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Capítulo 33: Las últimas sombras

Las luces de los faros iluminaron sus rostros sorprendidos, y los guardias los rodearon rápidamente, armas en mano.

—¡Bajen del coche! ¡Están rodeados! —ordenó uno de los guardias.

Con pocas opciones, el grupo obedeció, bajando lentamente del coche con las manos en alto. Fueron esposados y llevados de regreso a la mansión de Don Vittorio.

De vuelta en la mansión, Don Vittorio los esperaba con una sonrisa de triunfo.

—Bienvenidos de nuevo. Pensaron que podían escapar tan fácilmente, ¿verdad? —dijo, con un tono burlón.

Elena y Damián intercambiaron miradas de frustración y determinación.

—No tienes por qué hacer esto, Vittorio. Podríamos llegar a un acuerdo —dijo Damián, tratando de ganar tiempo.

—No hay acuerdos aquí. Ustedes son una amenaza, y las amenazas deben ser eliminadas —respondió Don Vittorio fríamente.

Elena y Damián fueron llevados a la sala principal, donde varios miembros de la Camorra se reunieron, atraídos por el alboroto. Don Vittorio se dirigió a ellos con una expresión de ira y control.

—Estos traidores intentaron socavar mi autoridad. Pero no se preocupen, me encargaré de ellos personalmente —dijo, levantando una pistola.

—Esperen, antes de que hagan algo que lamenten, deben saber la verdad —dijo Elena, su voz firme—. Don Vittorio no es el líder que creen. Es un traidor que ha utilizado a todos nosotros para su propio beneficio.

Los miembros de la Camorra comenzaron a murmurar, sus rostros mostrando signos de duda.

—¿De qué estás hablando? —preguntó uno de los hombres, acercándose.

—Vittorio incriminó a mi padre por un crimen que no cometió, solo para eliminar a un rival. Manipuló el sistema judicial y sobornó a jueces para mantener a mi padre en prisión —explicó Elena, señalando a Don Vittorio.

Damián asintió, apoyando sus palabras.

—Tenemos pruebas. Grabaciones, documentos financieros, todo. Si nosotros pudimos obtener esta información, cualquiera puede. Ninguno de ustedes está a salvo con él al mando.

Los murmullos se intensificaron mientras los miembros de la Camorra intercambiaban miradas preocupadas.

Uno de los hombres, un miembro influyente de la Camorra, se adelantó.

—¿Es esto cierto, Vittorio? ¿Has estado traicionando a tu propia gente? —preguntó, con un tono de incredulidad.

Don Vittorio intentó mantener su compostura, pero la furia en sus ojos era evidente.

—No les crean. Estos dos son mentirosos y traidores —dijo, levantando la pistola hacia Elena.

—Si realmente somos mentirosos, ¿por qué nos capturaste en lugar de dejar que nos fuéramos? —respondió Elena, su voz temblando ligeramente pero llena de determinación.

La tensión en la sala era palpable. Los miembros de la Camorra comenzaron a dudar, sus lealtades vacilando.

—Vittorio, siempre has sido un líder fuerte, pero estas acusaciones son serias. Necesitamos saber la verdad —dijo otro miembro, con tono grave.

Don Vittorio se dio cuenta de que estaba perdiendo el control de la situación. Su rostro se retorció en una mueca de ira.

—¡Todo esto es una farsa! No permitiré que me desacrediten de esta manera —gritó, su voz temblando de rabia.

—No es una farsa, Vittorio. Todo lo que hemos dicho es verdad. Tenemos pruebas irrefutables de tus crímenes —insistió Damián con furia.

Elena miró a los miembros de la Camorra, su voz llena de emoción.

—Las pruebas están con nosotros. Documentos, grabaciones, testimonios. Todo está preparado para ser revelado al mundo si no liberas a mi padre y te entregas —dijo, su voz resonando en la sala.

Justo cuando Don Vittorio se disponía a disparar, Irene entró en la sala, con una pistola en mano.

—¡Vittorio, detente! —gritó, apuntando a su antiguo jefe.

Don Vittorio se giró hacia ella, sorprendido.

—Irene, ¿qué demonios estás haciendo?

—Estoy haciendo lo correcto. Nunca te quise, Vittorio. Siempre amé al padre de Elena, y no voy a permitir que hagas más daño —dijo Irene, su voz firme.

Los ojos de Don Vittorio se llenaron de furia y odio.

—¡Traidora! —gritó, abalanzándose hacia Elena con la intención de matarla.

Sin dudarlo, Irene disparó. La bala impactó en el pecho de Don Vittorio, que cayó al suelo, su rostro lleno de incredulidad y rabia.

—Esto es por todo el sufrimiento que has causado —dijo Irene, con voz quebrada—. Y por el amor que le has robado a todos.

Don Vittorio intentó hablar, pero la vida se desvanecía rápidamente de su cuerpo. Los miembros de la Camorra observaron en silencio, comprendiendo la verdad de lo que había sucedido.

—Vittorio nos ha traicionado. Necesitamos un nuevo liderazgo —dijo uno de los hombres, mirando a Elena y Damián con respeto.

Elena, temblando de emoción, miró a Irene con gratitud.

—Irene, gracias. No sé cómo habríamos salido de esto sin ti —dijo, abrazándola.

—Irene, no tienes que agradecerme. Era lo correcto. Y ahora, podemos trabajar juntos para limpiar este desastre —respondió Irene, con una sonrisa triste.

Con Don Vittorio muerto, los guardias bajaron sus armas, entendiendo que la batalla había terminado.

—Es hora de un nuevo liderazgo. Uno que no esté basado en traiciones y mentiras —dijo uno de los miembros, mirando a Elena y Damián con respeto.

Elena se dejó caer en los brazos de Damián, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza.

—Finalmente, podemos limpiar el nombre de tu padre —dijo Damián, acariciando su cabello.

—Sí, y empezar de nuevo —respondió Elena, con lágrimas en los ojos.

Horas más tarde, Elena y Damián se dirigían a la casa de campo, sintiéndose más ligeros después de lo sucedido. Elena miraba por la ventana, sus pensamientos revoloteando entre la victoria y la pérdida.

—Por fin podemos probar la inocencia de mi padre. Estoy tan ilusionada con presentarte a él —dijo Elena, tomando la mano de Damián.

—Será un honor conocerlo, Elena. Todo esto ha sido por él y por ti —respondió Damián, sonriendo.

De repente, el teléfono de Elena sonó. Miró la pantalla y vio que era una llamada del hospital. Su corazón se detuvo un momento mientras contestaba.

—¿Hola?

—¿Señorita Elena? Soy el doctor Martínez del hospital. Lamento informarle que su padre ha fallecido hace unas horas —dijo el médico, su voz llena de compasión.

Elena sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. El teléfono se deslizó de su mano y cayó al suelo del coche. Damián, alarmado, la abrazó con fuerza.

—No puede ser... no ahora... —susurró Elena, su voz quebrada por el dolor.

Damián la sostuvo, sintiendo su propio corazón romperse ante la noticia.

—Lo siento tanto, Elena. Lo siento tanto... —dijo, con voz ahogada por la emoción.

Elena se aferró a Damián, dejando que las lágrimas fluyeran libremente. El futuro que habían soñado se había fracturado en un instante, desvaneciéndose, así, de repente y sin dejar rastro.

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