Capítulo 5: Juego de Sombras
El amanecer se filtraba tímidamente por las persianas, tiñendo la habitación de Elena con un suave resplandor dorado. Sin embargo, su mente no encontraba la paz que prometía el nuevo día. La intriga y el peligro se entrelazaban en sus pensamientos, haciéndola sentirse atrapada en una red invisible.
Elena se levantó sintiendo una mezcla de determinación y ansiedad. Después de una mañana ocupada en el bufete de abogados, decidió tomarse un descanso y visitar a Doña Irene nuevamente. Necesitaba más información y orientación. Al llegar a su casa, Doña Irene la recibió con una cálida sonrisa, pero también con una preocupación evidente en sus ojos.
—Elena, querida, me alegra verte. ¿Cómo estás? —preguntó Doña Irene, guiándola al salón.
—Estoy bien, Doña Irene. Pero las cosas están cada vez más complicadas —respondió Elena, sentándose en el cómodo sillón.
—Cuéntame, ¿qué ha pasado? —dijo Doña Irene, tomando las manos de Elena entre las suyas.
Elena respiró profundamente, organizando sus pensamientos antes de hablar.
—He hablado con Mateo. Él me contó que hay personas poderosas involucradas en la incriminación de mi padre, y que cualquier intento de defenderse era inútil. Pero no me dio nombres ni más detalles. Además, recibí una carta de amenaza.
Doña Irene frunció el ceño, su preocupación aumentando.
—Esto es más peligroso de lo que pensaba. Debes tener mucho cuidado, Elena. Hay fuerzas en juego que son extremadamente peligrosas —dijo Doña Irene, su voz temblando ligeramente.
—Lo sé, pero no puedo detenerme ahora. Necesito limpiar el nombre de mi padre —respondió Elena, con una voz llena de determinación.
—Entiendo tu necesidad de justicia, querida. Pero debes moverte con cautela. He visto cómo estas organizaciones operan. Son despiadadas —advirtió Doña Irene, con un suspiro profundo.
Elena asintió, consciente del riesgo, pero su determinación no flaqueaba.
Esa noche, Elena y Damián se encontraron en un pequeño restaurante en las afueras de la ciudad. Querían un lugar discreto donde pudieran hablar sin ser interrumpidos. La tensión entre ellos era palpable, pero ambos sabían que debían trabajar juntos para descubrir la verdad.
El ambiente del restaurante era íntimo, con la luz de las velas parpadeando y un suave murmullo de conversaciones a su alrededor. Elena y Damián se sentaron en una mesa en la esquina, buscando un poco de privacidad.
—¿Alguna vez te has preguntado qué nos trajo hasta aquí? —preguntó Damián, jugueteando con su copa de vino, sus ojos fijos en los de Elena.
—Tal vez fue el destino —respondió Elena, su voz suave pero con un tono desafiante.
Damián se inclinó hacia adelante, sus dedos rozando los de Elena sobre la mesa.
—¿Crees en el destino, Elena? —murmuró, su tono lleno de curiosidad y algo más profundo.
—Creo que algunas personas están destinadas a encontrarse —replicó ella, sintiendo un escalofrío recorrer su columna vertebral por el contacto.
Damián sonrió, su mirada penetrante.
—Y a veces, esas personas están destinadas a cambiarse mutuamente para siempre —dijo, sus palabras llenas de una promesa silenciosa.
Elena tomó un sorbo de vino, tratando de calmar los nervios que Damián siempre conseguía despertar en ella.
—¿Y tú, Damián? ¿Qué crees? —preguntó, sus ojos buscando respuestas en los de él.
—Creo que hay algo en ti que me atrae de una manera que no puedo explicar —confesó Damián, sus dedos ahora entrelazados con los de Elena.
Elena sintió que el aire se volvía más denso, cada palabra de Damián resonando en su mente.
—¿Y qué vas a hacer al respecto? —susurró, sus palabras llenas de una mezcla de desafío y deseo.
Damián se inclinó aún más cerca, hasta que sus rostros quedaron a solo unos centímetros de distancia.
—Voy a seguir adelante, sin importar los riesgos —respondió, su voz baja y cargada de emoción.
Elena sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor, quedando solo ellos dos en ese momento.
—Entonces, estoy lista para lo que venga —dijo ella, sus palabras llenas de determinación y una chispa de anticipación.
Damián sonrió lentamente, sus ojos brillando con una intensidad que hizo que el corazón de Elena latiera más rápido.
—Entonces, brindemos por el futuro, sea lo que sea —dijo, levantando su copa.
Elena levantó la suya, sus ojos nunca dejando los de Damián.
—Por el futuro —repitió, sintiendo que cada segundo que pasaba con él estaba cargado de promesas no dichas.
La conversación entre Elena y Damián fue interrumpida bruscamente cuando un hombre alto y corpulento entró al restaurante. Su expresión seria y amenazante captó la atención de todos los presentes, pero él solo tenía ojos para Damián.
—Damián, necesitamos hablar —dijo el hombre, ignorando a Elena por completo.
Damián se levantó, su expresión se tornó fría y profesional.
—Elena, espera aquí. Volveré en un momento —dijo, antes de seguir al hombre hacia una esquina del restaurante.
Elena los observó mientras hablaban en susurros, pero no pudo escuchar lo que decían. La preocupación la invadió y empezó a sentir que las cosas se complicaban aún más.
Mientras Damián hablaba con el hombre, este le entregó un sobre y lo miró fijamente.
—Esto es un recordatorio, Damián. No olvides cuál es tu verdadero lugar —dijo el hombre, antes de salir del restaurante.
Damián abrió el sobre y encontró una foto de Elena junto con una nota:
"Si no cumples, ella será la que pague."
La ira y el miedo se mezclaron en su interior. Sabía que la Camorra no estaba jugando, y que cualquier paso en falso podría tener consecuencias devastadoras. Guardó la foto y la nota en su bolsillo, y regresó a la mesa con Elena.
—¿Todo bien? —preguntó Elena, notando la tensión en su rostro.
—Sí, solo negocios. No te preocupes —respondió Damián, tratando de sonar tranquilo.
Al día siguiente, Elena se reunió con Damián en su oficina. Había tomado la decisión de confiar en él, a pesar de las dudas y los peligros.
—Damián, he estado pensando. Necesitamos una estrategia. No puedo seguir así, sintiéndome vulnerable y amenazada —dijo Elena, su voz firme.
—Tienes razón, Elena. Necesitamos ser inteligentes y cautelosos. He hablado con algunas personas de confianza, y tenemos que movernos con sigilo —respondió Damián, su rostro mostrando preocupación y determinación.
Decidieron formar un plan para seguir investigando, pero también para protegerse mutuamente. Sabían que cada paso debía ser calculado, y que cualquier error podría ser fatal.
Elena comenzó su investigación con la misma tenacidad que había aprendido de su padre. Revisó antiguos casos y documentos legales que él había manejado, buscando cualquier patrón o conexión que pudiera ser relevante. En uno de los archivos, encontró un nombre recurrente que llamó su atención: Vincenzo Moretti. Este nombre aparecía en múltiples casos, todos relacionados con negocios fraudulentos y actividades ilícitas, pero siempre parecía escapar de cualquier acusación directa.
Siguiendo este rastro, Elena descubrió que Moretti tenía vínculos con varias empresas pantalla que estaban siendo investigadas por el gobierno. Decidió contactar a un antiguo colega de su padre, un investigador privado llamado Carlos, quien tenía acceso a información confidencial. Carlos le confirmó sus sospechas: Moretti era un conocido miembro de la Camorra y había sido responsable de manipular el sistema judicial para proteger a sus asociados. Con esta información, Elena comprendió que la Camorra estaba detrás de la incriminación de su padre, utilizando su poder e influencia para eliminar a cualquier amenaza potencial.
Elena continuó investigando, reuniendo pruebas y hablando con personas que podrían tener información. Mientras tanto, Damián usaba sus contactos para obtener más detalles sobre los involucrados en la incriminación de su padre.
El camino era largo y peligroso, pero juntos sentían que podían lograrlo. La tensión entre ellos crecía, no solo por los peligros externos, sino también por la atracción y la conexión que se fortalecía con cada día que pasaba.
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