hasta quedar a centímetros de mi cara. Su loción se compacta con otros tantos olores que desfila. La mezcla se resiste a abandonarlo, es su dueño y perdurará el tiempo necesario y suficiente.
—Wagner y Samil son más reticentes a los lazos criminales, pero yo no—da unas cuantas palmadas en mi cara—podría vender mi alma si eso me diera la victoria.
Todos callamos.
Mi pecho promete salirse.
—Me traerás a Visconti y a Prettion.
—¿Y cómo se supone que haga eso?
Quiero preguntar porque la broma lobuna no se asoma por ninguno de los presentes.
—Hazlo y prometo entregarte a Richard.
Por primera vez algo lógico sale de sus labios, pero no lo suficientemente convincente para que me haga aceptar.
—¿Para que querría ver a Richard de nuevo?
Es su turno de dar ladear la cabeza y caminar a mi alrededor. Intento no girar mi cuerpo para seguir su camino, pero ahí está nuevo, la parva espina que me dice que lo que saldrá de su boca no es más que labia jurada y asquerosidad.
—Para rescatar a tu madre.
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T R A D U C C I O N E S:
1. Kleine (pequeña)
2. Mausi (ratón)
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