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Capítulo 21: El juego de la confianza

Elena estaba parada frente a la puerta del lujoso despacho de Don Vittorio en el Hotel Ritz. Su corazón latía con fuerza, pero su rostro mostraba una calma y determinación que había practicado en el espejo. Sabía que no podía permitirse el más mínimo error. Con una última respiración profunda, abrió la puerta y entró.

Don Vittorio estaba sentado detrás de su enorme escritorio de caoba, revisando algunos documentos. Levantó la vista al verla entrar y le dedicó una sonrisa que pretendía ser reconfortante, pero que a Elena le resultaba inquietante.

—Elena, me alegra verte —dijo, haciendo un gesto para que se acercara—. Siéntate, por favor.

Elena se sentó frente a él, manteniendo la compostura. Sabía que cada palabra y cada gesto eran cruciales.

—Gracias por verme, Don Vittorio. He pensado mucho en tu oferta y... he decidido aceptarla. Quiero formar parte de la Camorra —dijo Elena, con voz firme.

Don Vittorio la observó detenidamente, como si estuviera evaluando cada palabra que decía.

—Es una decisión sabia, Elena. Pero sabes que esto no es solo una cuestión de palabras. Necesito estar seguro de tu lealtad —se inclinó hacia adelante—. ¿Estás dispuesta a demostrarme que puedo confiar en ti?

Don Vittorio hizo un gesto y dos hombres corpulentos entraron en la habitación, cerrando la puerta detrás de ellos. La tensión en la sala aumentó visiblemente.

—Antes de que continúes, necesito asegurarme de que realmente entiendes lo que estás aceptando. Y para eso, tengo algunas preguntas —dijo Don Vittorio, su tono más severo.

Elena asintió, dispuesta a afrontar lo que viniera.

—¿Por qué decides unirte a nosotros ahora, después de tanto tiempo intentando luchar contra nosotros en los tribunales? —preguntó Don Vittorio, sus ojos fijos en los de Elena.

—He visto la realidad de nuestro sistema legal. Mi lucha ha sido en vano, y he llegado a entender que estar del lado correcto de la ley no siempre significa justicia. Quiero estar con los que realmente tienen el poder —respondió Elena, con una calma estudiada.

Don Vittorio observó su reacción, buscando algún signo de duda o mentira.

—¿Cómo sé que no estás aquí para espiarnos? —preguntó, su voz un susurro peligroso.

—Porque no tengo nada que ganar al hacerlo. Mi carrera como abogada está acabada. Estoy aquí porque quiero sobrevivir y prosperar, y veo que la Camorra es mi única opción —dijo Elena, manteniendo la mirada fija y segura.

Don Vittorio mantuvo el silencio por unos momentos, permitiendo que la tensión se asentara.

—Muy bien, Elena. Te daré una oportunidad. Pero recuerda, la traición se paga caro —dijo finalmente, haciéndole un gesto a uno de sus hombres para que le entregara un paquete.

Don Vittorio le entregó una pequeña caja y le explicó su primera misión.

—Necesito que lleves este paquete a nuestro contacto en el puerto. No hagas preguntas y asegúrate de no ser seguida. Esto es una prueba de tu lealtad y discreción —dijo Don Vittorio.

Elena tomó el paquete, notando su peso considerable. Su mente estaba llena de preguntas sobre el contenido, pero sabía que no debía preguntar.

—Entendido. No te defraudaré —respondió, levantándose para irse.

—Una cosa más, Elena —dijo Don Vittorio, deteniéndola—. Recuerda que en este negocio, la lealtad es lo más importante. Si demuestras ser leal, tendrás mi protección. Si no... —dejó la frase inconclusa, pero el mensaje era claro.

Elena salió del despacho y se dirigió al puerto, siguiendo las instrucciones de Don Vittorio. El puerto estaba envuelto en la penumbra de la noche, con luces dispersas que iluminaban contenedores y barcos atracados.

El camino hasta el puerto fue tenso. Elena estaba alerta a cualquier posible seguimiento, utilizando cada espejo retrovisor y reflejo para asegurarse de que no la seguían. Finalmente, llegó al punto de encuentro indicado.

Un hombre con una chaqueta oscura y un gorro estaba esperando cerca de un contenedor. Elena se acercó, el paquete en mano.

—¿Elena? —preguntó el hombre, mirándola de arriba abajo.

—Sí, aquí tienes el paquete —respondió, entregándoselo.

El hombre tomó el paquete y lo examinó rápidamente antes de guardarlo en su chaqueta.

—Buen trabajo. Ahora vete, no te quedes mucho tiempo aquí —dijo, dándole la espalda.

Elena asintió y se dirigió rápidamente de regreso a su coche. La misión había sido simple en su ejecución, pero la tensión de saber que cualquier error podría ser fatal la mantenía en alerta máxima.

Esa noche, después de completar la misión y entregar el paquete en el puerto, Elena se retiró a un lugar seguro donde pudiera comunicarse con Damián sin ser detectada. Encendió su portátil y abrió el programa de encriptación que habían desarrollado juntos.

—Misión cumplida. Paquete entregado sin problemas —escribió Elena, enviando el mensaje a Damián.

Damián estaba en su escondite, revisando mapas y documentos cuando recibió el mensaje. Suspiró aliviado, sabiendo que Elena estaba a salvo por el momento.

—Bien hecho, Elena. Sabía que podías hacerlo. ¿Cómo te sientes? —respondió, preocupado por su bienestar emocional.

—Nerviosa, pero determinada. Esto es solo el comienzo. Don Vittorio me tiene bajo la lupa. Debo ser cuidadosa —escribió Elena, sus dedos temblando ligeramente sobre el teclado.

Mientras Elena y Damián mantenían su comunicación, Javier, Marcos y Laura estaban en una ubicación segura, monitoreando las actividades de la Camorra y ofreciendo apoyo logístico.

—Elena ha completado su primera misión. Parece que Don Vittorio está empezando a confiar en ella —informó Javier, revisando los datos en su pantalla.

—Eso es un buen comienzo, pero no podemos bajar la guardia. Elena estará bajo una presión constante —dijo Marcos, trazando posibles rutas de escape en un mapa.

—Tenemos que asegurarnos de que todas nuestras comunicaciones sean seguras. Si la Camorra intercepta algo, estamos perdidos —añadió Laura, ajustando los sistemas de seguridad.

Elena se sentó en su pequeña habitación, reflexionando sobre el día. Había dado el primer paso en un camino peligroso, pero sabía que no estaba sola. Tenía a Damián y al resto del equipo apoyándola desde las sombras. A pesar del miedo y la incertidumbre, sentía una determinación férrea para ver esto hasta el final.

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