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Capítulo 11. Padres e hijos

Harold comenzó a toser ahogado de forma tan violenta, que se tuvo que doblar al experimentar arcadas, y se quejó de una presión en el pecho. Su padre le sobaba la espalda en un intento inútil de mejorar su estado. Su madre entró con un vaso de agua en su mano, con una mueca de consternación.

—Debemos tener fe, hijo —le susurró el señor Harper.

—Pero, ya van dos noches que no he podido dormir—dijo gimoteando, con llanto contenido—. Esto es demasiado, papá, mamá. No he podido comer desde hace dos días. Han visto que en todas mis comidas han aparecido, gusanos, excremento humano y otras porquerías. No importa lo que haga, siempre aparecen entre la comida. Veo seres extraños por todas partes. Siento que algo está abrazándome en este momento.

La señora Harper le dio el vaso, pero cuando el chico lo tomó en su mano, de la nada aparecieron gusanos dentro del agua. El chico lloró con desesperanza. Su padre tomó el vaso, y se fue al baño dentro de la habitación del chico. Allí vertió el agua con gusanos por el excusado.

—Bruno quiere matarme lentamente. —El chico rompió en llanto, como un niño pequeño.

—Pero, ¿por qué? —gimoteó la mujer—. Ustedes no le hicieron nada malo a él. Ustedes fueron sus víctimas.

La mirada de Harold quedó clavada en el recuerdo del choque que provocó la muerte de Bruno, gracias al plan que él y sus amigos planificaron. Ni siquiera cruzó por su mente la idea de revelarle la verdad. No era remordimiento lo que sentía, sino miedo.

El señor y la señora Harper se miraron entre ellos sin decirse nada. El hombre tocó la frente de su hijo y comentó lo muy afiebrado que lo sentía, luego lo tomó por el hombro y lo condujo hasta el baño, seguidos por la madre de familia. Harold se dejó llevar sin preguntar nada. Su padre lo sintió débil y desganado.

Entraron al baño, con apenas unos exiguos rayos de luz de la ciudad filtrándose entre las persianas cerradas. El lugar tenía toda una pared cubierta, de principio a fin, con un gran espejo donde se reflejaron sus siluetas negras. El señor Harper oprimió el interruptor de la luz y todo en la habitación fue visible, incluso una entidad de apariencia humana situada por la espalda de Harold, que lo abrazaba dejando sus manos sobre el pecho del chico. El padre y la madre se conmocionaron, pero Harold se comportaba como si no fuera la primera vez que la veía. Sus padres notaron que la entidad solo se apreciaba en el espejo, cuando se giraron y no la vieron detrás del muchacho. Parecía una mujer, tenía el cabello muy largo y gris, vestía con un largo manto blanco muy sucio. Sus brazos eran arrugados cubiertos de manchas y cicatrices. Los cabellos de la mujer caían sobre su cara cubriéndola totalmente, y mantenía su cabeza posada sobre el hombro del muchacho, mientras que con sus largos dedos le ejercía presión sobre el pecho.

La madre lloró, su primer pensamiento fue abrazar a su hijo, pero no se atrevió al ver aquella cosa espantosa que lo abrazaba primero. Creyó que tendría también que hacer contacto físico con eso.

—Debemos tener fe en Dios, hijo —comentó la señora Harper—, si Dios le dio poderes a la madre de Martina, entonces, esa mujer podrá ayudarnos.

*******

Era el domingo, 7 de la noche, según marcaba el reloj en la pared del cafetín de la clínica. Roger, Lorena, Vicky, Leonard, Bárbara y Junior estaban sentados alrededor de una mesa, tratando de definir en voz baja su situación: "¿qué hacer?" "¿Cómo librarse de la amenaza de George?". Sonia los había llamado por teléfono, habló con ellos y les contó aquella historia de la reencarnación de George en Bruno que los tenía totalmente confundidos. ¿En verdad la creerían? ¿Solo se quedarían a esperar por la ayuda de esa mujer? Por lo visto, solo ella era su única esperanza. Marcos les dijo por celular que iba de regreso, que halló en el circo algo que podría ayudar, y que además de Sonia, contaba con un amigo parapsicólogo que los apoyaría.

El grupo no querían volver a pasar otra noche en casa de la abuela de Frank, a exponerse de ser involucrados en un crimen. Nadie quería decirlo, Frank era su amigo, ahora sabían que era inocente, pero no querían verse comprometidos ante la justicia por él.

Jaime salió del baño del cafetín justo cuando el mesonero llegó con una orden de emparedados. Uno de los clientes del cafetín fue directo al baño cuando vio a Jaime salir; pero, apenas entró, volvió a salir de inmediato con la nariz tapada con su mano. Llamó al mesonero y le habló de la hediondez que encontró en el cuarto de baño luego de la salida del hombre gordo al que señaló. Buscó un ambientador y lo roció por todo el interior del baño.

Ya con los emparedados en la mesa, el grupo se dispuso a comer, pero desistieron porque Leonard los alertó de una mosca verde que se asomaba entre los panes, los tomates, la lechuga y el jamón. Cuando el muchacho separó las dos rebanas de pan, una fetidez de excremento se liberó y varias moscas salieron volando de su emparedado. Había una masa de excremento negro sobre sus lonjas de queso amarillo. Los demás abrieron sus emparedados y encontraron lo mismo en el relleno. Bárbara tuvo fuerte arcadas y se dobló con las manos en su estómago.

La hediondez se esparció por todo el cafetín.

—Volvió a pasar, como en casa de la abuela de Frank, anoche en la cena —musitó Vicky sollozando.

—Nos está atormentando —dijo Jaime—. ¿Qué es lo que pretende?

—No hemos logrado comer nada desde ayer, ni beber nada —dijo Roger—. Creo que intenta, matarnos poco a poco de hambre. Evitar que comamos. Hacernos sufrir por todos los medios.

—Tengo mucha hambre —masculló Junior gimoteando y arrugó el mantel con sus manos. Los demás oyeron los gruñidos provenientes del estómago del muchacho.

El mesonero llegó a ellos acompañado por el gerente del cafetín, y, ante ellos, le dijo a su jefe que ese mismo hedor que ahora llenaba todo el cafetín estaba en el baño luego de Jaime usarlo. El gerente y el mesonero se sorprendieron al ver el excremento sobre los emparedados, y, aunque les parecía inaudito, pensaron que ellos echaron excremento en su comida. Todos negaron la acusación, pero no podían decir lo que en verdad sucedía, "¿quién les creería?". La situación se complicó cuando la doctora, el fiscal, el oficial de policía, Armand, su hija y esposa llegaron al cafetín justo en ese momento. La doctora y el fiscal presenciaron la acusación del gerente del cafetín y del mesonero, y no pudieron dejar de comentar lo curioso que resultaba que ese mismo hedor estaba en la habitación de Bobby y que provenía de esa sustancia verdosa.

El fiscal y el policía conminaron a las familias a acompañarlos al Ministerio Público para rendir declaraciones, y éstas no tuvieron otra opción que dejarse llevar. Mientras Armand subía al auto llamó a su abogado, pero se encontró con su celular apagado.

*******

A las 8:30 de la noche, la sede del Ministerio Público estaba casi desierta. Contaba con la presencia de pocas personas: dos fiscales de guardia, el vigilante de turno, un policía y dos personas que estaban presentando denuncias. Los pasillos lucían vacíos.

Roger, Lorena, Bárbara, Jaime, Carol y Armand pasaron a la oficina del fiscal de protección de niños y adolescentes, mientras que Junior, Vicky, Leonard y Susan esperaban en otra sala. Los chicos usaban sus Smartphone, para entretenerse en sus redes sociales.

—Iré al baño, chicos, pórtense bien —dijo el policía que custodiaba la puerta, luego de dejar de revisar su Smartphone. Cerró la puerta con llave, la cual guardó después en el bolsillo de la camisa de su uniforme y caminó a la puerta del baño interno de la sala. Cuando abrió la puerta los chicos pudieron ver un gran espejo sobre el lavamanos. Sostuvieron la respiración hasta que el hombre cerró la puerta.

—Nunca vamos a poder escapar —comentó Vicky estrujándose la cara, frustrada—. Hay espejos por todos lados. En los baños, en los autos, hasta los vidrios de las ventanas son como espejos. —señaló con su cara al cristal transparente de la ventana donde podían verse un reflejo tenue de ellos y la sala.

—El padre Marcos dijo que podría ayudarnos, yo confío en él —respondió Susan—. Nada es más fuerte que el poder y la voluntad de Dios.

—¡Ah sí! ¿Pero qué tal que si la voluntad de Dios es que muramos en manos de ese payaso? —insistió Vicky gimoteando.

—Ahora estamos más preparados, si estamos juntos podemos apoyarnos y defendernos los unos a los otros —dijo Leonard—. Esta vez no nos tomará por sorpresa. Yo no voy a morir, no ahora. Tengo mucho que hacer en mi vida. Seré un gran músico de rock, seré rico y famoso y moriré de viejo, en mi mansión. Ningún payaso frustrado y vengativo frustrará mis sueños.

Los demás se refugiaron en sus propios sueños planteados en la vida, para darse fuerzas y esperanzas de que pudieran salir vivos de aquella terrible situación, y así cumplir todas sus metas. Vicky se dejó llevar por su mente y se vio recibiendo la corona de Miss Universo; Susan estaba vestida de monja, sentada en una iglesia, viendo a Armand recibir una hostia en su boca de la mano del padre Marcos. Jaime fantaseó con ser propietario de un restaurant de lujo, en cuya cocina podía comer toda la comida que quisiera. Sus pensamientos los reconfortaron un poco.

—A mí me preocupa que... —Jaime tenía sus manos en su estómago, presionando con un poco de fuerza para amainar en algo la sensación de sus intestinos retorciéndose por el hambre.

—¿Qué? —le preguntó Leonard

Entonces, del bolsillo de su chaqueta extrajo una pequeña bolsa de plástico con patatas fritas. La miró, y con sumo cuidado comenzó a destaparla como si estuviese desarmando una bomba de tiempo, que al menor descuido explotaría. Los demás lo miraban con preocupación. Cuando el paquete estuvo abierto miró a su interior y en seguida arrugó la cara y aguantó la respiración. Se puso de pie y lanzó la bolsa al cesto de basura. Los demás se levantaron de sus asientos y se asomaron para ver. De la bolsa salía cientos de gusanos y un olor fétido se difundió por el lugar.

—Nos va a matar de hambre, ¿cómo es que sabe lo que vamos a comer y cuando vamos a comer? —gimió Vicky en los brazos de su hermano.

—Es como... si nos vigilara, como si siempre estuviese delante de nosotros —dijo Leonard.

******

Al mismo tiempo, Frank trataba de llevar de la mejor manera posible su soledad escondido en la casa de su abuela. Sus amigos habían pasado la noche del sábado allí, por precaución, porque juntos podían protegerse mejor contra George, pero muy temprano decidieron volver a la clínica para acompañar a Armand y a su familia. Sin embargo, aquello era contradictorio, no repararon en dejarlo solo, a sabiendas que el payaso tenía especial predilección por hacerlo sufrir a él. Pensaba que Roger y su familia pasaron la noche allí porque no tenían otro lugar a donde ir, al haber quedado su casa destruida. Estaba seguro que todos se fueron muy temprano, antes de la salida del sol, para que ningún vecino los viera irse de aquella casa y de alguna forma los involucraran con él. Aunque supieran que era inocente, era probable que no estuvieran dispuestos a tener problemas con la justicia por su culpa. "¿De verdad podía creer que eran verdaderos amigos?". "De no haber visto a George con sus propios ojos, ¿ellos realmente habrían creído en su inocencia, en que él no mató a su esposa e hijo?".

En todo eso pensaba mientras preparaba algo de comer en una olla sobre la estufa en la cocina. Miraba fijamente al interior de la olla donde se cocinaban unos espaguetis en agua hirviendo, mientras su mente disertaba acerca de la lealtad de sus amigos. Un ruido lo hizo girarse, le pareció el sonido de una persona echándose un pedo, y estaba casi en lo cierto. En el cristal de la ventana de la cocina vio el reflejo de la estufa, y sobre la estufa estaba la olla, pero además, estaba George, con sus pies sobre la estufa y con su trasero puesto sobre la olla. La oscuridad de la noche en el exterior, y la luz eléctrica en el interior, hacía que el cristal lo reflejara todo de una forma casi perfecta, como un espejo. George le mostró una gran sonrisa sínica y le dio un saludo ondulando su mano de grandes guantes. Frank se dio la vuelta para mirar hacia la estufa, pero George no estaba ahí, solo era visible a través del reflejo en el cristal de la ventana. Frank quedó absorto cuando vio emerger, de entre las burbujas de agua hirviendo en la olla, varias masas de un material negro, cuyo olor fétido lo hizo saber de inmediato que se trataba de excremento. Otro ruido de pedo lo hizo girar hacia el cristal.

—¡Oops! —exclamó George, para luego lanzar una larga carcajada.

La ira invadió el pecho de Frank, y con sus manos desnudas tomó la olla por sus costados. El nivel de rabia lo hizo ignorar la alta temperatura del metal y arrojó la olla contra la ventana. Los cristales volaron por el aire. Frank cayó de rodillas el piso, con la cabeza gacha, apoyado sobre sus manos quemadas, en cuyas palmas, además, se clavaron algunos trozos de vidrio. El hombre lanzó maldiciones cuando comenzó a ser consciente del ardor de las quemaduras y de los vidrios enterrados en su piel.

*******

Mientras que Frank veía frustrada una vez más la satisfacción de su necesidad alimentaria, en el Ministerio Público, las otras víctimas de George seguían rindiendo declaraciones ante el Fiscal de Protección del Niño y Adolescente, y sus hijos continuaban en la sala de espera, aguardando a ser llamados para dar sus declaraciones. El policía aún seguía en el baño, los chicos consideraron que ya había pasado un tiempo muy largo dentro. Comenzaron a inquietarse al considerar que dentro había un espejo.

El picaporte entonces comenzó a girarse despacio y todas las miradas cayeron sobre el pomo. La puerta se abrió, y por ella salió el policía secándose su mano derecha en el pantalón, y con la otra cerraba la puerta. Notó que los chicos estaban sentados en la orilla de sus sillas, y la miraban como si lo hubiesen estado esperando con gran ansiedad. Le parecían asustados y que fueran a brincar de sus asientos con solo gritarles "¡Boo!".

—¿Qué les pasa? ¿Quién esperaba que saliera por la puerta? —preguntó arrugando la cara—. ¿Qué es eso olor? —. El hombre hizo ruido con la nariz al respirar profundo repetidas veces.

De pronto, la puerta del baño se abrió de forma súbita y estrepitosa, y la famosa melodía clásica de la Danza del Sable, muy usada en la funciones de circo, llenó toda la sala. Nadie esperaba ver lo que salió por la puerta, sobre todo el policía. Conduciendo un monociclo, estaba George, vestido de payaso y haciendo malabares de forma diestra con lo que parecía cuatro balones. La velocidad de movimiento no permitía apreciar con precisión esos cuatro objetos. Pasó por delante del absorto policía quien no podía creer lo que veía. Por solo una décima de segundo creyó estar soñando; pero, no.

El policía exclamó una maldición de asombro y los chicos gritaron al unísono al advertir que los cuatro objetos con los que hacía malabares eran cabezas humanas. El oficial le ordenó parar, desenfundó su pistola y, en el acto, el payaso lanzó dos de las cabezas a las piernas del hombre. Era inaudito, pero, las cabezas, con rasgos deformes y laceraciones, estaban vivas, y cada una de ellas clavó su dentadura en las piernas del oficial de seguridad. Eran como pirañas encajadas en la carne de su víctima. Fue tanta la ferocidad que hicieron que el oficial cayera el piso y soltara la pistola para tratar de quitarse las cabezas de sus piernas, pero cuando quiso alar de los cabellos a una de ellas, ésta le arrancó un pedazo de piel. El dolor lo hizo desistir y la cabeza mordió con más fuerza. Comenzó a golpearlas con sus puños, y fue el momento en que George le lanzó las otras dos cabezas y le cayeron con certera puntería en sus manos, y, como en el caso de sus piernas, sus extremidades superiores también fueron objeto de ataque; las cabezas abrieron tanto sus bocas, que las manos del policía quedaron dentro de sus fauces. Aquello era un espectáculo grotesco. El hombre se retorcía y gritaba en el piso, mientras era masticado por cuatro cabezas humanas por sus cuatro extremidades.

Leonard tomó una de las sillas de hierro y se fue contra el payaso, mientras los otros chicos trataban de quitarle las cabezas de encima al policía; pero, mientras más las alaban, más fuerte mordían.

—Ya nos tenemos que ir. La función debe continuar, pero en otro lugar más acogedor —dijo George siempre sonriendo.

En ese momento, un fuerte viento sopló de la nada. No provenía del exterior, pues la ventana estaba cerrada. Era tan fuerte que la silla se le salió de las manos a Leonard. El mueble cayó al piso y el viento lo aló, haciendo que se deslizara sobre la alfombra y entró directo por la puerta del baño. Se trataba de un viento huracanado que estaba succionando todo, como si alguien hubiese encendido una gigantesca aspiradora que se tragaba todo a su paso. Mesas, sillas, revistas, la persiana de la ventana, plantas en un matero, todo fue arrastrado por al aire hacia el gran espejo del baño y llevado al otro lado, como una especie de portal a otro mundo.

La succión no afectaba a George, quien se mantenía incólume y en perfecto equilibrio sobre el monociclo, mientras todo a su alrededor volaba por los aires.

Los gritos de miedo de todos resonaron hasta fuera de la sala de espera y llegaron hasta el despacho del Fiscal. Los preocupados padres y el funcionario público corrieron hasta la sala de espera. Intentaron abrir la puerta pero estaba cerrada por dentro. Gritaron pidiendo que la abrieran, y la golpeaban con fuerza; pero, dentro, nadie estaba en condiciones de hacerlo.

Los chicos estaban tirados en el piso, trataban de asirse con sus dedos y uñas a la alfombra gruesa de lana para evitar que el espejo los succionara. Cerraron los párpados cuando el polvo se les comenzaba a meter en los ojos. Varios objetos los golpearon. Una silla golpeó a Jaime en su frente y este se soltó de la alfombra. Dio vueltas en el aire, fue a dar directo al portal del espejo y se perdió de vista. La misma suerte corrió el policía, quien lo siguió, aún siendo mordido por las cuatro cabezas.

Vicky no soportó más y sus largas uñas se rompieron. En su arrastre golpeó a Susan, que estaba detrás de ella, e hizo que se soltara de la alfombra. Las dos chocaron mientras viajaban por el aire, se golpearon en la frente. Vicky golpeó su rodilla muy fuerte contra la puerta y ambas se adentraron a lo desconocido cuando cruzaron el espejo.

Leonard abrió por un momento sus ojos, y vio los enormes zapatos de George junto a sus manos.

—Tengo prisa —dijo con sarcasmo, y dio una fuerte pisada en la mano del muchacho. El dolor de la presión de la suela sobre su mano hizo que Leonard se soltara, el viento lo levantó y dio vueltas en el aire, se golpeó la espalda con el techo, luego en el hombro con el dintel de la puerta, y voló hasta el espejo. Logró tomarse de la parte externa del marco con sus manos, mientras su cuerpo estaba en posición horizontal siendo chupado por la fuerza de succión de algo desconocido, pero muy poderoso. Con un gran esfuerzo giró su cabeza 45 grados y observó su cuerpo en medio de gigantesco remolino de humo negro, como el centro de un enorme tornado que abarcaba al gran espejo del baño. Era un largo cilindro de espesa niebla oscura cuyo final no era visible. El muchacho podía oír el retumbante ruido de truenos alrededor del vórtice, como si allí se estuviese desarrollando una poderosa tormenta eléctrica. El sonido del ventarrón chocaba con violencia en sus oídos hasta que se taparon al llenarse de aire.

Sus brazos empezaron a entumecerse por el esfuerzo, los antebrazos le ardían y sus venas brotadas parecían a punto de estallar. Puso su máximo esfuerzo en mantenerse agarrado, pero poco a poco sus dedos se comenzaron a deslizar del borde de madera del espejo, cuando sintió que el filo le estaba produciendo heridas en ellos. Supo que ya no podría sostenerse más, era cuestión de segundos para que todo terminara para él, y entonces, la desesperanza lo hizo gritar, por miedo, por frustración, como último recurso para ser escuchado por alguien que pudiera ayudarlo. El esfuerzo, el pánico y la tristeza, mezclados, lo hacían llorar; pero, las lágrimas eran secadas por el vendaval apenas se asomaban por sus conductos lagrimales. Un fuerte alón hizo que se desprendiera y su cuerpo se sacudió tan fuerte que sintió un fuerte tirón en el cuello y su espalda, como un latigazo.

Su cuerpo por fin se perdió de vista en la oscuridad del remolino.

Entonces, el viento cambió de dirección y comenzó a expulsar aquello que se había tragado, todo menos los chicos. Por el espejo fueron devueltos mesas, sillas, materos, plantas, e incluso el policía. El oficial ahora yacía tirado en el piso del baño. Sus piernas tenían unas profundas heridas tan abiertas que la sangre emanaba a chorros. Sus manos estaban casi desprendidas por sus muñecas y algunos de sus dedos mutilados estaban esparcidos por sobre las baldosas. Su cara estaba muy golpeada, con tajos ensangrentados, moretones y chichones. Su último aliento de vida se le escapó en un largo suspiro, y sus ojos abiertos ya no vieron más.

*******

Armand y Roger empujaron la puerta, con todas las fuerzas de sus extrañas, hasta que sus abdómenes dolieron, y por fin la puerta cedió. Entraron y hallaron todo en desorden. Parecía que un huracán hubiese irrumpido dentro de la sala. El cristal de la ventana estaba roto; el mobiliario se encontraba amontonado dentro del baño, esparcido por el piso; el cadáver del policía yacía tendido allí también, con sus párpados desplegados, como si hubiese muerto viendo algo que lo llenó de pánico.

Carol se lanzó en los brazos de Armand, hecha una fuente de lágrimas. Armand por un momento quiso dejarse llevar por el miedo y mostrar debilidad, pero tuvo que frenarse, alguno de los dos tenía que mantener la fortaleza por ambos. El hombre, con su esposa en brazos, lanzó una serie de improperios y amenazas contra el fiscal, al que acusaba de ser el culpable de lo que le ocurriera a sus hijos.

—¡Habla de ellos como si fueran las víctimas! —respondió el funcionario—. Y todo parece indicar que el policía fue asesinado en grupo. ¡Vea! Vea las heridas en sus cuatro extremidades. Al parecer sus hijos lo mataron y huyeron por la ventana, ¿qué clase de familia son? Todo lo vamos a comprobar cuando veamos la grabación en la cámara de seguridad.

El fiscal señaló hacia lo alto del dintel de la puerta, pero allí solo había un pedazo roto del metal del dispositivo donde debería haber estado la videocámara de seguridad. El fiscal entonces miró al piso, para tratar de hallarla la cámara entre los escombros.

Bárbara se desmayó sobre la alfombra, justo sobre unas marcas de arañazos que en aquel momento nadie notó. Jaime se agachó y puso la cabeza de su esposa sobre sus rodillas, mientras con la palma de su mano trataba de abanicarle aire.

Lorena y Roger, estaban preocupados, pero eran los únicos que mantenían la serenidad mientras se abrazaban. El hombre soltó la cintura de su esposa por un momento, y sacó el celular del bolsillo de su chaqueta, con su mano temblorosa. Por encima del hombro de Bárbara hizo una marcación en su móvil.

********

Marcos había estado conversando con Susan, por la aplicación de mensajería instantánea de su teléfono móvil, mientras ella había aguardado en la sala de espera del Ministerio Público. Durante la conversación de texto, él también leía el diario de George, sentando en el puesto del copiloto, con Adam al volante. A Marcos no le importaba que la chica lo interrumpiera de vez en vez para consultarle sobre la vocación de servir a Dios, que ella sentía. Vicky también le hablaba a Marcos por otra ventana de la mensajería, sin saber que Susan también conversaba con él. Ante cualquier insinuación por parte de Vicky, que sonara seductora, él adivinaba la intención y respondía con alguna frase religiosa.

—¿Qué sucede si un sacerdote se enamora al encontrar el amor de su vida donde menos lo esperaba? —le escribió Vicky — ¿renunciaría al sacerdocio?. ¿Usted lo haría?

—Cualquier sacerdote tiene la libertad de usar el libre albedrio que Dios le dio. Una persona que desea ordenarse como sacerdote debe estar muy segura de su vocación. Yo estoy seguro de mi vocación. Mi enamoramiento y el amor de mi vida es la orden sacerdotal —respondió el sacerdote.

—Desde niña, tengo el sueño de ser monja, de casarme con Dios —le escribió Susan—. Tengo el deseo de servir a alguien más grande que yo, a Dios, y de servir a alguien que esté en peores condiciones que yo, a la gente muy pobre, a los enfermos. Quiero que con mi ejemplo, mi padre entienda que Dios existe y decida ser miembro de la iglesia católica. Me gustaría ver a mi padre recibiendo la hostia de sus manos, padre Marcos.

—Siento que la vocación es muy fuerte en ti, te ayudaré en lo que pueda para cumplir tu sueño, Susan —le respondió Marcos, con mucho regocijo—. Me llenaría de mucha alegría ser yo quien dé su primera hostia a tu padre.

—Confieso que tengo miedo que ese sueño no pueda realizarse, y que todo esto termine muy mal —dijo Susan—. Tengo miedo que la venganza de George se consuma y destruya a nuestras familias. Tenemos casi dos días sin lograr comer ni beber nada. Si no nos asesina él, moriremos de hambre.

—Todo lo que ocurre en el mundo es porque Dios lo permite —respondió—, hasta las acciones del diablo y sus acólitos; pero hasta las acciones que parezcan más injustas, son parte del propósito de Dios. La confianza a él, fortalece nuestra fe. Él tiene un destino feliz preparado para todas las personas que son justas y creen en él. Te prometo que George no destruirá a nuestras familias.

Luego de haber estado leyendo el diario de George, se dio cuenta que había transcurrido una hora sin que recibiese nuevos mensajes de Vicky y Susan. No había tampoco señal de que ambas hubiesen leído sus respuestas, según podía indicar el sistema de mensajería instantánea de sus teléfonos inteligentes. Tuvo una extraña sensación fría en su estómago, el presentimiento de que algo malo pudo haber ocurrido; pero, pensó que había dejado suficiente agua bendita para que las familias se protegieran; sin embargo, quiso cerciorarse. Marcó a los números de celular de Vicky, Susan, pero no respondieron. Luego marcó al teléfono de Roger, y éste le informó lo ocurrido.

Marcos experimentó un leve mareo, no supo si fue la impresión al recibir la mala noticia, o si era debido a que tenía casi dos horas sin poder consumir alimentos. El sacerdote le pidió a Adam pisar el acelerador, pues sus amigos lo necesitaban. El hombre hundió el pie en el pedal, pero al cabo de media hora se detuvo a un lado de la carretera para orinar.

Mientras Adam hacía su necesidad fisiológica detrás de un árbol, Marcos sacó una botellita con agua bendita de su chaqueta y la miró, como si buscara en ella alguna respuesta. "¿podré beberla y saciar mi sed?" se preguntó. Marcos escribió un mensaje a su hermano a través del servicio de mensajería instantánea para comunicarle una idea que se le había ocurrido. Sin esperar respuesta de Frank, puso en práctica tal idea.

—El poder de George no puede ser superior al de Dios —se dijo en voz alta.

—Debes tener litros de agua bendita a tu disposición. ¿La iglesia tiene una industria de santificación de agua potable en masa, o algo así? —bromeó Adam saliendo de detrás del árbol y subiéndose la cremallera, al ver a Marcos con la botellita de agua bendita en su mano.

—Quiero probar algo —dijo, destapando la botella. Acto seguido, abrió su boca, y vertió en ella el líquido. Apenas bebió el primer sorbo, Adam vio que el sacerdote arrugó la cara.

Marcos percibió un sabor amargo y luego putrefacto en su paladar y boca. Lanzó un fuerte escupitajo al suelo. Se dobló con sus manos en su estómago, escupiendo más y dando arcadas. Cuando él y Adam vieron el contenido de la botella, observaron con estupor que el líquido cristalino se había tornado marrón y espeso, un olor a excremento se colaba por su boquilla.

Lleno de frustración y desesperanza, el padre arrojó la botella contra el suelo, luego de ver que una mosca verde, guiada por el hedor, se posaba sobre ella. Marcos se dejó caer de rodillas en el suelo, con sus manos sobre la tierra y su cara casi pegada a ella. Comenzó a llorar. No entendía por qué Dios había permitido que un alma del infierno profanara el agua bendita de esa forma. Comprendía que Dios permitiera que George lo atormentara a él y a los jefes de aquellas familias, pero, ¿por qué permitir que lastimara a seres inocentes como Bobby o Susan, que no tenían culpa alguna de lo que él y sus amigos le hicieron a George en el pasado. ¿Acaso estaba Dios de acuerdo en que ellos fueron castigados en sus hijos? ¿Era George un instrumento de castigo de Dios? Si la respuesta era sí, no había nada que hacer.

El sacerdote temía no poder cumplir la promesa que le hizo a Susan. Adam se acongojó al ver a su amigo allí tirado en la tierra, con gesto de derrota. Lo ayudó a levantar y de nuevo emprendieron el regreso a casa.

*******

Frank leyó el mensaje que Marcos le había enviado: "Voy a probar si puedo beber agua bendita, tal vez se pueda rociar con ella los alimentos y la maldición de George no pueda tocarlos". Para el momento, el prófugo de la justicia tenía sus intestinos vacíos retorciéndose de hambre. Sacó la botella de agua bendita de un cajón y se dispuso a verte un chorro sobre un trozo de pan de sándwich colocado en un plato. Antes que el líquido tocara el pan, el agua se volvió de un color verde amarillento. El olor a vómito lo envolvió. Una fuerte arcada y un violento espasmo en su estómago lo hizo doblarse. Fue desesperante la sensación de una sustancia ácida subiendo por su tubo digestivo, hasta que un líquido amarillo fue expulsado por su boca como un géiser nauseabundo.

Se quedó de rodillas unos instantes con la cara sobre el suelo hasta que la última gota de su bilis terminaba de salir. Toda su garganta la ardía. Había eyectado vomito hasta por su nariz. El miedo y remordimiento que sentía por George estaba dando paso al odio. Lo llamó con su mente, quería enfrentarlo. La voz de su mente dio pasó al grito de rabia de su aparato fonador al ponerse de pie.

—¡George! ¡Maldito enano de mierda! Gusano asqueroso! ¡Pedazo de suciedad!¡Si alguna vez sentía remordimiento y deseos de pedirte perdón... me retracto! ¡¿Me oíste?! ¡Me retracto! ¡Voy cazarte! ¡Meteré tu cabeza dentro de un globo y jugaré con él! ¡Ven y enfréntame! —Frank miró a todos lados buscándolo—. ¡Ven y dame la cara! —Su voz bajaba en intensidad y se quebraba—. Ven a mí basura —gimoteó—. Ven, enfréntame.

Frank sollozó y se dejó caer en un rincón. Su espalda se apoyó en la pared, su cabeza cayó sobre sus rodillas y sus brazos rodearon sus piernas. Era un niño asustado, triste, solo y sin esperanza.

*******

—Frank acaba de escribirme —le dijo Marcos a Adam, ya llegando a la ciudad—. El agua bendita que vertió sobre su comida, se volvió vómito. Yo me niego a creer que el poder de George sea superior, o que Dios permita profanar el agua bendita solo por usar a George como arma de castigo.

—¿Era agua bendita? ¿Seguiste el rito católico correcto?

—Por supuesto, lo hecho cientos de veces. La bendición de la sal, la lectura de los salmos, el exorcismo del agua...

—¿A dónde iremos primero? —preguntó Adam ya manejando dentro de la autopista.

—Al hospital, allí están todos.

*******

—El agua bendita que dejaste funcionó para proteger a Bobby —dijo Carol, con la mano apretando su pecho. La preocupación por el rapto de Susan era una estaca de hielo que la atravesaba su corazón y se lo estrujaba con cada latido—. Esa cosa vino por Bobby, de no haber sido por el agua bendita y tu libro de rituales... Se hubiese llevado a mi niño.

—Entonces... no lo entiendo—. Marcos se giró para ver al infante en la cama—. El agua bendita que yo llevé al viaje, y el agua que tenía mi hermano, se llenó de excremento y vómito. George... Bruno, como se llame, logró profanarlo. Pero, el que tenías tú, Carol, lo ahuyentó. ¿Qué diferencia puede haber entre estas aguas?

Un policía designado por la fiscalía de menores custodiaba de pie en la puerta abierta, sin despegar la vista del niño.

—En la fiscalía debieron haber visto algo con las cámaras de seguridad —dijo el padre—, nos creerán cuando vean....

—Algún tipo de interferencia eléctrica dañó la videograbación que se hace en el departamento de seguridad —respondió Armand—, o eso dijeron. No se grabó nada, solo estática, antes de que la videocámara fuera destruida en el ataque.

Carol miró a Armand, pidiendo con sus ojos algo con mucho anhelo, Marcos lo vio en su mirada. Armand arrugó la nariz.

—¿Qué sucede? —preguntó el sacerdote.

—No quiero estar aquí cuando lo digas —dijo Armand con desdén, y el hombre salió de la habitación y se quedó en el pasillo, lejos de la puerta.

Carol soltó sus lágrimas como si se hubiese derramado un cántaro de aguas saladas y amargas. Se tapó los ojos con su pañuelo, y solo se sosegó cuando Marcos posó sus manos sobre sus hombros. Allí se sintió reconfortada y protegida.

—No había sentido tus manos en mí desde la secundaria, Marcos —dijo la mujer, estacando sus ojos en los de él.

—Fue hace tanto tiempo —respondió, retirando las manos de sobre ella, por algún tipo de incomodidad que no pudo explicarse.

—No tanto —replicó la mujer.

Marcos miró al policía, que los había estado observando, pero luego regresó su vigilancia hacia el niño.

—El fiscal de menores nos permitió regresar aquí —continuó Carol—, con policías y cámaras de vigilancia, porque Bobby empeoró su condición, su corazón se aceleró cuando nos fuimos. Los médicos creen que al parecer mi niño está consciente y piensan que es mejor que esté con la familia, pero bajo supervisión médica. Puede estar reaccionando.

Carol rompió a llorar de nuevo, pero esta vez Marcos no le brindó consuelo con sus manos.

—Carol, Dios, nuestro señor...

—No intentes consolarme con Dios, mi único consuelo es que todo esto termine. Quiero a mis niños conmigo, sanos y salvos —respondió Carol con lágrimas en su garganta, luego de respirar profundo—. No puedo creer que los estén acusando de homicidio.

La tensión de la mujer se notaba en sus venas brotadas en sus sienes y frente, que se recrecían bajo su piel con un latir muy aceleradas. Las venas de sus ojos estaban enrojecidas y a Marcos le parecía que éstas dibujaban mapas en sus glóbulos oculares.

—¿Qué es eso que querías decirme que Armand no soportaba escuchar? —preguntó sin olvidarlo, lleno de curiosidad.

—¿Recuerdas nuestros años de secundaria? —respondió luego de respirar profundo. Un tenue brillo de alegría por recuerdos de su juventud, llenaron sus ojos. Su semblante ahora era otro —. Tú eras una flacucho lleno de acné; el sabelotodo de la clase. No te hicieron bullying por ser hermano del chico más popular.

—Sí, lo recuerdo. Fueron días felices a pesar de todo. Tú fuiste muy especial, vistes algo en mí más allá de la fealdad, algo que ni yo mismo pude ver.

—¿De qué hablas? Yo también era fea. Era narizona, mi cabello era más seco que la paja. En principio te pedí que fuéramos novios porque no quería que mi hermana se burlara de mí por no tener novio. Como también eras feo, creí que no me rechazarías, y así fue. Fuimos el "peor es nada del otro". Pero, luego sí me enamoré realmente de ti.

Marcos se sorprendió con la confesión, pues era exactamente el mismo motivo por el cual él había aceptado ser su novio: estaba cansado de ver a su hermano y a los amigos de su hermano tener cantidades de novias, mientras él, a la edad de 17 años nunca había besado a una chica.

—Para mí, fue una sorpresa que de pronto decidiste ser sacerdote y te fuiste. Yo me enojé tanto. Te odié, yo quería que te quedaras conmigo por mí, no por obligación—. Carol empezó a llorar—. Salva a mi hija.

—Te lo prometo. No sé lo que es tener un hijo, tal vez nunca lo sepa, pero puedo imaginar lo importante que es, un tesoro....

—Eso crees, pero... aquella noche... cuando nos fuimos del baile de graduación... quiero decir, la pastilla, la pastilla anticonceptiva que le robé a mamá, no funcionó...

—¿Qué?

—Salva a nuestra hija.

Marcos estaba pálido

—Te odié tanto por tus estúpidas y repentinas ganas de ser sacerdote. Te fuiste a Italia sin despedirte. Pude haberte llamado, pero... si lo hacía, ibas a regresar conmigo por obligación, quería que fuera por amor.

El policía salió de la habitación algo incómodo. No tenía intención de presenciar aquella revelación. Marcos agradeció por dentro que el hombre no sintiera pasión por el chisme y mostrara ética y respeto por la vida privada de los demás.

Marcos lo entendió todo, ni siquiera tuvo que pedir una explicación; su propia mente se la dio: ambos tuvieron su primera experiencia íntima el uno con el otro, en el último año de la secundaria. Tuvieron vergüenza de ir a la farmacia por preservativos. La madre de Carol tenía pastillas anticonceptivas en casa para usarlas en las plantas para su crecimiento. Ella le robó una, la bebió un día antes del encuentro con Marcos, pero evidentemente no supo cómo usarla, y no la protegió del embarazo. Luego ocurrió la muerte de George, y la primera aparición de su alma a Marcos para atormentarlo. El muchacho, traumado, huyó a Italia, se quedó con sus tíos maternos italianos y se dedicó al santo oficio, como forma de escapar de George. Se fue y nunca miró a atrás, el miedo de morir había superado el amor que empezaba a sentir por Carol; mientras que en la chica, el orgullo superó el derecho de un padre y un hijo en conocerse.

Marcos respiró profundo. Fue como si le sacudieran las entrañas, los oídos le zumbaban, y parecía que el corazón le latía fuerte en la cabeza. Lo envolvió una especie de vergüenza, como si debería esconderse de todos. El tiempo para él se detuvo allí, en esa revelación, y solo en un segundo, vio el mundo de una manera diferente.

—Lamento... que... todo hay sido así —dijo con voz queda muy contrariado. Sus pensamientos formaban remolinos dentro de su cabeza, como tratando de poner en orden todas las cientos de ideas que le venían a su mente el mismo tiempo. Su cerebro era una sopa de letras revuelta que no formaba palabras—, aun así... debiste hacer lo posible por avisarme. Yo hubiese regresado a ocuparme de mi hija...

—No hizo falta, yo me hice cargo —. Armand sorprendió a los dos, allí parado en la puerta. Habló en un tono tan calmado, que Marcos ni Carol se lo esperaba. Entró con las manos en los bolsillos, caminó hasta su esposa y le abrazo por la cintura.

—¿Tú lo sabías?

—Por supuesto, pero amaba... amo mucho a Carol a pesar de todo. Y a Susan, la siento como propia.

Marcos estaba más desconcertado que antes. No podía creer que el ogro de Armand, tan temperamental y con una carencia de ética para no robar el dinero público, fuera capaz de amar como propio al hijo de otro, de encargarse de su manutención, educación, sin ningún reproche.

—Sí, este ogro tiene sus sentimientos. Viví siendo un malgeniado, con desprecio por la ética laboral, autoritario. Aún soy todo eso, pero lo que nadie puede negar es que amo a Carol, a toda mi familia, a cada uno de sus miembros, y por mi familia lo doy todo.

Marcos se encontraba en una encrucijada ahora. Las leyes canónicas permitían que un hombre con hijos pudiera ordenarse sacerdote, siempre que los hijos hubiesen sido engendrados antes de la ordenación, y que no fuera necesario que el sacerdote participase en la manutención del hijo; es decir, que haya otra forma en que el hijo pudiera sostenerse, que no requiriese la dedicación exclusiva del padre. En ese sentido, Marcos podría seguir en el sacerdocio; pero, saber que tenía una hija, su amor, los años que no estuvo con ella, era lo que más le preocupaba. No sabía qué sentir. La conocía hacía menos de un día, sentía simpatía por la vocación religiosa que mostraba. ¿Acaso era el llamado de la sangre? Un padre sacerdote y una hija que quiere ser monja, sin saber el uno y el otro que son padre e hija. No sabía si la quería o si podía llegar a quererla como hija. Era todo tan extraño y nuevo para él.

Ahora sentía más obligación que antes de encontrarla sana y salva junto a los demás chicos.

—Di algo ¿no? —le dijo Armand, y lo sacó de su abstracción mental.

—No sé qué decir, no sé qué pensar, ni qué sentir. Hace diez minutos no era padre, porque no sabía que era padre. No sé si sentirme molesto por habérmelo ocultado. Me siento un padre irresponsable por no haberme ocupado de mi hija, y no lo soy... es decir... No sé qué será de mi vida ahora. ¿La verdad debe saberse o no? Es decir, siempre es mejor la verdad, pero esta verdad toca muchas vidas. —Marcos se había estrujado la cabeza mientras hablaba, y ahora estaba totalmente despeinado, como recién levantado. Su cuerpo estaba totalmente bañado en sudor frío, hasta su frente.

Armand dijo que alguna vez pensó decirle la verdad a la chica, pero tuvo temor de ser la burla de su círculo familiar, que lo calificaran como un poco hombre carente de carácter por criar el hijo de otro. Carol señaló que la rabia le duró muchos años, y cuando se dio cuenta, ya su hija era una mujer, capaz de odiarla si sabía la verdad. Marcos les reclamó su silencio, pero, de pronto todos se dieron cuenta que estaban discutiendo por algo menos importante que recuperar a su hija, y los hijos de sus amigos.

Marcos les dijo que el día siguiente se reunirían todos en casa de Sonia, pues ella y Adam tenían un plan para ayudarnos. Pero ellos debían quedarse con el niño, no dejarlo solo. Les dejó agua bendita y el libro de exorcismo católico. Esperaba que el agua bendita funcionara con las oraciones del ritual de exorcismo. Les prometió que rescataría a su hija, y a los demás.

Se fue sin despedirse, solo los miró con ganas de hacerlo, pero sin saber qué decirles, miró al niño, miró al policía y se fue.

*******

Emilia comenzó a despertar con dificultad, luego de haber dormido escasos minutos tras una noche casi en vela. El llanto de un bebé la hizo retornar a la consciencia. En esa lucha de segundos por volver a la realidad, aún no asimilaba de qué se trataba. Al fin entendió que un bebé lloraba en algún lugar cercano a ella. Chichaba con desesperación, parecía un bebé neonato llorando ante su primer enfrentamiento con el mundo exterior. De pronto, el llanto parecía flotar por aire, como si el bebé estuviese en su habitación y se moviera volando de un lugar a otro con mucha velocidad, hasta que por fin se alojó en sus oídos. Aquel berrido le taladraba los tímpanos y con desespero se tapó sus orejas con sus manos, al tiempo que lanzaba un grito para solapar el bramido del niño.

—¡Ya! —exclamó hasta desgallitarse.

El llanto cesó. En el acto, quiso pensar que aquello fue un sueño, y se obligó a convencerse de ello, pero enseguida, un hecho la forzó a aceptar la verdad. La puerta del closet se abrió de forma lenta. De entre unas sábanas en el suelo del armario emergió una criatura envuelta en restos de sangre y excremento. Era similar a un bebé, pero con la piel cubierta de llagas y cicatrices. Su cara era cadavérica, como si hubiese sufrido desnutrición, al igual que el resto del cuerpo. Sus ojos hundidos le daban un aspecto de enojo.

—Mamá —susurró aquello, con una voz sofocada y sollozante.

La chica lanzó otro grito, esta vez de miedo y consternación. Cerró sus ojos, y cuando los abrió, sus padres estaban a su lado, sobre la cama, tomándola por sus brazos. Ella volvió su vista al closet, pero ya nada había allí. No comentó aquello que vio. No tenía caso, no era la primera vez, desde hace días, que veía cosas extrañas que desaparecían.

—Papá, mamá, matamos a un bebé —gimoteó, con las manos en su vientre—. Nos vamos a ir al infierno.

—No era un bebé —respondió su padre, con sus dos manos en ambos lados de la cabeza de la chica, como tratando de hacer que la idea entrara en su cabeza—. Era un feto, los fetos no tienen sentimientos, ni emociones. Entiéndelo de una vez, por favor.

La frialdad de su padre la trastocó.

—Te salvaste de ser una madre soltera —añadió la señora Brooke para reforzar la insensibilidad del padre de familia—. No ibas a tener una vida tranquila. No ibas a poder estudiar medicina con un bebé al qué cuidar. Y lo más seguro es que nunca encontraras esposo. Son pocos los hombres dispuestos a cuidar los hijos de otro.

—El amuleto de Martina y Sonia ya no funciona —dijo tartamudeando la chica, dejando escapar lágrimas casi sin darse cuenta—. Bruno me susurra al oído que me iré al infierno, que me está esperando.

—Eso no pasará, hija —dijo el señor Brooke—, no voy a permitir que ese imbécil que te quiso desgraciar en vida, ahora te quiera desgraciar en su muerte. Vamos a hacer que se quede allí, en el infierno.

—Ya es casi hora de irnos a casa de Sonia —dijo la madre, saliendo de la cama—. Ya quiero que todo esto termine. Espero que de verdad pueda ayudarnos, con... Sus poderes o lo que sea.

Sus padres salieron de la habitación para alistarse. Emilia se puso de pie para vestirse, y cuando dio un paso en dirección al closet, un tirón dentro su vientre la hizo doblarse de dolor. Era como una mano esculcando en sus entrañas. Entre chillidos llamó a sus padres. Algo dentro de ella se retorcía, como si la destrozaran por dentro.

El señor Brook entró y corrió hacia ella, quien yacía en el suelo, en posición fetal. Lo mismo hizo su esposa.

Entre ambos la subieron al auto, la colocaron en el asiento trasero para llevarla a un centro médico. La señora Brooke se sentó con ella en el asiento trasero, y se colocó la cabeza de su hija sobre sus piernas, mientras la chica acostaba el resto del cuerpo a lo largo del asiento.

En medio de un lastimero grito y un dolor desgarrador, Emilia sintió que algo grande se abría paso a través de su garganta; vio con gran estupor una pequeña y sanguinolenta mano de niño salir de su boca, luego le siguió su brazo hasta el codo. El dolor apenas le dejaba ser consciente de su inaudita situación "el brazo de un niño sale de mi boca".

La infantil mano arañó su cara y luego de nuevo entró en su boca. De inmediato, otra mano de niño se abrió paso a través de su vientre luego de romperle su piel, en medio de charcos de sangre. El señor Brooke se giró y vio a Emilia bañada en su sangre con la gran herida en su estómago, pero la pequeña mano era invisible para él. Emilia gritaba, se rompió desesperada su blusa y vio la otra mano sangrienta brotar de su abdomen. La señora Brooke se vio empapada en sangre, y no podía contener las convulsiones violentas de su hija.

El padre de familia se giró de nuevo al frente para ver por dónde manejaba, y en el espejo retrovisor ahora sí logró ver las manos de niño salir del cuerpo de Emilia, pero al voltear hacia atrás ya no las veía. Los nervios lo invadieron hasta hacerlo perder el control del carro. El automóvil se volcó, dio varias vueltas en la calle y se detuvo contra un árbol sobre la acera. El metal del auto quedó retorcido.

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