Uno
Desperté con los rayos del sol que se colaban por la ventana sobre mi cara. Eran mediados de verano y el canto de las aves se prolongaba por una hora más en la mañana. Con el sonido lejano de un televisor encendido, mis sentidos comenzaron a despertar más rápido. Podía escuchar al hombre del noticiero hablar sobre los cursos infantiles que se daban en el pequeño pueblo durante las vacaciones.
Sintiéndome un poco pegajosa por el sudor, me levante de la cama y me dispuse a darme una buena ducha. Mientras me duchaba, podía sentir las clavículas sobresalientes que tanto molestaban a mi abuela. Para ella, mi complexión se debía a que no comía lo suficiente y terminaba dándome una gran cantidad de comida cuando iba de visita. Cuando estuve más fresca y vestida, bajé a la cocina. Mi madre se encontraba tarareando una canción de algún viejo compositor mexicano.
- Buenos días - salude a mi madre mientras tomaba un amanzana del cesto de frutas.
- Buenos días Mia - ella me sonrió - es bastante temprano - me dijo.
- Los pájaros no paraban de cantar - me encogí de hombros - además, él sol es bastante molesto durante las mañanas de verano.
Ella se rio.
-Ya - dijo - ¿Qué harás hoy?
-Iré en bicicleta a la casa de museo - mordí la manzana.
-Que ganas las tuyas - habló - todo el día no paras, si no vas a tal lugar vas a otro y otro y así, hasta la cena.
Yo asentí con una sonrisa.
Mi madre puso los ojos y me beso la frente.
-Mia, tienes diecinueve años, estoy segura de que serás buena ahí afuera.
-Lo seré - dije - sabés que no tengo amigos, además - tiré el hueso de manzana - me gusta vagar sola de todas maneras.
Mi madre no dijo nada más. Salí al pequeño jardín del frente y tome mi vieja bicicleta. Me gustaba de esta manera, el verano era caluroso, pero, hacía que las plantas y el bosque al norte del pueblo se viesen más verdes, más vivos. Las cigarras en los árboles, se convertían en la melodía que me acompañaba hasta llegar al centro del pueblo.
Aunque conociera a muchas de la personas que viven en él, la mayoría eran señoras y ancianos que sólo saludaba durante mis paseos, en cuanto a las personas de mi edad. No solía hablar con muchas, quizá Daniela, hija de la familia Pérez, era con quien mantenía una conversación más fluida.
Me detuve en la vieja casa de arte que tanto me gustaba. La casa pertenecía al señor Cervantes y era la casa más grande y antigua del pueblo.
-Buenas tardes señor Cervantes - salude al anciano de cabellera gris.
-Buenas tardes Mia - me dijo mientras fumaba su pipa en una banca fuera de la casa - ¿vienes a dar un vistazo?
Yo asentí.
-La casa es toda tuya - me sonrió y volvió a su pipa.
Dejé la bicicleta en un lugar seguro y entré a la casa, me gustaba ver las obras tradicionales de México, claro, yo era mexicana, pero no vivía en México. Mis padres, mexicanos que llegaron a este lugar al norte de estados unidos. No habían traído muchas cosas típicas de México a su nuevo hogar.
Pero él señor Cervantes tenía una gran colección de esa artesanía, y no sólo de México, si no de muchas partes del mundo. Me gustaba venir casi todos los días y estudiar cada una de las obras. En esta casa tan grande, el arte se sentía infinito.
Infinito, pensaba mucho en esa palabra, infinito, a veces sentía que era una palabra tan lejana y que mis labios no podrían alcanzar a retenerla, por eso la repetía cada vez que podía, una y otra y otra vez. Como si la palabra quisiera escapar y yo tratara de retenerla.
Me dediqué a caminar por los inmensos pasillos, observando aquellas pinturas que había visto tantas veces, que su imagen se había quedado impresa a la perfección en mi mente.
Me detuve ante una réplica exacta de la venus de Milo. La belleza femenina en mármol se representaba artísticamente a la mitad del camino.
-Es hermosa, ¿No cree?
Una voz masculina de acento extraño llamo mi atención. Giré y ahí me encontré con un hombre alto que sostenía un pequeño plumero.
-Sí, es bastante hermosa - dije.
Él asintió.
-Mucho gusto - extendió su mano - mi nombre es Matthew Laurie.
Su acento extraño sonaba un poco elegante, pensé que quizá sería inglés.
-El gusto es mío - tomé su mano y salude - mi nombre es Mia Luna.
Él alejo su mano y sonrió, mire la plumilla y pareció darse cuenta.
-Es para quitar el polvo de las esculturas - habló.
- Ya - dije - ¿es difícil? - pregunté.
- Un poco, debo ser bastante cuidadoso - dijo - ¿Quieres ver?
Aunque fue una pregunta algo extraña, me entro la curiosidad. ¿Qué tan delicado debe ser la limpieza en una pieza de arte? Así que accedí.
La manera en que él quitaba el polvo alrededor de la escultura, era tan delicado, que pensé que la plumilla danzaba una pieza de música clásica entre las manos de Matthew. Y entonces me centre en él. Lo primero que observe, fue su cabello, era de un castaño claro, un poco largo y despeinado, después mire sus ojos, eran de un color azul tan claro, como el que se miraba en el cielo en verano, también tenía un poco de barba castaña un poco más oscura que su cabello y cejas. Llevaba un polo azul claro y bermudas blancos junto a zapatos blancos, los bellos de sus brazos y piernas se dejaban en el clima del verano.
También era alto y delgado. A decir verdad, era un hombre bastante atractivo, aunque no me llamasen mucho la atención las personas. Podía reconocer cuando un hombre o una mujer, son atractivos. Su piel pálida me llamaba la atención, aunque mi piel no fuera tan morena, me asombraba las paletas de colores que nos diferenciaban.
Con el paso de los minutos, Matthew casi había limpiado la figura por completo, en total silencio y concentración, incluso en el final.
- Esta es una de las que más limpio con frecuencia - dijo - los pasillos se exponen mucho al viento del exterior.
- Un poco del mundo exterior, en un pasado interno - dije y observé la escultura - ha quedado bastante bien.
Matthew sonrió, y pensé que su sonrisa era bonita.
- Si - dijo - me he vuelto más productivo este verano, no te he visto en lo que llevo de estadía aquí.
- Oh, eso es porque no había salido de casa - dije.
- El verano te hace un poco vago - dijo y caminó por el pasillo.
- No es eso - lo seguí - estaba castigada en realidad.
El sonrió.
- ¿Por qué?
- Porque lancé mis zapatos a un árbol - me encogí de hombros - y mi madre se enojó demasiado, me hizo subir al árbol por ellos y dijo, "Mia, no puedes lanzar tus zapatos a un árbol cada vez que estés aburrida".
- ¿Los lanzaste por que estabas aburrida?
- Los lancé, porque los odiaba.
- ¿Quién odia los zapatos? - preguntó.
- Mia Luna - dije.
El sólo negó con una sonrisa y yo hice lo mismo.
- Así que Mia - volvió a hablar - es un nombre bastante bonito.
Me gustaba la manera en que había pronunciado mi nombre. Se sentía diferente, usualmente no me agradaba el que otros lo pronunciaran, me hacía sentir como si me reclamaran, como, si, en el trascurso de las palabras, yo me convirtiera en un objeto. Un objeto reclamado por el mundo.
Pero cuando Matthew lo pronuncio, no me sentí como un objeto, no me sentí reclamada. De hecho se había sentido extraño, una extrañes serena y distante, que no era capaz de comprender.
Una extrañeza que no me desagradaba.
- No mucho - dije - hay muchos otros nombres más hermosos allá afuera - lo mire - Matthew - saboreé el nombre en mi boca - ese parece ser un nombre más bonito que Mia.
- Matthew es un nombre muy común y aburrido.
- Mia también es un nombre común y aburrido.
- ¿Seremos tan aburridos como nuestros nombres? - preguntó.
- ¿Seremos tan comunes como nuestros nombres? - pregunté.
- No lo sé - respondió.
- No lo sé - respondí.
Cuando volví a casa, mi padre se encontraba en la sala leyendo un libro sobre aves. Lo observé por un momento desde lejos. Aunque era mi padre, no solía sentirme muy unida hacia él, sentía que debía mantener la distancia, y no es que fuera un mal tipo, de hecho, era bastante responsable y trabajador, amaba a mi madre y a su familia. Pero, mi padre no solía sonreír o hablar mucho, no mostraba afecto y hablaba de una manera muy extraña. Una manera que no lograba comprender.
Vaya, ni si quiera sé si lo comprendía a él.
- Mia - llamó mi atención y me trajo al mundo real de nuevo.
- Hola papá - me senté en uno de los sillones.
- ¿Qué tal tú día? - preguntó.
- Muy bien - contesté - anduve en bicicleta por el pueblo y visité la casa de arte.
- Oh, ¿la del señor Cervantes?
- Si - dije - también vi cómo se limpia una escultura.
Él sólo asintió con la cabeza y no dijo nada más. Entendí que la charla había terminado.
Caminé hacia la cocina y encontré a mi madre sirviendo la cena, me acomodé y ayude a poner la mesa.
- Un poco pronto - dijo, yo no comprendía lo que quería decir - pensé que tardarías más.
- Oh, es que el señor Cervantes cerró la casa de arte un poco antes, creo que él y Matthew debían acomodar unas piezas nuevas.
Mi madre función el ceño.
- ¿Tiene un ayudante? - preguntó.
- Si - contesté - es un maestro de arte, de hecho pase toda la tarde con él, aprendiendo sobre el cuidado de las esculturas.
- Ya - sirvió la cena - creo que le vendrá bien la ayuda al señor Cervantes.
- Si, tal vez.
Cuando la cena había terminado, mi padre y yo ayudamos a limpiar la mesa. Papá decidió ir a tomar un baño y me quedé a solas con mi madre en la cocina. Sentada en la mesa, observé la espalda de mi madre mientras ella fregaba los platos. Me entro la curiosidad de saber cómo era mi madre a los diecinueve años, no de una manera física, sino de una manera personal. ¿Qué clase se cosas le habrían gustado?, ¿Estaría enamorada?, ¿Qué pensamientos invadirían su mente?
¿Qué pensará en este momento?
Quise preguntarle todas estas cosas, pero pensé que quizá, no era lo correcto. Así que solamente me levanté y caminé hacia mi habitación. Con las mantas sobre mi torso y bajo la oscuridad de la noche, mire hacia la ventana. Allí, a través del cristal, se alzaba el cielo nocturno, las estrellas parpadeantes me hacían sentir demasiado sola.
Así que solamente cerré los ojos y me sumergí en un sueño profundo.
Esa noche, tuve un sueño. Me pareció extraño, no solía tener sueños. Usualmente, mi mente se transformaba en una pantalla oscura, una pantalla carente de frecuencias, sonidos e imágenes. Pero esa noche fue diferente.
Un canal perdido en aquella televisión, me transportó a la parte olvidada de mi conciencia transformada en un sueño. Soñé con el verano, la brisa me llevaba por un largo pasillo, sin que me permitiera parar en algún momento. Yo era una mota de polvo, que, mediante su camino, observaba las pinturas viejas y las obras de arte más extrañas que podrían existir. Entonces lo entendí, yo era una mota de polvo extraviada en uno de los grandes pasillos de la casa del señor Cervantes. Una extraña sensación de frio me invadió en el sueño, de pronto ya no estaba vagando entre los pasillos, me había detenido, había caído sobre algo. Una escultura.
Me dio una sensación familiar, sabía que escultura era. La venus de Milo. Me sentí un poco feliz, estaba siendo parte de una de mis cosas favoritas en el mundo. Entonces, una figura conocida se paró frente a mí. Era Matthew.
Matthew sonreía y miraba la escultura con mucho cariño. Yo sonreí por eso. En sus manos, llevaba un plumero. Me sentí agobiada al ver como Matthew retiraba las demás partículas y, casi al final, el plumero me arrasaba dejándome a merced del viento y mientras el viento me llevaba a un lugar desconocido, la figura de Matthew se borraba de mi vista.
Desperté con el sonido vago de un piano, una sensación de un lugar lejano a mí, como si una parte de mi conciencia perdida se manifestara en otra habitación.
Con los rayos de la luz ayudándome a despertar, mi mente llegó de la casa cervantes hasta mí.
El piano de la casa aún se escuchaba, aquella conciencia perdida que tocaba, "Romanza", en un estado melancólico, pertenecía a mi padre.
Y cuando la melodía término, fue el turno de que mis lágrimas se presentaran en el acto.
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