Capítulo 10: Archivo oculto
Antes de salir del refugio, el grupo se reunió en la sala de planificación. La mesa estaba cubierta de mapas, planos del edificio y equipos tecnológicos, reflejando la seriedad y la precisión con la que debían abordar la misión. La luz suave del refugio iluminaba los rostros concentrados de los miembros del equipo.
—Nuestro objetivo es este archivo —dijo Damián, señalando una habitación en el plano con un puntero láser—. Aquí es donde creemos que se encuentra la información que necesitamos. Este edificio es antiguo y tiene múltiples accesos, pero solo uno nos llevará a la oficina de archivos sin ser detectados.
Marcos abrió una caja metálica y comenzó a distribuir dispositivos de comunicación, linternas tácticas y herramientas de hacking, asegurándose de que cada miembro del equipo recibiera lo necesario. Los dispositivos de comunicación eran pequeños y discretos, diseñados para mantenerlos conectados sin atraer atención. Las linternas tácticas tenían un modo de luz roja para minimizar la visibilidad.
—Cada uno de nosotros llevará esto. Mantened las comunicaciones abiertas en todo momento. Si algo sale mal, nos retiramos inmediatamente —dijo Damián, su tono firme y autoritario. La gravedad de sus palabras no pasó desapercibida, y cada uno asintió con determinación.
Laura, la experta en tecnología, levantó un dispositivo de hacking multifuncional, un pequeño aparato lleno de cables y pantallas.
—Esto desactivará las alarmas y las cámaras de seguridad. Pero necesitamos movernos rápido, tenemos una ventana limitada —explicó, conectando el dispositivo a su laptop. La pantalla se iluminó con un mapa digital del sistema de seguridad del edificio, mostrando las cámaras y los puntos de alarma.
—Listo —dijo Laura, su voz firme y segura—. Una vez dentro, tendré control total, pero solo por un tiempo. Necesitamos ser eficientes.
El grupo asintió en señal de acuerdo, conscientes de la sincronización y precisión que requería la misión. Con el equipo listo y las instrucciones claras, salieron del refugio, preparados para enfrentar el desafío que les esperaba.
—Damián, sé que eres más que capaz, pero... ten mucho cuidado ahí fuera —dijo Elena, su voz firme, aunque cargada de una preocupación que no podía disimular del todo. Era una mujer dura, acostumbrada a enfrentar el peligro, pero la idea de que algo le sucediera a Damián la inquietaba más de lo que quería admitir.
Damián asintió, sosteniendo su mirada con una intensidad que solo ellos compartían.
—Lo estaré, Elena. Prometo regresar en una pieza —respondió, esbozando una ligera sonrisa que intentaba aliviar la tensión. Sin embargo, ambos sabían que las promesas en su mundo eran frágiles. Elena se acercó un paso más, sin romper su fachada dura, y colocó una mano en su brazo, su toque firme pero reconfortante.
—Solo vuelve, ¿de acuerdo? —añadió Elena, su voz manteniéndose fuerte y controlada. No había espacio para la vulnerabilidad en su mundo, pero en ese momento, su preocupación por Damián era evidente.
—Volveré, lo prometo —dijo Damián, apretando suavemente la mano de Elena antes de apartarse. Sus caminos se separaron en ese instante, cada uno con su propia misión, pero con la promesa silenciosa de que se encontrarían nuevamente.
Elena, en un impulso, se inclinó y le dio un beso en la mejilla, su gesto rápido pero lleno de una intensidad que no necesitaba palabras. Damián quedó momentáneamente paralizado por la sorpresa y la emoción. El toque de sus labios en su piel encendió una chispa en su corazón, una mezcla de calidez y determinación que le recordó lo que realmente estaba en juego. Sintió un renovado impulso de protegerla y regresar a su lado, más fuerte y decidido que nunca. Mientras se alejaba, podía sentir el calor del beso de Elena, un recordatorio constante de por qué estaba dispuesto a arriesgarlo todo.
El edificio se erguía imponente y oscuro contra el cielo nocturno. Su silueta recortada se alzaba sobre la ciudad como un gigante dormido, sus contornos desdibujados por la penumbra. El silencio era abrumador, solo interrumpido por el susurro del viento que acariciaba suavemente las hojas de los árboles cercanos. La fachada, antaño majestuosa, mostraba signos evidentes de abandono y deterioro: las ventanas rotas parecían ojos ciegos que observaban la nada, mientras que los grafitis en las paredes contaban historias de olvido y rebeldía.
Las sombras del edificio se mezclaban con las de los árboles y arbustos, creando una atmósfera inquietante. Los alrededores estaban desiertos, sin señales de vida, lo que acentuaba la sensación de peligro inminente. La luz de la luna apenas iluminaba los detalles, dejando muchas áreas sumidas en una oscuridad casi tangible.
—Nos acercamos por la parte trasera —dijo Damián en un susurro, avanzando con cautela junto a Marcos. Sus pasos eran apenas audibles, un contraste con el silencio opresivo que los rodeaba. El crujido ocasional de alguna rama bajo sus pies parecía resonar más fuerte de lo habitual, añadiendo una capa adicional de tensión a su avance.
Elena y Javier se quedaron en las sombras, vigilando los alrededores con atención. Javier, con sus binoculares en mano, escudriñaba cada rincón en busca de cualquier movimiento sospechoso.
—Todo despejado hasta ahora —informó Javier en voz baja, ajustando sus binoculares para asegurarse de que no había amenazas inmediatas. La tensión en el aire era palpable, pero la determinación en sus rostros dejaba claro que estaban listos para lo que viniera.
La entrada trasera del edificio estaba asegurada con una cerradura electrónica, sus luces parpadeaban en un tenue brillo rojo, advirtiendo de su función de seguridad. Marcos, con movimientos precisos y calculados, sacó un dispositivo de desactivación de cerraduras de su mochila. Era una pequeña caja negra llena de cables y luces LED, diseñada para hackear y desactivar sistemas electrónicos de seguridad. Lo conectó al panel con un par de cables, su rostro iluminado por el resplandor verde del dispositivo.
—Esto solo tomará un minuto —dijo Marcos, trabajando con destreza mientras sus dedos manipulaban los controles con habilidad. El dispositivo emitió una serie de pitidos mientras descifraba el código de la cerradura.
Damián vigilaba a su alrededor, atento a cualquier sonido o movimiento sospechoso. El leve clic del dispositivo rompió el silencio, señalando que la cerradura había sido desactivada. La puerta se abrió lentamente con un suave chirrido, revelando un pasillo oscuro más allá.
—Adelante —susurró Damián, avanzando primero, seguido de cerca por Marcos. Sus cuerpos se movían con la precisión de una coreografía bien ensayada, cada paso calculado para minimizar el ruido.
Los pasillos eran oscuros y llenos de escombros, restos de un tiempo en que el edificio había estado en uso. Paredes agrietadas y pisos cubiertos de polvo y fragmentos de techo caído creaban un laberinto inquietante. El sonido de sus pasos resonaba en el silencio, amplificando la tensión con cada eco que rebotaba contra las paredes. La luz de sus linternas tácticas apenas iluminaba unos pocos metros delante de ellos, haciendo que las sombras danzaran de manera fantasmal a su alrededor.
El aire estaba viciado, cargado con el olor a humedad y descomposición, y cada esquina oscura parecía esconder secretos olvidados. Avanzaban con cautela, conscientes de que un solo paso en falso podría alertar a cualquier guardia que pudiera estar patrullando el edificio.
El interior del edificio estaba en ruinas, un testimonio silencioso del paso del tiempo y el abandono. Los pasillos estaban llenos de polvo y restos de muebles rotos, esparcidos como escombros después de una tormenta. Piezas de metal oxidado y astillas de madera crujían bajo sus pies, mientras el polvo se elevaba con cada paso, danzando en los haces de luz de sus linternas tácticas. Las paredes, que una vez habrían estado llenas de documentos y anuncios, ahora solo mostraban señales de decadencia, con papel pintado desgarrado y grafitis desvaídos.
—Laura, guíanos. ¿Dónde está la siguiente cámara? —preguntó Damián, su voz un susurro que apenas rompía el silencio opresivo del lugar.
Laura, desde su posición en la camioneta, monitoreaba el sistema de seguridad en su laptop. Las pantallas mostraban una red de cámaras y alarmas, cada una marcada con precisión en el plano digital del edificio.
—A 20 metros a tu izquierda. Mantente en las sombras —respondió Laura, sus ojos fijos en las pantallas mientras seguía sus movimientos.
Damián y Marcos se movieron con precisión, sus cuerpos pegados a las paredes mientras avanzaban. La penumbra del edificio era densa, y las sombras eran su mejor aliada, ocultándolos de las cámaras que giraban lentamente en su vigilancia. Pasaron por oficinas desiertas y salas de conferencias abandonadas, cada una un eco de lo que alguna vez fue un lugar de actividad y propósito.
El silencio era roto solo por el leve zumbido de las cámaras de seguridad y el crujido ocasional de algún escombro bajo sus pies. La tensión en el aire era palpable, una sensación de alerta constante mientras se acercaban más a su objetivo. El camino estaba lleno de desafíos, pero la determinación en sus rostros mostraba que no había vuelta atrás.
Mientras Damián y Marcos avanzaban sigilosamente por los oscuros pasillos, la voz de Laura llegó a través de sus auriculares, calmada y controlada.
—Tengo control total sobre las cámaras. Pero cuidado, hay un guardia patrullando el piso superior —dijo Laura, su tono profesional pero con un matiz de preocupación.
Damián se detuvo un momento, evaluando la situación. La información de Laura era crucial; cualquier movimiento en falso podría alertar al guardia y comprometer toda la misión.
—Recibido. Mantenme informado —respondió Damián, moviéndose más rápido pero con cautela. Su respiración era lenta y controlada, cada paso medido para no hacer ruido.
Laura, sentada en la camioneta con las luces tenues, tenía su laptop abierta frente a ella. Sus dedos se movían con rapidez y precisión sobre el teclado, monitoreando las cámaras y asegurándose de que los sistemas de seguridad permanecieran inactivos. Las imágenes de las cámaras de vigilancia mostraban pasillos vacíos y oficinas abandonadas, pero la figura del guardia patrullando el piso superior mantenía su atención.
—El guardia está girando hacia el ala norte. Tienes unos minutos antes de que vuelva —informó Laura, sus ojos nunca dejando la pantalla.
Damián agradeció la actualización con un leve asentimiento, consciente de que Laura no podía verlo. Avanzó rápidamente junto a Marcos, sabiendo que cada segundo contaba. El vínculo entre ellos y Laura era vital, una conexión invisible que los mantenía sincronizados y a salvo en la oscuridad del edificio.
—Laura, cualquier cambio, avísanos de inmediato —dijo Damián, su voz baja pero firme.
—Entendido, no os preocupéis —respondió Laura, su confianza y habilidad proporcionando una red de seguridad crucial para el equipo.
Mientras avanzaban por los pasillos oscuros, Damián y Marcos se encontraron con una puerta bloqueada, reforzada con un sistema de seguridad más avanzado de lo que esperaban. El panel de control junto a la puerta parpadeaba con luces rojas y verdes, mostrando un nivel de protección que no habían previsto. Marcos se arrodilló rápidamente, sacando una herramienta de hacking de su mochila, un dispositivo complejo lleno de cables y luces.
—Esto es más complicado de lo que pensaba. Necesitaré un poco más de tiempo —dijo Marcos, concentrado en el panel, sus dedos moviéndose con destreza para conectar los cables y comenzar el proceso de desactivación.
Damián se mantuvo alerta, su mirada recorriendo el pasillo en busca de cualquier señal de movimiento. Los minutos se alargaban y el silencio se hacía más opresivo, amplificando cada pequeño sonido.
—Date prisa, Marcos. No tenemos todo el día —susurró Damián, sintiendo la tensión en el aire. El tiempo parecía correr en su contra y cada segundo aumentaba el riesgo de ser descubiertos.
Marcos, sin dejarse intimidar por la presión, continuó trabajando meticulosamente. El dispositivo de hacking emitía una serie de pitidos y chirridos mientras descifraba el código de seguridad. Finalmente, después de unos minutos que parecieron eternos, el panel emitió un clic y las luces cambiaron a verde. La puerta se abrió lentamente, revelando el camino adelante.
—Vamos, rápido —dijo Marcos, empujando la puerta y permitiendo que Damián avanzara primero.
Damián pasó rápidamente, seguido de cerca por Marcos, sus cuerpos tensos y listos para cualquier eventualidad. Sabían que cada obstáculo superado los acercaba más a su objetivo, pero también aumentaba la probabilidad de encontrarse con nuevos peligros. La misión continuaba, y cada paso adelante era una prueba de su habilidad y determinación.
La oficina de archivos estaba llena de estanterías viejas y documentos esparcidos, un caos de papeles y carpetas polvorientas que hacían difícil encontrar cualquier cosa de valor. Las paredes, alguna vez blancas, ahora estaban manchadas de humedad y suciedad, reflejando el abandono del lugar. Las estanterías metálicas chirriaban con cada toque, y el aire estaba cargado de un olor a papel viejo y moho.
—Busquemos rápido. No tenemos mucho tiempo —dijo Marcos, empezando a revisar los estantes con movimientos rápidos y eficientes. Sus manos se movían de un lado a otro, sacando carpetas y archivos que examinaba brevemente antes de arrojarlos a un lado.
Damián pasó sus manos por las paredes, buscando irregularidades. Conocía bien los trucos para ocultar cosas importantes en lugares aparentemente comunes. Mientras sus dedos recorrían las grietas y protuberancias de la pared, Marcos seguía encontrando documentos irrelevantes.
—Aquí hay algo, pero no parece relevante —dijo Marcos, arrojando un archivo a un lado con frustración creciente.
—Sigue buscando. Debe estar aquí en algún lugar —respondió Damián, su voz llena de determinación. Cada archivo falso y documento irrelevante que encontraban solo aumentaba la tensión y el suspense. Sabían que el tiempo estaba en su contra y que cualquier demora podía ser peligrosa.
Finalmente, Damián sintió una ligera irregularidad en una sección de la pared. Presionó con cuidado, revelando un compartimento oculto detrás de un panel suelto. Con un rápido movimiento, abrió el compartimento y sacó una caja de documentos polvorientos.
—Lo encontré. Aquí está el archivo —dijo Damián, sosteniendo la caja con firmeza. La tensión en sus hombros se relajó un poco, pero sabían que aún no estaban fuera de peligro. Cada segundo contaba, y debían salir de allí antes de que alguien descubriera su presencia.
De repente, escucharon pasos acercándose, resonando con un eco ominoso en los oscuros pasillos del edificio.
—Laura, necesitamos una distracción. ¡Ahora! —urgió Damián, su voz baja pero llena de urgencia. La presión del momento se sentía como una corriente eléctrica, tensando cada músculo de su cuerpo.
Laura, sentada en la camioneta, reaccionó de inmediato. Sus dedos volaron sobre el teclado, cortando la luz del edificio y sumiéndolo en una oscuridad impenetrable. El repentino apagón dejó a los guardias desorientados, sus linternas parpadeando en un intento de iluminar el caos.
—Muévanse rápido —dijo Laura, su voz calmada pero firme a través del comunicador, guiándolos con precisión en medio del caos que había creado.
Damián y Marcos avanzaron rápidamente, sus cuerpos moviéndose como sombras esquivas en la penumbra. Cada paso era calculado, cada respiración controlada mientras se deslizaban por los pasillos, evitando a los guardias que, confusos, trataban de restablecer el orden. El sonido de pasos apresurados y murmullos ansiosos llenó el aire, amplificando la tensión del momento.
—Laura, mantén las cámaras desactivadas. Estamos casi fuera —dijo Damián, su respiración entrecortada pero constante mientras se mantenía enfocado en la salida.
El edificio, sumido en un ambiente de incertidumbre, parecía cobrar vida propia con cada obstáculo que enfrentaban. Los guardias, desorientados y nerviosos, se movían torpemente, dando a Damián y Marcos la oportunidad de avanzar sin ser vistos. El riesgo era palpable, pero la adrenalina impulsaba cada uno de sus movimientos, acercándolos cada vez más a la seguridad del exterior.
Finalmente, vieron la luz tenue de la salida trasera y supieron que la libertad estaba a solo unos pasos. Aun así, la tensión no disminuyó hasta que atravesaron la puerta y se reunieron con Elena y Javier, quienes esperaban con anticipación. Habían superado otro desafío, pero sabían que la verdadera batalla estaba aún por delante.
Una vez fuera, el grupo se reunió en la camioneta y regresaron al refugio. Allí, comenzaron a revisar los documentos, descubriendo pruebas incriminatorias que podían cambiar el rumbo de su investigación.
Entre los documentos, encontraron un certificado de defunción con un nombre que no reconocían, pero con detalles que coincidían con el caso de la incriminación del padre de Elena. El nombre del hombre asesinado había sido cambiado para ocultar su relación con la Camorra.
—Aquí está la clave. El verdadero nombre del hombre asesinado es Giovanni Conti. Esto confirma su conexión con la Camorra —dijo Javier, mostrando el documento a los demás.
—Con esta información, podemos empezar a tirar del hilo y descubrir quién está realmente detrás de todo esto —dijo Elena, con una mirada determinada.
—Estoy contigo, Elena. Vamos a derribar a todos los responsables —respondió Damián, su voz llena de convicción.
Damián sintió un nudo en el estómago al ver el nombre de Giovanni Conti. Ese hombre era su hermano, pero no podía confesárselo a Elena todavía. La verdad era mucho más complicada y peligrosa de lo que ella imaginaba. Cada paso que daban los acercaba más a la verdad, pero también a un peligro mayor. Damián sabía que llegaría el momento en que tendría que revelar toda la verdad a Elena, pero por ahora, debía protegerla a cualquier costo.
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