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Capítulo 18: La verdad desvelada

Damián estaba al borde de la desesperación. Había pasado la tarde esperando a Elena en su apartamento, pero ella no había aparecido. Cada minuto que pasaba aumentaba su ansiedad y temor. Decidió que no podía seguir esperando y optó por alejarse de todo, dirigiéndose a la casa de campo donde tuvo su primera cita de verdad con Elena. Ese lugar siempre había sido su refugio, su lugar seguro cuando necesitaba escapar de todo.

Condujo a toda velocidad, su mente llena de pensamientos caóticos. La carretera rural lo llevó a través de campos verdes y colinas suaves, un contraste con su estado mental. Finalmente, llegó a la entrada de la propiedad y aparcó el coche. Mientras caminaba hacia la casa, el miedo de que la Camorra hubiera descubierto su escondite más preciado creció en su interior.

Al llegar a la puerta, Damián se arrodilló y levantó la baldosa suelta donde siempre escondía la llave. Su corazón se hundió al ver que no estaba allí. La ansiedad lo invadió, y corrió hacia la puerta, esperando que no estuviera cerrada con llave. Para su alivio, la puerta se abrió fácilmente.

Al entrar, un aroma familiar lo envolvió. Parado en la entrada, no podía creer lo que veía: Elena estaba en la cocina, preparando la cena. Al verlo, ella sonrió.

—Has tardado mucho, Damián. Pero sabía que vendrías —dijo, con una calma que contrastaba con la tormenta de emociones en su interior.

Damián sintió una ola de alivio y gratitud. Sus ojos se llenaron de lágrimas y, sin poder contenerse, corrió hacia Elena y la abrazó con fuerza.

—Elena, pensé que te había perdido. No sabes lo mucho que me alegra verte aquí —dijo, llorando.

Elena acarició su espalda, tratando de calmarlo.

—Lo sé, Damián. Yo también tenía miedo. Pero tenía que encontrar la verdad y sabía que este era el lugar donde podría encontrarte —respondió, con ternura.

Después de un momento, se apartaron ligeramente, y Elena lo miró a los ojos.

—Necesito contarte lo que pasó —dijo, con seriedad.

Damián asintió, aún temblando.

—Don Vittorio e Irene intentaron convencerme de que todo había sido un engaño tuyo. Me dijeron que tú habías robado los documentos y que nunca habías dejado de trabajar para la Camorra. Al principio, les creí, estaba tan confundida y asustada. Pero entonces, Don Vittorio cometió un error —comenzó a explicar Elena.

Damián la miró con atención, cada palabra de Elena era vital para él.

—Don Vittorio mencionó detalles sobre nuestro primer encuentro en la fiesta de máscaras, detalles muy específicos que solo alguien que hubiera estado allí podría saber. Dijo que te habías acercado a mí con un propósito desde el principio y que siempre habías tenido intenciones ocultas—dijo Elena.

Damián la miró, intrigado.

—¿Qué fue lo que le hizo darse cuenta de su mentira? —preguntó, ansioso.

—Cuando Don Vittorio mencionó esa fiesta, cometió un error. Dijo que habías hablado de la muerte de tu hermano como una excusa para acercarte a mí. Pero tú nunca mencionaste eso en la fiesta. Fue algo que compartiste conmigo mucho después, en un momento de confianza profunda. Su mentira se desmoronó cuando se contradijo en los detalles. Sabía que había manipulado la información para hacerte quedar mal —explicó Elena.

Damián la miró, maravillado por su inteligencia y determinación.

—Eres increíble, Elena. Tu capacidad para ver a través de las mentiras y descubrir la verdad es asombrosa. No sé cómo pude tener tanta suerte de tenerte a mi lado —dijo Damián, con sinceridad.

Elena sonrió, agradecida por sus palabras.

—Gracias, Damián. Pero esto no se trata solo de mí. Se trata de nosotros y de nuestra lucha. No podemos permitir que Don Vittorio y la Camorra nos destruyan —respondió, con firmeza.

Elena tomó las manos de Damián, sus ojos llenos de determinación.

—Necesitaba encontrar un lugar seguro para pensar y planear nuestro próximo movimiento. Sabía que vendrías aquí porque este lugar es especial para ti, para nosotros. Don Vittorio me ha tomado por tonta, y aunque Doña Irene haya caído en su trampa, yo no lo haré. Vamos a luchar juntos, y vamos a ganar —dijo, su voz firme.

Damián la miró, su corazón lleno de amor y gratitud.

—Tienes razón. No podemos permitir que nos destruyan. ¿Cuál es el plan? —preguntó, decidido a luchar a su lado.

—Lo discutiremos mañana. Por ahora, cenemos y recuperemos fuerzas. Necesitamos estar en nuestro mejor estado para lo que viene —dijo Elena, sonriendo.

Ambos se dirigieron a la cocina. Damián se unió a Elena en la preparación de la cena, disfrutando de cada momento juntos. Había una sensación de paz y esperanza en el aire. Cocinaron pasta con mariscos y una ensalada fresca, acompañada de una botella de vino tinto.

Las risas y los flirteos regresaron mientras trabajaban juntos, recordando por qué habían llegado a confiar y amar tanto el uno en el otro.

—Siempre me ha gustado cómo cocinas, Damián. Hay algo especial en la manera en que preparas cada plato —dijo Elena, sonriendo.

—Y a mí siempre me ha encantado cocinar para ti. Haces que cada comida sea especial —respondió Damián, mirándola con amor.

Se sentaron a la mesa y compartieron una cena tranquila y reconfortante. Hablaron de sus esperanzas y miedos, reforzando su compromiso de luchar juntos.

—Brindo por nosotros, por nuestra lucha y por el amor que compartimos —dijo Damián, levantando su copa.

—Y por nuestra victoria sobre aquellos que intentan separarnos —añadió Elena, chocando su copa con la de él.

La noche había caído, y la luz de la chimenea creaba un ambiente cálido y acogedor. La cena había sido deliciosa, y ahora ambos estaban en el salón, con copas de vino en la mano.

Damián observaba a Elena, maravillado por cómo la luz de las llamas jugaba con sus facciones. Había algo hipnótico en la forma en que su cabello caía sobre sus hombros, en la suavidad de su piel iluminada por el fuego.

—Siempre me ha gustado este lugar —dijo Elena, rompiendo el silencio, su voz suave y melódica—. Tiene una magia especial.

—Sí, es un refugio —respondió Damián, acercándose un poco más a ella en el sofá—. Pero creo que lo que realmente lo hace especial es estar aquí contigo.

Elena sonrió, sintiendo un cosquilleo en su estómago. Sus miradas se encontraron, y durante unos segundos, el mundo exterior dejó de existir. El sonido del crepitar de la madera en la chimenea era el único testigo de la creciente tensión entre ellos.

—¿Sabes? Nunca pensé que terminaríamos aquí, juntos, después de todo lo que ha pasado —dijo Elena, su voz apenas un susurro.

—La vida tiene formas extrañas de juntarnos, de darnos lo que realmente necesitamos —respondió Damián, acercándose aún más, hasta que sus rodillas se tocaron.

Elena dejó escapar un pequeño suspiro, sintiendo cómo la cercanía de Damián afectaba a cada una de sus fibras. Levantó la copa de vino y tomó un sorbo, sus ojos nunca dejando los de él. Damián hizo lo mismo, sin romper ese contacto visual que parecía desnudarlos por completo.

—Siempre he admirado tu fuerza, Elena. Tu determinación, tu capacidad para seguir adelante sin importar las dificultades —dijo Damián, su voz cargada de sinceridad—. Pero ahora, más que nunca, me doy cuenta de lo valiente que eres.

Elena sintió que sus mejillas se ruborizaban ligeramente. El vino y las palabras de Damián la hacían sentirse vulnerable y poderosa al mismo tiempo.

—No soy tan valiente como crees, Damián. Hay muchas veces en las que siento miedo, en las que dudo de todo —confesó, bajando la mirada un instante antes de volver a encontrar sus ojos—. Pero cuando estoy contigo, siento que puedo enfrentar cualquier cosa.

Damián extendió una mano y acarició suavemente la mejilla de Elena. El contacto fue eléctrico, y ella cerró los ojos por un momento, disfrutando de la sensación.

—Elena, eres más fuerte de lo que crees. Y yo... —Damián hizo una pausa, su voz temblando ligeramente—. Yo no sé qué haría sin ti.

Elena abrió los ojos y lo miró fijamente. La intensidad en los ojos de Damián era casi abrumadora, pero no podía apartar la mirada.

—Damián, hay algo que necesito decirte —comenzó, su voz temblando ligeramente—Durante toda mi vida, he tenido problemas para confiar en la gente. La muerte de mi madre cuando era niña, la injusta incriminación de mi padre... Todo eso me ha marcado profundamente. Y ahora, con todo lo que estamos descubriendo sobre la Camorra y su influencia, siento que mi vida está cambiando radicalmente.

Damián la miró con atención, sus ojos llenos de preocupación y comprensión. Sabía que Elena no solía abrirse de esta manera, y estaba dispuesto a escuchar cada palabra.

—Entiendo, Elena. Ha sido un camino muy difícil para ti —dijo, con suavidad.

Elena asintió y continuó.

—Siempre he sido así, Damián. Siempre me ha costado confiar en los demás. Pero ahora, más que nunca, necesito tener a alguien en quien pueda confiar plenamente. Necesito que seas ese pilar, esa columna a la que pueda aferrarme cuando todo lo demás se desmorone. Necesito saber que puedo contar contigo, sin ninguna duda —dijo, con la voz quebrada por la emoción.

Damián sintió una oleada de ternura y compasión hacia Elena. Se dio cuenta de lo valiente que era al compartir sus sentimientos más profundos con él. Tomó su mano y la apretó suavemente.

—Elena, te prometo que siempre estaré aquí para ti. Seré esa columna en la que puedas apoyarte. No importa lo que pase, siempre podrás contar conmigo. Nunca te fallaré —dijo, mirándola a los ojos con sinceridad.

Elena sintió una calidez en su corazón al escuchar sus palabras. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que podía confiar plenamente en alguien. Se inclinó hacia él y apoyó su cabeza en su hombro.

—Gracias, Damián. Significa mucho para mí que estés aquí —susurró, con la voz llena de gratitud.

Damián rodeó sus hombros con un brazo y la atrajo más cerca.

—Sabes, Elena, tú no eres la única que ha tenido dificultades para confiar en los demás. La muerte de mi hermano Giovanni y todo lo que he vivido infiltrándome en la Camorra me ha dejado cicatrices profundas. Pero desde que te conocí, has sido una fuente de esperanza y fuerza para mí. Tú también eres mi pilar, y no puedo imaginar mi vida sin ti —dijo, con sinceridad.

—Damián... —murmuró, sin saber exactamente qué decir.

Damián se inclinó hacia adelante, cerrando la distancia entre ellos. Sus labios estaban tan cerca que podían sentir el aliento del otro. Elena no pudo resistir más y se dejó llevar, cerrando los ojos y permitiendo que el momento los envolviera.

El beso fue suave al principio, una exploración cuidadosa. Pero pronto, la pasión contenida de ambos explotó, y se encontraron devorándose con urgencia. Las manos de Damián se deslizaron por la espalda de Elena, atrayéndola más cerca, mientras ella enredaba los dedos en su cabello.

Elena se apartó un poco, solo lo suficiente para tomar aire, sus ojos brillando con deseo y confusión.

—Esto es... esto es una locura —dijo, con la respiración entrecortada.

—Sí, pero es nuestra locura —respondió Damián, sin apartar sus manos de su cintura—. Y no quiero que acabe.

Elena sonrió, sintiendo que todas sus dudas y miedos se desvanecían en ese momento. Volvió a besar a Damián, esta vez con una mezcla de ternura y determinación.

La noche avanzó, y ambos se perdieron en el calor del fuego y en la intensidad de sus sentimientos. Había algo liberador en ese momento, algo que los hacía olvidar todas las amenazas y peligros que los rodeaban. Por primera vez en mucho tiempo, se permitieron ser simplemente Elena y Damián, dos personas profundamente conectadas, dispuestas a luchar por su amor y por un futuro juntos.

Elena se apartó ligeramente y apoyó su frente contra la de Damián, sus respiraciones sincronizadas.

—Prométeme que siempre estaremos juntos, pase lo que pase —susurró, su voz llena de esperanza.

—Te lo prometo, Elena. Siempre —respondió Damián, sellando su promesa con otro beso.

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