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Capítulo 5. Alma en pena omnipresente


Un chorro de un líquido amarillo ocre cayó a propulsión sobre una lápida de cemento, en la que se leía la inscripción "Bruno Morris", con la fecha de su nacimiento y la fecha de su muerte. Luego de cerrarse la cremallera, Chun escupió la lápida.

—Debelias habel vivido quemado sufliendo, pala que pagalás en vida lo que hicite suflil a los demás. Pelo pol lo menos estalemos tlanquilos. —Chun volvió a escupir. Tenía unas enormes ganas de sacar el cadáver de la tumba y caerle a patadas.

—¡Hey! ¡Chun! ¿Qué haces? —gritó la voz de una chica a la distancia. Chun se dio la vuelta y vio venir a Lucy acompañada de Emilia y Amanda. Chun salió corriendo y se perdió de vista entre unos árboles.

Las chicas, cargadas de flores, apuraron el paso hasta llegar a la tumba, y vieron el líquido amarillo, y gargajos sobre la lápida.

—Dios mío, ¡qué asco! —exclamó Amanda, tapándose la nariz con la mano—. Huele horrible.

—Debe odiarlo mucho, y no lo culpo. —Emilia sacó las flores del envoltorio de plástico—. Hizo su vida y la de muchos un verdadero infierno.

Lucy metió el ramo de flores que traía en un florero de cerámica colocado a un extremo de la tumba, mientras que Emilia y Amanda hicieron lo mismo en otro florero puesto en el extremo contrario.

Emilia les confesó un secreto a sus amigas, ahí, frente a la tumba de Bruno. El año pasado ella había quedado embarazada de Bruno, pero él la advirtió que no se haría cargo del niño. Sus padres la llevaron de viaje para que abortara lejos. Ella les dijo a todos en la escuela que se iría de vacaciones. Las chicas quedaron impactadas, y se abrazaron. Bruno no sintió remordimiento cuando supo que había perdido un hijo. Emilia se echó a llorar, porque, aunque no podía extrañar a un hijo que no nacía, ni sentía que había cometido un asesinato, entendía que había cometido un hecho socialmente reprochable, y sentía mucho temor que se supiera en la escuela. Sus amigas juraron no contar nada, y se dieron un abrazo mutuo.

—Se siente tan raro estar aquí —dijo Emilia—. No vinimos a su sepelio porque lo vimos como un victimario. ¿Ahora es una víctima? No es tan fácil. Pero en verdad el rencor no me deja pensar en otra cosa. Nunca le perdoné la bofetada que me dio cuando fuimos novios, ni su infidelidad. No es fácil. Quiero dejar el rencor para avanzar.

—También yo —resopló Lucy—. No puedo creer que las tres fuimos novias de él, una detrás de otra, solo por su atractivo físico, porque, por lo demás, siempre fue un patán. A las mujeres que nos atraen los bad boys sí que estamos mal. ¿Será algo genético?

—Creímos que lo podíamos cambiar. Es como un reto —añadió Amanda.

—Te perdono, Bruno —dijo Lucy con su mirada anclada en la lápida.

—También yo te perdono —dijo Emilia

—Y yo... —añadió Amanda.

Las tres amigas se abrazaron frente a la tumba de concreto, como queriendo demostrarle a Bruno que ellas pudieron sanar de esa relación que tuvieron con él, la cual cada de ellas consideró enfermiza, debido a los maltratos sufridos.

*******

Chun, de apellido Gyeong, era un chico de marcados rasgos asiáticos. Nació en China, de madre Coreana y padre chino. Sus progenitores murieron en un accidente automovilístico y el bebé quedó al resguardo en un orfanato. Sus abuelos, los padres de su padre, vivían en América, llegados allí como inmigrantes cuando la segunda guerra mundial hizo imposible una buena calidad de vida en el país asiático. Mucho tiempo después de terminada la guerra, el padre de Chun habría de regresar a China, pues nunca se acostumbró a la vida americana. No obstante, los abuelos del chico decidieron seguir viviendo en América; se consideraron ya muy viejos para volver a comenzar una nueva vida por segunda vez.

Cuando Chun llegó a América, una vez que sus abuelos fueron por él a China, tuvo fuertes problemas de adaptación, con muchas dificultades para aprender el nuevo idioma y el permanente bullying por parte de sus compañeros que le aplicaban con crueldad. Lo llamaban "chino" de forma peyorativa, cosa que le molestaba, y le decían que, por ser chino, comía ratas, gatos y perros, y que seguramente se comían entre ellos como canibalismo, ya que nunca nadie había visto un sepelio de chinos. Ante esto, Chun insistía en que era coreano, porque su madre lo era, como una manera de lograr que cesaran los ataques, pero nunca los convenció. Bruno y su grupo habían sido los peores, pues sus burlas eran acompañadas por golpes.

En el último año de la secundaria muchos de sus compañeros de clases comenzaron a cambiar con él, ya lo molestaban menos, la madurez los había hecho darse cuenta de lo ridículo y sin sentido que resultaba molestar a alguien por sus diferencias étnicas. Luego de la muerte de Bruno; sin embargo, un pequeño grupo, del cual Drake formaba parte, lo continuaba molestando, pues le seguía pareciendo divertido someterlo al ridículo público. Pese a que los últimos días habían sido relativamente tranquilos para Chun, el daño ya estaba hecho; un profundo rencor se había enquistado en su psiquis por tantos años de burlas, maltratos y desplantes. No podía olvidar la vez que le echaron una rata muerta en la bandeja de su almuerzo porque según el horóscopo chino, aquel era el año de la rata y querían hacerlo sentir como en casa.

Esa mañana, en la oficina de redacción del periódico escolar, en el cual él fungía como co-editor, recibió el golpe más bajo, el que más le dolió, y el que derramó la última gota de la copa de su ira.

Samanta llegó presurosa, saludó a todos en la oficina, de forma genérica sin mirar a nadie. Entró a su cubículo, y a Chun le pareció más deslumbrante que nunca al verla pasar y contemplarla, como si el tiempo se desacelerara para apreciar mejor cada detalle: su cabello largo y ondulado, negro azabache con destellos azules ante la luz, su piel clara con ligeras pecas en sus mejillas y nariz. Además de presidenta del centro de estudiantes, ejercía el cargo de directora del periódico escolar. Era de estatura media, cuerpo de reloj de arena, aunque ella poco hacía para destacar sus atributos, pues acostumbraba a usar pantalones vaqueros nada ajustados, y una simple camisa deportiva. Insistía en que una mujer debía destacarse por su apariencia y personalidad y no por sus fortalezas físicas. Una corta lista de hombres que pasaron por su vida y que ella consideraba patanes, en parte, era la causa de esta forma de pensar; siempre los hombres la miraban por debajo del cuello al hablar cuando usaba el más mínimo escote, en vez de verla a sus ojos; una vez, un hombre le echó un somnífero a su bebida para llevarla a la cama en una fiesta de cumpleaños de una amiga; por fortuna, ella notó la extraña coloración en la bebida vino tinto que se había vuelto azul en el fondo.

Chun sacó de la gaveta de su escritorio una rosa con un largo tallo, y luego miró el reflejo de su cara en la pantalla de la computadora para peinarse con las manos. Hilda estaba sentada frente a una computadora a su lado, y se quedó embelesada viendo el espectáculo del muchacho que caminaba al cubículo de Samanta; desearía que alguna vez alguien le regalara una flor. El chico entró y por descuido dejó la puerta entreabierta. Samanta se sorprendió al verlo con la flor en la mano. Levantó sus cejas y se llevó su mano a la boca.

—Yo, estoy aquí otla vez. —Chun le extendió la flor, con su voz ahogada, casi quebrada—. Te dije que no me dalía polvencido. ¿Ya tuvite tiempo de pensal en el amol que te declalé la otla vez?

Samanta, ya sentada en su escritorio, lo miró con compasión. Apoyó su cabeza sobre su mano y su codo sobre la mesa. Resopló y dio una respuesta que pensó sería la más adecuada:

—Cuando te dije que lo pensaría, me refería a que pensaría la mejor manera de rechazar tu propuesta, es decir, el amor, el enamoramiento, ambos sentimientos no se controlan, no podemos decidir a quién amar, ni de quien enamorarnos. El amor es....

—Me das una definición filosófica de amol, yo te puedo dal una definición científica: es la leacción de holmonas como la oxitocina y dopamina, pero es lesultado de conductas aplendidas. En occidente una mujel aplende a enamolalse del chico alto y colpulento de mandibula ancha, polque todas las chicas hacen lo mismo. El amor es una leacción emocional aplendida. Es una lespuesta a un glupo aplendido de estímulos y conductas. Yo pensé que tu elas difelente, que no milabas lo físico, pero eles igual de básica y supelficial.

—Soy humana —se excusó con una sensación de corazón estrujado.

—El amol sí se decide, sí es contlolable, y tú ya decidite...

Samanta bufó y se frotó la cara.

—Ayer... Ken y yo nos hicimos novios formales... conocí a sus padres, y él a los míos... cenamos

A Chun, aquella noticia le hizo experimentar que el piso a sus pies se hundía y que quedaba colgado sobre un lago de fuego; pero hizo lo posible para no dejarse caer, a pesar de sentir que un balde de agua fría le caía en su cara. Sin mostrarse alterado respiró profundo.

—Cleí que lo de utedes ela algo pasajelo. Yo te declalé mi amor plimelo que él.

—Chun... —rogó la chica sin terminar la frase de rechazo.

Ken estaba afuera del cubilo escuchándolo todo a través de la puerta entreabierta. Hilda miraba por encima del hombro del chico para no perderse los pormenores de aquel drama. Cuando vieron que la conversación terminaba se apartaron y comenzaron a simular que revisaban unos papeles en el escritorio, dando la espalda hacia la puerta.

Chun salió presuroso sin mirar a los lados. Ken no supo si el triste muchacho se había percatado de su presencia allí, o si lo ignoró. Chun, con su mirada clavada en la puerta abierta de la oficina, la atravesó. Hilda le comentó a Ken que le pareció haberle visto los ojos llorosos a Chun. Ken miró hacia la puerta del cubilo, luego, hacia la puerta de la salida, y parecía indeciso de hacia dónde debía ir. Samanta, desde el interior, llamó a Hilda con tono alterado, y mientras ella caminaba de prisa hacia Samanta, Ken caminó rápido hacia la salida y fue a buscar a Chun, a quien alcanzó en el pasillo repleto de gente.

—Escuché... tu declaración a Samanta —le dijo Ken susurrando para que nadie más los escuchara.

—No sabía que ela tu novia ya —le respondió apenado, sin darle la cara.

Ken le puso la mano en el hombro para tratar de hacerlo sentir bien con unas leves palmadas de consuelo.

—Escucha, lo que te diré tal vez suene duro, pero es por tu bien. Cada persona debe buscar a sus iguales. Dice el dicho, cada oveja con su pareja —dijo—. Tengo... una prima que es... como tú, tal vez puedes llevarte bien con ella, nunca ha tenido novio, ella es... bueno ella... tiene una... ¡gran personalidad! Las personas deben aspirar a lo que son capaces de alcanzar, no más de allí. Hay que reconocer las limitaciones. Aspirar a más solo puede traer sufrimiento. Te lo digo como amigo, hay que ser realistas. Mira esta es la foto de mi prima.

Ken sacó el smartphone de su bolsillo, buscó en la carpeta de fotos, y le mostró la imagen de una chica de cabello grasoso y escaso, carencia ésta que le hacía lucir una frente muy grande. Tenía además un mentón muy largo; labios tal delgados que le hacía parecer no tener labio superior; y una nariz aguileña muy larga. Sus cejas estaban muy caídas, lo cual le daba un aspecto de permanente tristeza.

Chun no podía creer lo que Ken le estaba proponiendo. Solo lo miró con despreció y siguió su camino.

*******

Ken se reunió con su novia y comentaron lo que había ocurrido con Chun. Samanta le confesó sentirse mal, y le incomodaba pensar que Chun tenía razón en que ella era muy superficial y se guiaba por el físico aunque no quisiera reconocerlo, aunque siempre se había negado a sí misma serlo. Ken le dijo que todos los humanos son así, y que tal vez si ellos dos fueran feos, no se hubiesen hecho novios, porque no se gustarían. Samanta opinó que ambos no eran tan atractivos. Criticó la sobreestima de Ken al creerse tan guapo, pero el chico se apresuró a señalar que tampoco ambos llegaban al nivel de fealdad de Chun.

—Es propio de la naturaleza humana sentir atracción por el físico antes que en la personalidad. Es algo que nos hace humanos. No hay que sentirse culpable por eso. Además, Chun también es superficial; hubieses visto la cara que puso cuando le mostré la foto de mi prima, no le gustó. Sin embargo, él no tiene la oportunidad para escoger, debe conformarse...

—Eso fue muy cruel, lo que le dijiste —señaló Samanta.

*******

—Todo esto te ocurre por no haberme escuchado en el consejo que le di —dijo el señor Morton a Chun en su oficina, sentados con el escritorio en medio de ambos—. De haberme hecho caso, en estos momentos no estaría sufriendo, y tendría a esa chica petulante comiendo de su mano. Me tomo la molestia porque a su edad pasé por algo similar, ya se lo dije. Y los chicos como Ken, Samanta y Drake, merecen un castigo por hacer canalladas a chicos como usted, o como lo era yo.

—En aquel momento le dije que no, polque cleo mucho en Dios, y que solo él puede hacel juticia, pelo ahola le digo a uted, que pensalé en su plopuesta, ya que jugal con esas cosas, e algo muy delicado.

—Eso no es un juego, y no lo piense mucho alumno —advirtió el profesor mirando muy fijo a Chun, de una manera que éste se sintió intimidado.

*******

Chun se puso de pie y salió de la oficina, al hacerlo, se encontró con una desagradable sorpresa en el pasillo.

—Oye, supimos de tu declaración de amor a Samanta, de tu fracasada declaración —se burló un chico.

—Fue mejor así —dijo otro—. Te imaginas si se casan como saldrían sus hijos, ¿con los ojos achinados o "normales"?

—Samanta se ha salvado de que la llevaras a una cena romántica a comer ratas, perros y gatos callejeros —comentó una chica.

Hilda había cometido la imprudencia de difundir lo que había visto y oído en la oficina de redacción del periódico estudiantil. Chun lo sabía porque, el seguir caminando por el pasillo, la escuchó contándoselo a otro grupo de muchachos, mientras ella estaba dándole la espalda.

—Ay pobrecito, así como les cuento sucedió. Samanta lo rechazó cruelmente, y se le veían las lágrimas por sus ojitos achinados —dijo, ignorando que Chun estaba detrás de ella. Los chicos oyentes del chisme le hicieron una seña con sus miradas cuando se percataron de la presencia de Chun, y en seguida ella se giró y guardó silencio, alarmada.

La sangre de Chun hirvió y burbujeó por sus venas. Su cara se enrojeció y su temperatura subió un grado.

—Debe estar más caliente que plancha de chino —rió una voz detrás de él, mientras Chun se dirigía a la salida de la escuela. Hizo lo que nunca había hecho, fugarse de la escuela a mitad de la mañana.

*******

Jeff escribió otro poema romántico anónimo a Emilia a través de su laptop. Justo al darle clic a la opción de enviar, suspiró profundamente, allí, sentando en la cama de la habitación de Peter.

—¡Qué pérdida de tiempo! —dijo Peter usando la computadora de escritorio—. Te despreció. Podrías estar haciendo algo productivo con tu mente, y en vez de eso, estás ahí, angustiado por el amor de alguien que te despreció. Ten autoestima, ¿sí?

—Te pedí una vez que si no ibas a apoyarme como amigo, por lo menos no te mentiras. ¿Lo olvidas?

—Como quieras, yo sí tengo mejores cosas que hacer.

—No vayan a pelear de nuevo, ¿eh? Porque me voy —advirtió Harold con su laptop en el otro extremo de la cama—. Estoy demasiado tenso con los últimos eventos, como para que también ustedes le echen leña a mis nervios.

El timbre del Smartphone de Harold sonó. Lo revisó y se trataba de un mensaje en su aplicación de mensajería instantánea. Bufó y cerró la aplicación.

—Otra vez mi papá —dijo con desdén—. Ya me tiene harto—. Ahora sí se siente culpable por todo lo que pasó. Me escribe a cada momento para saber cómo estoy y para decirme que me quiere. Ya es muy tarde. Si me hubiese ayudado, nada de esto habría pasado...

—Mi mamá tiene también remordimiento, a mi padrastro le da igual —dijo Peter.

—Mis padres prometieron guardarme el secreto de Emilia. Entendieron mis razones para callar los abusos de Bruno —comentó Jeff.

La puerta se abrió y entró la señora Rachel, con una bandeja con vasos de jugos y galletas en ella.

—Les traje algo de beber, deben de tener hambre con tanto estudio —dijo, con una sonrisa algo forzada.

Luego de dejar la charola sobre la cómoda, frente al espejo que tenía el mueble encima, miró a Peter, se acercó a él y le acarició el cabello, mientras lo veía con ternura. Él la miró con indiferencia y ella sintió su rechazo. El chico le guardaba algo de rencor por no enfrentar a su padrastro, por permitirle intervenir y decidir en su vida como si fuera su padre. La mujer se retiró, luego de que los chicos le agradecieron por la merienda.

—Oye, eres muy seco con tu madre —dijo Jeff, con la boca llena luego de darle un mordisco a la galleta.

—Mi padrastro quiere que me vaya de casa, que escoja una carrera militar, y mi madre no se opone, pese a que le dije que no quería —dijo—. Cuando cumpla 18 años me iré de la casa, no podrá hacer conmigo lo que quiera.

—¿Y la universidad? —preguntó Harold

—Conseguiré un empleo y estudiaré. Nadie va a cortar mis sueños de ser ingeniero mecánico.

Harold y Jeff le expresaron su apoyo.

—No puedo creer que todos hayan muerto. Todo nos salió mejor de lo que esperábamos —dijo Peter, con una gran sonrisa.

—Bruno fue la pieza de dominó que había que tumbar para que las demás cayeran en cadena —comentó Jeff.

—No puedo creer que Bruno fuera el jefe que los mantenía unidos. Pero ni yo entiendo lo que pasó —dijo Harold.

—Max mató a Richard, luego a Richard le dijo un paro respiratorio por un shock emocional cuando lo llevaron a la cárcel —comentó Peter—, y bueno, a Jaime le dio un infarto, supuestamente también por estrés. Tenía el corazón roto, literalmente. Eso fue lo que escuché que Ken le contó a Roberto en los vestidores, por las investigaciones que ha hecho su padre.

—Lo demás no lo sé —replicó Harold—; pero, un infarto no provoca que se rompa la mandíbula. Todos estuvimos ahí y lo vimos.

—¿Y lo de nuestros nombres en ese espejo? —preguntó Jeff.

—Estaban seguramente preparando alguna maldad contra nosotros, y lo escribían en el espejo, los muy enfermos —respondió Peter.

—¿Qué pasó con Andrew y Alex? ¿No iban a venir? —Jeff dio otro mordisco a la galleta.

—Me escribieron que se fueron al cine —dijo Harold.

—¡Genial! —exclamó Peter—. Luego, con sus caras muy frescas, nos pedirán la tarea.

—Ya casi son las seis, con razón tengo hambre —dijo Harold viendo el reloj de su Smartphone.

*******

Ken y Samanta estaban en una cola de personas en la entrada de la sala de cine. Mientras los demás comentaban las opiniones que habían visto en Internet sobre la película, Ken y Samanta hablaban de otro tema menos agradable.

—A papá no lo convence para nada la única explicación de la muerte de Jaime que se aproxima a algo lógico: un infarto fulminante —dijo Ken, mientras sostenía la bandeja con palomitas de maíz—. Pero ese fue el único dictamen que pudo hacer el médico forense.

—Un infarto no rompe la tráquea, ni la mandíbula, ni el tórax —añadió la chica.

—Papá dijo que fue como si le metieran algo enorme por la boca y la atravesara sus entrañas y la aplastara el corazón.

Samanta devolvió un puñado de palomitas de maíz de la caja, cuando aquella descripción tan gráfica le revolvió el estómago.

En aquel momento, la gente de la anterior función empezó a salir de la sala de cine, y la pareja escuchó como alababan la película, como la más aterradora del género de horror que jamás habían visto.

—¡Qué bueno que tengo una novia valiente! —dijo Ken en tono de broma, y con un cálido tono de voz, luego de oír lo aterradora que sería.

—¿Valiente yo? —preguntó sin creérselo.

—Si no le temes a hablar en público, no le temes a nada. En tu discurso dominaste el escenario, y el que estaba asustado era yo.

Ambos rieron y Ken le dio un corto beso en los labios.

—Llegamos justo a tiempo —le dijo exaltado Alex a Andrew luego de ambos haber caminado rápido—. Faltan diez minutos para las seis.

Andrew cargaba la bandeja de palomitas de maíz. Los dos se formaron de últimos en la cola, muy atrás de Samanta y Ken.

—Te dije que llegaríamos a tiempo.

Una pareja de chico y chica delante de ellos se giraron para verlos, y Alex sintió que lo miraban como si llevara un gato muerto en la cabeza. Un chico y una chica también detrás de ellos los miraron de arriba abajo, y murmuraron algo.

—Te dijo que fue una mala idea —le susurró Alex, nervioso—. Todos nos miran. Todos siempre esperan que al cine vayan parejas de chico y chica. Esto es peor que venir el cine solo.

Andrew miró a sus observadores, con ojos entornados y ceño muy fruncido, y ellos dejaron de verlos.

—¡Oh no! —exclamó Alex —mira quienes están adelante.

Andrew levantó la cabeza con el cuello estirado y vio a Ken y Samanta.

—Se lo dirán a todos en la escuela, que vinimos juntos, solos al cine. Todos lo sabrán —gimoteó Alex.

—Cálmate —susurró Andrew entre dientes, en el momento en que los demás voltearon a ver el berrinche que Alex comenzó a hacer.

—La sala va a estar a oscuras, no nos verán. Saldremos rápido apenas termine la película. Por otro lado, sé cómo son ellos, no son como los otros.

La cola empezó a avanzar. Ken y Samanta entraron. Mientras Andrew y Alex caminaban, éste último tuvo la sensación de ir directo a un paredón de fusilamiento.

*******

Al mismo tiempo, Hilda y Martina compartían un momento de ocultismo en la casa de ésta última.

—¿Me casaré con un hombre guapo y millonario? ¡Dime que sí!, por favor —rogó Hilda, con sus manos en posición de plegaria, mientras Martina echaba las cartas del tarot sobre la mesa.

—Silencio —regañó—, debo concentrarme.

La chica frunció el ceño, y acercó su cara sobre la mesa ahora cubierta de cartas, y miró con mucho detenimiento.

—Aquí dice que hay aspectos de tu personalidad que debes cambiar para hallar al hombre de tus sueños —dijo la chica—, si no, te quedarás para vestir santos.

—¿Qué? ¿Qué debo cambiar de mí? Soy simpática, amistosa, muy conversadora y sociable...

—Demasiado conversadora y sociable, amiga. Conversas hasta de la vida de los demás....

—Soy comunicativa, lo llevo en la sangre; por eso estudiaré periodismo en la universidad. Es mi vocación, no puedo evitarlo. Lo más seguro es que el hombre de mi vida también sea periodista. Así compartiremos la misma pasión, la misma vocación. Él y yo nos entenderemos. Seguro lo conoceré en la universidad...

*******

Mientras tanto, en su habitación, Susan revisaba el blog del padre Marcos, llamado, "Esperanza en Dios". Leyó con pesar una publicación de hacía tres días donde el hombre anunciaba que regresaría al claustro del monasterio, luego de haber pasado una temporada por las calles de Italia haciendo labores sociales. En el monasterio estaría aislado, sin electricidad, sin internet, por eso, por mucho tiempo no volvería a escribir en su blog. A Susan se le arrugó el corazón, y una especie de soledad la invadió, sobre todo al ver por la ventana ese cielo rojo y anaranjado del atardecer que presagia la noche. Se lamentó por no haber revisado el blog ese día, debido a los últimos macabros acontecimientos de la escuela que la mantuvieron ocupada.

Era una pena, porque quería escribirle las cosas terribles que habían ocurrido en la escuela, para pedirle sus sabios consejos.

*******

Faltando cinco minutos para las seis de la tarde de ese mismo día, Drake y Roberto jugaban baloncesto en una cancha deportiva en un apartado parque de la ciudad. Se peleaban por el balón, pero a la vez veían en la entrada de la cancha a Daniel conversando con Vicky. Ambos mostraban caras de ceño caído. La chica tenía la mano en su frente, como si una preocupación en su cabeza le pesara como el plomo.

—¿Qué crees que pasa? ¿Estarán peleando? —preguntó Drake, jadeando, y con el sudor bañando toda su cara.

En la distracción, Roberto le quitó el balón y lo encestó.

—Eso te pasa por chismoso —dijo Roberto, celebrando su anotación con los brazos arriba.

Daniel no la estaba pasando bien en su conversación con Vicky; unas ganas de llorar se le acumulaban en la garganta.

—Por favor, amor, piénsalo bien —suplicó—. Lo que dije o hice, fue sin pensar.

—Es que tu actitud fue tan cobarde —dijo ella—. Para conocer a alguien, no solo debes ver cómo te trata a ti, sino a los demás. No quisiste defender a Samanta porque le tuviste miedo a Bruno, luego al verlo indefenso, te ensañaste contra él; no niego que mereciera unos golpes, pero en igualdad de condiciones. Luego dijiste que Lucy se buscó lo que le pasó por andar de novio con él.... casi dijiste que se merecía que la violara...

—No es lo que quise decir...

—Creo que es mejor que dejemos las cosas hasta aquí, necesito pensar. Digo, yo soy básica y superficial, pero hasta yo tengo mis límites.

Vicky se dio la vuelta y subió al auto de su hermano Leonardo quien la aguardaba.

—¡Espera! —le gritó, pero el auto arrancó, levantando una humareda de humo y polvo que bañó a Daniel.

El muchacho regresó con sus amigos y ellos lo consolaron, diciéndole cosas clásicas como que ella se lo perdía, o que lo mejor es lo que sucede.

Roberto miró su reloj cuando ya casi iban a ser las 6 de la tarde y se despidió asegurando tener un compromiso que no quiso decir. Drake también se despidió argumentando que tenía hambre. Daniel señaló que se quedaría porque le dieron ganas de defecar y lo haría detrás de unos matorrales en la zona verde detrás de la cancha, pues presentía que no podría aguantar las ganas hasta llegar a su casa.

—¡Qué sucio! —dijo Roberto—. Yo no podría hacer eso al aire libre.

—Bueno provecho —bromeó Drake—. Cuidado con una infección, me refiero a que cuidado infectas la grama.

Los dos chicos se fueron, mientras Daniel caminó hacia los arbustos, con su morral en sus manos.

Mientras, Vicky le confesó a su hermano Leonardo, durante su trayecto en el auto, que solo buscaba una excusa para terminar con Daniel, pues se sentía aburrida con él. Sus amigas se burlaban mucho de ella, pues Daniel era un porrista y no jugador de fútbol, no era algo muy digno para un hombre tener ese oficio desde el punto de vista de ellas.

*******

En una casa cercana al parque donde Daniel estaba defecando ocurría en ese momento una inaudita reunión.

—Agradezcamos a nuestro hermano, Micke, por prestarnos su casa como nuevo templo de adoración a nuestro maestro —dijo el sacerdote de la capucha blanca—. La iglesia lamenta profundamente las pérdidas que sufrimos recientemente; pero, estoy seguro que sus almas descansan en el seno de Luz Bella.

Había seis personas sentadas en sillas de madera, en medio de lo que parecía la sala de recibo de una pequeña casa. Dos poltronas estaban colocadas de cabeza sobre un largo sofá, para poder usar el mayor espacio posible de la sala.

—Por ahora, somos pocos, pero la iglesia volverá a reconstituirse más fuerte y grande que nunca —añadió.

De forma repentina, un fuerte viento sopló, apagó las velas que alumbraban el lugar, el cual, por alguna razón, no fue alumbrado con luz eléctrica. Todos estaban perplejos, pues no se explicaban de dónde venía ese viento, si las ventanas estaban cerradas.

Todo quedó en penumbras. El viento soplaba alborotando las túnicas de todos.

El maestro caminó rápido, con las manos en la parte frontal de la capucha para proteger sus ojos, hacía en el encendedor de la luz eléctrica, pero no funcionaba. Abrió las cortinas para que la exigua luz del atardecer alumbrara.

*******

Al mismo tiempo, Emilia, Amanda y Lucy estaban comiendo Sushi en un local de comida rápida, con una vista del atardecer que las tres consideraron triste, diferentes de otros, aunque ninguna supo explicar la causa.

—Yo quería ir al cine a ver esa película de terror. ¡Vamos chicas! Aún podemos llegar —suplicó Amanda.

—Olvídalo —dijo Lucy—, no soporto las películas de terror. ¿Acaso quieres que hoy no duerma?

—Ya casi son las seis, no llegaremos ya a esta función —comentó Emilia luego de ver el reloj de su Smartphone

—Esta comida es rica; pero, no engorda, es perfecta —señaló Lucy.

—Pero tampoco llena —Emilia degustó el último bocado.

De pronto, las tres chicas quedaron con la mirada fijo hacia la entrada del local, por donde entraban y salían personas sin cesar.

—¿Quién es ese? —preguntó Lucy

Las tres miraron a una persona cubierta con una especie de sábana blanca semitransparente, parada en medio de la puerta. Parecía no llamar la atención de los demás, pues la gente iba y venía sin mirarla; entonces, un chico y una chica, tomados de las manos, entraron por la puerta, y atravesaron el cuerpo de la figura como si estuviera hecho de luz o humo.

Amanda se ahogó con su refresco, y tosió para liberar su garganta. Emilia se frotó los ojos y volvió a mirar. A Lucy se le cayó un trozo de sushi de sus palillos que fue a dar al piso, y no se percató de ello, pues estaba alelada, con su vista puesta en aquella persona.

*******

Bruno lanzó un grito largo y desgargantado de dolor, agudo, tal cual se estuviera quemando. Estaba flotando allí, en el rincón de la habitación de Peter. Éste y sus amigos se taparon los oídos, pues sus tímpanos parecían ser taladrados por las intensas ondas sonoras. Sus oídos parecían tambores en pleno concierto.

Harold estaba en el rincón opuesto, en cuclillos, con sus manos sobre sus orejas. Temblaba, lloraba. Los demás trataban de abrir la puerta, pero la perilla estaba trabada.

*******

La figuraba de blanco gritaba y se retorcía tirada en el suelo, frente a Martina e Hilda. La chica de color rezaba una oración, mientras sostenía un crucifijo en su mano:

—Por las ánimas benditas que debemos de rogar, que Dios lo tenga en su gloria y lo lleve a descansar —repetía sin cesar, e Hilda estaba guindada de su brazo, temblando.

—Martina... por Dios, ¿qué es eso? —gimoteó Hilda, poniéndose detrás de la chica.

*******

Roberto y Drake caminaban y se pararon sobre la calzada frente a un semáforo con la luz en verde a esperar que cambiara de color para cruzar la calle. Entonces, vieron a la figura humana de blanco, parada en medio del cruce peatonal, con los carros atravesándola. Se consternaron al darse cuenta que solo ellos la veían. Drake intentó grabarla con la cámara de su Smartphone, pero aquella cosa no aparecía en pantalla, era como si no existiera.

*******

En el cine, Andrew, Alex, Samanta y Ken se taparon los oídos cuando la imagen blanca empezó a gritar en medio de la sala de cine, algo que solo ellos cuatro pudieron ver y escuchar.

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Daniel terminó de subirse los pantalones. Caminó unos pasos entre los arbustos, y entonces una especie de garra de buitre, del tamaño de una mano humana, salió de la tierra, lo tomó por sus tobillos y empezó a hundirlo. Parecía que de manera repentina el suelo se hubiese convertido en arena movediza. El chico percibió que algo lo halaba de los tobillos bajo la tierra, y lo hundió muy rápido hasta que le tierra llegó a nivel de su cuello. No podía moverse, la presión del terreno lo paralizaba del cuello para abajo.

Entonces, escuchó varios animales gruñendo detrás de él. Giró su cabeza hasta donde pudo, apenas 20 grados y vio dos perros negros con cabezas humanas que se acercaban. Las cabezas eran de ancianos, sus caras muy arrugadas con la piel caída, parecían de cera derretida. Sus ojos y entrecejo contraído le daban un aspecto de enojo.

Oyó una voz en su mente, y de alguna forma supo que veía de las cabezas humanas, aunque ellas no movían sus labios.

—Repite después de mí: "rechazo al llamado Dios de los cielos, a su hijo, llamado el Cristo, para salvarme del sufrimiento del que ellos no quieren salvarme. Acudo a Luz Bella en busca de refugio y salvación". Repítelo, o de lo contrario tendrás una muerte dolorosa.

Daniel solo gritó. Uno de aquellos seres lo mordió por la nunca, y el chico gritó con más fuerza, hasta derramar lágrimas.

—Repite después de mí, lo que te diga, o haremos que tu muerte sea muy dolorosa.

Daniel asintió gimoteando.

—Rechazo al llamado Dios de los cielos, a su hijo, llamado el Cristo, para salvarme del sufrimiento del que ellos no quieren salvarme. Acudo a Luz Bella en busca de refugio y salvación.

Daniel repitió todo, ahogado en lloriqueos.

Entonces, un viento fuerte sopló. Un gran árbol con pocas hojas, ubicado frente a Daniel, se meció. Una de sus ramas se movió, parecía un brazo humano muy delgado. La gran rama fue bajando, y cinco ramas más pequeñas, que estaban en la punta de la rama más grande, actuaron como los dedos de una mano humana, y se acercaron a Daniel. Como si tuviese vida propia, aquella mano de ramas se enredó alrededor del cuello del muchacho, y entonces lo levantó, y lo extrajo de forma brusca del suelo.

La rama se levantó, volvió a su posición original y se llevó a Daniel por el cuello. El chico quedó colgando de ella, atrapado. Comenzó a faltarle el aire. Todo se oscureció para él, y ya sus ojos no vieron nada más.

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