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5. En el que Kagami sucumbe a sus deseos

5. En el que Kagami sucumbe a sus deseos



–Nos encantaría jugar como vosotros—dijo uno de los niños con los ojos brillantes por la fascinación.

–¿Nos enseñaréis? –. Preguntó otro.

A los dos minutos y medio, cuando llevaban treinta canastas entre los dos, ya los seis tipejos se habían marchado con el rabo entre las piernas. Y a los niños les faltó tiempo para acercarse a Kagami y Aomine como si hubieran hecho el mejor truco de magia que hubieran visto en toda su existencia.

–Ahora no es momento de enseñaros nada. Es tarde y debéis volver a casa—apuntó Kagami volviendo a coger la bolsa llena de comida que había dejado a un lado.

Aomine se puso el abrigo dispuesto a seguir al otro para marcharse a cenar a su casa, pero antes de dar un paso, sintió que alguien le cogía de la tela del pantalón. Cuando miró para ver de quién se trataba, vio a uno de los niños sujetándole con ahínco.

–Gracias por recuperar mi pelota. Me la regaló mi papá y me importa mucho—dijo tímido.

El peliazul, conmovido, se agachó a su altura.

–Fue un placer—dijo y le revolvió el cabello.

Felices, los niños se fueron por su camino, al tiempo que Kagami y Aomine siguieron el suyo.

–¡Ahora tengo más hambre que antes! –. Se quejó el peliazul con las manos detrás de la cabeza.

–Pero hicimos lo correcto.

–Hacer llorar como niñas a esos tíos—rió Aomine.

–¿Viste cómo corrían? –. Se carcajeó Kagami.

–Uno hasta se cayó, enredándose con sus propios pies.

–Menudos imbéciles—concluyó Kagami sacando la llave de su bolsillo, puesto que ya habían llegado a su edificio.

No necesitó decirle a Aomine que entrara, porque éste ya se sentía como en su propia casa, y no tardó en tumbarse cómodamente en el sofá mientras que Kagami preparaba las cosas en la cocina.

–Hacemos un buen equipo, ¿no te parece? –. Preguntó Aomine cogiendo sin permiso una revista deportiva que había sobre la mesita de centro y pasaba sus páginas sin más.

–Protegiendo a unos niños, sí. Pero tú y yo en el mismo equipo en la vida real... No sé. Quizás discutiríamos más que jugar—dijo apuntándole con el cuchillo con el que estaba cortando los ingredientes. –Nos echarían de la cancha por darnos de hostias.

Aomine sonrió y se acomodó de cara al otro, para contemplarle mientras cocinaba. Se le veía muy a gusto entre fogones, haciendo mil cosas a la vez. Pero de una forma muy hábil.

Los ojos azules no perdían detalle alguno. Pues cada vez estaba más seguro, de que Kagami le atraía. De un modo desquiciante y salvaje. De una forma que hasta llegaba a molestarle, pero que estaba ahí. Desde aquel partido. Desde que perdió contra él. Desde que volvió a sentir algo jugando al baloncesto.

Fue como si el tiempo se hubiera detenido, hasta que la voz de Kagami lo sacó del estado en el que se encontraba. Sirviendo un plato humeante frente a el.

–¿Me escuchas, Aomine? –. Preguntó nuevamente el pelirrojo, tomando asiento.

–¿Qué?

Contrariado, se sentó correctamente.

–Cenas y te largas.

–Claro. ¿Por qué iba a querer quedarme más tiempo aquí? –comentó fingiendo falsa molestia.

Se arrodilló delante de su acompañante en el suelo y empezó a comer.

–Impresionante. Cocinas mejor que juegas, Kagami.

–Tú di eso. Pero te di una paliza en la Winter Cup. Y has dicho que no sabes cocinar, así que ya soy mejor que tú en otra cosa más. Suma y sigue—dijo pavoneándose.

Cenaron casi en silencio, saboreando la comida que ambos repitieron varias veces. Y las únicas ocasiones que se dirigían la palabra era para hablar de los tipos que habían humillado rato atrás, entre risas e insultos.

–Voy a reventar—dijo Aomine recostándose de nuevo en el sofá y llevando las manos a su barriga.

Kagami, que fregaba los platos, le lanzó una mirada de desdén.

–Ya has cenado, puedes largarte.

–Espera un poco.

–Quiero irme a dormir.

–Nadie te lo impide.

El pelirrojo se secó las manos en un trapo y se acercó al otro. Debía hacer que la permanencia en su casa de Aomine terminase ya. Así que en vista de que no pensaba levantarse del sofá, lo agarró de un brazo y tiró de él para obligarle a ponerse en pie.

–Ya vete, Aomine. Voy a dormir.

El peliazul se dejaba hacer, fingiendo un cansancio que realmente no sentía. Mientras Kagami tiraba de su brazo inútilmente porque él no se iba a levantar. Al contrario. Dejó que el pelirrojo siguiera tirando y tirando, hasta que cambiaron las tornas. Aomine sujetó al otro por la muñeca, dio un tirón, y fue el desprevenido Kagami el que cayó sobre él.

Kagami abrió los ojos desorbitadamente al verse en semejante aprieto. Con su rostro a escasos centímetros de el del otro. Casi aplastando al peliazul con su propio peso.

–Idiota, mira lo que...

No pudo terminar la protesta, porque los labios de Aomine sobre los suyos le habían silenciado por completo. Sus manos se desplazaron como por acto reflejo al pecho del otro para apartarle, sin embargo, el peliazul no iba a dejarle irse por las buenas. Porque sus dedos le sostuvieron con fuerza de la nuca. Impidiéndole cualquier intento de escapatoria.

Un involuntario gemido brotó de su garganta cuando sintió la lengua de Aomine asaltar su boca. Y un leve estremecimiento le recorrió de la cabeza a los pies. Alex le había besado muchas veces, demasiadas para su gusto. Pero esto era diferente. Jodida y agradablemente distinto.

La lengua del peliazul recorría su boca como desesperada. Kagami, aturdido, se dejó hacer. Cerrando los ojos. Sintiendo como su rostro irradiaba calor y se le erizaba la piel de todo el cuerpo. Notando el aliento de Aomine mezclándose con el suyo.

Era una locura total. Y en cuanto recobró un poco la cordura, se apartó todo lo que pudo de Aomine. Trastabillando hacia atrás, casi cayendo al suelo sobre sus posaderas.

Estupefacto miró al otro, que parecía extremadamente relajado a pesar de lo que acababa de hacer. Todavía recuperando el aliento.

–¿Qué...? –. Consiguió articular apenas. Llevándose una mano a los labios, donde todavía sentía el roce de los otros. –¡¿Por qué lo has hecho?! –preguntó completamente ruborizado. Incómodo con la situación, pero sobretodo por como se sentía al respecto.

Era un juego peligroso con el que habría continuado. Y eso le fastidiaba más que nada.

–Ya te lo dije la otra noche. Eres una provocación, Kagami.

El pelirrojo, sintiéndose ofendido, cogió del cuello de la camiseta al otro, levantándole un poco del sofá.

–Maldito...

–¿¡Qué?! –Aomine le miró desafiante. Como si no temiera recibir un golpe. O como si lo esperase, pero le trajera sin cuidado. –¿Qué te molesta más?¿Que te besara o que te gustase? – Agregó poniendo una de sus características sonrisas.

Kagami tiró un poco más de la camiseta y de su dueño, dispuesto a romperle la cara de un puñetazo.

–Hijo de puta... –musitó antes de ser él el que besara al peliazul de vuelta. Inclinándose otra vez sobre su cuerpo, en el sofá.

En respuesta, las manos de Aomine se alzaron esta vez a su espalda, sujetando la tela que la cubría. La lengua del pelirrojo fue la que invadió la boca del otro, siendo muy bien recibida. Notando como la sonrisa del peliazul se mantenía aún a pesar del beso.

Aomine abrió los ojos para cerciorarse de lo que ocurría, pero los de Kagami estaban cerrados, sumergido en lo que estaban haciendo. Así que esperando una reacción negativa que nunca llegó, el peliazul fue deslizando sus manos por la espalda del otro chico, lo suficiente como para llegar a la zona conflictiva de la noche anterior. El trasero.

Kagami no pareció percatarse de esto hasta segundos después, que abrió los ojos y detuvo el beso. Separándose levemente del otro. Tratando de normalizar su respiración.

–¿Qué te crees que haces? –preguntó. Pero sin ira o molestia alguna. Lo cual era buena señal.

Aomine no le respondió en el momento, simplemente acercó el rostro a su cuello y le besó de forma suave.

–Lo que me da la gana—respondió haciendo que su cálido aliento diera de lleno sobre la piel del otro.

–Te lo prohíbo—dijo sin ninguna autoridad Kagami. Rodeando el cuello del peliazul con sus brazos, estrechando su cuerpo contra el del otro. Sintiendo como si el alma pudiera salírsele del cuerpo.

–Tus ojos dicen otra cosa... Estás en llamas... –dijo acariciándole con los dedos por debajo de la camiseta y rozando la piel de su torso, haciendo que se le erizaran los cabellos de la nuca.

–Te odio... –Kagami tuvo que morderse el labio inferior para no gemir.

No supo en qué momento se vio sentado a horcajadas encima del otro, ni cuando su camiseta se perdió en algún lugar de la sala. Aunque poco le importó.

Continuaba besando a Aomine como si dejar de hacerlo supusiera el fin del mundo. Sintiendo las uñas del otro arañarle sin nada de delicadeza la espalda. Escuchando los sonidos graves que emitía su garganta por el placer.

En un visto y no visto se vio empujado por el peliazul, dando de lleno sobre el sofá, siendo él el que ahora quedaba en una posición más comprometida, debajo del otro. Las manos de Aomine, presurosas, lo sujetaron por la cinturilla del pantalón, dispuesto a tirar de ella hacia abajo.

–Espera... –en un momento de lucidez, detuvo los movimientos del peliazul, que le miraba interrogante de pronto. –No... Yo nunca... –. Su cerebro estaba en ebullición y apenas podía pensar cosas coherentes.

–¿Quieres que pare? –. Preguntó Aomine, pero con un tono que demostraba que si la respuesta era un ''sí'' no sabría si podía cumplir la petición. Sus manos seguían donde las había dejado, impacientes.

–No, pero... Nunca he hecho... esto—reconoció por fin el pelirrojo.

Aomine sintió que su pecho se inflaba como un globo de la felicidad que le embargó en ese instante. Sin embargo, Kagami esquivaba su mirada como avergonzado. Quizás suponiendo que era extraño encontrar a alguien en su situación actualmente.

El peliazul le tomó de la barbilla, para que le sostuviera la mirada.

–Yo tampoco—admitió cuando los iris granate le contemplaron.

Kagami entrecerró los ojos, incrédulo.

–Mentiroso.

–Te prometo que esta es la primera vez que estoy con alguien. Al menos, alguien con quien llegar hasta el final. Porque eso es lo que va a ocurrir, ¿cierto? –. Preguntó temeroso. Sentía sus mejillas igual de sonrojadas que las del otro chico. El corazón le palpitaba tan frenético que era capaz de escucharlo en sus oídos.

–Supongo—respondió Kagami con el mismo tinte de terror en la voz.

No terminó de hablar, y ya sus pantalones fueron sacados de la ecuación, antes de que pudiera evitarlo.

–¡Aomine!

El mencionado se inclinó más sobre él y le acarició por encima de la ropa interior.

–¿Qué? –. Cuestionó en baja voz cerca de su oído.

Kagami mordió uno de sus dedos para silenciarse. Porque el peliazul le estaba haciendo sentir como nunca.

–Quiero escucharte—pidió Aomine tirando de su muñeca y frotando su propia entrepierna con la del otro.

–Desgraciado... –dijo Kagami con la vista nublada por la excitación creciente. Aomine le sujetaba el brazo, por lo que ya no podía cubrirse la boca. –Tú aún estás vestido.

Aomine sonrió al darse cuenta de que era cierto.

–Quítame la camiseta—ordenó con un deje de lo más erótico. Al tiempo que lo decía, se apartó un poco del otro para que pudiera incorporarse y hacer lo que le había pedido.

Kagami obedeció con las manos algo temblorosas. Sentía su cuerpo arder como el mismísimo infierno. Y a su miembro reclamarle más atención que en toda su vida.

–Prenda por canasta—bromeó Kagami mientras lanzaba lejos la camiseta de su acompañante.

–Hoy tampoco llevo ropa interior—apuntó el otro bajando su propia cremallera con la lentitud digna de un profesional del striptease.

–Eres un auténtico cerdo—apuntó el pelirrojo evitando mirar cierta parte de la anatomía del otro.

–No sabes cuanto—Aomine se levantó del sofá para quitarse los pantalones con comodidad, demostrando que realmente no llevaba ninguna otra prenda más. –Voy a demostrártelo, Kagami.

Ni corto ni perezoso, volvió a acomodarse junto al otro, atrapando sus labios con fervor y obligándole a que se tumbara de nuevo. Mientras su mano, juguetona, se introducía bajo la ropa interior del otro, tocando la piel ardiente.

–Eres puro fuego—pronunció con voz ronca. –Pero yo soy como el agua. Te apagaré...

Kagami se estaba dejando llevar. Aquel jodido peliazul era demasiado sexy. Y él era como un insecto atrapado en la tela de una araña. Pero sin importarle que podría morir de un momento a otro. Asentía como si las palabras de Aomine no le avergonzaran. Asentía como si estuviera de acuerdo con todo. Asentía porque deseaba seguir sintiendo aquello.

Asintió hasta que notó los dedos de Aomine en su entrada. Entonces dio un respingo.

–¡¿Qué haces?!

–Prepararte—dijo siguiendo a lo suyo.

–¡No me vas a dar por culo!

Aomine alzó el rostro para mirarlo.

–¿No íbamos a llegar hasta el final?

–¡Pero no así!

–¿Entonces cómo?

–¡Pues siendo yo el que...! –no pudo seguir al sentir los labios del otro nuevamente sobre su cuello. Besándole y lamiéndole como si de un helado se tratara.

Aomine parecía inmerso en su propio mundo. Disfrutando del cuerpo que tan gentilmente le había ofrecido el otro. Su obsesión: Taiga Kagami. La persona en la que había estado pensando durante semanas. Por la que debía reconocer que se le caía la baba. Ahora estaba entre sus brazos, y no lo iba a desaprovechar.

Se colocó lo mejor que pudo, porque el pelirrojo no dejaba de revolverse entre jadeos y gemidos. Una maravillosa música para sus oídos con la que se deleitó, sobretodo cuando le penetró sin demasiada delicadeza.

–¡Maldito desgraciado!–gritó Kagami arqueando la espalda. –¡Duele, joder!

–Lo siento... –musitó Aomine dejando caer su frente sobre el pecho del otro y rodeándole con sus brazos en un gesto demasiado dulce para lo que esperaba de él.

Eso lo conmovió por alguna razón que no alcanzó a entender, por ese motivo le devolvió el abrazo.

–Muévete, Aomine.

Continuará...

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