Capítulo 5
Si alguien me hubiera preguntando alguna vez que clase de padre tuve, probablemente le hubiera mentido.
Layla sabía muy mucho comparado con lo que conocían mis más allegados, que eran las nulas amistades que había destruido al paso de mi propio infierno familiar. Ella era mi única amiga en este momento, la única confidente a la que irónicamente parecía mentirle.
Su grito distintivo al tomar la llamada solo me hizo aguardar un momento para inspeccionar la situación.
Habían pasado dos días desde que trabajé en el Hotel Cassino. Dos días desde que Richard no se asomaba por la casa ni era visto con Robert.
Cuando escuché su precio, quise llorar. Había creído vehementemente que un ludópata podía cambiar por amor y convicción. Que error el mío, de nuevo. Quise creer que dentro de ese cascarón huesudo y con mugre y hedor se hallaba, todavía, mi padre, un hombre lustrado que se ganaba la vida con sus libros y llegaba a contarle sus cuentos a una niña mucho más tierna que la que me miraba en el espejo, con unas diminutas cicatrices y unos ojos mucho más duros, más regios como una tormenta.
Cómo a un lago y un cielo.
Aspiré una bocanada de aire y la escuché. Su ilusión era palpable, se la había pasado hablando con Arthur, compartiendo cosas en común, alegando que no era tan ermitaño como se veía. Su apareciencia engañaba, aunque era más una fina tela que te invitaba a descubrirlo, a acercarte y concordar.
—Piccolina, no lo puedo creer, le gusto.
Se ríe de sus propias palabras.
Me alegré por ella y la felicité por su avance con el chico.
—Aunque debo de comentarte una mini menzogna.
Era un lenguaje absurdo, mucho más burdo que el de un niño de primaria, pero era nuestro. Para ella, una mentira era un secreto, había una consonancia irrelevante que la volvía atractiva, por ello es que las palabras de nuestro gran lenguaje secreto podían ser contrariadas, pero tenían un significado a nuestro entender.
—Te escucho.
La incentive a comentarme el tan ansiado secreto.
—El siete siete estuvo hablando con espinas.
También el lenguaje podía ser algo que ella no entendía, pero era gracioso saber que se esforzaba por crear algo nuevo para nosotras.
El siete siete es el matasiete de su padre, y las espinas son Visconti, no era tan difícil de descifrar.
—Mmhh...
No entendía que tenía que ver el juez Di Marco y Darek Visconti, pero poco me importaba. Desde aquella noche me prometí investigarlo, pero no había tenido tiempo ni respiros. Los trabajos y las jornadas no perdonaban el dolor y el estrés, era algo que ya sabía, pero no me había acostumbrado.
Salí del cuarto de baño y recargué mi cuerpo en una de las paredes para ver más de cerca a mamá. Se había acostado en el sillón mientras veía la televisión y sus ojos sonreían, aunque cansinos, con las tonteras de los productores. Su cuerpo es más menudo que el mío por unos centímetros y su piel más clara que la mía, eso se lo acredito a lo enfermiza que se volvió después del abandono y la tristeza perenne; sus manos son más delicadas y tibias, mientras las mías demuestran lo variopinto de mis trabajos a lo largo de estos años. Y, sobretodo, su personalidad es lo opuesto a la mía. Siempre fui brusca y salvaje, ella no. Su dulzura alumbraba mi mundo, sus palabras más, y no se diga de su hermosa voz al cantar y bailar por toda la sala.
La extrañaba.
Extrañaba su aire vivaz y feliz que no se opacaba por nada, que veía lo bueno en lo malo y en lo azaroso lo ventajoso.
Te extraño, Elizabeth.
Podría decírselo y no obtener nada, ya lo había intentando y el resquemor de la respuesta me había hecho mas dura, pero no con ella, sino en contra de él. Le había quitado toda su vida, la había arruinado en cada segundo.
Y ella me había arruinado a mí.
Pienso en ello y vislumbro el parecido con mi padre, en el amor que ambos tenemos por la destrucción. La ve como algo poético y como conocimiento, y yo también. Él la destruyó, la consumió y se la llevó para no regresarla, y a mí me ahogó su tristeza, hasta el día de hoy lo sigue haciendo.
Cuando las citas al hospital local se volvieron frecuentes, inmiscuirme en la vida personal de mi madre se volvió rutinario y algo mío. Su vida ya no era suya, su mente tampoco. Todo estaba comprometido por un amor fracasado. Ahora tomaba decisiones porque yo la alentaba a hacerlo, a escoger solo una, aunque ella piense que hay más.
—¿Ciao, Piccolina?
Mi ceño se frunce al escuchar la voz de Layla.
—Perdón, Lay, no te escuché, me perdí.
Me sincere, no tenía por qué ocultarlo.
Se escuchó un mohín tocho.
—Estuve hablando durante minutos mientras me inspiraba con la bioacústica del canal de televisión.
—Lo siento.
—Ellos se traen algo, Eyé, no dejes que te engañen, por favor.
—No entiendo que tiene que ver conmigo.
Hubo un silencio estremecedor—Solamente prométeme que no te acercaras a Visconti.
—Lo prometo.
Luego colgó.
Ciertamente no me importaba mezclarme con él ni con nadie que estuviera en su círculo social, así que Lay no tenía que preocuparse, y la promesa era más un acertivo para mí, para alejarme de los problemas.
—Mamá.
La llamé dulcemente, invitándola a sentarse en la mesa.
Ella se paró y empezó a comer, mientras se disipaba a paso el sonido de su canal.
—¿Has escuchado hablar de Darek Visconti?
No entiendo la pregunta que sale de mis labios, pero lo hace. Me muerdo la lengua por ello y sigo comiendo.
—Eyén.
Levanto la mirada y sus ojos me miran con enojo e incertidumbre. La cucharada de sopa que estaba destinada a entrar a mi boca se queda suspendida en el aire.
—No debes de mezclarte con ese tipo de gente, recuérdalo.
—¿Mamá, de que hablas...?
—Es un criminal, por mucho que intente parecer un empresario exitoso y limpio—baja los cubiertos y tensa la quijada—el imperio del que tanto se jacta no es más que un río interminable de sangre. De lo que han hecho sus tan polifacéticas ocupaciones para envenenar y corromper a todos.
«Darek Visconti es un criminal de guerra, un monstruo mucho más grande de lo que lo era su padre o su familia. Son escoria»
Lo último lo escupe con rencor.
No digo nada más y dejo que disfrute de mi mal culinario, ansiosa por descubrir más. Ella jamás habría soltado esas palabras, y el desconcierto por escucharla hablar de ése hombre, al que había conocido en el evento por el padre de Layla, parecía algo impropio y extraño.
No descarte el hecho de que no solo habla incluido a Darek, sino, a toda su familia.
Hice una nota mental para recordar está conversación y ahondar más sobre ella cuando tuviera tiempo.
Si es que lo tenía.
(...)
El restaurante podía parecer un lugar pequeño, pero en éste se alberga un extenso y vasto terreno que promete hacerte disfrutar de su cocina y su tranquilidad.
Layla se había encargado de abarrotarlo para su gusto, aunque prohibiendo la mesa de media luna, sus primaveras. En ésta estaban ella y Arthur, conversando; aunque ella parecía la más parlanchina de esa plática, mientras el otro la miraba, la inspeccionaba con gran meticulosidad, esperando algo. Sus ojos estaban fijos en ella, sin perder rastro de cada palabra que salía de su boca.
Me alegré por ellos, más por mi amiga. Merecía un final feliz, o un transcurso de este lleno de emociones altivas y consonantes.
—Muy fastuoso de la dueña atraer a más comensales.
A mi lado está el gerente, sonriendo de una forma que dista mucho de la inconformidad. El ambiente ameno para él significaba dinero, y hoy había mucho en los bolsillos de los que residen en las mesas.
Asiento con la cabeza y me concentro en el crepúsculo. Cae en picada, sin algún apice por detenerse. Es una mezcla placentera de un sinfín de colores cian, granate y purpurino. Las vistas desde aquí son espectaculares, y Layla se ha encargado de sofisticar el lugar con una exhibición de arcos y enseñanzas. En las paredes relucen lo más significativos momentos del mundo, del suyo y el resto. Cada rincón contiene efímeras significaciones de su madre. Es su manera de hacerle saber que nunca la olvidará. Vivirá con ella en su alma y en su mente.
—Creo que puedo resolverlo.
Escuchó a mis espaldas un bufido característico de los clientes y volteo discretamente, observando a uno de mis compañeros en aprietos por el platillo. La que yace frente a él lo mira sin tapujos, esperando una respuesta para satisfacer su placentero rango.
Mis fosas nasales si hinchan y camino hacia él, haciéndole una seña para que se retire. Éste no lo duda un instante y huye, en busca de la protección de la cocina.
Me aproximo con los ojos marcados por el enojo, intentando reposar en mi mente el monóculo lleno de escrituras que siempre imagino en estás situaciones.
—Permítame ofrecer una disculpa, enseguida se le atenderá como es debido.
Uso mi tono más sereno. La congoja no está de más en mi sistema, sin embargo, no es momento para que tome terreno.
Escucho su risa amarga. Tensa mis músculos—Espero que no sea así de simplona como tú.
Quisiera hacer un remedo de la descarada inspección con la que barren sus ojos mi figura. No permito que eso salga de mis ojos, no ahora.
Me retiro con la mayor discreción y vuelvo a mi puesto, pasando por uno de mi compañeros con la queja y la orden.
La paga lo vale, Eyén.
Lo repito hasta cansarme, viendo como se aproxima el cierre del restaurante, y no reparo en dar una despedida a Layla, por mucho que se que se enojará más tarde por esto.
Hay muchos asuntos que me aquejan, y resolverlos de forma tardía no es mi estilo, así que me precipito hacia el bar de Robert, dejando a un lado mi uniforme y soltando mi coleta, gimiendo ante el resarcimiento por lo liviano que se siente mi cuerpo cabelludo.
Decido no tomar el transporte y camino con parsimonia, pensando.
No he vuelto a ver a mi padre. Su sombra no se ha cernido en las calles ni en la casa, y mamá tampoco ha hecho el amago de levantarse salvo por lo necesario. Su alma sigue igual que siempre, intentando sobrevivir a las migajas de un amor destructivo, como yo lo hago con ella. Esto último lo pienso mejor.
Tampoco hay rastro de Robert desde que salí despavorida de su oficina. Su habitual regaño por mi imprudencia no se alcanza a oír, mucho menos su presencia. Julián y Emma desparecieron de mi radar como él.
Pareciera que la amistad de años se ha roto. Para mi desgracia, no me amedentra, solo sirve de aliciente para lo que haré. Mi enojo bulle como su silencio. Ninguno de nosotros ha dado un paso en falso, estamos a la expectativa.
Las calles empiezan a cambiar drásticamente. De colores más vivos, se vuelve a la calamidad. El habitual aroma a putrefacción y rezago de las adicciones entra en mi como un segundo amigo. No me terminaré de acostumbrar, pero es una extensión más, un recordatorio palpable de todo lo que perdí, y en lo que no he sucumbido a pesar del tiempo.
Los golpeteos en el hombro se hacen más insistentes y reacios a abandonarme conforme me adentro en el bar, buscando lo que ya conozco. En los rincones se vislumbran tratos de lo más jugosos si deseas probar la desolación de tu vida; por su parte, en los céntricos se espera que vendas hasta el último respiro de este mundo, es una treta que atrae; por último, al fondo, está la típica puerta con la placa que tantas veces he visitado. Detrás de ésta está la silla en la que he girado infinidad de veces mientras entrego billetes llenos de rencor y tristeza.
Suspiro y me preparo para lo que acontecerá.
Nadie me ha dicho si será fácil o, si por el contrario, terminaré como otro lindo recuerdo.
Tomo el pomo de la puerta, ansiosa, y me percato demasiado tarde de un detalle: no están los típicos tonos de Julián y Emma a la vista, con sus sonrisas jocosas.
No está hasta que tomo el pomo y lo giro que la espina de la advertencia me tiene atrapada. Al otro lado alguien la agarra con ferocidad y la arrastra hasta llevarme consigo. Caigo estrepitosamente hasta sentir como mis piernas resienten el acto. Jadeo sorprendida y subo la mirada, encontrado una escena desastrosa.
—¿Qué mierda...?—suelto entre balbuceos, sin terminar.
Los brazos de un gorila mucho más corpulento que alguien quien haya visto me sujetan, cerrando la puerta de un azotón. Me arrastra en contra de mi voluntad y pataleo con vehemencia hasta quedar sentada a un lado de Emma, quién tiene la mandíbula desencajada y el labio partido. A su lado está Julián, mirándome preocupado y culpable con una cinta en la boca. Tiene moretones por toda la cara y los brazos que están descubiertos. Y, mucho más allá de mí, Robert parece casi inconsciente, intentando levantar la mirada hacia mí. Sus ojos desprenden otra emoción más latente mientras me analiza, en busca de algo más.
Empiezo a tomar consciencia de ello y veo terror, como un padre mira a su hija cuando está en peligro. Me da de lleno en la cara y bajo la cabeza.
Yo no tengo un padre. Lo perdí, y a la par, perdí la confianza en ti, Robert.
Muerdo mi labio e intento aplastar mis sentimientos. Unos más fuertes que otros como el rencor por la traición.
—Que hermosa escena, si se me permite decirlo.
Enfrente de nosotros está un hombre con botas militares negras y un chaleco negro en su pecho. Parece un informe completo y discreto que contrasta con su piel olivacea y sus ojos devoradores. Nos mira como a sus presas, y aunque no parecería mayor que yo por unos cuantos años, hay maldad pura en su alma.
Chasquea los dedos y el gorila que me cargó le pasa una carpeta de piel, analiza lo que esté adentro.
—La certeza es una mis cualidades.
Se halaga a sí mismo y no puedo evitar hacer una mueca de desagrado, no me agradan este tipo de personas.
—Parece que a la gatita no le agradas.
Otra voz sale de la sombras y una mujer mucho mayor se deja ver. Su cabello con canas está sujeto por un chongo elaborado y juraría que parece más cruel que el hombre.
—Ah, sigo sopesando ese vistazo.
Su vista vuela hacia mí e ignoro la advertencia que late en mi pecho. No voy a bajar la mirada y mostrarme como alguien indefensa. No lo soy.
Se inclina, reposando sus codos en sus piernas y llevando consigo sus manos hacia su mentón. Me sonríe con suficiencia, satisfecho por mi valentía, o mi estupidez.
—Jamás pensé que alguien podría tener una mirada hermosamente repulsiva.
Arrugo las cejas, sintiendo ahora un nuevo peso en mis muñecas. El gorila me las ata con velocidad, congraciado por mi despiste. A mi lado se remueven las sillas de Julián y Emma, el primero intenta gritar, pero la cinta no lo deja, y el hombre se levanta y se la arranca de un tirón.
—Déjala fuera de esto, no está involucrada, Donato.
Su súplica solo atrae más al hombre.
—¿Ah, en serio?
Su pregunta parece inocente y lo medita durante un segundo, haciendo que su bota dé pequeños golpes con el suelo.
Se dirige a mí y me mira intensamente—Lamento mucho que hayas tocado la puerta sin avisar, pero no puedo dejarte ir.
A pesar de ser una disculpa, no llega hasta sus ojos. Me mira y titubeo.
Maldita sea, no es una broma.
Va muy en serio, Eyén.
Trago hasta sentir que es lo único que se escucha, pero es inequívoco. Allá afuera la música resuena tanto como los murmullos.
Sin previsto golpea a Julián, quién escupe sangre.
Mis ojos se abren por el pavor.
¿En qué me he metido?
Mi cuerpo tiembla ante el acto y mis ojos viajan hacia todas las direcciones posibles. La saliva pasa a través de mi garganta y grito:
—¡Detente!
Vuelve su atención hacia mí, confundido. El puño que tenía en el aire baja lentamente.
—No digas nada, niña rayo—la voz de Robert es un atisbo entre lo rugoso y suplicante. Apenas si es audible. Respira pausadamente, abriendo y cerrando sus ojos.
Algo en mi pecho se aplasta.
Me traicionó, pero durante años también me consoló. No como debería haber sido, pero veló por mí como él intuía que era ese acto generoso.
—Robert...—hay un demandante aviso de romperme a llorar.
—Pensé que no tenía nada que ver.
Cavila el intercambio tan menudo que acaba de suceder. La ojeada que nos da vuela tan rápido hasta poner en su rostro otra sonrisa, mucho más maquiavélica que la primera.
—¿Tú qué dices, Camile?
Por primera vez, la sombra de la mujer parece tensa. Sus músculos se aprietan como su quijada. Parece dudar de lo que hará su compañero.
—No es buena idea—me mira y algo a la lástima se refleja en sus facciones—podría ser inocente.
—Alguien que se mezcle con las alimañas no es inocente.
Es contundente cuando pronuncia estás palabras. Hay mucha firmeza en ellas.
—Tenemos que investigarla.
Antes de que todos reaccionemos, el hombre parece haber dudado de la crueldad de su compañera y me suelta un puñetazo.
Gimo de dolor. Mi boca sabe a sangre y evito voltear toda la cara ante la fuerza que ejerció.
—¡Donato!
Su compañera lo sujeta, más asustada, y baja sus brazos. No importa si es mayor que él, no pudo detenerlo.
Las sillas se remueven y las otras tres presencias se agitan con angustia, mucho más Emma, quién todavía parece más consciente que los otros; rastros de lágrimas se asoman como un río sin fondo. Niega con la cabeza.
—Yo decido quién es inocente, Cam.
Es mi turno de parecer lúcida. Por mucho que me duela el pómulo, no me detengo aunque sé que es estúpido, pero la irá me consume. Me pongo de pie cuando voltea la cabeza y no reacciona para cuando le asesto una patada en el vientre.
Todos estos años me fortalecí de diferentes formas. Nunca dieron efecto cuando estaba tranquila, pero así como mi padre y yo destruimos el amor de quién nos rodea, podemos ser unos verdaderos monstruos cuando nos lo proponemos.
Lo hago que trastabillar unos centímetros y lo desconcierta. La furia se enciende en todo su cuerpo y me mira desde arriba como a un insecto.
—Te arrepentirás de esto, gatita.
Siento las nubes y la neblina en mi cabeza.
Fue tan veloz que no pude esquivarlo.
Me soltó otro golpe que me mandó directo al piso, tan fuerte que las motas negras empiezan a aparecer en mi campo de visión.
Cierro los ojos, no sin antes pensar en que no me arrepentí.
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TRADUCCIONES
1. Menzogna (mentira)
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