14. En el que todos confunden las cosas
14. Extra: En el que todos confunden las cosas
¿Cuántos años habían pasado?¿Siete?¿Ocho?
Lo cierto es que el tiempo pasa muy deprisa, y de una forma en la que ni nos damos cuenta. Quizás porque todo era perfecto. Quizás porque las cosas con Midorima le iban bien. Seguía frecuentando a sus amigos y casi todas las semanas veía a algunos. Probablemente porque al igual que él, seguían felices con sus parejas y no había nada que perturbara sus días.
Entonces se percató de que tal vez no se había parado a pensar en asuntos que suponía no le daba importancia, pero resultó que sí. Y todo lo inició Kise Ryôta.
Takao estaba tranquilo en su casa, echándole un vistazo a los dibujitos de sus alumnos de preescolar en la mesa de la cocina, mientras se comía un bollo de chocolate que le había pringado la cara, pero le traía sin cuidado. Moviendo despreocupadamente el pie derecho, aprovechando que el taburete era alto y las piernas no le llegaban al suelo.
Escuchando el ruido de fondo que llegaba de la televisión en la sala contigua. Usándola de compañía hasta que llegara Midorima y le echara la bronca por encenderla sin estar viéndola y sin estar delante siquiera. El peliverde odiaba eso. A Takao le hacía gracia.
De pronto llamaron a la puerta.
Takao se bajó del taburete de un salto y tragó el pedazo de bollo que acababa de morder. Al abrir, se topó con Kise.
–¡Enhorabuena Takaocchi! –. Gritó entusiasmado y le abrazó con ahínco.
–¿Por qué? –. Preguntó asustado el moreno.
–¿Cómo que por qué? –. El rubio le miró con curiosidad sin soltarle. –Por unirte al club.
–¿Qué club?
–¿Cuál va a ser? El de los casados. ¿Cómo te lo pidió? –. Finalmente le liberó del abrazo y le cogió la mano izquierda, observándola con detenimiento.
–Kise... no sé de qué me estás hablando—admitió por fin.
El rubio soltó su mano, entró en la casa sin esperar invitación y echó un vistazo alrededor.
–¿Estás solo?
–Sí—dijo y cerró la puerta.
Kise suspiró y le miró con arrepentimiento.
–Creo que he metido la pata.
–Por favor, Kise, explícame las cosas de modo que yo las entienda.
–Es que... –se rascó la cabeza, nervioso. –Ayer vi a Midorimacchi en una joyería. Y Yukiocchi y yo dimos por sentado... Bueno, que te estaba comprando el anillo. Ya sabes, de pedida.
Takao comenzó a reír.
–Eso es una tontería. Shin-chan odia las bodas.
–Fue a la mía. Y a la de Kagamicchi. Y a la de Mura...
–La suya. Odiaría casarse. Midorima no es de los que se casan. Al menos, no de los que seguirían todas las tradiciones. Pedida. Boda por todo lo alto... Para Shin-chan sería más rápido ir al juzgado. No perdería el tiempo. De hacerlo, se casaría y se iría a trabajar. A salvar vidas.
Kise entonces entrecerró los ojos y le miró, pensativo.
–¿Y eso no te importa?¿A ti no te gustaría casarte?
Súbitamente, Takao sintió un escalofrío. El corazón le dio un vuelco. Abrió la boca sin saber muy bien qué decir, mientras el otro le observaba a la expectativa.
Claro que lo había pensado muchas veces. Sobretodo cada vez que uno de sus amigos lo hacía. Les veía felices. Radiantes. Y se imaginaba así, con Shin-chan. Porque les iba bien, y lo lógico sería dar el paso. Aunque nunca llegaba. Ninguno de los dos hablaba del tema. Y lo habían aparcado, tal parece que para siempre.
–Sí quiero casarme—reconoció avergonzado sin saber muy bien porqué.
Le invadió una repentina alegría y no pudo evitar exteriorizarla en una gran sonrisa.
–¿De verdad viste a Shin-chan comprando un anillo?
–Le vimos en una joyería. Nosotros supusimos que compró un anillo. Así que es probable que te lo pida—Kise pareció percatarse del entusiasmo del otro. –Aceptarías, ¿no?
–¡Claro! –. Se sorprendió a si mismo de lo tajante que había sido. Quería casarse con Shin-chan, por supuesto. Y en ese instante lo deseaba más que nada. –¡Me lo va a pedir! –. Chilló dando saltitos todavía junto a la puerta, siendo imitado por Kise.
–¡Te lo va a pedir!¡Hay que celebrarlo!
Takao entonces detuvo los brincos, al verlo, el rubio hizo lo mismo.
–Espera... No hay que celebrarlo aún, porque no sabemos cuando me lo va a pedir. Tendré...tendré que esperar.
Midorima volvía a casa del trabajo, pero antes decidió detenerse en un lugar muy familiar y a donde iban Takao y él cada viernes en la noche desde hace unos años. El restaurante de Kagami.
Siempre estaba lleno de gente y tenían muchas reservas. Aunque ser amigos del chef principal les daba una ventaja que a los demás no. Sin embargo, Midorima aprovechó para reservar su mesa de costumbre por si acaso, junto a la ventana, con vistas al jardín, que por la noche estaba iluminado con cientos de lucecitas que parecían luciérnagas.
Al entrar al lugar, lo primero que vio fue una cara muy conocida. El marido de Kagami.
–Hola Aomine—dijo cortés.
El mencionado le devolvió el saludo con un movimiento de cabeza.
–Midorima, ¿vienes a hacer tu reserva de siempre?
A pesar de llevar todavía su uniforme de agente de policía, a veces parecía ser el maître.
El peliverde asintió sin más. No le apetecía dar explicaciones. Tenía su rutina. Y los viernes por la noche tocaba cena romántica. Se acercó al jefe del comedor y le pidió que apuntara su nombre en la lista para la cena.
–¡Yo me voy! –. Anunció el peliazul en voz alta, lo que provocó que Kagami saliera de la cocina, pasando a través de una puerta vaivén. Se acercó a su marido mientras se quitaba el gorro blanco de la cabeza, y le besó con dulzura. –Luego te veo—susurró Daiki sobre sus labios y se marchó.
Kagami, que había seguido la trayectoria de Aomine con la vista, se fijó entonces en el peliverde.
–Hola Midorima. ¿Esta noche cenarás lo de siempre?¿O me pedirás por fin que meta un anillo en el postre de Takao?
–Siempre te digo lo mismo. No me gusta que nadie meta nada en mi comida—contestó serio, mientras se acomodaba las gafas.
–Y yo siempre te digo que no sabes lo que te pierdes—añadió Kagami carcajeándose y volviendo a la cocina.
Cuando entró en su casa, no le sorprendió ver el televisor encendido. Ni que Takao estuviera en el cuarto de baño del piso superior cantando a pleno pulmón, dentro de la ducha. Apagó la televisión y fue directo a la cocina después de escuchar como alguien cerraba la puerta de la nevera.
–Kise... ¿qué haces aquí?
El rubio se sobresaltó y casi se le cae al suelo la lata de refresco que acababa de sacar del frigorífico.
–Midorimacchi... Hola. Vine a ver a Takaocchi. Y a ti, por supuesto. ¿Cómo estás?¿Qué planes tienes para hoy?
No pasó por alto que Kise se había puesto extrañamente nervioso.
–Es viernes, lo de siempre.
–Claro. Cena en el restaurante de Kagamicchi. Sólo...una cena—dijo y le guiñó un ojo.
–¿Por qué haces eso?¿Por qué guiñas el ojo?¿Te ha dado un tic? Puedo mirártelo si quieres—dijo mientras dejaba su maletín sobre la mesa, y cansado, se aflojaba la corbata.
–Ya sabes porqué lo hago. Hoy es una noche especial—dijo repitiendo el guiño sin dejar de sonreír.
–¿Especial? Es como otra noche de viernes. No sé que ideas te habrás formado en esa cabezota.
Kise suspiró, derrotado.
–Vamos Midorimacchi. Sé perfectamente que le vas a pedir matrimonio a Takaocchi.
–¿Qué? –. El rostro del peliverde se contrajo.
–Yukiocchi y yo te vimos comprando el anillo ayer. Qué calladito te lo tenías—dijo palmeándole la espalda.
–Yo... Yo no voy a pedirle matrimonio a Takao.
–Ya, claro. Disimulas—Kise le guiñó otra vez el ojo, al tiempo que levantaba el pulgar de la mano derecha. Empezaba a confirmar que sí, que el rubio tenía un tic.
–No disimulo. Sólo es una cena. Como cada viernes—aclaró.
–Por supuesto—fue la respuesta del otro, que por fin había abierto el refresco y bebió un sorbo.
Midorima se acercó al rubio, mirándole de forma intimidatoria.
–Te has equivocado de pleno. No voy a pedirle matrimonio a Takao. No le habrás dicho que iba a hacerlo, ¿verdad?
Kise tragó con lentitud.
–No. No le dije nada... Ni a Kagamicchi tampoco.
–¡Kise!
–¡Me voy!¡Os dejo prepararos para la cena! –. Gritó mientras esquivaba al peliverde y salía corriendo.
Llegaron puntuales al restaurante y se sentaron donde siempre. Les atendió una amable camarera, y pronto estuvieron a solas.
Takao estaba radiante, no sabía si por el reflejo de las luces que incidían por la ventana sobre la piel de su rostro, o por esa felicidad y brillo en los ojos que normalmente le acompañaba. Brindaron con vino, y empezaron a hablar de trivialidades.
Midorima le escuchaba a medias. Pensando en las tonterías de Kise, y en si de verdad había sido capaz de decirle a Takao que planeaba pedirle matrimonio. Siendo consciente de las miradas que les lanzaba Aomine desde la barra del bar; estaba claro que porque el rubio había hablado más de la cuenta, y obvio, no solo con Kagami. Takao lo supondría también. ¿Se habría hecho ilusiones? ¿Esperaba que esa fuera una noche diferente?
–Oye Kazunari—dijo interrumpiendo la charla de su novio. –Deberías saber que yo no...
En ese momento, escucharon el grito de una mujer unas mesas más allá. La vieron emocionada aceptar una proposición de matrimonio. Y aplaudieron junto a los demás cuando se fundieron en un abrazo ella y su prometido.
Takao aplaudió como si la vida le fuera en ello. Sintiendo que aquella también era su noche, y se tomó la pedida de esa pareja como una señal del universo. Sin embargo, cuando giró el rostro hacia Midorima, le vio un semblante más serio del que le habría gustado.
–No sé qué idea te habrás hecho sobre esta cena, Kazunari. Pero eso no va a pasar—sentenció el peliverde.
Vio los ojos grises abrirse de par en par con asombro, pero con rapidez, de la sorpresa pasó a la decepción.
El aire se volvió más pesado dentro del vehículo mientras volvían a casa. El silencio era sepulcral entre ambos. Y Takao fue el primero en cruzar la puerta de entrada dispuesto a subir los escalones hacia el dormitorio del piso superior.
–¿Estás bien? –. Preguntó Midorima haciendo que el otro detuviera sus pasos.
–Claro...
–No has dicho una palabra desde que yo...
–Estoy perfectamente.
Posó la mano en la barandilla y subió un par de escalones antes de ser detenido por el peliverde, que le sujetó de la muñeca.
–Sé que esperabas otra cosa de la cena. Estoy seguro de que Kise habló contigo.
–Me dijo una tontería. No tenía que haberle creído—dijo Takao intentando quitarle hierro al asunto. Pero no le había sentado demasiado bien que todas sus ilusiones se fueran al traste.
–Es cierto que me vio en la joyería... –comentó Midorima, que se acercó a un mueble, abrió un cajón y sacó una pequeña bolsa plateada. Todo bajo la atenta mirada de Takao, que sintió de pronto un nudo en el estómago. El peliverde entonces sacó del interior de la bolsa una cajita de terciopelo azul oscuro y la abrió frente al otro. –Me compré un reloj.
Takao parpadeó varias veces. No sabiendo si reír o llorar. Finalmente optó por lo primero, y se empezó a reír a carcajadas. Midorima le observó extrañado.
–Que idiota soy... –apreció el moreno sin dejar de reírse.
–¿Por?
Takao tardó un poco en calmarse por fin, y miró al otro.
–Por pensar que tú querrías casarte conmigo.
–Yo...
–No pasa nada. Lo comprendo. Las cosas van bien. No hay porqué hacer lo que han hecho todos, ¿no?
–Pero tú quieres casarte, ¿verdad? Por eso has actuado de ese modo. Te ha decepcionado que Kise se equivocara.
–Tal vez, aunque... se me pasará—fingió una sonrisa y se giró para seguir subiendo.
–Ese rubio bocazas no debió haberte dicho nada. No lo había planeado así, pero no queda otra...
Takao se volvió nuevamente hacia el peliverde y le vio sacar algo otra vez de la bolsa plateada. Una segunda cajita de terciopelo del mismo color, pero más pequeña que la anterior. El moreno se llevó las manos a la boca en acto reflejo, ahogando una exclamación.
–Quería que fuera una sorpresa... Pero me salió realmente mal y no soporto verte triste—dijo mientras se arrodillaba al pie de las escaleras. Sonrojado hasta las orejas. Y abrió la cajita, mostrando una pequeña sortija con una piedrecita de un reluciente verde. Una esmeralda. –Pedírtelo bien era mi prioridad. Sentí que ya era la hora de hacerlo, que nos tocaba a nosotros–carraspeó un poco y tomó aire. –Kazunari Takao, ¿tú...?
No pudo terminar de hacer la pregunta, porque el otro, en décimas de segundo ya se le había colgado del cuello.
–¿Esto significa que aceptas? –. Preguntó Midorima, mientras con sus brazos envolvía el cuerpo del otro en un estrecho abrazo.
–¿Tú qué crees?
Fin
*He escrito este extra por culpa de un capítulo de la serie Melissa & Joey que me dejó con ganas de hacer algo parecido xD y tenía que ser con el MidoTaka. Mi pareja preferida ^^
Ha sido un placer escribir esto jejeje gracias por haberla seguido hasta el final a pesar del graaaan parón que tuve.
Muchos besotes y gracias por vuestros comentarios!!
Saludos y hasta la próxima
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