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Capítulo 4: Sombras en el camino

Elena despertó al día siguiente con una mezcla de emociones. La conversación con Doña Irene y el encuentro con Damián la habían dejado en un estado de agitación, pero también de determinación. Tenía que seguir adelante y descubrir la verdad sobre su padre, sin importar los riesgos.

La luz de la mañana se filtraba por las cortinas, creando patrones de sombras en su habitación. Tomó una ducha rápida, el agua caliente ayudando a despejar su mente. Mientras se vestía, sus pensamientos volvían a los eventos recientes. ¿Quién era realmente Damián y qué sabía sobre su padre?

Después de prepararse para el día, se dirigió a la oficina. Las calles estaban llenas de gente, pero Elena se sentía sola entre la multitud. Al llegar a su despacho, encontró una nota en su escritorio. Era de Doña Irene, pidiéndole que se reuniera con ella esa tarde en su casa. Elena sintió un nudo de anticipación en su estómago. Sabía que Doña Irene tenía más que contarle.

La mañana transcurrió lentamente, su mente distraída por las preguntas sin respuesta. Finalmente, llegó la hora de su reunión. Al llegar a la casa de Doña Irene, fue recibida por su cálida sonrisa, pero también por una expresión de preocupación.

—Elena, querida, gracias por venir —dijo Doña Irene, invitándola a entrar. Su casa tenía un aire acogedor, con muebles antiguos y fotografías familiares enmarcadas en las paredes.

—Gracias a ti por recibirme, Doña Irene —respondió Elena, siguiendo a su mentora hasta el salón, donde el aroma a café recién hecho llenaba el aire.

Se sentaron en los cómodos sillones, y Doña Irene tomó las manos de Elena entre las suyas.

—Hay algo más que necesito contarte sobre tu padre —comenzó, su voz temblando ligeramente. —Después de su arresto, intenté mover influencias para ayudarlo, pero fue en vano. Sin embargo, hay alguien más que podría tener información vital.

Elena la miró fijamente, sintiendo que su corazón latía con fuerza. La tensión en el aire era palpable.

—¿Quién es? —preguntó, su voz apenas un susurro.

—Un viejo amigo de tu padre, que estaba en la cárcel con él. Su nombre es Mateo —dijo Doña Irene, entregándole un papel con una dirección. —Se ha mantenido en silencio durante todos estos años, pero creo que ahora estaría dispuesto a hablar.

Elena tomó el papel, sintiendo una oleada de esperanza y miedo.

—Gracias, Doña Irene. Iré a verlo —dijo, con una voz llena de determinación.

Doña Irene suspiró, sus ojos llenos de recuerdos.

—Tu padre y yo éramos muy cercanos. Nos conocimos en la universidad, y él siempre tuvo un espíritu indomable. Quería cambiar el mundo, y yo lo admiraba por eso. Cuando se metió en problemas, fue devastador para mí. Intenté todo lo que pude para ayudarlo, pero las fuerzas en su contra eran demasiado poderosas.

Elena miró a Doña Irene con nuevos ojos. Nunca había imaginado que su mentora tenía una conexión tan profunda con su padre.

—Gracias por todo lo que hiciste por él, Doña Irene. No sé cómo agradecerte lo suficiente —dijo Elena, apretando las manos de la mujer con gratitud.

—Elena, tú eres como una hija para mí. Siempre estaré aquí para ayudarte —respondió Doña Irene, con lágrimas en los ojos.

Esa tarde, Elena se dirigió a la dirección que le había dado Doña Irene. Era una pequeña casa en las afueras de la ciudad, rodeada de árboles que susurraban con el viento. Al llegar, tocó la puerta con el corazón en la garganta.

Un hombre mayor abrió la puerta. Tenía el cabello gris y un semblante cansado, pero sus ojos brillaban con inteligencia.

—¿Elena? —preguntó, reconociéndola de inmediato. —Soy Mateo. Pasa, por favor.

Elena entró en la casa, sintiendo una mezcla de anticipación y nerviosismo. El interior era modesto pero acogedor, con libros alineados en estanterías y una manta tejida sobre el sofá.

—Gracias por recibirme, Mateo —dijo, sentándose en el sillón que él le ofrecía. El olor a madera y a una sopa recién hecha llenaba el aire, creando una atmósfera cálida.

—No hay de qué. Tu padre era un buen hombre, y no merece estar donde está —respondió Mateo, sentándose frente a ella.

—Necesito saber la verdad sobre lo que pasó —dijo Elena, con la voz temblorosa. Su mirada se encontró con la de Mateo, buscando respuestas.

Mateo suspiró profundamente y asintió, sus ojos reflejando años de secretos guardados.

—Tu padre fue incriminado, eso es cierto. Había personas poderosas involucradas, y cualquier intento de defenderse era inútil —confesó, con una tristeza en la voz.

Elena sintió una mezcla de ira y tristeza. Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar, pero todavía había muchas preguntas sin respuesta.

—¿Quiénes estaban detrás de todo esto? —preguntó, con una voz llena de determinación.

Mateo la miró fijamente, como si sopesara cuánto debía revelar. El silencio se prolongó, cargado de tensión.

—Es complicado, Elena. Hay muchos involucrados, y no todos son lo que parecen. Debes tener cuidado —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.

Elena sintió una oleada de frustración. Quería respuestas, pero sabía que debía ser paciente.

—Gracias, Mateo. Seguiré buscando la verdad —dijo, levantándose para irse.

Mateo la acompañó hasta la puerta, con una expresión preocupada.

—Cuídate, Elena. Este camino es peligroso —advirtió, su voz cargada de sinceridad.

De camino a casa, Elena no podía sacudirse la sensación de que estaba siendo observada. Miraba por encima del hombro, pero no veía a nadie. Sin embargo, no podía ignorar la sensación de que algo no estaba bien. Las sombras se alargaban a medida que el sol se ocultaba, añadiendo un aire de misterio a la tarde.

Al llegar a su apartamento, encontró una carta deslizada bajo la puerta. La abrió con manos temblorosas y leyó las palabras escritas con una caligrafía cuidada:

"Aléjate de este asunto. Por tu bien."

Elena sintió un escalofrío recorrer su columna. Sabía que las amenazas eran serias, pero no podía detenerse ahora. Guardó la carta en un cajón y decidió ser más cautelosa.

Esa noche, Elena decidió reunirse con Damián en un jardín público discreto. Necesitaba compartir sus inquietudes y ver si él sabía algo sobre las amenazas. Las luces tenues y el murmullo de las conversaciones creaban un ambiente íntimo.

Elena estaba en el jardín, la brisa nocturna jugando con su cabello, cuando Damián se acercó y le ofreció una flor.

—Para ti, una belleza entre las sombras —dijo, sus ojos brillando con un fuego que solo ella podía encender.

Elena sonrió, aceptando la flor y rozando sus dedos con los de él.

—¿Qué me hace tan especial? —preguntó, su voz suave pero llena de curiosidad.

Damián se inclinó, sus labios a centímetros de los de ella.

—El hecho de que no te das cuenta de lo especial que eres —susurró.

Elena sintió el calor de su aliento y una oleada de emociones mientras sus miradas se encontraban. La tensión entre ellos era palpable, una corriente eléctrica que los unía y los mantenía al borde del abismo. Damián levantó una mano y la posó suavemente en la mejilla de Elena, sus dedos trazando un camino ardiente sobre su piel.

—Elena, hay mucho en juego aquí. No quiero que te lastimen —dijo Damián, su voz baja y cargada de emoción.

—Lo sé, pero no puedo detenerme ahora. Necesito saber la verdad, aunque me amenacen —respondió Elena, apretando suavemente la flor entre sus dedos.

—Confía en mí, te protegeré —dijo Damián, sus ojos oscuros y profundos, prometiendo más de lo que sus palabras revelaban.

Elena sintió un nudo en el estómago. La cercanía de Damián, su preocupación genuina, y la química innegable que compartían la hacían cuestionar todo. Sus labios estaban tan cerca, pero ninguno de los dos dio el paso final. La necesidad y el deseo flotaban en el aire, intensificando cada segundo que pasaba.

Finalmente, Damián se apartó un poco, su mano aún descansando en la mejilla de Elena.

—Tendremos que ser cuidadosos. Las amenazas no son solo palabras vacías —dijo, su tono serio pero con un matiz de dulzura.

Elena asintió, su mente aún nublada por la cercanía de Damián. Sabía que debían centrarse en la investigación, pero la tensión entre ellos era innegable.

Mientras Elena y Damián hablaban en el jardín, en una esquina oscura, un hombre observaba atentamente. Su mirada fría y calculadora no perdía detalle de la interacción entre ellos. Tomaba notas discretamente, enviando mensajes a alguien más.

Esa noche, cuando Damián regresó a su apartamento, encontró un sobre bajo la puerta. Al abrirlo, encontró una nota breve pero clara:

"Estás siendo vigilado. No te desvíes del plan."

Damián sintió una oleada de ira y frustración. Sabía que la Camorra no se detenía ante nada, y ahora más que nunca, debía ser cuidadoso. No podía permitir que todos sus planes se desvencijasen por una mujer a la que acababa de conocer, a la que llevaba meses estudiando, buscando sus puntos débiles. Lo que Damián no sabía es que ella acabaría convirtiéndose en el suyo.

Con una última mirada a la carta, la quemó en el cenicero, observando cómo las llamas consumían las palabras. Sabía que el camino adelante sería peligroso, pero estaba decidido a proteger a Elena y descubrir la verdad, sin importar el costo.

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